Explotando mi cuerpo. Parte 1: iniciación

Estaba pasando una mala racha y un pequeño juego morboso en el gimnasio abre un mundo nuevo para mí.

«Gracias, pero en estos momentos no estamos buscando personal». Ésa era la frase que más veces había oído desde hacía un año. En los últimos meses cada día me pasaba horas y horas enviando currículums y mirando ofertas de trabajo y apenas me habían salido un par o tres de entrevistas, que no habían acabado en nada. Era desesperante y mi situación económica estaba llegando a una situación límite.

Tengo 28 años, una carrera universitaria y un máster y llevo más de un año en paro. Parece que los únicos trabajos que existen para mí son precarios o mal pagados pero me niego a aceptar que tenga que recurrir a ellos, después de todo lo que me ha costado sacar adelante mi educación. Provengo de una familia humilde, me ha costado mucho esfuerzo pagarme los estudios y ahora que tendría que estar recogiendo sus frutos, la mierda de la crisis se lo ha llevado todo por delante.

Si seguía sin encontrar un trabajo decente, en breve tendría que tomar decisiones drásticas. Ya había recortado gastos por todas partes, apenas dedicaba nada a caprichos o salidas. Todo lo dedicaba al alquiler del piso, la comida y el gimnasio. Y pronto tendría que sacrificar algo de eso también, porque la situación estaba llegando a un punto crítico. No me apetecía nada dejar el gimnasio, era la única distracción que tenía desde hace tiempo. Mis días se dividían entre las horas que pasaba ante el ordenador buscando trabajo y las que dedicaba a machacarme en el gimnasio. Las mancuernas y las máquinas de fitness me permitían desconectar, olvidarme de mis problemas y hacer algo de vida social, que se había reducido mucho desde que no podía apenas salir de casa para no gastar. Además de conseguir un cuerpo atlético y musculado, gracias al cual podía follar a menudo, cosa que también me ayudaba a desconectar.

Y tampoco estaba dispuesto a renunciar al piso. A mis 28 años volver a casa de mis padres significaría todo un fracaso y no se me pasaba por la cabeza. Si tenía que volver a casa de mis padres, perdería mi picadero particular y ya he dicho lo importante que es para mí mi vida sexual. Porque soy gay y una persona muy sexual. Disfruto mucho del sexo, es mi principal hobby y estos días es lo que me mantiene con vida, lo que evita que me venga abajo definitivamente. Saber que hay tíos que me desean y que quieren follarme es lo único que me levanta el ánimo. Pero pronto todo eso se acabaría, tendría que dejar el piso o el gimnasio o las dos cosas. Y en ese caso sí que ya no tendría motivos para ver la vida con optimismo.

Me levanté, cogí la bolsa del gimnasio y me fui para allá. Siempre que me venían esos pensamientos a la cabeza, me escapaba a entrenar para quitármelos de encima y luego buscaba alguien allí, entre mis contactos o en internet, para que me follara y así quitarme esas ideas negativas de la cabeza. A ver si hoy había suerte.

Al llegar al vestuario encontré rostros conocidos pero ninguno de mis amantes habituales. Había quedado con casi todos los gays buenorros que acostumbraban a ir por allí y algunos se habían convertido en polvos recurrentes. Cuando coincidíamos, al salir muchas veces quedábamos para ir a mi casa y hacer un poco más de ejercicio, esta vez entre las sábanas. Pero hoy no parecía haber ninguno de ellos por allí.

Mientras me cambiaba vi a un cuarentón que me miraba con poco disimulo. Solía pasar, ya que algunos no se esmeraban mucho en que sus vistazos sobre mi cuerpo pasaran desapercibidos. De hecho era una de las formas más habituales de descubrir posibles polvos. No quiero parecer engreído pero mis años en el gimnasio me han esculpido un cuerpo musculoso y fibrado, que yo cuidaba con esmero, depilándomelo y manteniéndolo a buen color. Además, desde que me había quedado en paro mi cuerpo había mejorado aún más, ya que podía dedicarle más tiempo.

