Expertas en lenguas y otras hierbas

Una cariñosa tía y su amiguita me ayudaron y brindaron afecto cuando me empeñé en pasar una temporada estudiando una maestría de rimbombante nombre en Inglaterra, antes de ingresar a trabajar.

Expertas en lenguas y otras hierbas

Esta historia sucedió cuando estaba a punto de terminar mi carrera universitaria de pregrado. Estaba empeñado en pasar una temporada en Inglaterra antes de ingresar a trabajar y encontré una universidad británica que ofrecía un post título, una especie de master , que me venía de maravillas. No parecía difícil y otorgaba uno de esos títulos llamativos u ostentosos que en el currículo impresionan mucho y son útiles para hallar un buen trabajo, bien pagado. El problema era el IELTS, International English Language Testing System, el examen de destreza en el idioma inglés que es preciso pasar para acceder a casi cualquier universidad británica, equivalente al TOEFL, Test Of English as a Foreign Language, que se aplica en Estados Unidos y Canadá.

Como no tenía mucho tiempo, me busqué una profesora particular entre mi círculo de parientes y conocidos cercanos y empecé a preparar el dichoso examen. La profesora escogida era la esposa jovencita del hermano de mi padre, que era anglohablante y daba clases de inglés. Una tía muy seria, con unas tetas preciosas que no cubría con sujetadores, un culo respingón, redondeado, generoso en carne, sin llegar a la gordura. Su rostro y apariencia general era el de una chica guapa y amorosa, aunque no muy risueña. Como andaba apremiado de tiempo porque la fecha del examen que más me convenía estaba próxima, le pedí que viniese a dar las lecciones de inglés a casa tres días por semana, en las mañanas.

El cuarto que tenía en la casa familiar no era muy amplio, más bien pequeño, pero me gustaba porque estaba estratégicamente localizado en un sector tranquilo y fresco de la casa. Sin embargo, he de reconocer que, algunas veces, temprano por las mañanas tras una noche de marcha, no era apto para olfatos sensibles como la mayoría de los femeninos. Por lo tanto, mi tía me daba las clases en el amplio e iluminado despacho de mi padre, ubicado próximo al salón.

Todo funcionó sin contratiempos hasta que, una tarde, la buena moza esposa del hermano de papá telefoneó para decir que no podía venir el día siguiente. Quedaban apenas 48 horas para la prueba y la cuñada de mi padre, muy profesional, me propuso que esa tarde me acercase a su casa para proseguir con la preparación del módulo académico del examen de inglés.

—Creo que estás bastante bien preparado, pero tenemos que dar un repaso a fondo a toda la materia para no correr riesgos.

La única dificultad de aquella propuesta era que mi profesora y tía vivía muy lejos de mi casa, en una urbanización de casas de fachada campestre, pero dotada de todas las comodidades de una vivienda moderna y suntuosa, de esas a las que no llega el Metro, el autobús ni ningún otro medio de locomoción colectivo. En aquel tiempo, yo no tenía coche. Telefoneé a mi madre y le expuse mi problema; ella se ofreció a llevarme.

—Bueno hijo, yo te transporto hasta la casa de Any, pero no podré llegar antes de las ocho de la tarde para recogerte.

—No importa mamá, pero entonces terminaremos tarde.

En la casa de mi tía y profesora vivía, además de mi tío, una chica, amiga de mi tía Any, que también daba clases de inglés y que tenía una figura muy parecida a la de Any. Las dos eran delgadas, esbeltas, de tetas medianas, erguidas y muy apetecibles; con lindos culazos respingones y carnosos; altas, bonitas, pero con ceño adusto, muy serias en su comportamiento en público.

Finalmente llegué como a las nueve a la casa de mi tía Any. Estaba sola con su amiga Christine, pues mi tío andaba fuera del país en viaje de negocios. Mientras una me daba las lecciones de inglés y yo batallaba con la gramática angla, la otra transitaba por la zona de la cocina, pero mirándome constantemente, como estudiándome con detalle. El tema se alargó mucho y cuando me quise dar cuenta, era más de la medianoche.

