Experimentando con una jovencita (1)

A veces, con el tiempo desaparece la fogosidad y se apaga el apetito sexual... Pero todo cambia cuando la persona que tienes delante en lugar de tu mujer es una joven camarera...

Soy un hombre casado desde hace dieciocho años, actualmente tengo cuarenta y cinco, y dos hijos maravillosos. Pero mantengo una rutina diaria que me ha hecho perder el deseo hacia mi mujer, por motivos de trabajo viajo mucho y dispongo de muy poco tiempo para ella, y, evidentemente el poco tiempo que me queda libre, se lo dedico a mis hijos. Apenas nos queda tiempo libre para hacer el amor, y si se da la ocasión ella se queda dormida porque está cansada.

Mi día a día cuando estoy en casa es muy monótono, y cuando llega el mediodía, bajo al bar de debajo de mi casa para almorzar y leer el periódico. Me gusta disfrutar de ese momento para mí solo.

Llevo yendo a ese bar prácticamente desde que me mudé al piso donde vivo, las camareras ya me conocen desde hace años, son dos mujeres muy amables, de mediana edad.

Ahora estamos en temporada de verano, las empleadas aprovechan para unas semanas de vacaciones, y no pude creer con la belleza que me encontré al bajar un día cualquiera para tomar mi típico almuerzo…

Como era de esperar, habían contratado a una camarera nueva para cubrir las vacaciones de una de ellas. La chica era joven, bastante joven, entre unos veinte y veinticinco años, de pelo largo y rubio, ojos verdes, alta, delgada, un escote firme, no muy grande pero lejos de ser pequeño y de una sonrisa perfecta, de ese tipo de sonrisas con las que una mujer podría conseguir todo lo que quisiera.

Me quedé impactado al ver el físico de la joven, no dejaba de ser una chavalita recién salida del instituto, pero su desarrollo físico era más que evidente.

Cuando me acerqué a la barra para pedir ella me dedicó una hermosa sonrisa preguntando qué quería que me sirviera.

-¿Viene usted mucho por aquí? .- me preguntó ella al tiempo que llenaba un tubo de cerveza.

-Sí, llevo viviendo en el edificio de aquí al lado toda la vida prácticamente. – respondí.

-Pues entonces está claro que nos veremos muy a menudo, mi nombre es Rocío. – se inclinó sobre la barra para darme dos besos, dejando caer sus pechos sobre ella, haciéndome muy evidente a la vista aquella preciosa y excitante imagen.

-Antonio…- dije entrecortado.

Desde aquel día intentaba hacer todo lo posible para sacar tiempo y bajar todos los días al bar. Para verla, simplemente quería verla. No entendía muy bien qué era lo que pasaba, pero tenía algo especial que me enganchaba a ella… Ya no sólo era el físico, sino que tenía siempre una disponibilidad increíble para hacer reír a los demás, era una chica muy natural, siempre andaba cantando canciones de todo tipo, le fascinaba el flamenco y el rock de los 80’s, y siempre que bajaba al bar disfrutaba de una increíble y larga conversación con ella.

Tras un mes acudiendo allí, pasando las mañanas con ella, me apeteció bajar después de cenar. Mi mujer estaba en el pueblo con mis suegros y los niños, y yo salía de viaje en dos días. Necesitaba un poco de buena compañía.

Cuando bajé, para mi sorpresa, estaba la persiana a mitad de bajar y tan sólo había un poco de luz dentro. Me dispuse a entrar igualmente, y allí estaba ella sola.

-Estoy cerrando ya. Pero bueno, por ser tú te dejo entrar para invitarte a algo.- dijo sonriente.

Tenía un brillo extraño en la mirada, algo había en ella que había cambiado. Le pregunté si se encontraba bien y ella asintió mirando el suelo, evitaba mi mirada. Me acerqué hacia ella cogiéndole levemente de la barbilla para dirigir su cara hacia la mía.

-¿Seguro?.- pregunté preocupado.

-Sí, tranquilo. Simplemente es que he bebido un poco, digamos que lo necesitaba…

-¿Lo necesitabas? ¿Para qué?

-Para hacer esto… - Sus labios se acercaron levemente hacia los míos. Yo me quedé petrificado, no supe cómo reaccionar ante aquello. Simplemente me quedé quieto mientras sentía el suave y húmedo de sus labios sobre los míos con ese dulce y amargo sabor a whisky.

-Perdona… Yo… - Dijo ella apartándose y dejando caer una lágrima sobre su rosada mejilla.

