Experimentando con una jovencita (2)
A veces, con el tiempo desaparece la fogosidad y se apaga el apetito sexual... Pero todo cambia cuando la persona que tienes delante en lugar de tu mujer es una joven camarera...
Aquella mañana me levanté pensativo, no podía quitarme a Rocío de la mente. Recordaba el momento en que nos besamos en el bar, cuando la subí sobre la mesa, mi sorpresa al encontrarla metida desnuda en mi cama, su picardía, su cuerpo desnudo, el sabor de su sexo, el sentir sus labios envolviendo mi pene… Y cómo no, el momento en que desapareció de mi casa.
Apenas había podido conciliar el sueño esa noche; tan sólo pude recordar todo lo que había pasado al mismo tiempo que olía en mis sábanas el penetrante y dulce olor que ella había dejado en ellas.
Pensé mucho sobre si debía bajar o no al bar aquel día. Pero el miedo me bloqueaba, había una parte de timidez y de remordimiento en mí que me impedía hacerlo. Pero lo hice. Me vestí y bajé al bar. No sabía muy bien si en realidad era por hambre, por costumbre, o porque realmente tenía la necesidad de verla.
Para mi sorpresa, ella no estaba. Por lo visto no entraba hasta por la tarde. Una parte de mi sintió alivio, pero otra estaba deseosa de verla.
Aproveché lo que quedaba de mañana para preparar la maleta, al día siguiente salía de viaje a Barcelona. Soy actor, trabajo en una compañía de teatro con cuatro compañeros más: Fernando, Álvaro, César y Javier. Tenía ganas de verlos, llevamos muchos años trabajando juntos y necesitaba contarles lo que me había ocurrido con Rocío, aunque tenía miedo a que me juzgaran de mala manera por haber traicionado a mi mujer.
Ya tenía todo listo, salíamos a las ocho de la mañana, esperaba poder dormir esa noche y estar fresco para el concierto del día siguiente.
Eran las once de la noche cuando mientras yo terminaba de cenar, alguien timbró en casa. ¡Era Rocío! Me pidió por favor que le abriera, necesitaba hablar conmigo.
La invité a que se quedase a cenar, ella venía de trabajar y no había tenido tiempo de comer todavía. Había un silencio un poco incómodo al principio, pero no podía con la presión y rompí aquel silencio.
-¿Te arrepientes de lo de anoche?
-No. No me arrepiento en absoluto de lo que pasó entre nosotros, disfruté mucho contigo Antonio, me atraes muchísimo… Siempre me han atraído los hombres más mayores que yo, y nunca había estado con alguien mayor de cuarenta años, y te aseguro que es algo magnífico… Estoy muy lejos de arrepentirme, habría llegado hasta el final… Una, dos, tres, diez veces… Las que hicieran falta… Pero no quiero destruir tu matrimonio.
-Rocío… Tú no has destruido ni vas a destruir nada… Mi mujer y yo llevamos muchos años casados, queda el cariño, pero ya no es lo mismo a cuando nos conocimos. Ella está ausente, ella ya no me desea, no me mira de la forma en que tú lo haces… Nadie me ha mirado jamás de la forma en que tú me miras, nadie me ha tocado de la forma en que tú me tocas… Jamás he deseado a una mujer como te deseo a ti, Rocío.
No me arrepentí en ningún momento de mis palabras. No era amor, desde luego, pero realmente era todo lo que sentía hacia ella.