—Me voy a tener que ir, pues se me ha hecho muy tarde. —comenté.

Telefoneé a mi casa, mi madre me dijo que tenía invitados y que ni ella ni mi padre podían venir a buscarme. Me quedaba, como única opción, el taxi, pero cuando se lo dije a mi tía y profesora, puso los ojos en blanco, desorbitados, y señaló:

—De aquí a tu casa un radiotaxi te costará, por lo menos, 100 o 120 euros.

— ¡Qué caro!, pero no tengo remedio, —comenté con resignación.

—Te puedes quedar a dormir en el cuarto de visitas, eres mi sobrino y no un desconocido. Llama a tu casa y les explicas a tus padres lo que pasa.

Mis padres andaban demasiado entretenidos para prestarme la más mínima atención. Zanjaron el asunto con un protocolario: «Pórtate bien hijo».

Cené con las dos bellas chicas, charlamos un rato y me acomodé en un muy confortable cuarto ubicado al inicio del pasillo que conducía a las habitaciones de mis tíos y a la de Christine.

Durante la madrugada me desperté, me acerqué al baño del pasillo, oriné, bebí agua del grifo y, cuando estaba regresando a mi cuarto, escuché fogosos gemidos y murmullos procedentes del sector donde estaba el cuarto de mi tía y profesora.

Inicialmente pensé que tendría el televisor encendido, viendo una peli porno, pero tras avanzar unos pasos por el pasadizo y desde la oscuridad del mismo, observé algo que me dejó impactado y excitado: las dos profesoras, totalmente desnudas, una sobre la otra, haciendo una especie de 69 muy candente.

Yo había escuchado el rumor que corría en la familia y que decía que la esposa del hermano de mi padre era bisexual (hetero arrepentida, lesbiana no fanática, ambidiestra, etc.), pero aquella visión me impresionó mucho por lo cachondo de las imágenes y la pasión involucrada en cada acción. Se me puso la polla dura como piedra. Tan pétrea y tan gorda que me la hubiese cascado allí mismo con el mayor de los gustos, pero por prudencia y miedo a ser descubierto in fraganti no lo hice.

Observé cómo mi tía Any le daba una mamada de coño a Christine, quien de deshacía en suspiros, gemidos, grititos y en imploraciones de más, mientras acariciaba, dulcemente, el hermoso chocho de Any. Cuando Christine se corrió, su amiguita la dejó descansar breves minutos y la colocó a cuatro patas sobre la cama matrimonial; tomó un bote de vaselina, besó el coño de Christine concienzudamente y comenzó a dar masajes al ano de su amiga. Mientras embadurnaba el ano de Christine con vaselina, sacaba de la mesa de noche un huevo vibrador que introdujo en la vagina de su amiga para sobreexcitarla.

Christine, al ser estimulada anal y vaginalmente, inició un concierto de aullidos, chillidos y hondos suspiros, aderezado con uno que otro grito, al comienzo, y varios alaridos cada vez que se aproximaba a un cenit sexual.

Una vez que mi tía Any le tenía el agujero bien abierto y lubricado a su amiga, empezó a insertarle un gigantesco consolador de color negro. Cuando lo tuvo íntegramente adentro de las entrañas de Christine, accionó el pulsador de vibrado y fue aumentando el efecto de cimbrado hasta llegar al máximo. Christine ahogaba sus gritos de placer en una almohada que, si bien no servía para insonorizar los gritos de la chica, si los mitigaba.

Después Any fue más allá y empezó a sacar y volver a meter la polla de látex color negro una y otra vez, logrando que Christine se descontrolara y comenzara a gritar fuertemente de puro goce. Por esta razón mi tía cerró la puerta de su dormitorio y el show porno se acabó para mí.

Obligadamente tuve que dar término a mi sesión de voyeurismo y me devolví a mi habitación sumamente empalmado. Estuve toda la noche cascándome la polla y dándole vueltas al asunto, pensando en lo que había visto y en cuál sería mi reacción al verlas el día siguiente, seguramente, en pijama o camisón de dormir.

