Experiencias de un profesor (5: Aitana Villar-Mir)

Nuestro profesor consigue una nueva braguita para su colección, descubriendo que no hay mejor deporte que el voleibol femenino.

Anteriores experiencias:

1: Presentación.

2: Elena Castrillo.

3: Lucía Ortiz.

4: Carola Fabrés.

-Así que te la tiraste, ¿eh?

-Prácticamente se abalanzó sobre mí. No sé muy bien quién se tiró a quien.

Mi amiga Beatriz y yo nos tomamos unas cañas aquel domingo. Ella me había llamado por la mañana, totalmente curiosa, para preguntarme sobre el final de la noche anterior. Le dije que si pagaba las cañas se lo contaba con todo lujo de detalles. Y ahí estuvimos, sentados en una mesa en una esquina tranquila de un bar. Como no podía ser de otra manera, mi amiga llevaba un top con un escote de infarto y unos vaqueros tan ceñidos que le marcaban el culo como si fueran mallas. Táctica infalible para algunas rondas de cerveza gratis.

-¡Ya sabía yo que acabarías mojando!

-Me lo pusiste a huevo -aseguré. Y tras su gesto de incomprensión le expliqué-: bailando conmigo en plan perra cachonda...

-¡Eeh!

-... las niñas tuvieron que pensar que algo debía haber para que tú te dejaras.

-Ya te dije que eran una zorritas.

-De primera.

-Carola le irá con el chisme a las demás, lo sabes -no fue una pregunta.

-Cuento con ello -y más satisfecho no podía estar. Moví mi silla hasta estar pegada a la de ella y, en voz baja, proseguí-. El lunes tenéis entrenamiento después de clase, ¿verdad?

-Ajá...

-Pues pienso llenarle de leche las tetazas a la guarra de Aitana.

-¡Sergio! -fingió que se escandalizaba.

-Después de follarme ese chochito depilado que tiene, la muy zorrona.

-¡No sé cómo puedes decirme esas cosas! -musitó horrorizada. Frotó las piernas entre sí, cruzándolas bajo la mesa.

Era evidente que estaba excitada. Los pezones empezaron a marcársele bajo la tela elástica del top. Cuando tienes un cuerpo atlético tan trabajado como el de mi amiga Beatriz, los sujetadores no son más que una herramienta de seducción que usar o no.

-Como si tú no desearas lo mismo...

-¿Qué? ¿Que te la folles tú o que me la folle yo? -preguntó, juguetona y sin fingimientos. Hubiera pagado para ver eso. Tonto de mí-. Hay veces que una se pone mala en los vestuarios, te lo juro.

-Suertuda que eres.

-No te creas -me reconoció-. Demasiada gente.

-Necesitaré un favor -le pedí-: voy a poner unas cuantas cámaras y necesito tu permiso.

-Ya... sabes que te bastaba con no decírmelo...

-Sí, pero así tiene más gracia y tú puedes beneficiarte de ellas.

-¿Dónde? -y era evidente que aceptaba.

-Las pondré en los vestuarios. En ambos -aclaré-. Y también en el almacén del equipo deportivo. Ya sabes que soy discreto.

Ella sonrió como una loba a punto de cazar. Me puso la mano en la entrepierna y apretó. No lo suficiente para hacerme daño pero sí lo bastante como para despertar mi polla.

-Hay una condición -susurró.

-¿Cuál? -para nada asustado y sí intrigado. Ambos sabíamos que aceptaría.

-Me vas a ayudar a castigar a alguien -explicó mientras masajeaba mi miembro por encima del pantalón.

-¿A quién?

-No te lo voy a decir... todavía.

-Bea...

-¿Lo tomas o lo dejas?

-¡Joder, claro que voy! -exclamé con fuerza. Hubo gente que se giró para mirar. Bajé la voz-. Anda que no eres misteriosa, ¿eh?

Puse mi mano sobre la suya y se la aparté con cuidado. Beatriz era capaz de agarrar aún más fuerte para hacerme daño, la muy jodía. Apoyó los codos en la mesa y me miró con diversión.

-Tranqui, que te gustará.

Y con la incógnita me quedé. No lo sabía entonces, pero por mucho que sospechara que Beatriz era una zorra malvada -que lo era-, no me esperaba llegar a conocer las cotas de depravación por las que se movía. Hubiera empezado a correr ya.

-Tú asegúrate de que Aitana sea la guarda el material en el almacén -pedí.