Una sonrisa infantil se dibujó en sus labios, los cuales a continuación se acercaron a los míos. Volvió a lanzarse, como la primera vez en el bar. Me agarró de la cintura con una mano dejando la otra apoyada sutilmente sobre mi mentón. Yo la correspondí, esta vez no me bloquee. Esperaba y deseaba que lo hiciera. Mi miembro respondió al momento de sentir su lengua jugueteando con la mía; sus manos bajaron rápidamente sobre él, y comenzó a sobar mi entrepierna por encima de la ropa. Yo hice lo mismo… Nos empezamos a sobar encima del sofá como dos adolescentes sin parar ni un segundo de besarnos. Ella se puso sobre mí y comenzó a moverse como si me estuviera cabalgando. Mi erección era desbordante, Rocío sabía muy bien cómo ponerme a tono. Su juego me trasladaba a hace veinte años, cuando empezaba a tener mis primeras relaciones sexuales y cualquier mínimo detalle te excitaba como un loco. Ella lo estaba consiguiendo, su forma de tocarme sobre la ropa, su forma de mover su sexo contra el mío, su forma de besar sin parar de frotar su lengua contra la mía… Era todo más que excitante.
Me quité la camiseta y la arrojé al suelo, ella comenzó a besar mi pecho, lamiendo hacia debajo de vez en cuando, parándose en mi ombligo, y seguía bajando poco a poco hasta llegar a mi erección, con la cual jugueteó besándola sobre el pantalón y colocándosela entre los labios masturbándome con ellos de arriba abajo, empapando un poco mi pantalón con su saliva.
Deseaba que volviera a chupármela de aquella manera, deseaba correrme en su boca.
Me quitó el cinturón rápidamente y desabrochó con la boca poco a poco cada uno de los botones de mi pantalón. Su mano se posó sobre mis calzoncillos y volvió a masturbarme sobre éstos. Una gota de líquido pre seminal comenzaba a agrandarse sobre mi ropa interior, a ella eso pareció gustarle, y comenzó a lamer con fuerza y deseo sobre ella. Cuando ella no aguantó más, me bajó de golpe los pantalones junto a los calzoncillos, dejándolo todo a la altura de mis rodillas, se puso de rodillas en el suelo a un lateral del sofá y comenzó a agarrar mi pene con seguridad, mirándome a los ojos de esa manera tan pícara que tanto sabe ella que me gusta. Me encantaba sentir el tacto de sus manos recorriendo todo el tronco de mi pene, y después, pude disfrutar nuevamente del deslizamiento de sus labios en él, el jugueteo de su lengua de vez en cuando sobre mis testículos y el sonido de su campanilla contra mi glande…
Sentir las felaciones de Rocío era lo más parecido a rozar el cielo, sentía su boca deseosa saboreando cada milímetro de mí, incluyo a veces no era yo sólo al que se le escapaba algún que otro gemido, ella también me acompañaba de vez en cuando. Podía escuchar a la perfección algún que otro jadeo de su boca llena de mi polla. Cuando estuvo varios minutos haciéndomelo de forma rápida yo sentía que iba a eyacular, que me iba a deshacer en su boca, pero ella, que se le veía muy experimentada (lo cual me excitaba más todavía teniendo en cuenta su temprana edad), era consciente de que estaba a punto, y en el preciso momento de sentir que iba a eyacular, paraba en seco y me regalaba algún que otro suave y lento lametón recorriendo todo, absolutamente. Su lengua se deslizaba desde la parte más interna de mis testículos hasta la punta de mi pene, y de nuevo volvía a hacer el mismo recorrido, sin apartar ni un solo momento la vista de la mía.
La vista que tenía de ella en mi lado izquierdo arrodillada a un lado del sofá era espectacular. Podía ver cómo se la metía y sacaba de la boca desde su perfil derecho, cómo se marcaba el contorno de mi polla en su rosada mejilla… Cerraba los ojos cuando me lo hacía de forma rápida, y cuando me la lamía lentamente alrededor los abría para poner su mirada más sucia que tanto me enloquecía.
Al cabo de diez minutos mi cuerpo no podía más, sentía incluso mareos. Rocío era una niña insaciable, y yo no podía con su ritmo. La sostuve del pelo y comencé a follarle la boca rápidamente, impidiendo que ella pudiera retirarse, haciendo movimientos de vaivén con mi cadera. A ella no pareció importarle, ya que no tuvo intención de apartarse, incluso se incorporó y se venció hacia mí. El sonido de su garganta se iba haciendo más y más fuerte al ritmo de mis embestidas, hasta que de repente se cortó de golpe aquel sonido, dejando escapar entre mis labios un grave sonido de satisfacción.