Casi al alba el sueño se apoderó de mí y me dormí. A la mañana siguiente, mi profesora apareció en mi dormitorio con una especie de salto de cama, que ni tan solo alcanzaba para taparle bien el culo, para mi regocijo, por supuesto. Se puso a descorrer cortinas y, de paso, mostrarme su trasero desnudo, sin bragas, al ejecutar tal acción. El atuendo de la otra miss , que también ingresó a mi cuarto, no era más recatado. Si bien es cierto que no es muy higiénico dormir con braguitas, aquellas dos portentos de mujer enseñaban todo y, a esa edad (ni ahora), yo no era de piedra, sino que de carne, huesos y sangre caliente, muy caliente.

Se me empinó el pene, lo que complicaba que me levantase con la presteza que aquellas dos bellas zorritas me pedían.

— ¿Has dormido bien, cariño? —preguntó mi tía Any

—De maravillas, tía.

—Es muy tranquila esta casa. No se oye ni un ruido ¿verdad?

Yo asentí con la cabeza, pero me quedé con las ganas de puntualizar que ruidos de coches o de trajín urbano no se oían, pero el sonido de los chupeteos, lengüetazos, comidas de coño, gemidos y gritos sí se escuchaban nítidamente.

— ¡Vamos arriba! ¡holgazán! ¡dormilón! —señaló Any.

No me quedó más alternativa que salir y, como estaba con unos calzoncillos que alcancé a ponerme cuando mi tía estaba afanada plegando las cortinas, quedó en evidencia mi empalme. Mi slip lucía una evidente nariz gruesa y larga.

Christine me miró con descaro mi bragadura y agitó la mano, haciendo chasquear los dedos en signo de admiración y señaló:

— ¡Mira como anda el chaval! ¡Menuda escopeta que se gasta! ¿eh?

Allí en medio de aquellas ninfómanas, estaba yo en paños menores, con la verga enhiesta como un mástil. Me sentía indefenso, sin salida. Estuve a punto de inventarme que aquella erección no era de calentura, sino una consecuencia de las ganas de orinar, pero frené a tiempo y me ahorré quedar en ridículo porque esa excusa no se la creía ni el más cándido mortal.

Las muy calentorras mujeres semi desnudas, no me dejaron ni vestirme. Insistieron en que se enfriaba el desayuno y así, en calzoncillos y sin saber qué hacer, aturdido y caliente, empecé a mordisquear las tostadas del desayuno. El problema era que no me daban respiro. No solo por lo que enseñaban, que era mucho y muy bueno. Me acaloraba el recuerdo de lo que había visto aquella noche y encima me preguntaban:

— ¿Tienes novia cariño?

—No, en este momento no tengo, pero me hace mucha falta.

—Pero debes ligar mucho, seguramente, con semejante misil entre las piernas.

—Sí, un poco. Se hace lo que se puede.

Se rieron conjuntamente a carcajadas, dejando entrever que su actitud severa en el semblante, en el hablar y el proceder cotidiano no era tan real, sino más bien, una pose empleada en su accionar en público para conseguir respeto y no ser atosigadas con insinuaciones, propuestas y piropos.

—Con esa tarjeta de presentación que te gastas no creo que se resistan muchas. —comentó Christine, la morena, la que no me daba clases, señalando con descaro mi paquete con el mango tieso.

Sonreí halagado y aquello fue como un indicador de ánimos de juerga y jarana. Bastó que mi tía se fuese a la cocina a buscar mantequilla para que su amiguita apoyase su mano en mi polla. Como nunca he sido de los que necesitan que le pidan las cosas dos veces, sobre todo una dama y máxime si va con el chochito al aire, lo tiene depiladito y luce unas tetas como me gustaban a mí —ni tan grandes que se hagan inmanejables ni tan pequeñas que imposibiliten un buen sobajeo—, señalé con cierta malicia:

—No imaginé que te gustaban los tíos. Creí que te iban mejor las tías.

El tuteo por mi parte y la referencia tendenciosa u oblicua a la sesión de amor lésbico que había contemplado la noche previa, no la echaron para atrás.

—A mi me gusta todo, con tal que esté bien caliente, no me regodeo.