Fui a trabajar al día siguiente sin dormir. Me llevó toda la noche preparar la red de cámaras y protegerla frente a intrusiones. Hoy en día hay tutoriales en internet para todo. En aquellos tiempos no, pero yo ya tenía experiencia. Me llevé el equipo y entré en el edificio un par de horas antes de que abriera. Para eso servía llevarse bien con el conserje. Y también para que te preste llaves y hacer copias. Entré en el pabellón y puse las cámaras en los vestuarios y en el almacén de equipo. El almacén era bastante grande y estaba muy ordenado. Estanterías llenas de balones y cuerdas y conos de tráfico y raqueta... De todo, vamos, pero había suficiente espacio para moverse con comodidad. Junto a la puerta había varios caballetes con dianas para tiro con arco, grandes y pesados. En la pared del fondo descansaban un plinto viejo y un montón de colchonetas. Genial. Eso es justo lo que quería. Tardé un poco más de dos horas en colocar todo. Sudé la gota gorda, pero lo conseguí. Nadie me descubrió, aunque me fue por poco. Satisfecho, me fui a dar mis clases del día.

Durante uno de los descansos, distraído yo mientras ordenaba mis papeles para llevármelos al despacho y los alumnos salían en tropel del aula, alguien carraspeó casi enfrente de mí. Ni me había dado cuenta. Levanté los ojos, sobresaltado, y me encontré con Lucía Ortiz. Llevaba ahí un par de minutos. Estaba muy nerviosa, moviendo los pies sin parar, estrujándose las manos, agarrándose el vuelo de la falda y frunciendo los labios. Estaba para follársela ahí mismo. Lo mismo opinó mi polla, creciendo y poniéndose bien dura.

-¡Vaya, señorita Ortiz...! -exclamé con interés. Saqué el móvil y miré la fecha-. Todavía tiene algo de tiempo, ¿no cree? ¿O acaso ya no le va a hacer falta?

-Ya no va a hacer falta, don Sergio -respondió muy rápido-. Ya tengo lo que quiere -añadió, ufana, poniéndose de puntillas.

-Bien, bien -asentí. Seguí colocando los papeles, tomándome mi tiempo y sin decir nada.

Fuera de la clase los chavales gritaban, reían, corrían. El barullo era enorme y yo seguía a mi rollo. Levanté la vista y vi que la chica se estaba poniendo nerviosa otra vez. Cerré el maletín y eché a andar hacia la puerta.

-Venga a mi despacho y hablemos.

No me paré a comprobar que me seguía. Sabía que iba a ir detrás mío como un corderito. Cuando llegué a la clase, abrí la puerta de mi despacho con las llaves, despacio, entré y puse el maletín sobre el escritorio.

-Cierre la puerta -le ordené, yendo hasta mi silla y sentándome. La miré. Se mordía los labios y se abrazaba a sí misma. Estaba asustada. Sus ojos estaban clavados al suelo pero lanzaba miradas furtivas en mi dirección. Tenía unas ganas terribles de meterla mano. Aparté el asiento hacia atrás-. Venga aquí.

Ella obedeció, moviéndose casi como un resorte hasta ponerse junto a mí. Levanté la mano y la subí por sus muslos, debajo de la falda, llegando justo hasta donde empezaban las braguitas. Se sobresaltó y se le puso la piel de gallina. Ahogó un gritito.

-Cuénteme, por favor. No omita detalles.

-Pues... o sea... no es que yo... no es que yo...

-Tranquila. No tenemos prisa -llevé los dedos por debajo de las braga, acariciando nalgas y labios con suavidad. Apretó instintivamente los muslos y las nalgas-. Tranquila -repetí-. Usted sabe que es una putita y sabe cómo comportarse.

Me miró con miedo pero separó las piernas más de lo que las tenía antes. Le pellizqué suavemente el culo y ella suspiró. Empezaba a llenarse de humedad. La entrada de su coñito se hinchaba lentamente.

-Bueno, pues... pues que sé qué puede hacer para follar-follarse el c-culo de Cris.

-¿Ajá?

-Pues... pues resulta que ella también está internada aquí, y... como yo, o sea, don Sergio... ¡aaahhhhhh!

Se quejó cuando metí la primera falange de mi índice en su ano. Me constó meterlo, pero entre el sudor y la lubricación de su coñito, no fue tan difícil.

-No sabía yo que las putitas se sobresaltaran tanto por sentir unos dedos en la entrada de sus agujeritos. ¿Lo sabía usted, señorita Ortiz?

-Y-yo...

-Da igual -la corté, metiendo un poco más el dedo en su culo y acariciándole los alrededores del coño-. Prosiga.

-Y... y es que ella tiene a los deeeehhhmás... a los demás... ahhhh... a los demás internos... o sea, que manda sobre ellos y... y por las noches, algunas nooooohhches...

-¿Sí? -el índice estaba totalmente dentro de su culo. Empecé a moverlo en suaves círculos.

-¡Pare, por... por favor, don Sergioooohhh! -se echó hacia adelante, apoyándose en la mesa y en la silla. Cerró los ojos.

Sólo medio palmo separaba mi boca de sus tetitas. Alcé la otra mano y la desabroché varios botones de la camisa. Bajé una de las copas del sujetador y le pellizqué un pezón con fuerza.