Aquel día iba más que cargado, vacíe todo lo que tenía guardado en mis testículos desde hace días en su dulce boca. Pero ella no hizo gesto alguno, simplemente se quedó quieta y tragó… Tragó todo… Absolutamente todo.
Yo la miraba asombrado y exhausto mientras se incorporaba para sentarse en el salón. Un poco de mi semen brillaba por su barbilla, y ella, sin pudor alguno pasó su mano por la barbilla arrastrando mi fluido blanquecino hasta su boca, chupó lentamente sus dedos y rodeó las comisuras de los labios con la lengua. Aquello me volvió todavía más loco, me encantaba lo viciosa que era. Quién iba a decir que detrás de esa carita de ángel se escondía una pequeña ninfómana de tal nivel.
Sin decir palabra alguna se levantó del sofá y fue a servirse un plato de comida.
-¿Qué? Tengo hambre.- dijo ella mientras yo, todavía con los pantalones en la rodilla, le miraba sorprendido.
-¿Más? – dije entre risas. Ella también rió y me dio un pequeño golpe en el brazo.- Mañana madrugo, cojo un tren a las ocho de la mañana.
-¿Me estás echando después de habértela chupado? Que gesto tan feo… Creía que eras un caballero.- río.
-No, no te echo, simplemente te aviso porque quiero acostarme pronto.
-¡Ah! No hay problema, tú acuéstate tranquilo. No haré ruido.
-¿No piensas ir a dormir a tu casa?
-Mmmm… Sí, pero hoy no. Hoy prefiero hacerte compañía.
-¿Tus padres no se preocuparán al ver que no llegas a casa?
-Ja, ja, ja… Muy gracioso señor pedofilia, pero hace un par de años que me independicé. Vivo con una compañera.
-No soy ningún pederasta.- dije levantándome.- Pero tú deberías replantearte el trabajar en un geriátrico, ya que te gustan tan mayores. Aunque seguramente te despedirían, tu vicio no es normal.- Ella rió y me arrojó un cojín.- Te espero en la cama.
Al cabo de veinte minutos ella apareció por la puerta del dormitorio con una sonrisa de oreja a oreja.
-¿Me dejas ropa para dormir?.- preguntó.
-Sí claro, coge del armario una camiseta mía y ya te dejo un calzoncillo tipo bóxer para que estés cómoda.
-¿O prefieres que duerma sin ropa…? Total… Es verano… Hace calor… ¿A quién coño le importa la ropa?- Y sin darme pie a responder, comenzó a desnudarse rápidamente y al acabar se lanzó sobre la cama, sobre mí, y comenzó a besarme desenfrenadamente.
-Rocío… Acabo de correrme, estoy muerto. Además tengo que madrugar y…
-…vaya… Pues va a ser verdad eso que dicen que cuando un hombre sobrepasa los cuarenta su apetito sexual disminuye.
-Rocío… Te aseguro que quiero, deseo, follarte. Deseo ponerte a cuatro patas y agarrarte de ese culito tan blanquito y redondo que tienes y que tanto me incita a dar cachetadas sobre él. Te lamería todo el cuerpo y te daría infinitos mordiscos en zonas que ni tú imaginas… Quiero hacerte gritar de placer, quiero metértela tantas veces que no podrías andar en días, quiero follarte hasta el punto que tengas que suplicarme entre lágrimas y sollozos que por favor, pare. Te lo haría hasta que amaneciera, pero Rocío… Tengo que levantarme en seis horas.- Le di un beso en la mejilla, apagué la luz y me acosté en el lado derecho de la cama.
-Joder… Que cachonda me has puesto en un momento Antonio. Mira…- Se puso contra mi espalda, cogió mi mano y la introdujo en su vagina. La verdad es que sí estaba excitada, estaba muy mojada. No podía entender cómo un tipo cómo yo podía excitarle hasta ese punto a una mujer como ella.
