Experiencias: Invitación

Los años pasan y las experiencias se van acumulando. Algunas más intensas, otras menos, pero todas igual de agradables.

Últimamente estaba llegando tarde a casa. El trabajo me estaba consumiendo casi todo el tiempo, de tal forma que hacía ya casi 2 semanas que no había podido ir a visitar a mi "amiga" de turno. Nos habíamos conocido cuando éramos muy jóvenes y habíamos tenido un romance. Después nos distanciamos, hicimos nuestras vidas cada uno por su lado, pero nos habíamos vuelto a encontrar. Ella estaba casada, pero como dicen, donde fuego hubo, cenizas quedan. En fin, que de vez en cuando nos veíamos y teníamos sexo. Ambos disfrutábamos mucho y bien, sin desenfrenos, pero de forma total. Sin embargo, como dije al principio, en estás últimas 2 semanas no había tenido tiempo para estos encuentros calientes y placenteros.

Esa noche, al llegar a casa, me bañé rápidamente, preparé algo de comer de forma apresurada y cuando ya me disponía a sentarme cómodamente para ver una película, sentí que tocaban a mi puerta. Si hay algo que me moleste de veras, es que vengan a interrumpir mi tranquilidad, y mucho más cuando ya es tarde y estoy cansado.

Me levanté lentamente, preparando la sarta de insultos que propinaría al inoportuno visitante. Al abrir la puerta me encontré con las 2 vecinas que vivían en el apartamento debajo del mío.

En ese apartamento vivían 2 hermanos y sus esposas, todos jóvenes. Muchas veces había yo admirado a esas 2 muchachas. Eran bonitas sin llegar a ser preciosuras, pero la juventud que irradiaban era algo sencillamente irresistible. Tenían alrededor de 19 años y la frescura de su piel podía excitar al más impotente de los hombres. Cary era de piel blanca tostada por el sol tropical, pelo muy negro y brillante. Su boca sensual invitaba a besarla hasta el cansancio, y sus caderas, debido a ya tener un hijo, eran una tentación. En varias ocasiones me la había encontrado vistiendo una camiseta blanca que transparentaba sus negros y erectos pezones. Cada vez que la veía no podía evitar tener una erección. Se comentaba que en varias ocasiones había tenido relaciones extramaritales, cosa comprensible teniendo en cuenta que su esposo era un ser anodino y sin personalidad alguna, del que ella hacía lo que le venía en ganas. Resumiendo, Cary estaba realmente buena y era muy "alegre".

Rosita era otra cosa. De menor estatura que Cary, aparentaba mucho menos edad de la que realmente tenía. Sin embargo, su cuerpo era muy sensual. Se vestía con ropa apretada que marcaba sus formas. Delgada, de senos pequeños, pero turgentes, un culito duro que muchos querrían penetrar, y una cara inocente que de seguro escondía a una verdadera diosa del sexo, sobre todo si atendíamos a lo sensual de sus miradas y movimientos al caminar.

Y a las 10 de la noche esas 2 chiquillas habían tocado a mi puerta. Por supuesto que el encabronamiento que tenía al abrir desapareció al encontrármelas frente a mí. Imagino que ellas notaron mi molestia inicial, porque Cary musitó una excusa para marcharse.

No se preocupen – les dije – aún no pretendía acostarme. Además, con ustedes no puedo molestarme, al fin y al cabo son mis lindas vecinas, ¿no? – y continué – Díganme, ¿qué puedo hacer por ustedes?

Es que una conocida va a dar una fiesta, pero es por invitación… – comenzó a decir Rosita, pero rápidamente Cary tomó la palabra.

Nada, que no tenemos invitación y estamos locas por ir, porque han dicho que la fiesta va a estar súper buena.

Las miré de arriba a bajo , casi comiéndomelas con los ojos. Cary vestía un vestido holgado, y cada movimiento podía entreverse el nacimiento de sus pechos. Rosita tenía puesto un short de lycra ajustado y una camiseta cortita, sus pequeños pezones se marcaban insinuantes.

Pero pasen, no se queden en la puerta – les dije haciéndome a un lado.

Se sentaron frente a mí, en el sofá, mientras yo me acomodaba en mi butaca de siempre, sin dejar de mirarlas.

