Experimentos Pavlovianos
¿Qué dirían si un amigo les dijera que ha llevado las tesis de Pavlov más allá del límite de lo ético?
- ¿Qué coño me estás diciendo?- Mi copiloto, el prestigioso científico y famoso excéntrico Gerardo Hinojosa me había estado contando no sé qué historia de un experimento pavloviano.
Pavlov fue aquél científico que consiguió que un perro confundiera el sonido de una campana con que fuera a haber comida. Poco más sabría decir sin extenderme a detalles demasiado técnicos.
- Suso- ¡Cómo odiaba que me llamara así! Pero a ver cómo te enfadas con alguien que ha estado nominado al premio Nobel.- Se llama Katemi. Se la compré hace doce años a sus padres en Kramat Tunggak.
Me reí. Hinojosa no parecía precisamente el modelo de cliente del mayor barrio sexual del mundo. Kramat Tunggak es casi una ciudad-burdel ubicada en Yakarta, Indonesia.
- ¡Pues vale! ¡Llévame a ver a tu "experimento"!- un escalofrío me recorrió la espalda al pronunciar la última palabra.
Media hora después aparcábamos delante del ostentoso chalet de mi amigo. Era lo más parecido a un palacio que yo jamás hubiera visto. Un campo de fútbol sala a la derecha del edificio demostraba una de las aficiones de la juventud del científico. Una piscina exageradamente grande ocupaba la parte izquierda, y en medio de los dos, la casa se levantaba en la noche con aspecto de castillo maldito. Al subir por las escaleras, dos gárgolas de piedra daban la bienvenida con una mirada amenazadora. La casa era gigantesca, casi eterna para alguien que vivía solo. Gerardo Hinojosa me llevó al tercer piso, el más pequeño de los tres, pero que aún así medía más que todo mi apartamento. Abrió una puerta verde que había a mi derecha, y lo que vi me hizo temblar las piernas. La puerta daba a una habitación oscura, lóbrega, con un cristal en el fondo que ocupaba toda la pared, a través del cual se veía una mujer dormida en el suelo. Apostaría uno de mis hijos a que por la otra parte el cristal era un espejo, como en las salas de interrogatorio de las películas.
Nos acercamos hasta el cristal y nos quedamos de pie contemplando a esa belleza dormida. Estaba completamente desnuda, a excepción de un collar como de perro, que le rodeaba el cuello. No podía negar que tenía un cuerpazo. Tumbada en el suelo, de costado y de espaldas a nosotros, se podían adivinar muy bien sus formas. La estrechez de su cintura contrastaba con la anchura de sus caderas, que daba paso a unas piernas esculturales pasando por un culo digno de ser fotografiado por algún empleado de Playboy. La estancia en la que estaba durmiendo no podía ser más espartana. Era una especie de celda completamente pintada de blanco, con un colchón al fondo y un inodoro en la parte contraria de la habitación. Me recordaba a las celdas de los psiquiátricos que había visto en multitud de películas, sólo que sin tener las paredes acolchadas.
- Ahora verás- Gerardo me sacó de mi ensimismamiento y pulsó un botón que había al lado del cristal.- ¡Despierta!
Como un resorte, la joven se levantó y se volvió hacia el cristal. Entonces pude ver que era una Venus asiática. Tenía una cara preciosa, con tintes japoneses, más que oceánicos. Tres círculos blancos se pegaban a su frente y a sus sienes. Sus ojos rasgados eran negros como la noche, y extrañamente, parecían mirar con alegría, pese a que ella estuviera encarcelada. Sus pechos pequeños acababan en dos aureolas grandes y rosaditas, con unos pezones diminutos. Su vientre plano se perdía en un sexo depilado con labios carnosos y morenos.
Acércate al cristal.- Gerardo seguía pulsando el botón.
¿Qué función tienen esos chismes?- le dije, señalando los círculos de su cabeza. La joven pareció confundida al oír mi voz, aunque obedeció a Gerardo.
SShhhhhhhh.- el científico soltó el botón y me mandó callar.- son electrodos que formaron parte de la parte uno del experimento. Los usé para estimular ciertas zonas del cerebro y adormecer otras. Adormecí las zonas más humanas del cerebro.
Estaba oyendo como un hombre respetable había convertido a una mujer en un animal. Ante mi cara de sorpresa, Gerardo suspiró cansinamente y continuó su explicación.
- Mediante impulsos eléctricos a la zona encargada del control hormonal, conseguí adelantar el periodo de su pubertad a los ocho años.- Ante mi semblante aterrorizado, Gerardo intentó explicarse.- Jesús, ¡Necesitaba a la niña cuanto antes en su madurez sexual y mental, no podía dejar que el experimento se retrasara más!