-Niégame que no quieres follarme.- me recriminó.
-Claro que quiero Rocío, pero entiende que mañana salgo pronto de aquí, tengo que actuar en dos sesiones por la tarde, eso contando con el ensayo más la paliza del viaje. Tengo que estar fresco. Por favor…
-Está bien. Te entiendo. En ese caso dormiré.- Sonrío, un poco decepcionada a mi parecer por lo poco que pude ver gracias a la luz de las farolas de la calle que entraban por mi ventana, me besó tímidamente en los labios y se acostó.
Yo me recriminaba en mi interior…”Serás maricón…”, pero en realidad sabía que la deseaba pero ésta noche no podía ser. Pero… ¿y después? ¿Qué pasaría cuando yo volviera de Barcelona? ¿Qué pasaría cuándo mi mujer estuviera en casa? ¿Dónde y cuándo iba a tener oportunidad de volver a estar en privado con ella? […] “Un momento…” Recapacité. “…. ¿Estoy dando por hecho que voy a tener una aventura con ésta chica sin pensar por un segundo en mi esposa? ¿Estoy afirmando que voy a seguir siéndole infiel? ¿Estoy queriendo serle infiel a mi mujer hasta el final?” Sí… Así era… Deseaba a Rocío, deseaba a Rocío más que a mi esposa. Ana, mi mujer, es fría, controladora, no es nada cariñosa, ha perdido el deseo hacia mi hace años… ¿Y si ella también me era infiel? […]
No quise seguir pensando más, estaba sacando las cosas de contexto. Estaba perdiendo la cabeza por momentos.
Al poco tiempo me quedé dormido, estaba agotado. Necesitaba descansar. El sueño era en aquel momento lo que más me pesaba en el cuerpo.
Abrí los ojos, miré el reloj de la mesilla. 03:41 h. Algo me había despertado. Era Rocío, estaba dormida, se había acurrucado sobre mi pecho y me había envuelto el cuerpo con su pierna derecha. Me giré hacia ella, la luz de la calle iluminaba escasamente su rostro. Dormía plácidamente, es un ángel... Me provocaba una increíble sensación de ternura y deseo al mismo tiempo. No puede evitar acariciar su pelo, besarla levemente mientras dormía. Parece que no se dio cuenta, seguía dormida. Mientras tanto, yo no podía conciliar el sueño.
Pasaba el tiempo, Rocío se dio media vuelta, quedando de espaldas a mí. Las 04:58 h. Llevaba más de una hora sin conciliar el sueño, el despertador tenía que sonar dentro de una hora. Estaba cansado, pero no quería dormir para lo poco que quedaba hasta que sonara la alarma.
Algo despertó en mi cuerpo y me llevó a girarme hacia Rocío, de espaldas a ella, en posición “cucharita”. Me pegué todo lo posible contra ella, haciendo quedar mi polla, la cual sin motivo aparente se puso erguida, contra su trasero.
Comencé a restregarme despacio contra sus nalgas desnudas. Ella no se daba cuenta, seguía durmiendo. Yo continuaba excitándome con ella contra su voluntad. Mientras me restregaba, puse una de mis manos entre su pelo y lo agarré con la fuerza justa para sostenerla firme y que no se despertase. Tambaleé su cuerpo contra el mío, mi erección iba en aumento, mi excitación crecía y crecía. No pude contenerme y la agarré con una mano en cada pecho, apretándola más y más fuerte sobre mí. Me restregaba como si no hubiera mañana, no podía con aquel calentón repentino.
-Mmm… ¿Qué haces Antonio…? ¿Estás… estás metiéndome mano…? – murmuró ella todavía medio dormida. Yo no respondí, simplemente me bajé el pantalón y comencé a poner mi polla húmeda entre sus nalgas, haciéndola resbalar entre estas como si la estuviera penetrando.
