Experimentando con una jovencita (3)

A veces, con el tiempo desaparece la fogosidad y se apaga el apetito sexual... Pero todo cambia cuando la persona que tienes delante en lugar de tu mujer es una joven camarera...

Me puse nervioso, Álvaro me había pillado. No supe qué hacer ante aquella situación. Me bloquee. No podía mentirle, era mi amigo. Había visto el desayuno para dos y había escuchado a alguien duchándose en mi baño. Ya no tenía escapatoria. Había que echarle valor al asunto…

-Verás Álvaro… El otro día yo…- comencé a decir.

-Tranquilo Antonio. No me tienes que dar explicaciones, yo no voy a decir nada. Tú sabrás dónde te metes y con quién, pero al final todo se acaba sabiendo.

-Eso es lo que me preocupa… Que no sé si me preocupa, o en realidad me da igual.

-Te esperamos en el bar de abajo, ¿vale?

-Vale…- Dije cerrando la puerta pensativo.

Rocío salió de la ducha y me vio con mala cara, se acercó a mi preocupada y me preguntó si me encontraba bien.

-Álvaro, un compañero de la compañía de teatro te ha escuchado en la ducha.

-Comprendo… Mira Antonio, yo no quiero causarte ningún problema. Si simple y únicamente voy a servirte para tus quebraderos de cabeza y sexo oral eventual será mejor que me marche.

-No, Rocío, por favor. Entiéndeme…

-¡¿Qué te entienda?! ¿Qué demonios tengo que entender Antonio? ¿Qué me vayas ocultando o que juegues conmigo sexualmente con tu ahora quiero, ahora no quiero, si quiero pero no puedo? Estoy cansada de sentirme mareada por tu parte Antonio. Así que, cuando tengas las cosas claras me llamas, que mi número de teléfono ya lo tienes.  –Estaba enfadada. Estaba muy enfadada. De repente su humor dio un giro completo. Me sorprendió verla así. Yo fui incapaz de decir o hacer nada. Simplemente la miraba apenado y avergonzado mientras se vestía y se largaba de mi casa. Otra vez.

Unos pocos minutos después desayuné y bajé con mis compañeros. Álvaro me miró extraño, como esperando que bajase con alguien más de casa. Se acercó a mí, y me preguntó disimuladamente:

-Dime que no era la chavalita rubia que acaba de salir poco antes que tú…

Le miré con ojos de disculpa, y simplemente asentí. Él puso los ojos en blanco y ya no hizo ningún gesto ni comentario sobre el tema.

Estuvimos desayunando los cinco juntos sin que nadie sospechase nada, ni notase algo extraño y diferente en mí. Tan sólo Álvaro lo sabía y yo confiaba en que no diría nada a nadie, aunque, en mi interior, algo me pedía consejo por parte de todos. Sentía la necesidad de contárselo a mis compañeros, de saber su opinión. Pero quizás ahora no era el momento adecuado.

Salimos hacia la estación, y yo me pasé todo el viaje mirando embobado alguna que otra foto de Rocío, con cuidado de que Javier no se diera cuenta de la forma más estúpida que estaba teniendo en aquel momento de consumir la batería de mi móvil, ya que lo tenía sentado al lado.

-¿Quién es la chica? – preguntó Javier.

-¡Joder Javi! Creía que estabas dormido. Nadie… No tiene importancia.

-¿Qué no tiene importancia? Llevas más de un cuarto de hora mirando fotos de ella. Algo te ronda en la cabeza. – Javier era el más decente de los cinco, el que más sentido común y raciocinio tenía. Quizás sus palabras podían venirme bien si le contaba todo.

-Hace unas horas he estado a punto de acostarme con ella… Es la camarera nueva del bar de debajo de mi casa, y me tiene loco.

-Algo así me esperaba… ¿Y Ana? ¿Qué vas a hacer cuando vuelvas a verla? ¿A dónde quieres llegar con todo esto? Porque si no lo tienes claro, vas a hacer que lo pasen mal varias personas. Tú el primero por el quebradero de cabeza que te estás creando, después Ana, tu mujer, que no sabe nada en absoluto y al final te lo acabará notando, y tercero esa chica a la que acabas de conocer, que por lo que veo es bastante jovencita y estará en un momento en el que habrá creído que lo ibas a dejar todo por ella y probablemente la hayas ilusionado.

-Tienes razón Javi… Pero la verdad… No sé muy bien qué es lo que quiero. Con Ana las cosas no están muy bien, simplemente estamos juntos por costumbre, por rutina… Está claro que algo de cariño queda, pero… Lo que Rocío ha despertado en mi es algo imparable.