-¡AAAYYYY!

-¡Silencio! Es usted una putita barata -le recordé-. Compórtese.

Se mordió los labios, abrió los ojos y me miró. Seguía habiendo miedo en ellos, pero también aceptación. Asintió dos veces. Solté el pezoncito y agarré el pecho. Empezé a jugar con él, tirando con suavidad. Mi índice ya se movía con libertad dentro de su culo. Un segundo dedo se acercó furtivo para reunirse en breve con su compañero.

-Les prome-promete a los chicos que podrán j-jugaaaaahhhrr... con la otras... otras chicas. Tocarlas y ha-hacer que se las... se las chupen y eso.

-¿Una cría de quince años tiene dominados a todos los internos? -pregunté con extrañeza. Mis dedos pararon y ella suspiró. Quizá de alivio. Le solté el pecho y me acaricié la barbilla, pensativo. Al cabo de unos segundos le volví a apretar el culito, metiendo los dos dedos y abriéndoselo más aún. Ahogó una protesta mordiéndose el puño-. Dígame cómo.

-¡N-no lo sé bien, don S-sergio! Yo... yo creo queeeehhh todo empezóoohhhóoooohh con unas promeehhhsas y luego ya... ya siguió así. Lle-lle-lleeeehhvaahhhn... dos años así.

Eso sí que me sorprendió mucho. Trece años, debía tener la muy zorra. Qué hija de puta. Sonreí, mirando a ninguna parte, y me quedé quieto y callado.

-¿D-don Sergio...? -preguntó con timidez al comprobar que había parado.

Ensanché la sonrisa.

-Muy bien, señorita Ortiz. Lo ha hecho muy bien -la felicité.

La atraje hacia mí sin sacarle los dedos. Le mordí la tetita y chupé ese pequeño pezón adolescente. Ella jadeó de placer. No se resistió. Empecé a sacar y meter los dedos del culo. Suavemente, despacio, intentando hacerle el mínimo daño posible. Ella se mordió otra vez el puño, pero no para ahogar una queja, sino un gemido. Mi anular y mi meñique se movían entre los labios vaginales y el pulgar la agarraba el culo con fuerza. Incrementé la cadencia de la follada de su culito. La niña ahogó un grito y me abrazó la cabeza. Le hice un chupetón junto a la areola y me aparté un poco. La miré.

-Ahora agáchese y bébase mi leche.

La niña estaba tan excitada que me obedeció sin pararse a pensar. Se separó un poco hacia mi derecha -pero no tanto como para sacar yo mis dedos de su culo-, separó las piernas para estar cómoda, se inclinó, me abrió la bragueta y me sacó la polla. Estaba dura de verdad, deseosa de meterse en un lugar caliente y húmedo, con el glande tan rojo que casi era morado. Lucía pasó la lengua por el borde con mucha pericia.

-¡Hmmmpff...! ¡Hmmmpff...! ¡Ahhhgglll...!

La dejé hacer a su modo. Sus labios eran suaves, su lengua se movía muy bien y apretaba con mucho cuidado los dientes. Empezó a comérmela como una experta. Jadeaba mientras lo hacía. Gemía como una actriz porno, la muy guarra. Mientras me dejaba hacer, yo le follaba el culo con los dedos. Con los dos que tenía ya dentro y otro más que metí. Con fuerza, si esperar a que se abriera. Ya la abrí yo.

-¡AAHHHHGGGLLL! ¡AAHHHHHGGGLLLLL! -protestó con la boca llena de mi polla. La sujeté la nuca con mi otra mano y apreté hacia abajo. La saliva se escurría por mi entrepierna.

-¡Sigue comiendo, puta! -la acallé-. ¡Te gusta que te joda el culo con los dedos, zorra, así que gime como la guarra que eres!

Su culo estaba bien prieto. Prieto pero suave. Ya empezaba a dilatarse. Unas cuantas sesiones más y se tragaría mi polla sin problemas. Sólo necesitaba que se diese cuenta de cuánto le gustaba. No me detuve, y al cabo de unos segundos ya no se quejaba, sólo gemía como antes. Los dedos entraban y salían con buen ritmo, acompañando los gemidos de la chica, cada vez más intensos. De repente Lucía se sacó la polla de la boca, se aupó y me besó. Me mordió los labios, la lengua. Gemía y jadeaba mientras mis dedos jodían su culo y ella sólo me morreaba.

-¡Sí! ¡Ahh! ¡Sí! -gemía ella en mi boca-. ¡Fó-llehh-mehh! ¡Soy su.. su putiihhtaahh! ¡Su guarraahhh!¡¡Ahh!!