Aquella sensación de follarme su culo sin llegar a hacerlo me ponía como un tren. Sentía la tersa y firme piel de su trasero a cada lado de mi pene, haciendo una ligera presión que me hacía llegar la sangre más rápido a mi gordo miembro. No podía parar de hacer fricción, mi glande cada vez se iba humedeciendo más, haciéndole mojar su trasero poco a poco.
Rocío estaba despierta, ya estaba muy despierta y consciente de lo que estaba haciendo con ella. Sin cortarse ni un pelo comenzó a inclinarse poco a poco poniendo su culo en pompa contra mí. Era una perra insaciable… Llevaba intentando que la penetrara desde ayer a cada momento, y ésta vez era la ocasión. Tenía que invadirle su joven y dulce chochito.
Comencé a restregar mi polla más y más fuerte contra ella, sujetándome firmemente de sus pechos. Ella jadeaba como una perra, sus suspiros iban en aumento. Yo sentía cada vez más calor en mi cuerpo, algo subía por mi vientre y volvía a bajar, era una sensación de cosquilleo y excitación que no podría explicar.
Cogí la sábana y la aparté por completo de nuestros cuerpos desnudos. Puse a Rocío boca arriba y comencé a masturbarla rápidamente. Estaba más que caliente, y dilatada… Tenía su sexo totalmente preparado para recibir mi miembro. Pero yo quería hacerla desesperar… Quería que esperase un poco y que estuviera ansiosa y desesperada por introducirme en ella.
Mientras mis dedos entraban y salían a una velocidad suprema de su vagina, con mi otra mano, cogí su pecho izquierdo y comencé a lamerle el pezón. Me encantaba juguetear a pellizcarlo suavemente entre mis dientes y ejercer una intensa presión con mi lengua sobre él. Al hacer eso, ella resoplaba desesperadamente. Me pedía entre suspiros que por favor, la penetrara. Estaba claro que deseaba hacerlo, pero quería ver hasta el punto que podía llegar. Paré de masturbarla y junté sus pechos con mis manos, metiéndome ambos pezones en mi boca y jugueteando con ellos sin parar de regalarle el torbellino que lograba hacerle sentir con mi lengua. Continué bajando mi lengua por todo su cuerpo deteniéndome en su clítoris. Era tan sabroso… Su zona genital estaba empapada, Rocío estaba más que cachonda, y yo igual. No podía parar de lamer su coño, me encantaba hacerlo. Aquello estaba tan perfectamente depilado que pasar mi lengua por ahí era un verdadero placer, un auténtico regalo del cielo… Sus labios eran suaves y aterciopelados, y cuando mi lengua se introducía entre ellos simplemente era maravilloso… Me excitaba sentir aquel sabor, aquel tacto, escuchar sus gemidos, sentir cómo su cuerpo se tambaleaba, cómo sus piernas temblaban, cómo su cadera se inclinaba de vez en cuando en un golpe seco hacía arriba sin ningún control…
Ya no aguantaba más, tenía que penetrarla. Ahora o nunca… Dejé de practicarle sexo oral, me puse sobre ella y me incliné sobre su cuerpo para besarla. Ella introdujo su lengua en mi boca recorriendo cada hueco y milímetro de ella; parecía que le excitaba probar su propio sabor. Yo no dejé de besarla ni un momento hasta que ella cogió mi cabeza con las dos manos y me ordenó que la penetrara.
Cogí mi miembro con una de mis manos y lo puse contra su orificio vaginal. Hice infinitos círculos sobre él sin llegar a penetrarla. Pasaba mi glande suavemente sobre su clítoris y lo estimulaba con éste.
-Joder Antonio… Métemela de una vez… Me estás volviendo loca.- suplicó.
Y en el preciso momento en el que fui a embestirla, oportunamente, sonó mi alarma. Ya eran las seis de la mañana, tenía una hora para salir de casa, y sabía que si seguía con lo que tenía entre manos no iba a llegar. Tenía que prepararme para marchar.
