Exploración médica por una vacuna
Un pediatra me explora entera sin mi total consentimiento.
Me llamo Elena y tengo 27 años.
Después de una serie de relatos que me han contado diferentes amigos relacionados con los médicos, les voy a contar un episodio que hasta hace poco no había recordado pero que en su día me pareció un ejemplo de chulería médica.
Tenía yo casi 14 años y un día con mi madre, revisando la cartilla de vacunación vimos que me faltaba la última vacuna infantil.
Siempre, todas las vacunas me las había puesto el pediatra, un hombre mayor al que conocía desde pequeña. Normalmente, tenía una enfermera, también mayor , que me pasaba a la sala de consulta y me despojaba la ropa mientras mi madre charlaba con el médico. Después pasaban los dos a la sala y yo estaba ya tumbada sólo con las bragas puestas, el médico me reconocía y después de auscultarme y pesarme y tomarme la talla, me ponía de pie en el suelo y apoyada de barriga en la camilla, después me bajaba un poco las braguitas y me ponía la vacuna.
Me molestaba ya con 14 años tener que volver al pediatra sobre todo porque yo ya llevaba sujetador y tenía los pechos un poco desarrollados, pero mi madre se empeñó en que debían ponerme la vacuna para evitar posibles enfermedades en el futuro.
Tal fue nuestra sorpresa que nos enteramos que el pediatra de siempre había fallecido. Pensé que ya me libraba de la vacuna pero mi madre concertó cita con otro pediatra de reconocido prestigio de la ciudad.
Yo iba bastante nerviosa la tarde que fuimos ya que imaginaba que al no conocerme y no tener mi ficha médica, me querría revisar y me daba mucha vergüenza y encima con mi madre presente. Por otra parte, también pensaba que al tener ya 14 años se limitaría sólo a ponerme la vacuna (quizá en el brazo) y sólo estaríamos diez minutos.
Al llegar a la consulta, la enfermera de la entrada nos tomó nota y nos hizo pasar a la sala de espera. Allí había unas seis o siete madres con sus hijos pequeños de diferentes edades, desde los 7 meses hasta los 6 o 7 años. Fue pasando como una hora mientras todos fueron pasando y tardaban unos 20 minutos en la consulta señal de los revisaban ya que se les oía llorar a algunos.
Cuando por fín nos tocó pasar aún quedaron en la sala de espera tres madres con sus niños (que habían llegado más tarde).
Al entrar en la sala nos encontramos con un espacio dividido en dos. Una mesa despacho con dos sillas enfrente, y un biombo tapado con una cortina en donde había una camilla en el centro, una cinta métrica en la pared, una báscula, un sillón, una pantalla de rayos X y un armario vitrina con diferentes artilugios dentro.
El doctor nos dio la mano y nos hizo sentar. Le acompañaba una enfermera de unos 40 años, que imaginé era la que se encargaba de preparar a los niños en la camilla.
El doctor debía tener unos 50 años era alto delgado y con pocos pelos en la cabeza.
Nos sentamos mi madre y yo y ella le explicó el motivo de la visita, que si la última vacuna era o no importante, que si mi pediatra había fallecido etc. El doctor me miró detenidamente y me preguntó mi edad, le dije que tenía 14 años y medio. Miró la cartilla y explicó a mi madre que sería necesario administrarme la vacuna ya que no había recibido ninguna desde la vírica de los 7 años. Mi madre dijo que precisamente a aclarar esa duda habíamos venido.
El doctor le dijo a mi madre que me la podía poner y que procedería a examinarme y a la enfermera que podía hacerme pasar detrás del biombo, mi madre no dijo nada.
La enfermera me dijo que podía pasar con ella. Una vez detrás del biombo me dijo que me descalzara y que me quitara el pantalón y la camiseta.
Me quité los zapatos y la ropa. Mientras, mi madre hablaba con el doctor aún en el despacho sobre el tema de las vacunas. En ese momento entró otro doctor más joven y vino detrás del biombo a hablar con la enfermera. Yo estaba encima de la báscula sólo en bragas y sujetador. La enfermera me pesó y después me tomó la talla. Mientras el otro doctor le hacía una pregunta sobre unos papeles y el pediatra le dijo que en un momento se lo solucionaba, que estaba pendiente de una revisión y una vacuna y que si quería podía preparar el líquido de la jeringuilla.
Después de pesarme , la enfermera me dijo que me quitara el sujetador y me tumbara en la camilla.
En ese momento vino el pediatra con mi madre que se quedó sentada en el sillón cerca de la camilla. La enfermera se colocó detrás de mi y me sujetaba los brazos.