El cuarentón seguía mirando con insistencia. No era para nada mi estilo, porque estaba prácticamente calvo, lucía algo de barriga y tenía demasiado vello, pero no su cuerpo no estaba mal del todo; se notaba que no venía al gimnasio sólo a pasar el rato. Se estaba desvistiendo lentamente, supongo que para esperar a que yo me desvistiera también, así que decidí darle el gustazo de quitarme la ropa poco a poco y sobarme el paquete para que se me pusiera algo morcillona. Algunos dirán que soy un calientabraguetas, porque no me lo pensaba follar, no era mi tipo, pero no creo que él pensara en eso y, además, pocas cosas me ponen más que sentirme deseado de manera tan escandalosa. Bufff. No teníamos a nadie alrededor así que cuando ya solo llevaba los boxers opté por sacarme la polla y mostrársela en todo sus 22 cm de esplendor. Pero el tío no se inmutó sino que con la mirada me pidió que me diera la vuelta. El cabrón quería verme el culo! Me estaba empezando a caer bien ese tío. Opté por sacarme el boxer y mostrarle mi cuerpo completamente desnudo desde atrás. Cuando me giré el tío se estaba sobando la polla por encima del slip con cara de ir salidísimo. Pero nuestro momento de intimidad se truncó. Tuve que taparme la erección rápidamente con la toalla porque se acercaban dos chicos y el cuarentón se vistió rápidamente y subió a la sala de fitness. La verdad es que esos juegos morbosos me encantaban y, aunque no tenía intención de hacer nada con él, decidí que podía continuar con el juego un poquito más. Así que en lugar del pantaloncito corto que me acostumbraba a poner y que me marcaba bien el paquete, decidí ponerme las mallas. Las llevaba siempre en la bolsa porque conocía un activazo allí al que le encantaba verme con ellas puestas. Decía que me hacían un culo de impresión y que siempre le hacían entrar ganas de follarme en cualquier parte. Hoy el activazo no estaba pero seguro que el cuarentón iba a disfrutar de las vistas igual.

Así que con las mallas y la camiseta de tirantes subí a la sala de fitness a atacar mi rutina habitual. Mientras entrenaba buscaba con la mirada al cuarentón y no me costaba mucho encontrarlo. Siempre lo veía cerca de mí y entonces me giraba con cualquier excusa para que me viera bien el trasero. Además no intenté evitar que la polla se me pusiera morcillona, cosa que también se veía a través de las mallas ajustadas. Me encantaban esos juegos. A él también se le veía contento a juzgar por el bulto que se le marcaba en la entrepierna.

Estuvimos así buena parte de la tarde, jugando. Al final él se fue a la cinta a correr un rato, aunque no me perdía de vista. Intuía que estaba haciendo tiempo hasta que yo terminara para poder coincidir en las duchas y así fue. Cuando terminé los ejercicios y fui a estirar, el tío dejó la cinta y se puso a estirar a mi lado. Y luego me siguió hasta el vestuario. Empecé a temer que quizás había ido demasiado lejos y ahora no me lo iba a poder quitar de encima. Jugar estaba bien, pero el tío no cumplía ni de lejos los mínimos para llevarlo a mi cama. Soy bastante exigente a la hora de elegir mis amantes y afortunadamente me podía permitir escoger a los más buenorros. Para eso me pasaba media vida en el gimnasio.

En el vestuario no pudimos seguir con el juego porque había gente, pero se las ingenió para acabar en una ducha frente a la mía. Las duchas estaban compartimentadas pero no tenían puertas así que el único que te podía ver era el de enfrente. Había pasado muy buenos ratos en aquellas duchas y decidí que no tenía por qué parar el juego mientras no quisiera acercarse. Así que me puse a enjabonarme en plan bien sexual, frotándome bien la polla e introduciéndome algún dedo en el ano. Al cuarentón se le iluminó la cara con esto último y se empezó a masturbar viendo el espectáculo. Ya habréis adivinado que soy algo exhibicionista, me encanta que me miren y se exciten y cuando veo que disfrutan viéndome, yo aún me excito más.