—Y tu amiguita ¿también es de la misma opinión? —repliqué.

—A mi amiguita le van un poco menos los tíos, pero caliente se los come igual. En todo caso, no es cuestión de hombre o mujer, es asunto de temperatura, de pasión, de hacerlo con deseos vivos.

En seguida, me agarró mi «tarjeta de presentación», el cipote, sacándolo del calzoncillo y tras sopesarlo, como si quisiera adivinar su consistencia, rendimiento y capacidad de otorgar placer, comentó que lo tenía muy grande, muy rico y que le encantaría probarlo.

—Pues no seré yo quien se oponga a tus deseos de catar mi verga. No sería capaz de negar aquello a una señorita tan linda como tú. —le indiqué con determinación.

Se postró de rodillas y se puso a mamar con una destreza impresionante. Primero, dio cuenta del glande con precisos y calientes lengüetazos y lametones; después recorrió con su lengua entrenada el tronco, los huevos y el periné y cuando estaba a punto de engullirlo entero, apareció mi tía. Al verla, no sé por qué, me vino a la mente la imagen de esas "estrictas gobernantas" que aplican "disciplina severa" a algunos pervertidos. Esas justiciadoras que atan, azotan y hasta miccionan una «lluvia dorada» encima de aquellos depravados.

—Vaya, vaya. ¡Qué bien lo están pasando! — murmuró mi tía.

Dejó la bandeja en la mesa, se arrimó a nosotros y yo, que estaba en la gloria y muy caldeado, no lo pensé dos veces y le metí la mano por debajo de su salto de cama y le agarré el trasero con todas mis ganas; aquel culito precioso que tanto deleite me daba observarlo ahora lo tenía, literalmente, en la palma de la mano.

Ella suspiró profundamente y se dejó magrear, mirando concentradamente las labores mamadoras de su amiga y gozando con lo que le estaba haciendo a ella. Cuando tenía el conejito bien empapado, propuso que nos fuéramos a su cuarto.

Al llegar ahí, me di cuenta que las muy putas ni siquiera se habían molestado en recoger los restos de la lidia sexual de la noche anterior: los consoladores, el tubo de lubricante y unas bolas chinas estaban sobre la mesilla.

—Parece que aquí ha habido alguien que ha estado muy ocupada. —comenté con tono neutro.

No me dieron margen para mucho más. Nos tumbamos en la cama matrimonial y me pusieron sus deliciosas tetas en la cara. Yo empecé a retorcer pezones, morder domingas, sobar conejitos húmedos y besar con pasión, con lengua, mientras me frotaba contra aquellos divinos cuerpos como un gato regalón.

Cuando les mencioné que nunca había estado, hasta entonces, con dos tías a la vez, me sentaron en el borde de la cama, ambas se colocaron acuclilladas y empezaron a mamar mi polla alternadamente, con relevos repletos de ansiedad, de voracidad. Mientras una se la engullía, la otra me lamía los cojones y golpeaba el periné para estimular la próstata. Es decir, una estimulación total, una complementación perfecta. Probablemente mi tío fue el conejillo de indias que les sirvió para realizar aquella maniobra de una forma tan sincronizada, maravillosa exquisita e insuperablemente.

Yo necesitaba aguantar porque quería que mi «escopeta» incursionase en ambos chochos ardientes, anhelantes de las «barbies» profesoras. Por esta razón, de tiempo en tiempo, dejaba que mi mente vagara lejos, imaginando bloques de hielo, máquinas picadoras de cojones, sesiones de patadas en los huevos o cualquier cosa que ralentizara mi eyaculación.

Me follé primero a Christine, la morena de ojos color verde claro. Lo hice con ella a gatas, como una perrita, mientras le comía el chocho a mi tía, a mi "englishwoman's teacher".

La muy guarra morenaza de ojos claros le pidió a mi tía Any que le acercara el consolador y mientras yo bombeaba en su coño, su amiga —tras untarle de vaselina el ojete— le metió por ahí aquella polla vibradora de plástico recubierto con látex color carne humana.

