Éxtasis

Una fiesta. Mucho alcohol. Dos chicas muy pero que muy calientes.

Luces de colores. Parpadeos. Música alta. Mucha gente. Demasiada.

Era la primera vez que Anabel y Melissa acudían a un festival así, invitadas por sus chicos.

Al aire libre, en una explanada la cual tendría una capacidad de 5.000 personas. Y si el aforo no estaba completo, se le acercaba.

Iban bastante bebidas, después del típico botellón que se hacían en las calles de la ciudad, un sábado a esas altas horas de la madrugada.

Melissa cogió de la mano a Anabel y la llevó a parte, aun que la música seguía retumbando en sus oídos y se tenían que hablar a gritos para escucharse.

-        Voy a la barra a pedirme la consumición, quédate aquí con Iván y Edu.

Anabel asintió aunque solo hubiera entendido un tercio de lo que había dicho. Melisa se abrió paso entre la muchedumbre. Parecía todo un desafío llegar a la barra, pero finalmente consiguió su propósito.

Melissa tenía rasgos latinos. Era bajita, de metro sesenta no pasaba. Lucía una melena color azabache bonita que resaltaba con el color canela de su piel. De mirada penetrante, oscura. Poquita cosa de no más de cincuenta quilos, pero con unas curvas muy definidas. Hoy las dejaba mostrar orgullosa, con un top azul y unos shorts – más parecido a unas bragas tejanas – negros.

Sujeto el tiket de la consumición entre los dedos índice y corazón, adornados por una manicura francesa hecha de uñas de porcelana. Agitó el brazo para llamar la atención del camarero. El moreno, sin camiseta, y con un cuerpo de revista, se acercó a ella. Qué bueno está, pensó.

-        Buenas, guapa, ¿Qué te pondremos?

-        Yo a ti te dejo que me pongas lo que quieras. – sonrió ella. Él le devolvió la sonrisa, simpático y le guiñó un ojo. – me tomaré lo que me recomiendes, así que lo dejo en tus manos…

El camarero se rio y procesó con el cóctel para Melissa. Echó un vistazo a la gente que la rodeaba, al ambiente, se deleitó en la canción que sonaba en ese momento. El alcohol y la música híper fuerte hacían una mezcla explosiva en su cerebro.

-        Aquí tienes, guapa. – dijo el camarero alcanzándole un vaso de tubo y añadiéndole dos pajitas.

Ella le dio el tiket mientras le echaba un trago largo a la mezcla desconocida. Decidió terminarse el cubata antes de ir de nuevo con Anabel y los chicos. Si pasaba de nuevo por esa aglomeración, su bebida se iba a la mierda, literalmente.

Melisa iba dando tragos en menor medida a su copa. Su cuerpo empezó a tener reacciones raras pasado un rato.

Se sentía en las nubes. Un bienestar se apoderó de su cuerpo. Las ganas de bailar incrementaron, se colocó un poco para adelante para poder moverse con más ligereza. Le daba igual el tiempo, las personas que la miraban y siquiera se acordaba de donde estaba.

De repente, empezó a subirle un calor terrible. Tenía demasiado calor. La palabra ‘extremo’ se le quedaba corta. Parecía que la poca ropa que llevaba le molestaba. Tenía la sensación de sudar en exceso pero no era así. Eran los efectos del MDMA.

Se despertó. Desorientada. Miró a su alrededor. Parecía como si tuviera alucinaciones. Esa no era su habitación. Ni su casa. No recordaba nada. Su cabeza daba vueltas.

Volvió a tumbarse, cuando unos pasos se le acercaron.

-        ¿Estás mejor?

Ella entrecerró los ojos para ver la imagen de la chica un poco más nítida. Era joven. Con media melena, pelo castaño. Ojos azules. Iba en ropa interior. O de baño. No lo lograba distinguir. Pero le pareció realmente sexy. Tenía un cuerpo de infarto.

-        ¿Quién eres?