Sentía sus manos pajeándome con la misma fuerza con la que su ano era penetrado. Noté que iba a correrme. Ella se dio cuenta, así separó mi boca de la suya y volvió a agacharse. No fueron ni cinco segundos después de que sus labios aprisionaran el glande cuando mi polla descargó todo el semen que tenía dentro. Gemí con fuerza y ella apretó su cara contra mi entrepierna, metiéndose la polla hasta el fondo y medio ahogándose con mi leche.

-¡AHHGGLL! ¡¡Hmmmpfffglll...!!

La mano en su culo apretó con fuerza, quieta, mientras el orgasmo me sacudía. La niña succionó mi miembro hasta que no quedó nada y, después, se separó. Me miró mientras lamía toda la longitud de la polla. Era una mirada que buscaba aprobación, casi satisfecha por lo hecho pero temerosa todavía. La tomé de la barbilla y levanté su cara hasta mi altura. Un hilillo de semen caía por la comisura de la boca. Asentí.

-Muy bien, señorita Ortiz -la felicité de nuevo-. Francamente bien.

-¿L-le ha gustado, pro... profe? -jadeó ella.

-Mucho, putita, mucho -la miré con mucha seriedad y ella se asustó. Se echó hacia atrás, clavándose aún más mis dedos en el culo. Gimió a su pesar-. Es usted mi putita, señorita Ortiz. Y voy a asegurarme de que lo sea durante años. ¿Le ha quedado claro?

-S-sí, don Sergio -asintió la niña-. Me gustará... -tragó saliva-... me gustará ser su putita todo el tiempo que desee.

La niña tenía miedo pero también estaba excitada. Quería más, pero no quería quererlo. Perfecto para mí. Le limpié la boca con la mano y después se la enseñé. La miré y enarqué una ceja. Ella comprendió y lamió mi mano. Me reí, divertido y muy complacido.

-Estupendo, señorita Ortiz -le dije.

Saqué con cuidado los dedos de dentro suyo y después le palmeé las nalgas con un sonoro golpe que le dejó la piel marcada. Le enseñé la otra mano y, sin necesidad de gestos, la chupó con ganas. Miré el reloj que había en la pared. Dos horas para fin de clases. Tres horas para que terminara el entreno de voleibol femenino. Tres y cuarto para mi plan. Suspiré. Lucía terminó de limpiarme la mano. Me miró con ansiedad y búsqueda de aprobación. Tenía el rostro rojo, sucio de saliva y semen. El pelo sudado y alborotado, un chupetón en la tetita y los pezoncitos rojos y todavía duros. Me guardé la polla dentro de la ropa interior. Me levanté y Lucía se apartó. Me subí la cremallera.

-Mañana quiero una lista con los nombres de los chicos y chicas mayores que participan en las... reuniones que organiza la señorita Cobaleda.

-P-pero...

-Mañana -repetí, mirándola con seriedad. Después relajé el gesto-. ¿Cuándo habrá otra fiestecita?

-Eh... bueno... supongo que el jueves. Sí, el jueves, porque Cris...

-Perfecto -la corté-. Métase esa tetita dentro del sujetador, señorita Ortiz -le ordené, señalando el pecho. Ella se puso roja y obedeció al instante, abrochándose también la camisa-. Ser una putita barata no implica ir como una sucia guarra por los pasillos. Y ahora ya puede irse, señorita Ortiz. La espero mañana aquí mismo después de clase.

Ella sólo asintió y se marchó a todo correr. En cuanto la puerta de la clase se cerró, me reí con ganas. Me dejé caer en la silla y allí me quedé, satisfecho, a la espera de que pasara el tiempo. En mi imaginación bullían las ideas y los planes. No llevaba ni medio año y ya casi tenía montado un harén de zorritas a las que follarme.

La campana anunció por fin el final de las clases. Yo cogí mis cosas con parsimonia y fui hasta el pabellón dando un paseo por los pasillos atestados de chavales. Un par de veces me pareció que alguien me seguía, pero no le di importancia. Tenía la mente fija en correrme sobre las enormes tetas de Aitana. Silbé distraídamente y saludé con la mano al conserje, que se afanaba en limpiar un charco junto a los baños de la primera planta. Esquivé los empujones de los alumnos y acabé saliendo al patio. Tenía algo de tiempo, así que charlé con algunos padres -y madres. Vaya MILFs que gastaba el colegio-. Acabé entrando en el pabellón.

Las juveniles de voleibol entrenaban y el público miraba. Sí, había público. Como todos los lunes y jueves a las dos y media de la tarde. Una veintena de adolescentes buenorras con pantaloncitos ceñidos saltando y brincando atrae mucha gente. No importaba que no fuera más que un entrenamiento. Me quedé mirando y escuchando los comentarios de los chicos -y no tan chicos- de las gradas. Sacudí la cabeza, divertido, mientras señalaban jugadas -y jugadoras-. Salvo los pocos afortunados que tenían oportunidad de salir con ellas los fines de semana y conseguir un par de morreos y un magreo, los demás iban allí a por material para pajearse en casa. Me uní a los comentarios de mis vecinos y espoleé su imaginación con rumores sobre tamaños, firmezas, depilaciones y humedades. Joder cómo me reí por dentro.