Le tapé los labios con mi dedo índice sin dejarle terminar la frase. La mire con una leve sonrisa y simplemente la abracé. Ella lo hizo con más fuerza, sentía cómo su cuerpo se apretaba contra el mío, cómo su respiración se hacía intensa sobre mi hombro izquierdo, cómo el olor afrutado de su pelo se introducía en mi nariz…

Cogí sus dos hombros para alejarla un poco de mí y poder ver bien su cara. Joder… Era preciosa, ¿cómo podía negarme ante semejante mujer? Nos miramos durante unos segundos, unos largos e interminables segundos, como si el mundo se hubiera detenido, y yo no me pude resistir. Me acerqué de nuevo a ella y la besé. La besé sin ningún remordimiento, sin pensar en lo que esto conllevaba dentro de mi relación, dentro de mi entorno… Sin pensar por un segundo en mi mujer, en el daño que podría ocasionarle si ella lo supiera… Pero en realidad no me importaba lo más mínimo. En aquel momento lo que me nacía era besar a Rocío, era desnudarla poco a poco, sin parar de besarla; era averiguar a qué sabía, cómo sería su cuerpo, cómo serían sus expresiones al tenerla en mi cama, cómo serían los gemidos que saldrían de esa preciosa boca, cómo sería tener sus jugosos labios abrazando mi miembro, cómo sería descubrir el lado más íntimo y sucio de ella.

Mientras nos besábamos, ella jugaba con sus dedos a deshacer los rizos de mi pelo, y los míos se perdían entre sus largos y dorados cabellos.

Su forma de besar me atrapaba, sólo con sentir cómo su lengua bailaba junto a la mía conseguía que mi miembro se pusiera erecto. Le encantaba entre beso y beso coger entre sus dientes mi labio inferior, lo cual me hacía enloquecer…Especialmente cuando lo succionaba.

No pude resistir mi excitación y la coloqué sobre una de las mesas del bar, le quité la camiseta negra de tirantes y la arrojé al suelo. Observé su sujetador rosa y negro de encaje manteniendo a la perfección sus jóvenes y redondos pechos, metí mi cabeza entre ellos y comencé a besarlos con frenesí, ella suspiraba al tiempo y se revolvía de la excitación. Agarró con fuerza mi trasero con ambas manos atrayéndome a ella, haciendo que mi erección chocase contra su entrepierna abierta de par en par sobre la mesa.

Sus manos se deslizaban por mi espalda mientras seguía besándome, terminando sobre mi pecho.

La miré a los ojos, estaba caliente, estaba muy caliente, y yo también…

-Sube a mi casa, allí estaremos más tranquilos.- Le propuse. Y ella sin cruzar palabra se levantó de la mesa, cogió su camiseta, se la puso y me hizo un gesto con la mano indicándome que saliera con ella del bar.

Cuando cerró, ella me miró de forma traviesa, sonrió y me preguntó si estaba casado. Yo asentí con la cabeza, daba por hecho que ella ya lo sabía al llevar alianza.

-Joder…- gruñó entre dientes. Yo la miré sorprendido por su reacción. –No sé si tomarme eso como un problema o como un dato que ayuda a que me excites más.

Yo no sabía reaccionar, hizo que me acordara de mi mujer, de mis hijos… Comencé a sentir algo de culpabilidad, pero realmente mi cuerpo tenía hambre de Rocío.

-¿Subimos? .- le pregunté con una sonrisa pícara. Asintió y me siguió hasta la puerta de casa. No cruzamos apenas palabra en el rellano ni en el ascensor.

Cuando subimos a casa, la dirigí hacia el salón y le ofrecí una copa. Rocío me preguntó por el baño, y le indiqué.

Llevaba más de diez minutos esperándola en el salón, comencé a preocuparme. Me levanté para comprobar si estaba bien, pero cuando llegué al baño la puerta estaba abierta, la luz apagada, y el cuarto vacío. ¿Dónde se había metido?

Por un segundo imaginé que habría entrado a mi dormitorio, me dirigí hacia él y allí estaba ella, metida dentro de la cama tapada hasta el cuello esperándome tan sólo con la luz de una de las lámparas de la mesita de noche.

-¿Qué… qué haces?- pregunté riendo nervioso.

Ella sin decir nada sonrió y apartó de golpe la sábana que cubría su desnudez. Sí, su desnudez… Estaba completamente desnuda sobre mi cama. Tenía una figura preciosa (qué podía esperar de una chica de poco más de veinte años), unos pechos completamente redondos que los adornaban sus pequeños y marrones pezones, un piercing adornando su ombligo, unas piernas espectacularmente largas, una de ellas con un tatuaje en el tobillo, y entre ellas un pubis cuidadosamente depilado.

Dios… No pude contenerme, mi pene volvió a ponerse erecto en cuestión de segundos al ver esa imagen, era jodidamente perfecta. Era increíble que una mujer así estuviera metida en mi cama deseosa de que la embistiera.

Me quité los zapatos y la camiseta sin apartar la mirada de semejante mujer. Ella sonrió y me dedicó un descarado movimiento abriendo sus piernas, dejando su sexo rosado y depilado completamente a la vista. Estaba empapado, podía ver a la perfección desde los pies de la cama cómo brillaba con la luz de la mesilla.

Rocío, mirándome fijamente lamió su dedo índice y se lo introdujo en la vagina suavemente para mí. Comenzó a masturbarse delante de mis ojos, delante de mis ojos sobre mi cama, sobre mis sábanas, en mi casa… No pude aguantar y me desnudé por completo. Deseaba saborear el delicioso jugo que iba saliendo lentamente bajo sus dedos.

Cuando me acerqué para lamerle, ella me cortó el paso extendiendo su pierna derecha hacia mí, colocando su pie en mi hombro.