-        Una de las camareras del festival. Te desmayaste y te he traído a mi casa con el coche. Mi compañero te puso droga en la bebida… lo siento mucho. No podíamos llevarte al hospital, si no se nos hubiera caído el pelo a todos. Ha sido solo un golpe de calor.

-        Estoy muy mareada. Tengo muchísima calor. – aun la abrumaba ese bienestar anormal.

-        El efecto del éxtasis puede durar hasta seis horas. Descansa, será lo mejor.

Melissa se retorció en la amplia cama.

-        Estoy muy mareada. – le dijo de nuevo.

-        Son los efectos secundarios de la droga. Intenta dormir, será lo mejor. – le repitió, un poco nerviosa – porque me tendré que comer yo todos los marrones… - dijo para ella misma.

Fue a ponerse en pie cuando Melissa la cogió del brazo.

-        Quédate conmigo, por favor. – le sonrió.

Ella se encogió de hombros.

-        Tengo cosas que hacer corazón. Intenta dormir, cuando te despiertes por la mañana te llevaré a casa.

-        ¿Quién es? – dijo reclinándose y señalando una fotografía, encima de la mesita de noche.

La camarera dudó un segundo. Pero decidió contestarle. Total, mañana no se acordará ni de quien soy.

-        Mi ex.

-        ¿Eres lesbiana?

-        Sí.

Melissa la analizó de arriba abajo. Sonrió de nuevo, con más empatía, efecto secundario también de esa droga.

-        ¿te gusto? – preguntó sin escrúpulos.

La camarera se puso más nerviosa.

-        Déjalo, estas en un estado ebrio y no sabes lo que dices. – le contestó seria. – voy al salón a recoger las cosas. Duerme aquí, yo dormiré ahí. Mañana será otro día.

Melissa la cogió de la mano.

-        Estoy demasiado cachonda, necesito follar. Y tú también. – afirmó. – tengo novio, soy heterosexual. Pero tú estás súper buena. Y me pones. Fóllame. Ahora.

La chica abrió los ojos. La miró, tumbada en su cama. Con el top, la tripa al descubierto, dejaba ver un piercing en el ombligo adornado por una bola azul celeste. Tenía buenos pechos y unos muslos firmes. Y esos rasgos latinos solo la hacían más sexy. ¿Cuántos años debería tener? ¿Diecinueve, veinte?

-        Me habéis drogado. – prosiguió Melissa, pareciendo muy segura de lo que decía. – si me haces gozar como una perra en celo esta noche, no diré nada. Quiero probar el sexo con una chica. Contigo. Solo será un polvo.

Se sinceró, todo bajo el efecto de alcohol y drogas. Pero dicen que los borrachos nunca mienten.

Melissa se inclinó hacia ella, y la empujó suavemente para que cayera en el colchón.

-        Sé que quieres.

Y fueron sus últimas palabras antes de besarla.

La camarera tardó en reaccionar, pero analizó las palabras de Melissa. Un poco de diversión tampoco iría mal. Se autoconcienció que no pasaba y no pasaría más que eso. Así que se dejó llevar.

Sus lenguas se entrelazaron en un juego entre saliva. Melissa se puso a cien cuando notó el piercing de la lengua de ella acariciando su lengua. Se separó de ella, a milímetros.

-        Besas bien. – admitió. – besar a una chica es más intenso que a un chico. – sonrió sin dejar de mirarle la boca. – quiero que ese piercing tuyo me repase todo el coño. – dijo acariciándole el labio inferior con el pulgar. - ¿Cómo te llamas? Quiero saber tu nombre para gritarlo luego.

-        Cristina. – contestó la camarera, aún incrédula.

Aquellas palabras la habían puesto a cien. Su expareja, en cuatro años de relación, no había sido capaz de hablarle sucio. Y esa niñata la había superado en cuanto a excitarla en cuestión de minutos.

-        Túmbate. – le ordenó Cris. – eres una guarra. Y eso me pone. Mucho.

Melissa se tumbó. Cris le quitó los pantalones. Se encontró con unas sexy braguitas de encaje negro. Las quitó sin pensárselo.