Cuando faltaban cosa de quince minutos dejé a los pobres tipos solos con su empalme y su expresión babeante y bajé hasta pie de pista. Di un par de vueltas, grité algunos ánimos, salude con disimulo a mi amiga Beatriz -quien me guió un ojo mientras asentía- y me acabé deslizando por los pasillos que iban hasta los vestuarios y el almacén. Abrí la puerta de éste último y colé dentro, cerrando y candando tras de mí. Suspiré con satisfacción. Saqué el portátil del maletín -qué bien me habrían venido entonces esas estupendas tablets que hay ahora- y me conecté a la red privada de las cámaras. Fui cambiando de una a otra, comprobando su funcionamiento. Perfecto. Me saludé a mí mismo. Guardé el ordenador otra vez, apagué la luz y me escondí tras una estantería junto a la puerta. Ya se oían las voces de las chicas de camino a los vestuarios. El rumor del agua de las duchas era un tronar bajo y sordo al otro lado de la pared.

Al poco se abrió la puerta, se encendió la luz y apareció Aitana cargando con una red llena de balones. Venía sudada, sin poderse haber duchado. Su carga no es que pesara demasiado, pero se veía a la legua que era el volumen el que le estaba dando problemas. Pasó junto a mí sin percatarse de nada. Llegó hasta el final del almacén y allí soltó la red. Algunos balones se escaparon, así que la chica se agachó para cogerlos. Vaya pedazo de culo embutido en esos shorts ajustados. Joder, es que casi se le notaban los labios vaginales, tal y como estaba.

Algo de ruido debía hacer, porque se volvió inmediatamente con un balón en la mano que me lanzó con bastante buena puntería, teniendo en cuenta que lo tiró por instinto, sin apuntar. Dio justo contra la puerta entornada, terminando de cerrarla.

-¿¡Quién cojones...!?

-Tranquila, niña -dije, saliendo de la sombra con las mano por delante.

Aitana estaba de cuclillas, inclinada hacia adelante. Se le veía el top deportivo debajo de la camiseta, y era muy evidente que ni todo el elástico del mundo podría contener aquellos dos melones. Si la visión de su culo me había despertado la polla, el atisbo de su delantera había hecho que empezara a protestar, enjaulada y deseando salir.

-¡Oh! -exclamó-. Eres tú.

Se levantó y sonrió con sorna. Apoyó su mano en la cadera y me miró, insolente. Sacudió la cabeza y empezó a caminar hacia mí. Despacio, un pie delante del otro, contoneando con suavidad las caderas. Me estaba excitando por momentos -aunque fuera por detrás de mi poya, que ya aullaba-. Se detuvo a algo menos de un metro de mí. Me sacaba unos buenos quince centímetros, y en aquella distancia se notaba mucho. Su altura y su aplomo le hacían parecer una

femme fatale

de ésas de las películas. Y sólo tenía diecisiete años. Con un vestido de noche rojo podría conseguir varias herencias en cualquier fiesta de la alta sociedad.

-¿Qué haces por aquí? -me preguntó sin buscar respuesta-. ¿No sabes que está prohibido colarse en esta parte del pabellón?

-No para los profesores.

-No para los profesores que tienen permiso.

-Como el que tiene las llaves, por ejemplo -las saqué de mi bolsillo y le enseñé mi propio juego, haciéndolo tintinear.

Su sonrisa se congeló un instante, pero reaccionó enseguida, lanzando la mano para cogerlas. Por suerte mis reflejos siempre han sido extraordinariamente buenos, y no sólo tuve tiempo de apartar las llaves sino también de cogerle el brazo con mi otra mano. Apreté y la atraje hacia mí. Sus tetas se aplastaron contra mi pecho. La mano con las llaves soltó su carga y agarró el firme y perfecto culo. Opuso la resistencia justa como para que su boca no quedara atrapada por la mía. Me miró, volviendo a sonreír. Pasó su mano libre por mi cabeza.

-No has contestado a mi pregunta, profesor que tiene llaves -dijo en tono juguetón. Se dejó agarrar el culo sin problemas. Vaya culo. Tan estupendo como recordaba de hacía dos días. Prieto, firme, generoso-. Sabes que voy a tener que gritar, ¿verdad?

-Oh, eso espero -respondí, y eso la descolocó momentáneamente. Cosa que aproveché para morderle la boca y meterle la mano por debajo del short.