No podía aguantar más. Lo que me decía contravenía todas las normas de la ética y la moral. A saber lo que habría estado aguantando desde su tierna infancia esa pobre niña...
- Jesús, estáte tranquilo. No soy un crápula, ni un degenerado. La fase dos del experimento no empezó hasta hace cinco años.
¡Ese hombre estaba loco! ¡Fase dos! ¡Había reducido la juventud de la chica a una fase en su estúpido experimento! Quería marcharme de ahí, denunciarlo... ¿De qué? No lo sabía, pero seguro que alguna ley habría quebrantado con ese experimento.
¿Cuántos años tiene ahora?- A primera vista, cualquiera le echaría veinticinco años perfectamente llevados, pero después de lo que me había contado Gerardo, estaba seguro de que eran muchos menos.
Dieciocho.- lo dijo sin emociones en la voz, como si se hubiera estado preparando la respuesta desde hace años.
Entonces la fase dos empezó cuando ella tenía trece años - Algo en mi cabeza me decía que la fase dos era en la que Hinojosa disfrutaba del cuerpo de Katemi.
¡Tenía trece años y un cuerpo de diecisiete!- el grito del doctor Hinojosa fue tan potente que hizo temblar el cristal. Sin embargo, parece que no llegó a atravesarlo, puesto que la mujer del otro lado siguió imperturbable mirando supongo que a su reflejo con una mirada dulce, inocente y feliz.- Está bien, vas a comprobar los resultados del experimento.
Dicho esto, Hinojosa salió de la habitación con la fuerza de un tifón. Yo me quedé enfrente de la joven, con el cristal por medio. ¡Dios, estaba buenísima! De repente, vi que se abría la puerta de la habitación de la muchacha, y por ella entraba Gerardo. Katemi se giró y lo vio, y una sonrisa se ensanchó en su rostro. Sin embargo, no se movió. Por lo que conocía del caso, estaba seguro de que esa chica no haría nada hasta que Gerardo se lo dijera. El científico se acercó a ella, y la obligó a girarse de nuevo hacia el cristal, como queriendo enseñarme algo.
- ¡Observa!- me gritó desde dentro, a través de un interfono, y sacó del bolsillo una campanita. Después de hacerla sonar unas dos o tres veces, acercó más a Katemi al cristal.
No sabía qué quería que mirara, pero entonces caí en la cuenta. Katemi estaba excitadísima. Sus pezones eran ahora dos gruesos misiles que apuntaban al frente y por sus piernas se escurría una pequeña catarata de fluidos. Además, su cara parecía haberse ruborizado desde que Hinojosa entró en la sala.
- He conseguido que se excite sólo con verme.- me decía con una sonrisa de superioridad.
¡Virgen del Amor Hermoso! No quería ni imaginarme todo lo que el científico le había hecho a Katemi para que su cerebro asimilara Gerardo con sexo. No podía negarse que la joven estaba más caliente que el tubo de escape del Ferrari de Schumacher. Ella seguía mirando al frente, aunque de vez en cuando lanzaba su mirada a su izquierda, hacia Gerardo. La joven quería follar, y algo en el bulto de los pantalones del Doctor Hinojosa me decía que lo iba a conseguir. Efectivamente, soltándole el cuello, Hinojosa dejó que la joven asiática se girara hacia él. Nada más estar libre de las garras del científico, se arrodilló y empezó a trajinar la cremallera de los pantalones de Hinojosa. Ante mi sorpresa, Gerardo le propinó un guantazo que la envió al suelo. Volvió a pulsar el interfono para decirme:
- Lo siento, pero es que a veces se descontrola.- ¿Descontrolarse? ¿Acaso quería mi amigo dominar completamente la cachondez de una mujer en su plenitud sexual? Estuve bien seguro de que esta pregunta fue la que se hizo Hinojosa hace años, al empezar el experimento. (¡Dios! ¡No puedo creerlo! ¿De verdad la he llamado "experimento"?)