Tenía delante un precioso chocho rasurado y apretadito. Miró a Melissa, que deseaba con ansias que se hundiera entre sus piernas. Ella se moría por probar esa ricura. Pero iba a hacerse de rogar.

Le acabo de quitar la ropa. La observó con detenimiento. Unos pechos generosos y turgentes con un pezón grande y marrón.

A Cristina se le hacía la boca agua.

Eran muy parecidas físicamente. De estatura baja, menudas, delgadas. No carecían de pecho. Bien proporcionadas.

Pero cristina era blanca como la leche de piel y tenía unos pezones más pequeños y rosados.

No dudó en mostrarlos a Melissa, que no dejaba de mirar cada y uno de sus movimientos. Se desabrochó el bikini – obligada a ponérselo como ‘uniforme’ de trabajo’ y se quitó la parte de abajo, de corte brasileño, que aún le hacía mejor culo.

Cristina se tumbó encima de Melissa. La besó de nuevo, mientras que con su pierna abría aún más las de ella. Metió la mano para comprobar lo evidente.

Y más que eso, se encontró a Melissa encharcada en flujos. Sus dedos resbalaron por su raja, tan mojada y caliente. No podía contenerse más.

Le frotó el clítoris con ímpetu, frenéticamente mientras la acariciaba con la otra mano, la tocaba, la besaba, la lamía.

Melissa gimoteaba. Si la seguía frotando así de rápido, se iba a correr en nada.

Cristina aflojó su movimiento para introducir tres dedos de golpe en el coño de Melissa, que pasaron dentro como si aquello se tratara de mantequilla. Giró su mano, produciéndole un enorme placer a Melissa. Se detuvo un rato así, masturbándola.

Al cabo de un rato, quitó la mano y la sustituyó por su cuerpo. El coño de Melissa estaba totalmente abierto, y aprovecho para posarse encima. El hinchado clítoris de Mel rozaba con el de Cristina. Empezó a follársela lento, con el coño, con la pierna.

Melissa estaba en la gloria. Quería más, más. Más fuerte, más rápido.

De repente, Cristina se apartó.

-        Levántate. – le ordenó de nuevo.

-        ¿Por qué?

-        Vas a follarme la boca.

Melissa se levantó del tirón, sonriéndola. Cristina se tumbó boca arriba.

Se sentó, prácticamente en la cara de Cris. Y ésta, la agarró de los muslos, apretándola aún más.

-        ¡Oh! ¡joder! – sintió la sensación de la lengua de cris pasearse por su raja tan empapada de flujos. – cómemelo, cómemelo entero hija de puta, devórame el coño como si fuera tu única comida. – le espetó Melissa empezándose a mover encima de la boca de Cris como una completa poseída. - ¡Oh, sí, sí, sí! ¡Qué bieeeeeeen! – jadeó, poniendo las manos en las rodillas de Cris, para tener un apoyo y poderse mover mejor. – méteme la lengua, puta, métemela por el coño.

Cris hizo caso omiso. Le chupó el clítoris, lo atrapó en su boca y mientras lo succionaba, empezó a hacer redondas a su alrededor con la lengua. Los flujos de Melissa le recorrieron la barbilla, inundándola en un mar de sexo.

-        Sí, sí, sí, jodeeeeeeeeeeeeer. – jadeaba sin parar, moviendo rápido las caderas, puso una mano en la mandíbula de Cristina para que no dejara de comérselo. – méteme los dedos, la mano entera, fóllame el coño fuerte ¡HOSTIAS!

Cris alzó una mano y empujó la cabeza de Melissa hacia abajo. Tenía el coño de Cris a centímetros de ella y ni se había percatado de lo caliente que iba. No dudó ni un segundo: lo empezó a devorar como si hiciera semanas que pasaba hambre.

Cris dio un respingo, alzó las caderas y ahogó los gemidos en el coño de Melissa. Le metió la lengua por el dilatado agujero, luego un par de dedos mientras volvía a chuparle el clítoris. Movió la mano aceleradamente y Melissa se corrió.