Bien – continúe una vez que estuvimos acomodados - ¿Qué es lo que desean de mí?

Rosita retomó la palabra. Parecía decidida a ser ella quien llevase la voz cantante.

Un amigo común nos dijo que podías ayudarnos haciéndonos copias de una invitación original – y poniendo esa carita inocente que tanto me excitaba me dijo - ¿Verdad que nos vas a ayudar?

No podía negarme a su petición, me gustaban demasiado como desaprovechar la oportunidad. Mientras ella hablaba mi cerebro funcionaba a mil revoluciones imaginando disímiles situaciones con ellas en la cama y con mi tranca como protagonista principal. No es que sea uno de esos superdotados que tanto se anuncian por ahí, pero con mis 20cms podía verdaderamente hacer gozar a cualquier mujer. Con los años había aprendido a dominar mi cuerpo y podía retrasar el orgasmo una barbaridad. Estaba seguro de que podía encamarlas a las 2 y estar dándoles pinga por un buen rato a ambas.

¿Sus esposos saben que están aquí? – les pregunté como al descuido, y sin esperar respuesta continúe diciendo – Lo que me piden no es fácil, pero es realizable. Lo malo es que ciertas cosas requieren de tiempo para que queden bien hechas.

Una sutil referencia al sexo, pero que sin dudas ellas entendieron.

No te preocupes por ellos – dijo Cary sonriendo – Siempre están cansados por el trabajo y cuando les dijimos que veníamos a verte para lo de las invitaciones decidieron acostarse. Ellos saben que tú eres una persona de respeto, incapaz de hacernos algún daño.

Sonreí para mis adentros. Daño jamás les provocaría, pero de seguro podría hacerlas gozar un mundo.

Bueno, si es así podemos poner manos a la obra, así terminaremos más temprano.

Las invité a pasar a mi estudio, donde tengo la PC y los demás trastos para trabajar en casa.

A ver, denme esa invitación para saber que podemos hacer.

La invitación era sencilla, fácil de copiar y reproducir, sin marcas de seguridad. Pero intencionalmente puse cara de preocupación.

No es tan sencilla la cosa – les dije – El trabajo será complicado y cuidadoso. Estoy seguro que cualquier otra persona les cobraría mucho por esto. Además, si se supiese ustedes se verían en un aprieto. Y podrían ponerme a mí en otro.

Lo sabemos – respondió Rosita – Por eso vinimos a verte, porque sabemos que eres una persona discreta – miró a su cuñada esperando su aprobación – Nosotros somos incapaces de buscarte un problema.

Además – intervino Cary – nuestros esposos pueden retribuirte el trabajo.

Era la oportunidad que estaba esperando. Sin apartar la vista del display mientras retocaba la captura de la invitación, les dije.

Prefiero que esto quede entre nosotros. Ustedes me pueden pagar el trabajo, así no molestan a sus esposos y todo queda entre estas cuatro paredes.

Tienes razón, así es mejor, todo queda entre nosotros… ¿cuánto cobrarías? – la mirada de Rosita era expectante, como temiendo que el precio fuese excesivo.

No te preocupes – le respondí – prefiero terminar el trabajo y entonces hablaremos del pago. ¿No creen que es mejor así?. De todas formas puedo adelantares que no será algo con lo que no puedan.

Continúe trabajando mientras ellas me observaban y de vez en cuando preguntaban esto o lo otro sobre lo que estaba haciendo. Al fin hice la primera impresión de prueba y se las mostré.

Acérquense – les dije - ¿Qué les parece?

Ambas se levantaron del mullido sofá que tenía en el estudio y se pararon frente a mí. Tenerlas tan cerca, al alcance de la mano, sintiendo la fragancia de sus perfumes, imaginando lo que podría pasar después, me provocó una erección que mal disimulaba.

Tomaron la impresión y quedaron maravilladas con mi trabajo.

Eres genial – dijo Rosita mientras me miraba y sonreía. Su mirada iba de la copia a mis ojos, y de ahí al bulto que se marcaba en mi holgado short de andar en casa – Nadie podría diferenciar el original de la copia.

Es cierto – la interrumpió Cary – Lo haces muy bien.