Así estuvimos un buen rato hasta que decidí dejarlo porque el cuarentón no parecía querer correrse; por él hubiéramos estado allí hasta el cierre. Y no era plan. Me sequé, me puse la toalla alrededor de la cintura y me fui a vestir y él hizo lo mismo.

Había gente alrededor mientras nos vestíamos, así que el juego tuvo que terminar. Él parecía que ya había quedado satisfecho porque ya apenas me miraba. Así que empecé a vestirme dándome por satisfecho por el buen rato que me había hecho pasar. Al terminar de ponerme la ropa me acerqué al espejo que había en la pared para acabar de peinarme y vi cómo el cuarentón recogía sus cosas y se iba pasando cerca de mis cosas. Desde el espejo pude ver como metía la mano en mi bolsa y la sacaba rápidamente. Estuve a punto de gritarle y preguntarle qué estaba haciendo, pero el cuarentón se giró, me miró, me sonrió y luego se dio la vuelta y se fue hacia la salida. Me quedé perplejo. ¿Qué estaba haciendo con mis cosas? Me acerqué a la bolsa y dentro de la misma, encima de la toalla y la ropa sudada me encontré... ¡un billete de 50 €! ¿Qué significaba aquello? ¿Era una broma? Me miré bien el billete. Parecía auténtico. Y entonces me di cuenta que había escrito a mano un número de móvil en un rincón del mismo. ¿El cuarentón me estaba dando 50 € por el show que le había montado en la ducha? ¿Y me dejaba el teléfono escrito en el billete para que lo llamara? Pensar que el tío había disfrutado tanto viendo cómo me metía los dedos que me estaba dando 50 € por el show me puso muy cachondo. Tenía la polla tiesa bajo los tejanos solo de pensarlo.

De camino a casa no podía pensar en otra cosa. ¿Y si era todo un error? Y si se le había caído el billete sin darse cuenta? Pero el número de móvil apuntado parecía indicar otra cosa. ¿Y si todo era una casualidad? ¿Y si el billete llevaba ese móvil apuntado desde hacía tiempo y había pasado de mano en mano hasta acabar en mi bolsa por un descuido? Pero eso era mucha casualidad... ¿Realmente me estaba pagando 50 € por el show de la ducha? ¿En qué me convertía eso? ¿En un chapero? Pero yo no se lo había pedido. La verdad es que esos 50 € prácticamente me solucionaban lo que quedaba de mes. ¿Me estaba dando el teléfono porque quería repetir? ¿Estaba dispuesto a pagarme de nuevo por montarle un show en el que ni siquiera me tocaba? La verdad es que eso me sería de mucha ayuda dada mi delicada situación económica. Y si ni siquiera me iba a tocar... Con lo que yo disfrutaba enseñando cacho y jugando a calentar al personal, si encima me iban a pagar era un negocio redondo. Pero no podía ser. Tenía que ser un error. Demasiado fácil.

Llegué a casa y no dejaba de darle vueltas al tema. Tenía que averiguar de qué iba todo aquello. Cogí el móvil y busqué si el cuarentón tenía whatsapp. No me atrevía a llamarlo por si todo era un malentendido. Por suerte tenía, aunque sin foto colgada, por lo que no podía saber si era realmente él o no. Así que le envié un mensaje:

  • ¡Hola! Soy el del gym.

Suponía que de esta manera, si todo era una equivocación, me daría cuenta en seguida. Rápidamente obtuve respuesta:

  • ¡Hola! Me alegra mucho que me hayas escrito. ¡Cómo me lo has hecho pasar esta tarde! Estás tremendo. Ya veo que has recibido mi regalo.