-        OHHHHHHHHH, SÍIIIIIIIII… - Su flujo cayó a borbotones por la cara de Cris. Ella lo bebió, bebió de su orgasmo y lamió sus muslos, sin desperdiciar ni una gota.

Melissa se derrumbó encima de Cris, con la respiración agitada.

-        Aún no he acabado contigo. – dijo Cristina, saliendo de debajo suyo y bajando de la cama.

Llegó al cabo de dos minutos con un arnés de doble dildo puesto. De veintidós centímetros. Ella ya tenía metido el de la parte de dentro en su coño. Melissa aún estaba boca abajo descansando del arrasador orgasmo.

La pilló desprevenida, pero le dio igual. A Cris la abrumaba la lujuria. Ya no estaba esa camarera amable.

Se la metió hasta el fondo y Melissa gimoteó, retorciéndose, por el placer que le otorgaba y porque aún estaba sensible del anterior orgasmo.

-        Esto no es todo, putita mía. Eres una guarra de cuidado, y como tal te voy a tratar. Vas a gozar de lo lindo.

De un cajón del lateral sacó otro vibrador, un poco más fino. Lo untó de vaselina y lo presionó en la entrada del ano de Melissa, la cual no se quejó, ni mucho menos.

Lo introdujo poco a poco. Una vez metido dentro, los puso en marcha. Los tres.

Melissa se sentía apretada, mucho. Creyó que moría de placer.

Cris se la empezó a follar, agarrándola de las caderas, una y otra y otra vez, fuerte, embistiéndola con la polla de látex, tan gruesa y larga, que giraba sobre sí misma, haciéndole disfrutar el doble.

-        Oh.. mh.. ¿te gusta? ¿te gusta que te follen por el culo y por el coño a la vez? Claro que te gusta, eres una mala puta viciosa. – gimió Cristina embistiéndola ahora con una fuerza bruta total. El cabezal de la cama golpeaba contra la pared. – Ohhh dioss….. tu coñito estaba de muerte…. Ah… mmhh….. te lo hubiera comido durante horas…. Jodeeeeerrr…. Hasta…. Que perdieras…. El conocimiento….. putita míaaa….

Cris se inclinó, sin dejar de follársela, mientras con una mano sujetaba el vibrador con el que penetraba el culo de Melissa, con la otra le empezó a frotar el clítoris de nuevo. Melissa no pudo aguantar más. Se corrió por segunda vez, sacando a chorretes todos sus flujos los cuales recorrieron sus muslos, hasta empapar las sábanas de la cama.

Cristina se apartó, se quitó el arnés y lo dejó a un lado. Tumbó a Melissa boca arriba.

-        Abre la boca maldita zorra, voy a correrme mientras me lo comes hasta el fondo.

Se sentó en la boca de Melissa, sin darle tregua alguna.

-        Saca la lengua.

Ella acató órdenes. Cristina empezó a frotar bruscamente su clítoris con la lengua de Melissa. Rápido, más rápido.  Más, más.

-        Chúpalo, chúpame el clítoris… oh… ahhhhhhhhh… así, así… más, más, no pares. – la agarro del pelo y la ahogó en su coño, montándose su boca como una animal. Se corrió, gritando como una posesa. – OHHHH SIIIIIIIIII, ME CORROOOOOOO… TRAGATELO TODO, TODO…

La boca de Melissa se llenó de flujos. Cris cayó rendida a su lado.

¿Qué había hecho? Habían drogado a esta chica en su barra del festival. Le habían insistido a que se la llevara a casa, ya que era la única camarera y sería más suave la situación en cuanto ella se despertara – eso es lo que decían ellos -. Y se la había follado brutalmente. Y había tenido un orgasmo memorable.

Sí, había sido increíble. Y eso era lo único que importaba. Miró a Melissa, la cual dormía ya como si nada, y pensó que debería hacer lo mismo.

Mañana sería un nuevo día.