-¿Tan imparable como para destruir todo lo que has formado en casi veinte años con Ana?

-Me duele por mis hijos… No por ella… Y es esa respuesta la que me duele.

-Tú sólo te respondes Antonio. Si tu mujer no te crea remordimiento a estar con esa chica, estás queriendo decir que no sientes por tu mujer.

-No lo sé Javi… De verdad que no lo sé…

-Bueno, tu piensa fríamente qué es lo que de verdad quieres, lo que de verdad te conviene… Aunque el cuerpo te pida algo, piensa en las consecuencias de todo. Yo más no puedo hacer por ti. Y tranquilo, no saldrá de aquí.

-Gracias amigo… Álvaro también lo sabe, la vio salir ésta mañana de mi casa.

-Ten cuidado…

Estuve dándole vueltas al tema Rocío todo el día. ¿Estaba jugando con ella? En realidad no, porque en ningún momento le prometí nada, ella ya sabía desde el principio que era un hombre casado, ella ha decidido volver a meterse en mi cama a sabiendas de mi situación sentimental. Ella quería ir más allá conmigo, y yo también… Me estaba volviendo loco, pero loco por ella.

Para mi sorpresa, tras los ensayos y la actuación en el teatro, Álvaro se acercó a mí diciendo:

-Creo que alguien te anda buscando.

-¿Cómo?

Álvaro señaló tras de mí, y no pude creer lo que estaba viendo, era Rocío. ¡Rocío estaba allí! ¡Había venido hasta Barcelona! No entendí muy bien el por qué, la razón que la llevó hasta seguir mi rastro tras la disputa que habíamos tenido en mi casa.

Me acerqué sigilosamente hacia ella, procurando que nadie nos viese. Ella estaba tan bonita como siempre. Llevaba un vestido azul turquesa ceñido, aparentemente sin sujetador, con unos tacones negros de infarto, y su melena semirecogida rizada hacia un lado. Estaba muy sexy y elegante al mismo tiempo. En aquel preciso momento en que la vi, me entraron unas ganas increíbles de arrancarle aquel vestidito veraniego y penetrarla de una vez por todas.

-Rocío… ¡¿Qué estás haciendo aquí?! ¿Estás loca?

-Quería hablar contigo… No podía guardarme todo lo que he estado pensando y sintiendo después del número de ésta mañana en tu casa. La verdad es que me he sentido algo culpable, tú no merecías todo lo que te he dicho y menos en la forma en que me he puesto.

-Rocío, no tiene importancia. Pero no era necesario que vinieras hasta aquí. Joder… Estás loca de remate, ¿cómo vienes hasta aquí?

-Porque quería pedirte disculpas en persona y…

-… discúlpame tú a mí por jugar contigo.

-No Antonio, aquí la que quiere jugar soy yo. Y no me interrumpas por favor. –Puso la mano discretamente en mi trasero, sin que nadie nos viera.- Tú no me has prometido nada en absoluto, y soy yo la que ha entrado en tu vida con ganas de jugar… Y ahora, eres tú el que tienes que entrar en mí y jugar de otra forma que aún no has hecho.

No daba crédito ante aquella situación. Consiguió excitarme en un momento únicamente con sus palabras. Aunque, he de decir, que llevar los pechos desnudos debajo de aquel vestido ayudaba bastante a que me pusiera de esa manera.

La cogí de la mano y me la llevé conmigo sin cruzar palabra. Álvaro nos miraba fijamente, me acerqué a él y le dije al oído: “No me esperéis para cenar, nos vemos mañana en la recepción del hotel después de desayunar”. Pedí un taxi y me llevé a Rocío al hotel, la subí a la habitación y acto seguido la tumbé sobre la cama y comencé a desnudarme para ella poco a poco, hasta desprenderme por completo de toda mi ropa.

Ella estaba sentada sobre la cama con las piernas cruzadas, los brazos sobre las rodillas y con la barbilla apoyada en el cruce de sus muñecas, mirando atentamente cada uno de mis movimientos.

Rocío hizo un gesto en falso para desnudarse ella a continuación. La agarré del brazo y le dije al oído: “Ni te muevas, ésta noche lo haré todo yo”.

Pareció que mis palabras le gustaron, sonrió tímidamente dirigiendo su mirada hacia abajo, incluso se sonrojó.

Yo estaba aquella noche más que seguro de mi mismo, no quería que nada hiciera que la situación se torciese. Quería llegar hasta el final, y lo iba a hacer.