¡Era él! ¡Y lo del billete no era un descuido! Estaba muy alterado. No sabía muy bien qué decirle, así que decidí darle cuerda para que fuera él quien se retratara:

  • Sí, gracias. Pero no hacía falta, yo también lo he disfrutado mucho.

  • Ya lo he visto. Menuda cara de vicioso tenías. Te gusta meterte los dedos, ¿eh?

  • Jejeje. Sí, mucho. Y otras cosas...

  • No lo dudo. Tienes un culazo. Y un cuerpazo. A ver cuando me lo dejas disfrutar otra vez.

  • Jajaja. No será tanto. ¿Quieres otro show?

Ahí iba la pregunta. ¿Querría repetir? ¿Pagando? La respuesta llegó al momento:

  • ¡Claro! Un cuerpazo como el tuyo no se ve todos los días. Y menos con tu movimiento, jeje.

No se mojaba. Pero no quería preguntarle directamente, no quería que se pensara que era un chapero. Intenté ahondar en el tema para que fuera él quien lo aclarara:

  • Jajaja. Ya vi que no me quitabas el ojo de encima.

  • Claro que no. No quería perderme nada. Buff. Sólo de recordarte en las duchas me vuelvo a empalmar.

  • Jajajaja. Yo también la tengo dura

  • Qué cabrón. Te gusta que te miren, ¿eh?

  • Sí, me pone mucho ver como otros se excitan conmigo.

  • Mmm. Ese cuerpo tienes que compartirlo, jeje. Yo disfruto mucho con cuerpos como el tuyo. Y puedo ser generoso...

Ahí estaba. Me estaba ofreciendo pasta, ¿no? Mi polla dio un respingo. Medí mucho mis palabras:

  • Ya lo he visto. La verdad es que tu generosidad me ha venido muy bien. Estoy pasando por una mala racha.

  • Yo puedo ayudarte un poco. Si quieres claro. Sólo quiero que los dos disfrutemos y lo pasemos bien.

  • Jeje. Eso no puede ser malo.

¿Qué estaba haciendo? ¿Me estaba vendiendo? Ya no sabía si lo hacía por la pasta o por el morbo que me daba todo aquello. Pero es que además sus palabras me lo ponían todo muy fácil:

  • Claro que no. No hay nada malo en disfrutar. Y aquí nadie va a hacer nada que no quiera hacer.

  • Ok.

  • Si quieres te llamo el fin de semana y nos vemos un rato. ¿Tienes sitio?

  • Sí, no hay problema en eso. Llámame y lo hablamos.

  • Perfecto. Por cierto, ¿cómo te llamas? Yo Rafa.

  • Yo Sergio.

Lo acababa de escribir y ya me estaba arrepintiendo. ¿Debería haber dado un nombre falso? ¿No es lo que hacen los chaperos? ¿Me iba a convertir en uno? El cuarentón no me dio mucho tiempo para pensarlo:

  • Encantado Sergio. A ver si nos vemos a lo largo de la semana por el gym, aunque yo suelo ir más tarde. En cualquier caso, te llamo el fin de semana.

  • OK, Rafa. Hablamos.

Ya estaba. Había aceptado vender mi cuerpo por dinero. Aunque la verdad no habíamos entrado en detalles. Se suponía que sólo quería mirar, ¿no? Tampoco habíamos hablado del precio. ¿Tenía que haberlo preguntado directamente? Qué locura.

Pasé el resto de la semana nervioso. Aunque fui todos los días al gym, no me volví a encontrar al cuarentón. Empecé a pensar que todo había sido una broma de mal gusto. Pero el viernes por la noche me llamó.

  • ¡Hola Sergio! ¡Soy Rafa!

  • ¡Hola! ¿Cómo vas?