Se dio algo deliciosamente extraño: el borde del consolador quedaba sobresaliente entre las nalgas de la morena calentorra y cada vez que yo embestía, también le empujaba aquel dildo culo adentro. Y el artefacto vibraba, lo que a mi me daba gusto y a ella la hizo correrse una y otra vez, con vicio.

Me quedaba el «plato de fondo», mi tía, que no parecía tan dispuesta a ser follada. La guarrona, en lugar de dedicarse a disfrutar de mi ballesta de carne caliente, se tumbó junto a la morena y le hacía cariñitos. Empezaba a entender aquello de «a mi amiguita un poco menos» que había mencionado Christine un rato antes en el comedor. Parecía que de aquellas dos tortilleras, me acababa de fumigar a la «chica» y el «chico» pasaba de mí, de momento.

Para mí el tema era que todavía no me había corrido y tenía unas ganas que reventaba. Tuve que volver a la morena, hacerle unas carantoñas y preguntarle, muy humilde, si se la podía volver a encajar en alguno de sus orificios.

En un invaluable acto de dadivosidad e ígneo estado, me dio permiso, tumbándose boca arriba y abriéndose de piernas todo lo que pudo. Estaban muy conjuntadas, porque mi profesora ayudaba, empujando mi culo para darle ritmo a la follada.

Cuando llevábamos un ratito de mete y saca, levantó las piernas y me abrazó el cuerpo con ellas. Me daba mucho gusto aquella posición, pero no me di cuenta de que mi trasero quedaba expuesto. La verdad es que no protesté cuando noté algo frío y resbaladizo en el ano. Era vaselina y cuando me quise dar cuenta, tenía la mitad del dedo corazón de mi tía dentro del culo.

Forcejeé, pero mi tía se sentaba sobre mis muslos y apenas podía moverme. Para colmo, me zurraba de vez en cuando con una fusta en las nalgas. Me acordé, de nuevo, de aquello de las gobernantas que ajustician a los depravados y también, irónicamente, de aquello que siempre recomiendan a las mujeres a punto de sufrir una violación irremediable en cuanto a que, en tales odiosas situaciones, es mejor «relajarse y gozar» que oponerse y luchar. La muy guarra de mi tía me estaba estimulando la próstata y otorgando con ello un placer desconocido para mí en aquel entonces.

Aquellas dos putas hicieron conmigo lo que quisieron por unos momentos. Luego saqué fuerzas de flaqueza, me desembaracé de mi posición, tomé a mi tía de la cintura, la maniaté por algunos segundos y la puse boca abajo en la cama con el culo en pompa. Puse mi pene duro a la entrada de su vagina y embestí con todas mis fuerzas hasta el fondo. La morena, en tanto, contemplaba las acciones embelesada, chupándose el dedo índice de una de sus manos, con los ojos entornados.

Le di a lo bestia a mi tía un buen rato por la vagina, mientras ella gemía y chillaba de gusto y me decía en inglés:

—Dámelo todo, hasta las bolas, métemela más, más, por favor mi niño (Give me it all, up to the balls, put it me more, more, please my child)

Como un buen sobrino obediente, se la calé hasta las bolas una y otra vez, sin parar hasta que me corrí y derramé mi candente esperma en sus entrañas. Mi rubia tía dijo: "¡Oh, my god!" y cayó rendida en la cama.

La morenaza de ojos claros acercó su boca a mi polla aún burbujeante, la libó y la dejó reluciente. Follamos hasta poco antes de ir a dar mi prueba, por Internet, para la universidad británica.

Luego de saber que mi puntaje en el IELTS me alcanzaba para ingresar a cursar la maestría de marras, lo celebramos…follando alocadamente. ¡De qué otra mejor forma podía ser! Dormí una semana en la casa de mi tía, en la cama conyugal, flanqueado a cada lado por la morena deliciosa de ojos verdes y la rubia exquisita de ojos azules, ya sumisa y transformada en una tierna gatita. Llegué a Londres hecho añicos, con mi verga en huelga de brazos caídos, negándose a ser empleada para cualquier otra cosa que no fuese orinar, pero inmensamente feliz y dichoso, sin poder creer en mi fortuna.