-No puede ser…- dije con rabia apartándome de Rocío y parando la alarma.
-Dime que es una broma por favor…
-No lo es nena, llevamos una hora restregándonos como monos y ya es la hora de levantarse.
-¿Me vas a dejar así? Antonio… ¿De verdad que piensas dejarme así?.- parecía enfadada.
-No me presiones Rocío, tengo que irme. Es mi trabajo, ya lo sabes…- mi erección bajó por momentos. Aquello me cortó totalmente el tema.
-Está bien…- dijo mirando mi entrepierna desilusionada.- Con tu permiso iré al baño a terminar lo que no se ha terminado aquí y me daré una ducha.
-Lo siento Rocío, yo…
-…No te disculpes. No pasa nada Antonio. Lo entiendo, ¿vale?
-Vale… Prepararé el desayuno mientras te arreglas.
Mientras Rocío estaba en el baño yo fui a la cocina a preparar unas tostadas y zumo recién exprimido. Joder… Podía oír sus gemidos desde la cocina. A veces no entendía si ella era así de viciosa o simplemente lo hacía para provocarme o hacerme ver que estaba molesta conmigo por no haber sido el hombre que ella esperaba que lo fuera. No paraba de torturarme mentalmente, ella iba a pensar que soy “un mierda” por así decirlo, o que no me excitaba lo suficiente, o que no podía hacerlo porque todavía tenía a mi mujer entre mis pensamientos, o cualquier cosa así… Y no era nada de eso. Simplemente eran casualidades que se habían presentado y me habían interrumpido el momento.
De repente sonó la puerta de arriba. Miré por la mirilla y era Álvaro, mi compañero de trabajo. Me puse nervioso, no quería que supiera que tenía una chica de veintipocos años metida en mi baño haciendo sus cosas íntimas y/o dándose una buena ducha para limpiar todo lo que había ido saliendo de su sexo a causa de mí. Él conocía a mi mujer de toda la vida, llevábamos años quedando juntos, saliendo a cenar, actuaciones en las que nuestras mujeres han estado presentes, etc… ¿Qué iba a pensar Álvaro si se enterase? ¿Se lo diría a mi mujer? Y si no se lo dijera, ¿miraría a mi mujer, o lo que es peor, a mí, de distinto y sospechoso modo? No quise pensar más, abrí la puerta y traté de disimular lo mejor que pude.
-Álvaro… Qué sorpresa. ¿No habíamos quedado a las siete y media en la estación? – Dije nervioso.
Sí, pero… ¡Joder! Vaya cara llevas, y que ojeras. ¿Estás bien?.- preguntó preocupado.
Sí, lo que pasa es que no he podido pegar ojo, he pasado muy mala noche y… Álvaro… ¿Qué quieres, qué es lo que haces tan temprano en la puerta de mi casa?
-Venía para avisarte de que Fernando ha cogido la furgoneta para acercarnos todos juntos a la estación y desayunar juntos, están todos abajo.- Cojonudo…Pensé en mi interior.
-Verás yo es que ya… Ya estoy preparando el desayuno, ¿ves?- Me aparté mostrando la cocina.
-Ah vaya, pensaba que estabas sólo. No sabía que estaba Ana aquí, creía que se había ido al pueblo con tus hijos.
-Y así es, se fueron hace unos días. Estoy sólo.
-¿Y por qué sacas dos vasos para el zumo? – (¡Mierda!)
-Eh… No… Es que…- acto seguido y para rematar, se escuchó cómo Rocío abrió el agua de la ducha.
-Antonio… ¿Qué está pasando? ¿Quién hay en tu baño?
Me puse nervioso, Álvaro me había pillado. No supe qué hacer ante aquella situación. Me bloquee. No podía mentirle, era mi amigo. Había visto el desayuno para dos y había escuchado a alguien duchándose en mi baño. Ya no tenía escapatoria. Había que echarle valor al asunto…
…Continuará…