  • Muy bien. Con ganas de verte. ¿Te va bien mañana noche?

  • Mmm. Sí, no tengo planes.

La verdad es que apenas salía ya los findes para no gastar lo poco que tenía.

  • ¡Genial! Mira, no quiero que estés nervioso, ¿vale? Se trata de que me muestres tu cuerpo como lo hiciste el otro día en el gym. Creo que sabes a que me refiero. Si lo haces bien, te daré un regalito, jeje.

Suponía que se refería a otros 50€, pero no me atrevía a decirlo claramente si él no lo hacía antes. Pero tenía que quitarme otra duda de encima:

  • OK, no hay problema. ¿Sólo quieres mirar?

  • Jeje. No te preocupes, que no haremos nada que no quieras hacer. Me muestras tu cuerpo y a partir de ahí ya veremos si nos sentimos cómodos y lo que nos apetece a los dos, ¿vale?

Todo lo que decía parecía tan fácil que sólo cabía una respuesta:

  • Claro, perfecto.

  • ¿Te va bien a las 22h? ¿Me das tu dirección?

Y se la di. Ya estaba hecho. Mañana lo tendría en mi casa y no sabía muy bien lo que pasaría. Ni siquiera habíamos pactado un precio. ¿Y si luego se largaba sin darme nada? Qué locura. ¿Dónde me estaba metiendo? Lo único que sabía a ciencia cierta era que mi polla iba a explotar con todo aquello. Normalmente ya me ponía muchísimo ver cómo los tíos se excitaban con mi cuerpo pero que estuvieran dispuestos a pagar por ello aún lo hacía más morboso. ¿Estaría enfermo por pensar así? No creía. ¿Qué había de malo en enseñar mi cuerpo y ganar algo de dinero con ello? Era como ser un stripper privado sólo que con final feliz. Y el dinero me permitiría seguir tirando unas semanas más.

Pese a que intentaba tranquilizarme pensando que tampoco era nada del otro mundo, aquella noche no dormí mucho de los nervios. Por la mañana fui al gym a descargar un poco la tensión y luego pasé todo el día inquieto pensando cómo sería la cita de la noche.

A las 20h me metí en la ducha y empecé a acicalarme. Me repasé todo el cuerpo para quitarme el poco vello que tenía, ya que hacía poco que me había depilado entero. Mientras me afeitaba no paraba de darle vueltas a lo que tendría que hacer. ¿Cuando llegara querría charlar un rato o ir directo al grano? ¿Qué se supone que debía hacer yo? ¿Desnudarme y repetir lo de las duchas? A lo mejor era él quien me decía lo que tenía que hacer. La idea de recibir órdenes me excitaba aún más. En cualquier caso, no tenía nada de lo que preocuparme. Enseñar mi cuerpo era uno de mis hobbies favoritos y dejar que miren cómo me masturbo, una de mis fantasías más recurrentes. Todo saldría bien. Tenía que hacer lo que tantas veces hacía en las duchas del gym o en las playas nudistas, solo que en casa, con más descaro y con la polla tiesa.

Abrí el armario y empecé a elegir lo que ponerme. Tampoco me iba a durar mucho puesto, pero quería que se marcara bien todo, sobretodo el culo y el torso. Elegí unos pantalones cortos ajustados y una camiseta apretada. Aún no hacía calor pero me gustaba enseñar mi cuerpo trabajado y aquella noche con más razón.

Aún quedaba más de media hora para las 22h y no sabía muy bien qué hacer para matar la espera. Abrí una botella de vino blanco y me serví una copa. La había comprado por la mañana para ofrecer a Rafa algo de beber pero me iría bien empezar ya a tomar algo de alcohol para rebajar los nervios.