Dirigió una mirada cómplice a su cuñada y prosiguió:

Entonces, ¿cuánto nos cobrarás?

Aprovechando que Rosita me extendía la copia le tomé la mano.

No cuánto – dije sin dejar de mirar a esa mujer con cara de niña – sino qué.

No entiendo – Rosita sí había entendido, pero supongo que se hacía la tonta para ver hasta dónde llegaría yo con el juego que hacía rato habíamos iniciado.

Lo único que quiero es tenerlas a ustedes. Comprenderán que un trabajo así, que les permite satisfacer el deseo de ir a esa fiesta tan buena, es algo por lo que vale la pena pagar, ¿o no?

Cary se apartó un poco, como dejándole el terreno libre a su cuñada. Tal vez imaginó que con una que pagase era suficiente, o que yo, con mis 42 años no podría con ambas. Pero Rosita estaba dispuesta a pagar, pues en ningún momento intentó que le soltase la mano.

Sí, es cierto, esa fiesta nos tiene locas – su respiración se había agitado y sus pequeños, duros y erizados senos se marcaban en la fina camiseta invitando a la locura – No creo que el precio sea elevado.

La atraje hacía mí y la senté en mis piernas. Se dejó hacer, pero al sentarse pasó su brazo sobre mis hombros, clara señal de su pleno consentimiento. La besé suavemente al principio, incrementando la intensidad del beso según se agitaba su respiración, sintiendo como su mano acariciaba mi nuca. Sin dejar de besarla comencé a acariciar esos pezoncitos duros y erguidos, tomándolos entre mis dedos, pellizcándolos sin llegar a provocar dolor.

Cary tosió levemente, para darnos a entender que ella seguía allí.

Bien, esperaré en la sala – dijo sin dejar de mirarnos. Sus ojos brillaban y sus labios estaban húmedos. Era evidente que lo que se desarrollaba ante sus ojos la estaba excitando.

No – le dije – quiero que te quedes. Recuerda que ambas irán a la fiesta.

Como ví que ella tampoco tenía intención seria de marcharse levanté a Rosita de mis piernas y la llevé hasta el sofá. Para ese entonces había subido su camiseta y su teticas estaban al descubierto. Sin dejar de acariciarlas le dije a Cary:

Siéntate en mi silla, quiero que veas como un hombre de verdad hace gozar a tu cuñadita.

Me senté juntó a Rosita y comencé a chuparle los pezones. Eran una delicia, sus senos me cabían enteros en la boca, y mientras le chupaba uno, con la mano le acariciaba el otro. Rápidamente el efecto de las caricias y chupones se hizo sentir. Rosita jadeaba mientras acariciaba mi cabeza, apretándome contra ella. Su cuerpo se retorcía entre mis manos, sus piernas se abrían y cerraban a compás de mis lamidas. Sin dejar de chuparle las teticas clavé la vista en Cary. Se había recostado cómodamente en mi silla de trabajo y se pasaba las manos por esas tetas de pezones negros que tanto me gustaban. Con un gesto sumamente erótico se pasaba la lengua por los pezones, disfrutando del pequeño espectáculo que su cuñadita y yo le estábamos brindado. Ya era hora de pasar a mayores.

Terminé de sacarle a camiseta a Rosita y le hice parar frente a mí. Sin levantarme del sofá empecé a bajar se short de lycra pegado al cuerpo. Junto con el short bajaron sus bragas, hasta que estuvo completamente desnuda. Acaricié sus caderas, sobé con fuerzas sus nalgas duras y respingonas, pasando un dedo por la raja de su culo. Al rozar su ano dio un pequeño salto, pero lejos de protestar lo que hizo fue inclinarse hacia mí, poniendo sus pezones al alcance de mi boca mientras empinaba el culito. Mojé mi dedo en saliva y comencé a presionar su esfínter.

Cary no perdía detalle de nuestros manoseos y ya las caricias en sus tetas eran descaradas, violentas. Se pellizcaba los erectos y gordos pezones, estirándolos. Se estrujaba las tetas con fuerza y su vestido ya andaba por encima de las rodillas.

Después de estar un rato chupando las teticas de Rosita y cuando ya había jugado bastante con mi dedo enterrado en su culo hice que se enderezase y se sentase a mi lado. Me arrodillé ante ella y abriendo sus piernas me dispuse a disfrutar de esa almejita rasurada y completamente encharcada que tenía a mi disposición.