Me senté desnudo sobre la cama a su lado, la empujé fuertemente hasta dejarla tumbada por completo. Mis manos se deslizaron sobre su vestido y las metí por debajo de éste al llegar al final del todo, agarré su fino tanga de hilo y lo bajé rápidamente hasta sus pies, en donde mis labios comenzaron a besarlos. Cogí sus tobillos cada uno con una mano y abrí vulgarmente sus piernas de par en par, dejando bajo su vestido turquesa su sabroso sexo deseoso de mi lengua y de mi miembro.

Las vistas que tenía de él eran perfectas y habían conseguido despertar mi otro yo. Seguí besando sus piernas poco a poco, después sus muslos, y por fin me acercaba a la zona peligrosa… Abrí todavía más sus piernas, ella suspiró disimuladamente y entrecortada al hacer aquel gesto. Estaba excitada, estábamos ambos más que excitados. Me volví a detener para observar aquel perfecto regalo de su cuerpo tan oculto y que ahora era sólo para mí.

Estaba brillante, húmedo, un poco hinchado, poco a poco entre sus labios sobresalía un color rojizo que iba en aumento, y, por el agujero de su vagina asomaba un poco de su flujo blanquecino. Yo no pude evitar no pasar mi lengua por ahí… Lo hice con una presión fuerte y lenta, comiéndome toda su vulva. Lamí desde su agujero inundado hasta el comienzo de donde debería haber vello púbico.

Rocío gimió estrepitosamente, inclinando sus caderas hacia arriba apartando su cuerpo del colchón, regalándome una mirada que claramente me decía: “Fóllame”.

Yo continué concentrado en su entrepierna. Su sabor me creaba adicción, sus gemidos y suspiros eran simplemente unos maravillosos regalos para mis oídos. Besé cada una de sus ingles lentamente sin llegar a rozar su sexo, entre beso y beso dejaba rodar mis labios suavemente para hacerle sentir el calor de mi boca y un poco de mi saliva cerca de la entrada a la lujuria.

Agarró mi cabeza y me empujó hacia el centro de su clítoris.

-¡Cómemelo de una vez, joder!- dijo entre dientes. Yo, hice caso omiso a sus palabras. Cogí sus dos brazos y los puse sobre su cabeza, agarrando ambos por la muñeca con mi mano derecha. La miré fijamente y muy serio a los ojos y le dije:

-Como no estés quietecita vas a hacer que me enfade, y si me enfado te vas a quedar sin esto una y otra vez…- mientras añadía esas últimas palabras dejé que mi pene entrase lentamente hasta el fondo de su vagina. Estaba tan caliente y sus paredes vaginales tan apretadas… Era maravilloso. Pero no quería terminar tan pronto y la saqué igual de lento que la introduje.

-Buuuufffff…. Joder…. Antonio…. Me la has metido… ¡Dios! ¡¿Pero cómo me haces esto?! ¡Sigue por favor!

-Seguiré si te estás quietecita.

-Te juro que no me moveré ni un milímetro.

-Bien… No vuelvas a bajar las manos ¿entendido? – Ella asintió con la cabeza y yo bajé despacio hasta llegar de nuevo a su vagina. Rápidamente y sin darle tiempo a reaccionar metí y saqué mi lengua de ella. Quería jugar… Quería enloquecerla… Cogí su clítoris entre mis labios, haciendo una pequeña succión, con cuidado de no hacerle daño con los dientes. Absorbía, soltaba un poco, absorbía, y volvía a soltar… Así poco a poco haciendo llegar más y más sangre a su zona genital, consiguiendo que su clítoris se hinchase y se pusiera en dos minutos rojo.

Cuando sentía que aquello le iba a explotar, entre gemido y gemido que se escapaba de su boca volvía  a lamerle de abajo a arriba despacio. Uno, dos, tres, y hasta diez lametones lentos e intensos le regalé.

Levanté la cabeza hacia ella para ver que todo iba correctamente, y era más que correcto. El color de su cara había cambiado, también estaba enrojecida. Sus mejillas desprendían calor, su boca se secaba de tanto gemir, el brillo de su mirada cada vez era más deslumbrante, y su cabello estaba más revuelto que hacía unos minutos.

Sentado sobre la cama, a un lado de ella y sin apartarle la mirada, comencé a hacer círculos con mi mano cogiendo todo su sexo. Ella se retorcía cada vez más, deseaba que la penetrara… Y yo también lo deseaba, pero quería comprobar si era capaz de correrse sólo con mi forma de masturbarla y de darle placer oral. El ritmo de mi estimulación iba aumentando, al igual que la presión. Podía sentir a la perfección cómo mi mano se humedecía poco a poco. Rocío chorreaba, pero quería hacerla chorrear de golpe, y no poco a poco, así que, le introduje dos dedos y los comencé a mover descontroladamente. Ella pasó de gemir a prácticamente gritar. Los dedos de sus pies se engarrotaban de placer, unas pequeñas lágrimas caían de sus ojos lentamente, y sus dientes no paraban de morder su labio inferior.