Mientras bebía me miré en el espejo de cuerpo entero. Estaba bueno. Estaba en la ruina pero estaba bueno. No tenía que avergonzarme de ello. Me iría bien la pasta y no hacía nada malo. ¿Y si quería meterme mano? Mi polla dio un respingo. Eso no iba a suceder. Me había dicho que no haríamos nada que no nos apeteciera a los dos. En cualquier caso yo era más grande y fuerte que él y sabría frenarlo.

Quedaba un cuarto de hora y decidí servirme otra copa y poner algo de música.10 minutos. El tiempo pasaba despacio y los nervios iban en aumento. Me bebí la copa de un trago y me serví otra. Vaya imagen de mal anfitrión iba a dar con la botella medio vacía.

Cuando faltaban cinco minutos sonó el timbre. Era Rafa. Qué puntual. Cuando abrí la puerta apareció él sonriente. Iba vestido con tejanos y un jersey ajustado que marcaba su torso. No parecía nervioso. Le invité a pasar al salón.

  • Pareces nervioso, Sergio. No tienes por qué estarlo. Todo va ir bien.

  • Bueno, sí, estoy un poco nervioso, pero enseguida se me pasará, no te preocupes. ¿Quieres una copa de vino? Espero que no te importe que haya abierto la botella antes de que llegaras pero...

  • No te preocupes, no pasa nada. Yo también me he tomado algo antes de venir, pero me apetece el vino, gracias.

Se hizo el silencio mientras le servía la copa. No sabía muy bien qué decir o hacer a partir de ahora. ¿Me desnudaba ya? Rafa me sacó de dudas:

  • Esa camiseta te queda muy bien pero creo que estarás mejor sin ella, ¿no?

  • Pensaba que no me lo ibas a pedir.

Y me quité la camiseta. Empezaba a encontrarme en mi salsa gracias al vino y a que ya estaba medio desnudo. Me pasé la mano por el paquete para marcar mi polla que no había dejado de estar empalmada desde que Rafa había llegado.

  • Date la vuelta.

Obedecí.

  • Menudo culo, Sergio. Qué rico. Siempre que te veo en el gym le echo un vistazo a tu culo porque no tiene precio.

¿Me había visto antes del otro día? ¿Cuándo? No me había dado cuenta, pero no dije nada. Un momento. ¿Había dicho precio?

  • Supongo que te sorprendió el otro día encontrar aquel billete en tu bolsa. No quería ofenderte, al contrario. Yo disfruto mucho con un cuerpo bien trabajado y tú no sólo lo tienes, sino que además disfrutas enseñándolo y haciendo disfrutar a los demás con él. Y eso no lo saben hacer muchos. Por eso quise mostrarte mi agradecimiento. Me gusta corresponder a los que hacen algo por mí.

Yo no sabía mucho que decir así que seguí callado y él continuó:

  • Por teléfono me dijiste que estabas pasando por una mala racha y estoy dispuesto a ayudarte. Tú tienes algo que yo aprecio mucho, un cuerpo precioso, y yo no tengo problemas de dinero y estoy dispuesto a ayudarte. Podemos llegar a algún tipo de acuerdo para que los dos lo pasemos bien y tú puedas salir un poco del bache.

Estaba perplejo por lo directo que estaba siendo. Y muy excitado. No me salían las palabras. Así que opté por lo que mejor sabía hacer: desnudarme. Me quité el pantalón y el boxer a la vez y mi polla tiesa se quedó apuntando a Rafa. El sonrió y se acomodó en el sofá mientras decía:

  • Creo que nos entenderemos.

Y yo empecé a sobarme. Me puse los dedos en la boca y luego recorrí todo mi cuerpo con ellos, empezando por los pezones y terminando por mi polla y mi culo. Rafa disfrutaba, se le veía en la cara.

Y yo seguí con mi show. Primero de pie, después en el sofá, a su lado, pero manteniendo las distancias. Me puse de rodillas mientras me sobaba polla y culo, luego sentado, estirado boca arriba, boca abajo... Yo estaba muy excitado y mi polla no dejaba de sacar líquido presemjnal que yo recogía con mis dedos para degustarlo en mi boca. Rafa sólo miraba. Su paquete marcaba una tremenda erección pero él no se tocaba. Sólo me miraba sin perderme de vista ni un momento.