Chupé, mordí, sorbí, introduje mi lengua bien adentro, tomé su clítoris entre mis labios y lo chupé con fuerza. Mis dedos entraban y salían con rapidez de su vagina y de su culo. Tal era la cantidad de líquidos que manaban de sus entrañas que terminé con toda la cara y el cuello empapados. Su cuerpo delgado y caliente pegaba brincos en el sofá producto de mi trabajo en su concha, hasta que comenzó a agitarse más violentamente, gimiendo un orgasmo brutal y desesperado, apretando con sus manos mi cabeza contra su concha abierta, hinchada y rezumante.

Finalmente quedó desmadejada sobre el sofá, las manos aún apretando sus teticas, las piernas abiertas y chorreantes. Miré hacía Cary que no se había perdido ni un detalle del ruidoso orgasmo de su cuñada. Estaba tal y como esperaba. Ya se había subido el vestido hasta la cintura y mientras con una mano apartaba las bragas a un lado, con la otra frotaba frenéticamente un clítoris grande y rudo. Su concha abierta brillaba por la humedad y de ella caía un hilo de sus jugos. Gemía y se mordía los labios mientras le llegaba el orgasmo. Su cuerpo iba rodando hasta que sus nalgas quedaron fuera de la silla. Entonces sobrevino el cataclismo. Su cuerpo comenzó a convulsionar y entre gritos de placer comenzó a manar de su concha tal cantidad de jugos que tal parecía que se estaba orinando.

En cuatro patas me metí en sus piernas y bebí con deleite, mordiendo sus labios vaginales, chupando el clítoris, mientras le enterraba 2 dedos en su culo empapado. Había apoyados pies en mis hombros y gritaba como loca cada vez que le enterraba los dedos en el culo y le mordía el clítoris.

Al fin la fuente de esa concha divina amainó su torrente, y con dulzura puse sus pies en el suelo. Me levanté despacio, ya no estaba para estar tanto rato arrodillado. Me volteé hacía Rosita y ví que ella tampoco se había perdido detalle del orgasmo de Cary. Tenía dos dedos clavados en la vagina y los movía en círculos, entrando y saliendo, mientras el chapoteo hablaba por sí mismo de lo mojada que estaba.

Me acerqué a ella y le dije que se volteara. Con el brillo de la lujuria en los ojos se volteó, empinando el culito y abriéndoselo con las manos. Su concha dilatada y humeda invitaba a clavarla de un golpe.

Métemela – me dijo – no aguanto más. Quiero tu pinga adentro… en la concha… en el culo… donde tú quieras, pero clávamela… por favor

Un hombre no puede dejar de cumplir un pedido así. Esa concha sin pelos era algo que no podía esperar. Lentamente bajé mi short y mi tranca gorda, brillante y dura, saltó más que dispuesta a complacerla. Me puse detrás de ella y volteando hacia Cary le dije que se acercara.

Ni abrió la boca, se acercó lentamente y se detuvo a mi lado. Con mis manos busqué el borde de su vestido y se lo saqué por la cabeza. Sus preciosas tetas quedaron ante mis ojos y comencé a acariciarlas. Ella sola se inclinó y se quitó las bragas. Sólo entonces, al quedar a la altura de mi pinga fue que vió el estado de erección total en que se encontraba. Sus ojos se abrieron como platos y de su boca escapó un gemido, mezcla de deseo y admiración:

¡Dios mío, esta sí es una pinga y no la mierda que tiene mi marido entre las piernas!

Tomé su cabeza y la acerqué a mi pinga. Su boca se abrió golosa y se tragó mi tranca, chupando con avidez, empapándomela con su saliva, muy cerca de la concha abierta y expectante de su cuñada que miraba como mi garrote entraba y salía de la boca de Cary.

Al fin tomé mi pinga dura y empapada y la fui metiendo en la conchita de Rosita, que la recibió con un grito ahogado. Lentamente, pero sin detenerme, la fui clavando, hasta que sólo mis cojones quedaron fuera. Cary seguí arrodillada ante nosotros, con la vista clavada en el entrar y salir de mi pinga en la vagina de su cuñada. Su boca abierta, anhelante, su respiración agitada, sus pezones erectos y su mano perdida entre sus piernas, eran señal de la tremenda calentura que tenía.