Ella intentó gritar, pero el sonido quedó completamente ahogado dentro de mi boca. Dos segundos de forcejeo se convirtieron en un magreo de libro. La solté el brazo y llevé mi mano a hacer compañía a su gemela. Con mis dos manos dentro de sus pantaloncitos, dentro de sus bragas, separé las nalgas y fui recompensado por un jadeo delicioso. Me mordió los labios, dándome un beso increíble, ansioso, la clase de beso que da alguien que lleva sin sexo semanas o meses. Pero es que Aitana era así. Una guarra del calibre de su amiga Carola.

Se apartó lo suficiente para poder hablar, pero no dijo nada, sólo jadeó -casi fue un gruñido-. Se llevó las manos a los shorts y se los bajó junto con las bragas, liberando ese magnífico culo para mi total exploración. Que fue guiada por ella misma, llevando sus manos a las mías, haciéndome meter los dedos dentro quisiera o no -que desde luego que quería-. Introduje los índices en el culo y los corazones en el coño. Entraron con facilidad, provocando que Aitana echase la cabeza para atrás y gimiera.

-¡Ahhhhh! ¡Sí, profe, sí! -exclamó-. Fóllame con los dedos... ¡FóllameeeaaAAAHHH!

Los moví con ímpetu, metiéndolos y sacándolos por completo en cada empellón. La rubia mantenía abiertas sus nalgas con las manos. Las cámaras -las ocho que había- debían de estar grabando un espectáculo de cinco estrellas. Saqué los dedos y los volví a meter, pero esta vez fueron todos. Cuatro en el culo y cuatro en el coño.

-¡Joderrrr! Sí, joder... síiiii... ¡AH! ¡AH! ¡AH!

Mordí su cuello con ganas. Sus agujeros estaban bien dilatados y lubricados. La muy guarra se deshacía en gemidos que intentaba ahogar. Seguía habiendo gente en los vestuarios. Las voces de las chicas se oían a través de la pared. Risas y vaciles como contrapunto de los gemidos y jadeos de Aitana. La zorrita enterró su cabeza en mi cuello, soltó su culo y me agarró la espalda. Clavó las uñas y los dientes, dejándose llevar todo lo que podía.

-¡Nopares! ¡Nopares! -me pedía, gimiendo cerca de mi oído-. ¡Unpoco... más! ¡Sí! ¡Sí! ¡Ahh! ¡Ahhh! ¡¡AAAHHHHHH!!

Su orgasmo fue tan brutal que si no llego a tenerla sujeta hubiera caído al suelo. Mis manos chorreaban distintos fluidos, calientes y viscosos. Aitana no dejaba de sacudirse en espasmos involuntarios, dejando escapar un gemidito continuo y suave. Fuera se oían puertas y voces. Hacía ya minutos que no se escuchaba el rumor de las duchas. El equipo de voleibol se había olvidado por completo de una de sus jugadoras.

Levanté a Aitana a pulso -después de todo, tenía las manos bien afianzadas- y la llevé hasta el fondo del almacén. Ella, medio desmayada, sólo gemía. Me abrazaba, inconsciente, sujetándose a mí como si fuera un cabo salvavidas. Llegué hasta la pila de colchonetas y el plinto. La senté en él, medio encarado yo hacia la puerta -y la mayoría de las cámaras- y saqué los dedos de dentro suyo. Volvió a gemir.

-Date la vuelta -ordené-. Te has corrido, guarra, pero yo no. Voy a llenarte de leche, rubia.

-Tomo... tomo... tomo la píldora -me informó mientras obedecía. Le temblaban las piernas, así que cuando lo logró simplemente se dejó caer sobre el acolchado.

-Mejor, porque no pensaba usar condón.

Le bajé del todo el short y las bragas, sacándoselos por los tobillos. La prenda de ropa interior fue directa a mi bolsillo. La cara interna de sus muslos estaba completamente empapada de fluidos vaginales y anales. Yo mismo tenía las manos manchadas por sus intimidades.

-Em-empecé... ayer. Joder, profe...

Le abrí las nalgas. Su culo estaba dilatado. Inconscientemente, Aitana abría y cerraba el ano -lo que podía, teniendo en cuenta cómo se lo había abierto-. Su coño chorreaba y estaba rojo e hinchado. Totalmente excitado.

-Eres una jodida guarra, rubia -dije mientras metía la cabeza entre las nalgas.

-¡Oohhhh! -jadeó en cuanto sintió mi boca contra su coño-. ¡Despacio...! Por-porfavor...

Pasé la lengua por toda la zona. Lamí ese coñito sin un solo pelo, lamí el perineo, lamí el culo. Me dolía la polla, todavía dentro de los pantalones. No le había bastado la mamada de Lucía de horas antes. Quería más carne joven.

-Pero qué jodida guarra, coño -repetí, incorporándome.

-Sí, joder, sí -asintió, excitada. Separó las piernas, se llevó las manos otra vez a su culo y volvió a abrir las nalgas-. Lo soy, profe, pero fóllame de una puta vez.