El doctor me abrió los ojos con una lamparita, después me revisó los oidos.
El doctor más joven estaba en una mesa a los pies de la camilla preparando la mezcla para la vacuna.
Seguidamente el pediatra me hundió las manos en el abdomen palpando mi barriga con los puños y dando grandes pellizcos. Gemí al sentir un poco de dolor.
Después se apartó a buscar el fonendoscopio y la doctora me incorporó y me quedé sentada en la camilla con las piernas dobladas hacia adentro.
El doctor se colocó el fonendoscopio en el cuello y procedió a levantarme los brazos en alto sujetándolos después la doctora. Seguidamente con el dedo pulgar de una mano fue bajando por mi espalda marcando cada vértebra con un pequeño pellizco . Después con la otra mano me sopesó primero un pecho y después el otro mientras el otro doctor y mi madre observaban.
La enfermera me bajó los brazos y me hicieron tumbar de nuevo.
El doctor tomó dos dedos y me hundió lentamente cada pezón de cada pecho. Después se colocó el fonendoscopio y me clavó el frío de la punta en pezón del pecho izquierdo del corazón. Me hizo marcar la respiración abdominal paso a paso mientras iba cambiando la posición del fonendoscopio bajando y subiendo el pecho, rodeando la aureola hasta bajar a las costillas. Al cabo de tres minutos de exploración cansada ya de respirar hondo pasó al pecho derecho otra vez con el mismo ritual, en este se prolongó más de 4 minutos explorando más de dos veces cada posición y hundiendo el fonendoscopio en el pezón.
Nuevamente me incorporaron y me auscultó la espalda indicándome que debía acompasar la respiración de forma más honda. Todo ello observado por la enfermera, mi madre y el otro doctor.
Seguidamente mientras el doctor se retiraba a la mesa la enfermera me hizo tumbar de nuevo y me bajó las braguitas. La miré con cara de sorpresa pero se ve que era algo normal en las revisiones con los niños, mi madre me miró con mala cara para que no protestara al médico. No sabía qué pasaría ahora.
Estando ya toda desnuda en la camilla, como si fuera tan normal, la doctora me levantó las piernas en ángulo recto y me las abrió dejando mi conchita al descubierto. Me puse roja de vergüenza por la situación pero no podía quejarme.
El pediatra cogía de la mesa una especie de artilugio con dos palitos de metal. El otro doctor tenía ya preparada la vacuna y observaba.
El pediatra le explicó al instante a mi madre que no se sorprendiera pero que era procedimiento habitual sobre todo en las niñas hacer un tímido y rápido reconocimiento genital para ver si todo transcurría en su desarrollo normal. Mi madre lo entendió como normal y no dijo nada.
El doctor me colocó primero las manos en los muslos y me abrió más las piernas. La enfermera me las mantenía abiertas. El pediatra me colocó dos dedos en cada labio de la vagina y procedió a frotarlos de arriba abajo. Empecé a sentir asco pero a la vez un pequeño espasmo de placer.
Después me abrió los labios con una mano y con un dedito de la otra me lo pasó por el interior de los labios menores desde arriba hacia abajo hundiendo primero mi clítoris y apretando después en el centro. Noté cómo mis pezones se ponían duros por primera vez y una sensación de calentura y humedad en mi sexo. Al instante sentí una enorme vergüenza por esa extraña humillación.
Finalmente, me hicieron voltear y el pediatra de nuevo me abrió las nalgas y metió el artilugio en mi ano. Eso me produjo dolor.
Después, a la vista de todos me pasó dos cachetes en una nalga y me suministró la vacuna. Me dolió un poco.
Una vez puesta la vacuna la enfermera me hizo bajar de la camilla y subir a una urna de cristal situada al lado del sillón donde estaba mi madre, con un espejo dentro para mirarme la curvatura de los pies.
El pediatra me colocó las piernas rectas y me sopesó el culito separando las nalgas y observando detenidamente el agujero.
Después me hicieron sentar en la camilla y la enfermera me puso el brazalete de la tensión mientras con el fonendoscopio me auscultaron de nuevo los pechos. Tenía los pezones a reventar.
Finalmente me pusieron en una posición humillante propia de bebés, me tumbaron en la camilla y me doblaron las piernas hacia atrás de forma que con los pies casi me tocaba la cara. Y así me pusieron un termómetro en el ano para medir la temperatura rectal.
Después me dijo que me podía vestir y se acabó la visita.
Estuve un cierto tiempo enfadada con mi madre porque encontraba abusivo el examen del médico para una simple vacuna. Ella me dijo que todo iba en beneficio de mi salud.