Decidí entonces que debía dar otro paso más para conseguir que mis sueños se realizasen. Saqué mi rabo completamente mojado con los jugos de la vagina de Rosita y lo acerqué a Cary. Tal y como suponía, lo tomó por la base y comenzó a chuparlo con fruición, probando el sabor de su cuñada. Por supuesto que no dejé desatendida a Rosita. Mojé mis dedos en su concha y comencé a taladrar su culito. Al sentir mis dedos dentro, la muy putica abrió aún más sus nalgas con las manos y comenzó a jadear, pidiéndome que le enterrase la pinga:

¡Métela, coño… rómpeme el bollo y el culo… lléname de leche, que el maricón de mi marido no sabe singarme… deja a esa puta y síngame duro…!

Ya estaba dónde yo quería, loca por gozar, desesperada por venirse. Y Cary estaba como un volcán en ebullición. Ya eran tres los dedos que entraban y salían de su coño mientras me chupaba la pinga. Así que se la saqué de la boca y empujé su cabeza hacia la concha de Rosita. No hizo falta decirle nada, ella sola comenzó a mamarle el bollo a su cuñada, que al sentir como una lengua pugnaba por entrar en su vagina comenzó a mover sus caderas en círculos, buscando que le entrase aún más.

Ya no hizo falta más. Cary apartó las manos de Rosita y con las suyas abrió esas nalgas divinas, metiéndo su lengua en el bollo de su cuñada, chupando sus jugos, mordiendo sus labios

Mámale el culo, mójaselo bien, ábreselo… para que veas como se lo rompo… - le dije al oído al tiempo que le metía los dedos en el culo.

No tuve que decirlo 2 veces. Comenzó a mamarle el culo a Rosita como si en ello le fuera la vida, llenándoselo de saliva, saboreándolo. La otra, al sentir su culo chupado con tanta pasión, comenzó a moverlo desenfrenadamente, gozando de la tremenda mamada que le estaban dando.

Pero mi pinga pedía a gritos clavarse en algún sitio, así que aparté a Cary y la enterré en el culo abierto y ensalivado de Rosita. No tuve contemplaciones, fui brutal. Su grito fue ahogado mientras mordía el respaldar del sofá. Se la clavé hasta los cojones de una sola vez, y no me detuve para nada, comencé a entrar y salir con violencia. Pero aquella mujercita de veras estaba loca por recibir pinga, porque se repuso enseguida, acompañándome con el loco bailar de su cintura.

¡Así mi macho, síngame duro, jódeme toda… gózame y hazme gozar… dame pinga… más… más…!

Cuando su culito estuvo bien dilatado, saqué mi tranca y se la enterré en la concha, haciéndola gemir de gozo. Y después de un rato de cogerla por la vagina, volví a metérsela por el culo.

Cary se pajeaba locamente con una mano arrodillada a nuestro lado, besando las nalgas de Rosita, y con la otra empezó a pajear a su cuñada. Aquello provocó un terremoto en Rosita. A mi embestidas se había unido otro estímulo y aquello ya era demasiado. El orgasmo le llegó como un huracán, su concha y su culo se contraían al ritmo de aquel orgasmo brutal. No pude aguantar y comencé a venirme dentro de su culito, que al sentirse inundado de leche caliente me apretó la pinga como si fuera un guante.

Perdí la noción del tiempo, del espacio, el mundo me daba vueltas. Cuando abrí los ojos Rosita respiraba trabajosamente, saqué mi pinga de su culito monstruosamente abierto, del que chorreaba mi leche caliente.

Cary, que había tenido otro orgasmo al mismo tiempo que el nuestro se lanzó como posesa a chupar el culo dilatado de su cuñada, metiendo la lengua hasta donde le era posible, tragándose mi leche. Después se acercó a Rosita y comenzó a besarla en la boca, traspasándole mi leche. Con dulzura y lujuria al mismo tiempo entrelazaban sus lenguas, saboreando mi leche y su delirio, olvidadas de todo, entregadas a la sensualidad del momento.