Katemi se levantó, apenada, mirando al suelo como una niña que acabara de ser regañada. Una lágrima temblaba en sus ojos sin llegar a brotar. Con un movimiento de mano, Hinojosa ordenó a Katemi que se fuera hasta la pared, y ésta obedeció sin chistar. Gerardo la siguió a pocos pasos, hasta que el cuerpo perfecto de la muchacha llegó a la pared y apoyó sus espaldas en la superficie blanca. Yo no podía escuchar nada, pero Gerardo le dijo algo a Katemi y ésta se giró, dándole la espalda, y por supuesto, dándole también sus nalgas asiáticas y esculturales. Hinojosa entonces se quitó los pantalones verdes que llevaba, dejando ver una verga de considerable tamaño (quizá poco menos de veinte centímetros). Con su miembro bien enhiesto, buscó la hendidura del sexo de Katemi desde su posición detrás de ella, se ve que no tardó en encontrarla por que la joven subió la cabeza con un suspiro placentero. Yo estaba que no cabía en mí, o mejor dicho, mi polla estaba que no cabía en mis pantalones. Tuve que sacármela, y empezar a masturbar toda su extensión, lentamente, mientras veía como el cuerpo de Katemi se entregaba a las embestidas duras y largas de mi compañero. Su sexo se abría a la virilidad del científico, que se entretenía manoseando los pezones de la joven. Parecía que la joven estaba disfrutando mucho. Quizá esos electrodos también interferían en su zona de placer, aumentando las señales. Sin embargo, en mi mente no estaba precisamente el preguntárselo a Gerardo sino más bien poder meterme en esa habitación para explorar los orificios de la joven, o por lo menos, poder oírla gemir y gritar. Como si hubiera leído mis pensamientos, Gerardo abandonó a la joven para ir hacia el interfono de la habitación, que quedaba oculto para mí. La pobre chica lo miró apenada, como si quisiera decir "¿Ya?". Supongo que el interfono de la celda tendría algún mecanismo para mantenerlo pulsado, al contrario que el que yo tenía delante de mí, a mitad del cristal.
- Escucha.- Me dijo Hinojosa con una voz ronca aunque suave y melodiosa, como la de un vampiro en esas películas de Hollywood.
Dicho esto, Hinojosa regresó hacia Katemi, que lo esperaba con una mirada de apremio, pero en la misma posición que antes. Nada más llegar a donde estaba antes, Gerardo volvió a meter la mano entre las piernas de la joven, como si temiera no recordar el camino y mandase primero a un explorador. Con un movimiento duro y rápido, el dedo corazón del científico se internó en la puerta trasera de Katemi, que respondió con un gritito que llegó a mis oídos como un bello canto de sirenas. Después de unos segundos de andarse trabajando el culito de la joven que gemía como una verdadera furcia, Gerardo introdujo su verga en el ano de la chica, arrancando, ahora sí, un buen grito que pese a ser de dolor, fue el detonante que me hizo descargar mi semen sobre el cristal, envuelto en un orgasmo tan intenso que me hizo caer de rodillas al suelo. Al otro lado del cristal, Hinojosa y Katemi seguían con su sesión de sexo. El culo de la joven era brutalmente atravesado por el pene del científico. Al final, con un gemido gutural, casi inaudible entre el mar de gritos que emergían de los labios finos de Katemi, el científico acabó en el culo de la joven, y se salió de ella.
Recogió su ropa y salió por la puerta, aún con las piernas desnudas. Me apresuré a limpiar con un pañuelo el regalito seminal que coronaba el cristal. Cuando Hinojosa llegó, ya estaba completamente vestido, y el cristal estaba como nuevo.
- ¿Qué te ha parecido?- No sabía qué contestar.- ¿Quieres probar tú?
Sin pensarlo, asentí con la cabeza y Gerardo abrió la puerta de la habitación donde estaba, y me precedió hasta la puerta de la celda de Katemi. La abrió con una llave morada, de estilo antiguo, que sacó del bolsillo y que volvió a guardar antes de entrar. Me hizo pasar a mí primero, y me acerqué a Katemi, que estaba sentada encima del colchón, descansando de los orgasmos sufridos. Cuando estuve frente a ella, me rehuyó, pegándose más a la pared, como si me tuviera miedo.
¡Suso!- me dijo Gerardo detrás de mí.- Prueba con esto.- me tendió la campanilla, que al pasar de una mano a otra tintineó alegremente marcando un cambio radical en la conducta de la joven.
Os dejo solos- dijo Gerardo saliendo de la celda, y cerrando la puerta.
Katemi se levantó y se me quedó mirando fijamente a los ojos. Sus pupilas brillaban de excitación, y sus pezones volvían a erguirse duros y victoriosos sobre la gravedad. Saqué la verga de mis pantalones, que ya volvía a estar en semi-erección. La joven se arrodilló ante mí y puso mi miembro en su boca. Un escalofrío de placer me recorrió el cuerpo cuando su lengua entró en contacto con mi glande, y no pude reprimir un suspiro placentero. Mi polla no tardó en ponerse a reventar, mientras yo pasaba mi mirada del cuerpo de Kartemi a su reflejo en el espejo. Decididamente estaba bien buena.