Me desabroché los pantalones tan rápido como pude sin parecer un loco ansioso -que era como me encontraba-. Me deshice de ellos de una patada.

-¿Me la vas a meter o qué, profe? -me incitó, moviendo el culo de un lado a otro. Tenía los dedos engarfiados en las nalgas, completamente abierta. Vaya espectáculo.

Los calzoncillos siguieron el mismo camino que los pantalones. Mi polla latía, roja carmesí, deseosa de penetrar a la rubia.

-¿O es que soy demasiado para ti, profe? -pero qué grandísima hija de puta-. Es eso, ¿verdad? Mucho decir, pero luego va y resulta queeEEEAAAAAHHHHH ¡¡¡JODERRRRRRRRR!!!

Se la metí por el coño tan fuerte que el plinto se movió a pesar de las colchonetas. Aitana intentó soltarse el culo para sujetarse mejor, pero se lo impedí agarrándole de las muñecas. No pudo dejar de abrirse las nalgas mientras la partía en dos a pollazos.

-¡¡AH!! ¡¡AH!! ¡¡AH!!

Sus gemidos eran cortos y agudos. Intentó ahogarlos mordiendo el acolchado, pero aún así se oían claros. Mi polla entraba y salía, feliz, de ese coñito húmedo y depilado. Los cojones golpeaban contra los labios en cada empellón. El placer era inmenso, aumentado aún más por la visión de esos dedos agarrándose el culo, clavándose en la carne con fuerza.

-¡¡JODERRR!! ¡¡SÍ!! ¡¡SÍ!! ¡¡AH!! ¡¡AH!!

Hacíamos un ruido increíble. Sus gritos, mis jadeos, el raspar de la madera contra el suelo, las colchonetas contra las estanterías... Menos mal que no quedaba nadie en el pabellón.

-¿¡Te gusta, guarra!?

-¡SÍ! ¡¡SÍ!!

-¡Dilo!

-¡¡MEGUSTAAAAHHHH!! ¡¡MEEE GUSTAAAAHHHHHH!!

No me podía creer que ese coñito, tan trillado que debía estar a su tierna edad, fuese lo suficientemente prieto como para hacerme ver las estrellas. Los labios, suaves y carnosos, abrazaban mi polla como si no quisieran dejarlo ir. Pero se iba. Y volvía. Joder sí volvía. Con más ganas aún.

-¡VOYACORRERME! ¡¡AHH!! ¡¡NOPARES!! ¡¡SÍ!! ¡¡AHH!! ¡¡AHH!! ¡¡¡AAAAAHHHHHHH!!! ¡¡¡SÍIIIIIIIIIJODEEERRRR!!!

Aitana se estremeció como si le recorriera una corriente eléctrica. Gritó como una puta, como una perra. Joder, más que un colegio normal, esto parecía el Russian Intitute. No tardé nada en correrme yo también. La agarré fuerte y le dí un último empellón. El semen salió a chorros, llenándole el coño por completo. El orgasmo me sacudió el cuerpo entero.

-¡Sí, lléname, profe!

Dí otro par de empujones. La leche se salía de su coñito y bajaba por entre los muslos. Se soltó el culo y suspiró, extasiada y repleta de semen. Me incliné hacia adelante, le agarré el pelo y tiré de él hacia atrás. Protestó. Le giré la cabeza y le mordí la comisura de la boca. Sacó la lengua y jugó con la mía, girándose más hasta que nuestros labios se encontraron.

-Eres una guarra, joder -dije de nuevo-. Más que tu amiga Carola.

-Lo sé, profe -aceptó, divertida-. Y tú eres un puto pervertido.

-Lo sé -me reí. Apreté las caderas contra el culo de Aitana y le arranqué un gemidito-. Y bien que te gusta.

Ella también se rió, pero no se apartó. Mi polla, fláccida, seguía dentro suyo. El interior de su coño apretaba mi miembro.

-Aunque, ¿sabes? Todavía no he catado el premio gordo -proseguí, mordiéndole el lóbulo de la oreja.

-¡Ohhh! ¿También quieres llenarme el culo de leche, profe? -inquirió, malvada, restregando sus nalgas contra mi entrepierna.

-¡Ja, no! -exclamé-. Tus tetazas, rubia -llevé las manos hasta sus enormes pechos, ésos que seguían todavía dentro del top deportivo, aprisionados como podían.

-¡Hmmmm...!

-Esas enormes tetas -le mordí el cuello. Mi polla empezó a responder otra vez-. Quiero mi leche sobre ellas. Quiero que me comas la polla, llenarte la boca de semen, puta guarra -apreté los pechos cobre la camiseta y ella gimió levemente-, y luego que escupas la leche sobre tus tetas.