-Espera un poquito más a que esto se caliente del todo. Quiero estar muy calentita y mojadita para ti. Ahora sólo disfruta.- Y continuó masturbándose más y más rápidamente. Yo no daba crédito ante aquello.

Comenzó metiéndose el dedo índice, después introdujo otro más, seguidamente continuó estimulándose el clítoris con la otra mano mientras iba metiendo más y más dedos en su vagina. Yo, excitado, enloquecía por momentos. Ella se retorcía de placer mientras seguía masturbándose para mí sin apartar su mirada de la mía.

De repente paró, me atrajo hacia ella en la cama y me tumbó. Se puso en pie sobre la cama, con sus piernas entre mi cabeza y siguió estimulándose el clítoris con mi cabeza a tan sólo un metro de ella. Intenté tocarle un par de ocasiones, pero ella me daba pequeños azotes en la mano para impedírmelo.

Para mi mayor excitación, Rocío introdujo por completo su mano derecha en su vagina… Los bordes de sus labios vaginales estaban inflamados, colorados, llenos por completo de su flujo, parecía que aquello iba a explotar en cualquier momento.

No pude aguantar más ante aquello y la agarré fuertemente de la cintura, sentándola sobre mi lengua. Aquello estaba caliente, completamente mojado, tenía un sabor dulce, un tacto aterciopelado al pasar la lengua sobre sus labios, y su clítoris era perfecto para succionarlo entre lametón y lametón.

Si algo me encanta en el mundo es dar sexo oral, pero en esta ocasión no es que me encantara, es que lo adoraba, me enloquecía pasar mi lengua entre aquellos húmedos y suaves labios y meterla en su apretada y caliente vagina.

Seguí lamiéndola hasta lo más profundo de su ser al mismo tiempo que le introducía un par de dedos. Estaba tan excitada que sus gemidos parecían lamentos, y sus piernas comenzaron a apretarse contra los laterales de mi cabeza.

Estuve dándole placer oral durante casi diez minutos, hasta el punto de que sus piernas comenzaron a temblar. Ella se incorporó a un lado de mí y cogió mi pene con firmeza. Me masturbaba lentamente y fuerte, como me gusta, al mismo tiempo me miraba. Yo quería que se la metiera ya en la boca e inconscientemente le coloqué mi mano en la cabeza empujándole hacia mi entrepierna. Ella captó mis necesidades y sin dudarlo comenzó a besar mis ingles sin dejar de meneármela. Después comenzó con suaves besos por mis testículos, regalándome algún que otro lametón, siguió lamiendo el comienzo de mi pene, después se centró en el glande, de vez en cuando me succionaba la punta y conseguía que me subiera un escalofrío por el vientre.

-Métetela en la boca…-suspiré- vas a volverme loco. Y ella obedeció, sentí como su lengua se deslizaba por mi pene y sus labios la encerraban arriba y abajo, arriba y abajo… Se veía que tenía experiencia, porque sentía como al bajar hasta el fondo tapaba cuidadosamente sus dientes con los labios al mismo tiempo que ejercía presión con ellos, y al sacarla, dejaba deslizar suavemente la lengua al mismo tiempo que hacía círculos por el contorno. Era increíble con la boca… Cambiaba varias veces de velocidad de tal forma que no me esperaba lo que venía en cada succión. Tan pronto me lo hacía suave y lento como suave y rápido, como tan pronto pasaba de estar dos minutos besándomela con suavidad a succionármela de tal manera que sentía cómo me ardía el frenillo.

Estaba a punto de correrme, hacía mucho tiempo que no mantenía relaciones sexuales, y menos de ésta forma. Rocío era una diosa del sexo, y me enganchaba de una manera que no lo había conseguido nadie en cuarenta y cinco años.

Ella notó que estaba a punto de correrme y paró, se tumbó a mi lado y comenzó a besarme en la oreja. Seguidamente le masturbé yo a ella, tenía un clítoris tan suave que me resultaba imposible quitar la mano de ahí, pero yo deseaba penetrarla ya, deseaba sentir mi pene invadiendo su vagina, así que me levanté a por un preservativo. Cuando lo cogí noté que algo en su cara había cambiado… Estaba sentada en un lado de la cama con la mirada perdida hacia el infinito. Pero al seguir su mirada comprobé que no estaba perdida, si no que estaba en un punto fijo. Estaba mirando fijamente la foto de mi boda, en la cual aparecía mi mujer. De nuevo, me hizo sentir algo de culpabilidad.

-Lo siento Antonio, no puedo.- dijo ella levantándose de la cama para coger la ropa.

Yo la sostuve de la cintura, puse bocabajo la foto y le pedí por favor que no se fuera. No podía dejarme así después de lo que acababa de pasar en mi dormitorio.

Pero ella sin cruzar palabra se vistió y se marchó de mi casa volviendo a disculparse, desapareciendo poco a poco por las escaleras de mi rellano.

Me quedé pensativo, con ganas de volver a verla… Necesitaba hablar con ella, necesitaba su cuerpo, necesitaba deshacerme entre sus piernas, pero ella había desaparecido. Ya era tarde…

…Continuará…