Paré de golpe, agarré su vestido y se lo bajé bruscamente y lo arrojé al suelo. Me puse sobre su cuerpo desnudo y comencé a besarla con deseo. Sus besos también me excitaban, no sólo su cuerpo y la sexualidad que desprendía. Era toda ella un cúmulo de sensaciones que no podían evitar mi gran deseo por ella.

Seguí besándola por el cuello, por los lóbulos de sus orejas…, mientras con mis manos agarraba sus redondos y suaves pechos con aquellos pezones salientes. Mi lengua se deslizó desde el lóbulo de su oreja derecha por el cuello, escote, hasta llegar a sus pechos. Me entretuve lamiéndolos por un tiempo. Rocío no lo pudo evitar y agarró nuevamente mi cabeza, ésta vez yo no le dije nada. Dejé que con aquella presión mi boca se llenase con sus pezones, con la piel de sus pechos. Volví a subir mis besos por su cuello y volví de nuevo a su carnosa boca. Me incorporé rápidamente y cogiéndola de la cintura, la giré por completo en un momento, colocándola bocabajo.

No pude evitar las ganas de azotarle su culito tan redondo y blanquito, y le di de forma sonora pero no dolorosa. Simplemente era un juego. Pero su forma de gemir fue distinta… Parecía que le gustaba. Volví a azotarla de nuevo. Ella me correspondió con otro gemido. Volví a darle, esta vez un poco más fuerte. Gimió. Le azoté haciendo que le picase. Volvió a gemir. Le azoté cuatro veces más, dejándole mi mano marcada en su glúteo. Yo no podía más y perdí mi boca de nuevo en su sexo, dejando mi cabeza entre sus nalgas.

Le hice un cunnilingus largo y rápido, incluso le metía de vez en cuando mi dedo pulgar en su ano. Lo cual, para no tan mi sorpresa, también le enloquecía.

-¡Me corro! ¡Me corro! ¡Me corro! ¡Para por favor, para! ¡Me estoy mareando!- gritaba ella agarrando fuertemente la almohada. Aparté mi cara de su entrepierna y la masturbé rápidamente con tres dedos. Aquello le ardía. Ella gritaba, cada vez se agarraba más fuerte a la almohada, a las sábanas, a dónde podía, hasta que finalmente me suplicó que apartase la mano, que iba a correrse, y efectivamente, así fue. Un enorme chorro líquido salió disparado de su vagina chocando contra mi antebrazo y salpicando un poco sobre mi pecho. No podía creerlo… Aquello me excito de tal manera que, mientras ella se relajaba y se acomodaba exhausta, yo la cogí por sorpresa poniéndola rápidamente a cuatro patas. Volví a azotarla, me coloqué tras ella y la embestí duramente.

Se la metí una, dos y cientos de veces seguidas. Mi pene resbalaba exageradamente dentro de ella. Estaba tan lubricada que entraba y salía sin ninguna complicación. Yo sentía que me corría ya, no podía aguantar más. Estaba teniendo el polvazo de mi vida. Pero no quería que terminase.

La volví a colocar bocarriba en la cama y seguí masturbándole con mi mano.

-Por favor Antonio… Creía que no diría esto nunca, pero por favor. Termina ya. Me escuece mucho. Quiero que te corras. – suplicó Rocío.

-¿Estás segura?

-Por favor…

-¿Quieres que te llene el coño con mi semen?

-Hasta que no quepa nada más dentro y se salga y caiga por todas las sábanas… - Me enloquecía, era tan caliente y atrevida que podría conseguir que me corriese sólo con escucharla si quisiera.

Haciendo caso a sus peticiones, me puse sobre ella y la penetré durante un minuto más. Ella ponía los ojos en blanco cada vez que hacía fuerza mi pene contra todo su cuerpo. No paraba de morderse el labio, y, al mismo tiempo, se sujetaba de sus pechos.

Tres…Dos…Uno… Me corrí… Le llené todo con mi leche. Ella soltó un largo e intenso suspiro entre placer y alivio. La saqué lentamente de ella, la agarré con mi mano derecha y limpié la gota que sobresalía de la punta de mi glande contra su pubis.

Rocío me besó en el pecho y se recostó sobre mí, sin decir nada. Estaba agotada. Yo también. Cogí mi móvil para mirar la hora y me llevé una sorpresa… Seis llamadas perdidas de mi mujer. ¡Joder! Lo había dejado en silencio y ella me había estado llamando al mismo tiempo que yo estaba experimentando con una jovencita.

…Continuará…