Explorando el lado femme (clara 3)

Los riesgos que una siempre está dispuesta a tomar entre la excitación y la presión social.

Esa mañana había despertado más Femme que de costumbre (femme es como yo y algunas amigas

trans

le llamamos al sentimiento de femineidad exteriorizada), el coctel de hormonas que

se manifestaba en ese momento en

mi vida

pronosticaba que

algo sal

dría mal este día sobre todo porque me hacía propensa a cometer alguna imprudencia

en mi necesidad de sentirme chica, es decir

:

el confundir el deseo y la sensibilidad “femme” con el hecho de querer sentirte “hembra”; y es

que entre hormonas y educación social

siempre nos llevan a pensar que para poder sentirte como mujer es necesario casi por obligatoriedad el hecho de “entregarte” a un hombre.

Así empezó ese día

con actitudes y movimientos muy amanerados de mi parte, o al menos más notorios y exagerados de

lo que jamás había

n

estado,

involuntaria e inevitablemente las actitudes femeninas (que más bien podrían llamarle mis

joterías

) eran en mi tan intensas

que me orillaron a cometer el primer error, como disculpa, puedo decir que es un error común en las chicas tv, ya que

por alguna razón

, ya sea

jotería

o

exitación

me pareció bien pensado

,

buena onda e inclusive seguro, el llevar puesta

la

ropa interior de mi hermana por debajo de mi uniforme

de secundaria

,

esto elevó a niveles de calentura pura mi

erotización, y ni mencionar del incremento de los ya de por si elevados movimientos

amanerados

.

Como digo, fue inevitable que lo notaran, y

mucho más

inevitable

aún

que lo cuestionaran, ese día salimos temprano de la secundaria, y nos fuimos a jugar a las maquinitas que quedaban cerca de la escuela, yo estaba jugando

MetalSlug

”, y uno de mis compañeros, de nombre

Daniel, por molestarme con bobadas de adolescentes, empezó a decirme que andaba “muy maricón”, y a toquetearme

,

en una de

esas tocó morbosamente mis muslos

y notó el encaje de las medias, de inmediato se quedó frío, y como en automático dejó de molestarme, en esos momentos si él se quedó helado, imagino que mi cara debió haber sido un poema, dejé perder el juego alegando que debía llegar a mi casa (Nada  cercano a la realidad pues lo cierto es que ese día estaría más sola que nada hasta las 8 pm que llegaran mis papás).

Salí del local de maquinitas y por más que busqué con la mirada a Daniel, no lo alcanzaba por ningún lado, estaba blanca, como papel, el mundo se me había venido abajo, al no mirarlo, supuse que una de dos, o se había ido a casa confundido, o estaba tan molesto que tendría que soportar una burla al otro día de proporciones descomunales, pensando eso iba cuando de repente escucho que me grita detrás de mí: “maricón!”, giré para mirarlo con la cara roja y un sentimiento de dolor por escuchar eso, el atinó a correr y alcanzarme, con poca delicadeza preguntó si me gustaba “ser vieja”, y “si ya me la habían metido”, aún no sé porque tuve ese sentimiento entre culpa y un “ahora es cuando”, cuando de sus labios me dijo que me gustaría ver mis “piernitas”, un shock sentí en mi cabeza y a la vez me sentía obligada y necesitada a hacerlo, como insistiendo buscó tocar mis nalgas y el encaje de las medias en mi muslo, le retiré la mano, y sin soltársela caminé con el guiándolo a mi casa.

Entramos y en la privacidad de la casa sola se lanzó a hacerme todas las preguntas que le vinieron a la mente, respecto a si era virgen, si quería ser niña, si me gustaban los penes, si había besado, si me habían violado, nerviosa solo lo miré directo a los ojos mientras le tomaba ambas manos, y con la voz entrecortada y aguda como casi murmullo, le dije: espérame aquí…

Una ceguera de deseo, culpa y excitación nublaban muy fuerte mi cabeza, y con velocidad busqué una faldita de mi hermana, su blusa de la escuela, algo que me permitiera mostrarme y sobre todo, me permitiera “entregarme” de una forma que le gustara una forma en la que su silencio fuera comprado, y a la vez una forma en la que de una vez por todas me sentiría “mujer”.

Me pinté los labios de un rojo demasiado encendido, pinté sombras en mis ojos, ahora que me recuerdo, creo que debí haberme visto más cercana a una payasita que a una mujer exuberante, bajé y me mostré ante él, el solo sonrió no perdió tiempo y se acercó a mi nuevamente, me agarró y apretó con fuerza las nalgas, comenzó a besarme el cuello, mientras con la respiración entrecortada y en un tono nada romántico me decía al oído –estás bien buena chaparrita-.

No me resistí y yo empecé a acariciar su espalda a besar su pecho, acariciar su pene duro encima del pantalón de la escuela, él se desprendió de su

chazarilla

, mientras yo le bajaba el pantalón.

La excitación de

pubertos

nos hizo pegar nuestros cuerpos de tal forma que nuestros penes se tocaron mutuamente, pero por alguna razón y por todo el manoseo del que era objeto me sentía dominada, poseída, la excitación hizo a un lado los pocos restos que quedaban de asco a la experiencia homosexual, convirtiéndose en un beso con el que su lengua invadía y conquistaba toda mi boca, a su vez ese beso hizo a un lado el sentimiento de virilidad o de1248668065237_f hombría, el sentimiento de duda que quedaba en mi cabeza, sentía por completo dominado mi cuerpo, era tocada con malicia, me sentía gozada.

No esperaba el siguiente movimiento, se apartó de mí y odiosamente me dijo que le gustaba, que era “un putito bien rico”, esas palabras tan solo recordarlas resuenan en mi cabeza, me tenía sometida, y humillada a su merced, aprovechó el shock que generó en mi cabeza, dominándome por fuerza me volteó y recargó en el brazo del sillón de la sala, tomándome con firmeza de la cintura y dejando caer todo su peso en mí, empezó a puntearme, a hacerme sentir su dureza por encima de mis pantaletas, ambos en ropa interior, sentí un poco de miedo por su dominio, por su fuerza, mismos que se convirtieron en excitación con el vaivén de sus embestidas.

Besó mi cuello lamió mis orejas y mi nuca un escalofrío lleno de excitación recorrió mi espina dorsal, el roce de sus lujuriosas manos con las medias y la tela de la blusa me tenían en una entrega y éxtasis que no quería y no podía comprender en ese momento, me bajó la pataleta de mi hermana hasta mis rodillas, y sin quitarse la trusa siguió punteando, respirando entrecortado, supongo que pretendía quitársela y penetrarme, pero la excitación del momento lo hizo venirse en la trusa, sentir la humedad y el saber que era yo quien le había hecho eyacular me provocó un orgasmo en seco, retorciéndome mientras él se aferraba a mis caderas, me lastimó con su fuerza y su peso sobre mí, hasta que perdió su erección.

Con un dejo de culpa corrió al baño, yo me acomodé la ropa el salió ya vestido, la culpa y confusión eran incluso más evidentes en el que en mí, tomó su mochila y casi me ordenó firmemente que no contara de eso a nadie y que después “en verdad me daría lo mío”.

Años después supe que más que culpa por el acto homosexual, la culpa que sintió aquella tarde se debió a que por venirse “rápido”, no pudo penetrarme, y eso lo hizo sentirse “menos hombre”.