Yo seguía muy caliente. Me acerqué a él en el sofá y me puse de rodillas. Mi polla quedó a la altura de su cara. No habíamos fijado los límites explícitamente, pero se suponía que él solo quería mirar, ¿no? Acerqué mi polla a su cara. Estaba jugando con fuego y eso me ponía aún más a cien. Él sonrió pero no se movió. Mi polla estaba a milímetros de su boca, tiesa, húmeda, sacando líquido preseminal... Yo estaba excitadísimo. Me masturbé suavemente delante de su cara un buen rato. Él solo sonreía. Su pantalón iba a explotar pero él no se tocaba. ¿Por qué no se tocaba? ¿No lo estaba calentando lo suficiente?

Entonces decidí usar mi mejor arma. Me levanté y fui a mi habitación pasando por delante suya y caminando lentamente para que pudiera disfrutar bien de mi culo, que tanto apreciaba. Recogí los dos dildos que tenía en la mesilla de noche y la crema lubricante y volví al salón. Al verme con semejante instrumental se le iluminaron los ojos. Me puse de rodillas en el sofá delante de él y me metí el dildo mediano en la boca, chupándolo como si fuera la mejor de las pollas. ¡Cómo me gustaba mamar pollas! Chupé ese dildo como si fuera la última polla que me metía en la boca. Rafa se recolocó el paquete, le estaba gustando, pero seguía sin tocarse. ¿Acaso no lo estaba haciendo bien? Sin sacarme el dildo de la boca unté mi mano de lubricante y me froté el ano, estirándome hacia atrás para que lo pudiera ver bien. Me metí un dedo, luego dos, para prepararlo bien. Una mano en mi culo, la otra empujando el dildo contra mi garganta. Estaba disfrutándolo como si fuera el mejor de los polvos, porque la cara de Rafa denotaba que le estaba gustando. Cuando mi ano estuvo preparado, me saqué el dildo de la boca y lo introduje en mi culo. Entró como si nada, de lo caliente que iba. Y empecé a follarme suavemente, gimiendo levemente sin ni siquiera darme cuenta. Mi boca estaba huérfana así que me metí el dildo más grande, que medía unos 20 cm.

Rafa dirigía mi mirada a mi culo, a mi cuerpo y a mi boca alternativamente y sonreía. Verlo disfrutar de la visión de mi cuerpo me ponía a mil y empecé a follarme más rápidamente. Hasta que no pude más y me saqué el dildo mediano para meterme el grande, que entró igual de fácilmente que el primero.

Así estuve un buen rato, follándome con el dildo mientras con la mano libre, húmeda de lubricante y líquido preseminal recorría todo mi cuerpo, especialmente mis pezones y mi polla. Y mientras yo miraba a Rafa fijamente. Me encantaba ver su cara de deseo al verme disfrutar. Por un momento clavó su mirada en la mía y sonrió. Supongo que yo debía tener una cara de perra viciosa imposible, porque así era como me sentía. Sin pensarlo le hice un gesto con la cabeza para que fuera él quién empujara el dildo hasta el fondo de mis entrañas. Él lo entendió a la primera y no lo dudó. Empezó a follarme suavemente pero luego aceleró. Se incorporó en el sofá para hacerlo desde una posición más cómoda y se volvió a colocar el paquete. Él muy cabrón continuaba sin tocarse y yo estaba cachondísimo. Ahora tenía las dos manos libres, así que con una me masturbaba y con la otra me sobaba el pecho, sobretodo los pezones. Y mientras nos mirábamos. Y en ese momento me di cuenta que yo había nacido para aquello. Para ser el objeto sexual de aquel hombre. Yo estirado en el sofá completamente desnudo a su merced, mientras él aún vestido me follaba con un dildo enorme y me hacía volverme loco de placer. No tuve más remedio que correrme.