-Pues, ¿sabes? -me cogió las manos y las apretó contra ella-. No me parece nada desagradable eso que dices.

Me reí y le mordí otra vez. Notaba la polla creciendo dentro de su coño. Moví un poco las caderas y nuevamente estuvo dispuesta para un segundo asalto.

Fue en ese momento cuando un movimiento repentino y un golpe llamaron nuestra atención. Levanté la vista y vi que dos caballetes terminaban de caer, junto a la puerta, reuniéndose con el primero que ya estaba en el suelo. Un grito -un grito femenino- acompañó el derrumbe. Sin esperar ni un momento más, saque la polla del coño de Aitana -que, alarmada, se había incorporado- y me acerqué deprisa. Vi una sombra moviéndose y lance la mano para agarrar lo que fuera. Resultó ser cabello.

-¡Ayyyy!

Tiré con fuerza y saque a la intrusa a la luz. Resultó ser Elena Castrillo, la primera zorrita a la que me follé.

-Pero... ¿¡qué cojones haces tú aquí!?

-¡Ayy! ¡Me haces daño, profe! -se quejó. Y con razón, pues continuaba tironeándole del pelo-. ¡Suéltame, por favor! -pidió.

Lo hice. Di una par de pasos para atrás y la miré de arriba a abajo. Tenía todos los botones de la blusa desabrochados, salvo los dos de abajo. Las tetas todavía se mantenían dentro del sujetador, pero los pezones -grandes para esos pechitos- asomaban por el borde de la prenda. Tenía la falda de colegiala algo movida, como si simplemente se la hubiera colocado mal, pero siguiendo las piernas con la mirada encontré las bragas, liadas en el tobillo izquierdo. La miré de nuevo a la cara. Tenía el rostro congestionado, rojo y perlado de sudor. No había sino una única conclusión.

-¿Me has seguido y te has estado masturbando mientras follaba?

Sí, la pregunta sobraba, pero yo estaba alucinando por completo. Bajo mi mirada se cogió de las manos, tímida de repente, y bajó la vista. Miré hacia atrás, hacia Aitana, y constaté que ella también estaba flipando. Cuando volví a la cara hacia Elena, la chica me estaba mirando la polla mientras se mordía los labios. Bajé la vista. Sí, mi polla seguía ahí. Tiesa, joder. Ni cuando contaba quince años tenía empalmes así. Putas colegialas guarras. Carraspeé.

-Le he hecho una pregunta, señorita Castrillo -exigí, poniendo voz de profesor. Eso hizo que diera un respingo culpable que terminó en una sonrisa traviesa.

-Sí, don Sergio -respondió, juguetona-. Le seguí, me metí justo después de que entrara la otra chica y me quedé mirando cómo se la follaba -enumeró sus andanzas con un contoneo recatado y una mirada pícara.

-Ya veo.

Miré hacia Aitana otra vez y vi que la chica sacudía la cabeza, divertida, ante la pantomima. Se había subido al plinto y se había quedado ahí, sentada, taloneando contra la madera con sus deportivas. Con las piernas desnudas pero, lamentablemente, los magníficos pechos todavía escondidos. Me dirigió una mirada interrogante y adulta, la mirada de una loba joven pero madura que ha encontrado la pista de una liebre. Bueno, más bien la pista de un conejito todavía más joven y tierno.

Me crucé de brazos y me dirigí de nuevo a mi primera conquista.

-No sé qué voy a hacer con usted, señorita Castrillo -empecé. Estaba desnudo de cintura para abajo, vestido únicamente con una camiseta y unos zapatos. Mi polla tiesa hacia adelante, con el capullo rojo y goteante. Totalmente ridículo. Pero lo importante era la actitud-. Es usted una rebelde, señorita. No se persigue a los profesores por los pasillos, no se escabulle uno dentro de habitaciones restringidas, no se espía las actividades de otros grupos escolares.

Detrás mío, Aitana ahogó una risa. Miré. La chica se abrió de piernas, despacio, mostrándonos a mí y a Elena -y a las jodidas cámaras- el tesoro depilado, rojo, húmedo y ansioso que guardaba entre los preciosos muslos. Deslizó la mano derecha, despacio, vientre abajo hasta los labios vaginales. Los separó con el índice y el anular mientras el corazón acariciaba el clítoris. Incluso desde esa distancia -cuatro o cinco metros-, se veía rojo e hinchado.

-¿No tiene nada que decir a eso? -le pregunté a Elena tras volver a encararme con ella.

-Sí, don Sergio.

Separó un poco las piernas. Se llevó la mano derecha a la ingle, acariciando su coñito por encima de la falda de colegiala, empapando y manchando la tela a cuadros. La mano izquierda subió hasta sus tetitas. Tres dedos pellizcaron y tironearon de un pezón.

-Cuando le llene las tetas de leche a ella... quiero lamérselas y beberme su corrida.