- Mírame a los ojos.- le dije mientras me la estaba mamando.
Obedeció instantáneamente, y no pude evitar eyacular al ver esos bellos ojos rasgados mirándome con esa mezcla de pasión e inocencia. El orgasmo me asaltó de forma inesperada, y creo que ni siquiera ella lo esperaba, pero eso no le evitó tragarse todo lo que de mi miembro salió. Sin embargo, yo no tenía suficiente. Me arrodillé tal como ella estaba y empecé a besarla. Su boca aún sabía a semen, pero no me importaba. Mis labios abandonaron la calidez de su boca para ir explorando ese cuerpo que era un monumento al amor libre.
- Túmbate.- sin decir una palabra, lo hizo.
Comencé entonces a bajar mi lengua por su cuerpo desnudo. Sentí como se convulsionaba cuando mis labios atraparon uno de sus pezones, y dejó escapar un suspiro. Continué bajando hasta llegar a su precioso conejito depilado. Acaricié con mi lengua su clítoris, y pegó un respingo. Seguí lamiendo su coño, arrancándole dos orgasmos entre gritos de éxtasis. Sus piernas aprisionaban mi cabeza, pero en cuanto puse mis manos en sus rodillas para separarlas, ella se dejó hacer. Fui subiendo mi cuerpo por el suyo hasta que noté que mi polla se ubicaba en la entrada de su gruta. Lentamente la fui introduciendo mientras Katemi se arqueaba bajo mi cuerpo, sintiéndose atravesada por la modesta longitud (en comparación con Hinojosa) de mi verga palpitante. Comencé a moverme rítmicamente, llevado por la sensualidad en movimiento de Katemi. Su cuerpo era un volcán ardiente que me estaba arrastrando a un placer que sobrepasaba con mucho cualquiera de mis experiencias anteriores.
Empecé a acelerar mis movimientos, en medio de un orgasmo que no me asaltaba de pronto como siempre me había pasado, sino que iba subiendo de intensidad hasta llegar a una cima que cada vez parecía más alta. Katemi también estaba a punto de llegar, puesto que su respiración entrecortada empezó a subir de intensidad, ahogando gemidos en mi oreja a la vez que se aferraba a mi cuerpo con brazos y piernas. Con un último esfuerzo, eyaculé en el interior de la muchacha a la vez que ella se perdía en un orgasmo que llenó la celda con un grito potentísimo.
Una mano tocó entonces mi espalda y me sobresaltó. A mi espalda Gerardo Hinojosa se alzaba con una sonrisa cómplice.
- ¿A que lo harías todo por una mujer así?- Sé a lo que se refería. Claro que sí. Daría todo lo que él había dado. Años de trabajo, de experimentación, años de romper valores morales y éticos para conseguir esto. El mejor polvo que nadie nunca jamás tuvo. Sin embargo, yo no lo tenía tan lejos. Lo daría todo por ella...
- Claro que sí. Lo daría todo.- Decía mientras mi coche atravesaba la fría noche de la ciudad.- lo hubiera dado absolutamente todo, si no hubiera sido tan fácil, ¿Verdad?.
Volví a mirar al espejo retrovisor del coche. En el asiento de atrás, gloriosamente desnuda, Katemi me miraba con una sonrisa pícara aunque inocente. Del retrovisor colgaba una pequeña campanilla, que tintineaba a cada bache que mi automóvil tomaba, haciendo que los dedos de Katemi se movieran con frenesí en su sexo. Por la ventanilla del coche tiré una llave morada, de estilo antiguo, que se perdió en la cuneta de la autopista.
Mientras, en una gigantesca mansión de las afueras, Gerardo Hinojosa se despertaba confuso. Los tranquilizantes que le había puesto en el vino perdían su efecto paulatinamente y cuando el científico abrió los ojos, lo primero que vio fue blanco. Un universo blanco. Pensó que se había despertado en mitad de un lienzo que algún pintor despistado se hubiera olvidado de pintar. En cuanto tomó conciencia de donde estaba comenzó a gritar. Sin embargo, sabía que nadie lo oiría, él mismo había diseñado la celda para eso. Estaba solo con su reflejo que le imitaba desde un espejo que ocupaba toda la pared. Buscó en sus bolsillos la llave de la puerta, pero era en vano. Estaba encarcelado en su propia cárcel.