Explorando

La habitación huele a sexo y a champagna. La miro por primera vez. Un dormitorio común y corriente, tranquilo, lindo cómodo, perdido por el barrio de Palermo. La miro mientras ella busca algo en un cajón, mientras me cuenta lo que querría hacer a la siesta.

Explorando.

Domingo 11 de la mañana. Siento una rodilla que me intenta mover en una cama que no es mi cama.

  • Correte, me dicen.

  • ¿Otra vez? pregunto mientras me intento hacer a un lado.

  • No de esa forma, tonta, me dicen con una sonrisa que dibuja un sol en la habitación. ¿Dibuja un sol? Uff!

Y correrme de nuevo no podría ni aún queriendo. Las diosas! Hacía tiempo que no hacía el amor así, bueh, hacía tiempo que no hacía el amor, pero ese dato no lo comparto con Sonia, que me pone un paquete de facturas en mi falda, y me alcanza un mate amargo.

La habitación huele a sexo y a champagna. La miro por primera vez. Un dormitorio común y corriente, tranquilo, lindo cómodo, perdido por el barrio de Palermo. La miro mientras ella busca algo en un cajón, mientras me cuenta lo que querría hacer  a la siesta.

Le miro el culo, precioso. Miro sus caderas, admirables, y suspiro mientras casi una bola de fraile se me atora en la garganta.

  • Si querés te podés quedar unos días. Yo vuelvo al laburo el martes, me dice mientras trae un cuadernito.

  • Hmm no sé si debo y además no tengo muda de ropa, traje poco porque mi idea era irme.

  • Y ¿por qué no te fuiste? ¿Qué te lo impidió? me pregunta clavándome esos ojos color miel.

  • Ahh, no sea así.

  • El deseo Silvinita, el deseo te pierde.

¿Qué sabe ella de mi deseo? ¿Qué sabe ella de mí? ¿Qué sé yo de ella? ¿Quién cuernos este mujer que me metió en su cama sin preguntarme ¿puedo? ¿Quién es cómo se atrevió ? ¿Quién?

Me acerco y la beso. Le hago tambalear el termo, la acaricio, la vuelvo a besar, le muerdo apenas el labio inferior, dejo que mi lengua dibuje el labio superior de su boca.

  • Te dije, el deseo te pierde nena.

  • ¡Vos no tenés ni idea de lo que soy capaz! le digo soltando una carcajada.

Nos reímos y nos abrazamos y sé que esa pierna se tensa de otra forma, veo que el termo descansa en el piso y el mate en la mesa de luz, y veo que sus planes para la siesta no están tan claros y me doy cuenta que tendré que ir al barrio del Once a comprarme un par de remeras al menos.

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