Mis más sublimes sueños sexuales se habían cumplido… y con creces. Ante tal demostración mi pinga no podía quedarse quieta, y lentamente comenzó a levantarse. Con dulzura las llamé, y ambas, como gatas en celo se acercaron de rodillas.

Cary volvió a pegarse a mi trance, mamando desesperadamente, mientras Rosita chupaba lo que quedaba fuera de su boca. De vez en cuando se besaban, acariciándose las tetas con pasión. Volvían a mi pinga y era entonces Rosita la que se la metía hasta la garganta, sobándome los huevos con una mano y al tiempo me le metía un dedo en el culo a Cary.

Ya estaba nuevamente al palo. La sangre corría por mis venas en torrente, fluía hasta mi tranca y la ponía más y más dura. Las aparte suavemente para no venirme antes de tiempo. Rosita tomó a Cary de la mano y le dijo que se tendiese en el sofá.

Esta no se hizo rogar. Con las piernas totalmente abiertas se acostó en el sofá, invitando a Rosita a que le chupase la concha. La muchacha no necesitaba que la incitasen a ello. Gateó hasta colocarse entre las piernas de su cuñada y comenzó a besar su concha, suavemente, con amor, provocando que oleadas de placer se adueñasen de su razón y comenzase a gemir.

Así… así… mámamela… chúpamela… trágate mis jugos… méteme los dedos… gózame

Rosita empezó a chuparle el clítoris, mientras le metía 2 dedos en el bollo completamente mojado y caliente. Aquello era lo más excitante que había visto en mi vida. Me pajeaba lentamente, disfrutando de la visión de aquellas mujeres jóvenes y calientes que gozaban de lo lindo. Al fin no pude más y me coloqué detrás de Rosita. Le clavé la pinga en la concha de un solo golpe, bien duro, como a ella le gustaba, y comencé a singármela despacio, sacándola por completo y volviéndola a enterrar. Ella no dejaba de mamarle el bollo a su cuñada, que se retorcía como reptil sobre el sofá.

De pronto Rosita salió de entre las piernas de Cary y con una mano se sacó mi pinga de las entrañas.

Ahora le toca a ella… - me dijo sonriendo – Métesela completa, síngatela para ella también goce de esa rica pinga que tienes.

Y le hice caso, porque Cary me miraba fijamente, con la boca entreabierta, y su expresión era la de una mujer que se moría por sentirse clavada hasta el cuello. Y así lo hice. Comencé a moverme con fuerza, golpeando su pelvis con la mía. No necesité mucho tiempo, el orgasmo le llegó rápido, producto de la excepcional mamada que Rosita le había propinado y de mis 20cms entrando y saliendo de la charca en que se había convertido su concha.

Los jugos volvieron a manar con fuerza, mezclándose con mi leche. Porque al sentir como ella se venía no pude evitar venirme yo. Y su leche y la mía se escapaban mojándo, a mí los cojones y ella su culo.

Saqué mi pinga aún goteando leche y se la metí en la boca. Rosita no espero ni un segundo y se pegó a la concha de su cuñada para chuparle sus jugos y mi leche. Después se levantó y comenzó a besarla, compartiendo con ella los preciosos néctares que había recopilado en su boca. A cada tanto volvían a chupar la cabeza de mi pinga, haciéndome llegar a la gloria.

Terminamos los tres sobre el sofá, desnudos, sudorosos, felices. Después de un rato no levantamos y nos metimos al baño, y entre caricias y besos nos bañamos.

Al salir saqué las copias de las invitaciones y se las entregué. Incluso les hice varias más para sus amistades.

Al despedirnos volvimos a besarnos, esta vez los 3 al mismo tiempo.

Mil gracias, vecino – me dijo Rosita.

Gracias a ti, mi reina – le dije mientras acariciaba sus nalgas – Son insuperables.

Cary me agarró la tranca con la mano y me besó en los labios.

Eres magnífico, nos has hecho gozar como nunca lo habíamos hecho… - le dio tierno beso a Rosita en los labios y continuó - …y nos enseñaste que hay muchas formas de gozar. Pero aún mi culito quiere conocerte, ¿ok?

De seguro lo hará… no olvides a tu cuñadita cuando vengas.