Una vez terminé de correrme, me estiré boca arriba para poder recuperar la respiración. Rafa había retirado el dildo y lo había dejado sobre la mesita. Había sido increíble. Mi corrida seguía sobre mi abdomen y Rafa no la perdía de vista. Le hice un gesto con la cabeza invitándolo a esparcirla por mi torso y enseguida lo entendió. Con su mano derecha me frotó el abdomen y el pecho con mi semen. Yo le cogí la mano y me la acerqué a mi boca para saborear el semen que tenía entre sus dedos. Me fue metiendo en la boca un dedo tras otro hasta que se los dejé relucientes. Rafa estaba disfrutando pero yo aún más. Seguí tumbado unos minutos más, gozando del momento mientras Rafa seguía repasando mi cuerpo con su mirada, desde mi culo, que seguía bien abierto, hasta la cara, pasando por mi polla y mi pecho. Me encantaba ver cómo Rafa disfrutaba observando mi cuerpo. ¿Era normal estar tan cachondo aún?

Al cabo de unos minutos me levanté para ir a limpiarme al baño. Rafa no se inmutó y me siguió con la mirada hasta que me perdió de vista. Me di una ducha rápida mientras pensaba qué iba a pasar ahora. ¿Querría irse ya? ¿O preferiría quedarse un rato morboso hablando y observando mi cuerpo desnudo? ¿Tendría que pedirle que me pagase? ¿O saldría de él sin tener que decirle nada? ¿Le habría gustado? Por su cara parecía que sí, pero ni siquiera se había tocado. No me atrevía a preguntarle. No me atrevía a abrir la boca por miedo a romper ese momento tan caliente que se habría creado en mi casa. Me sequé y volví al salón sin ponerme nada encima.

Al entrar me quedé perplejo. Encima de la mesita, al lado de los dildos y el lubricante. Había dos billetes. Uno era de 100 € y el otro de 500 €. Nunca había visto un billete de 500 €. Estaba tan sorprendido que ni siquiera había acabado de entrar en el salón, me había quedado parado en la puerta al ver los billetes. Mi polla empezó a despertarse cuando Rafa comenzó a explicarse:

  • No te asustes. Pasa y siéntate, hombre. Es tu casa.

Le hice caso y me senté en el sofá no muy lejos de él.

  • Me acabas de dar uno de los momentos más calientes de mi vida. Me has puesto como una moto. Pensaba que lo de las duchas del gimnasio iba a ser difícil de superar pero lo has conseguido con creces. Pero por supuesto me he quedado con ganas de más. No puedo tener un cuerpo tan increíble como el tuyo tan cerca y no desear poseerlo, follarle boca y culo durante toda la noche. Por eso te quiero hacer una propuesta, pero no te sientas obligado a nada. Ya te dije que no haríamos nada que no quisiéramos hacer los dos. Si no te apetece, puedes quedarte con esos 100 €, te los has bien ganado. Pero puedes pasar un buen rato y ganarte 500 € más si decides pasar la noche conmigo y me dejas follarte por todos los agujeros de tu cuerpo. Y si decides no aceptar la propuesta, no hay problema, podemos seguir viéndonos para jugar a lo que hemos estado jugando hasta ahora. Pero tengo muchas ganas de follarte y creo que a ti, además de venirte bien el dinero, también te gustaría que te follara. Tú decides.

No hacía falta que me lo pensara ni que lo dijera en voz alta. Mi polla había contestado por mí, al erguirse bien tiesa y apuntando hermosa hacia el techo mientras escuchaba sus palabras. Así que no tuve que decir nada. Simplemente me arrodillé delante de Rafa, le desabroché los pantalones y empecé a mamarle la polla como si fuera lo último que hacía en mi vida.