Experiencias de un profesor (4: Carola Fabrés)
Y nuestro profesor de secundaria sigue coleccionando braguitas, esta vez gracias a un triunfo del equipo juvenil femenino de voleibol.
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El pabellón de deportes del colegio es lo bastante grande como para celebrar campeonatos oficiales de baloncesto, voleibol y fútbol-sala. Vestuarios muy bien equipados para dos equipos, toda una red de pasillos debajo de las canchas para el mantenimiento, calefacción radiante, una iluminación perfecta... vamos, que las monjas se gastaron bien el dinero aquí. No por nada los equipos femeninos de voleibol del colegio suelen ser campeones regionales todos lo años, y van a los nacionales haciendo muy buen papel. Eso da dinero, y el dinero siempre ha movido los engranajes de cualquier institución.
Mi amiga Beatriz, como profesora de Educación Física y entrenadora de los equipos de voleibol -tanto femeninos como masculinos, aunque estos últimos nunca lograran nada importante- tenía una posición envidiable a la hora de manejar todos los temas de deportes del colegio. No es que malversara fondos, que tampoco había para eso -bueno, quizá para unas cañas y pinchos a cuenta de las monjitas-, pero las decisiones administrativas acababan pasando por ella. Y desde luego que se aprovechaba de eso.
-Los horarios, las fechas -me dijo ella con una sonrisa lasciva-. Cómo se manejan los vestuarios...
-Ah, entonces de ahí viene el problema que tienes con el conserje, ¿no?
-¡Claro! El viejo de la fregona se mete en mis dominios como si fuese el rey -se quejó-. Y no es más que un fósil asqueroso al que se le cae la baba mirando culos.
-Ya, lo que te jode es que te quita presas, ¿eh? -me reí-. Tranquila, mi señora, que en nada tal interfecto será mi más leal siervo y os lo serviré en bandeja de plata -añadí, haciéndole una reverencia.
-Pues más os vale, caballero -le encantaba seguirme el juego-. O jamás probaréis las mieles de la victoria.
Me guiñó un ojo y se fue, contoneando ese cuerpo atlético con el único objetivo de ponerme malo.
Los días siguientes a mi encuentro con Lucía Ortiz fueron bastante curiosos. En ningún momento tuve la intención de perseguir a la chica, presionándola para que cumpliera con lo pactado, pero de alguna manera me acaba encontrando con ella por los pasillos, en la entrada, subiendo o bajando las escaleras o hasta en la cafetería. En todas las ocasiones ella se ruborizaba y bajaba la vista, caminando deprisa y como a saltitos. Estaba muy graciosa haciendo eso. La última de esas veces, creo que a finales de semana -sí, fue en viernes, porque recuerdo que tenía unas ganas horribles de que llegara el sábado y poder dormir hasta tarde-, ella misma se detuvo junto a mí y me susurró.
-Por favor, don Sergio, no me presione -me pidió.
-Pasan lo días, señorita Ortiz, pasan los días -comenté yo en voz normal, consciente del nerviosismo de la chica. Por suerte para ella no había nadie cerca en ese momento.
-Estoy con ello, se lo juro, ¡por favor!
-Bien, putita -contesté en voz baja. La miré a los ojos y me chupé dos dedos con parsimonia.
Lucía se puso totalmente colorada, con los ojos abiertos por completo y se dio la vuelta corriendo. En sus prisas se tropezó con Pablo el conserje, tirando el cubo de fregar y provocando las iras del viejo.
-¡Ya te pillaré, zagala!
-Señor Pablo, por favor, no me la asuste -le pedí con una sonrisa y sacudiendo un paquete de tabaco. El viejo sonrió.
-¿Por? -me indicó una ventana apartada y sacó su mechero. Yo le pasé un cigarrillo, por supuesto. Hora de nuestro pequeño ritual.
-Esa putita trabaja para mí ahora -le confesé.
-¡Jajaja! -palmada a la espalda. Si no me hubiera estado siendo de utilidad, le habría roto el brazo-. Muy bien, don Sergio. ¿Castigos?
-Castigos -confirmé-. Sus trampas funcionan muy bien -y procedía a contarle mi aventura. No dije nada de las cámaras, por supuesto. Las indiscreciones del viejo, grabadas, me iban a ser de utilidad.
-Se lo dije -respondió, ufano. Entonces dudó como si decirme o no algo.
-Dispare, señor Pablo, que estamos en confianza.
-Vale. Es usted una persona de ley, don Sergio -empezó él-. Así que es justo que se lo diga. Usted es amigo de la señorita Beatriz, la profesora de Educación Física, ¿verdad?
-Sí -respondí. No añadí más. No necesitaba saber absolutamente nada-. ¿Qué le sucede con ella, amigo?
-Pues que es una arpía que me impide hacer lo que es mi derecho -se quejó.
-Ya. Cuente, por favor.
-El otro día estaba yo... bueno, me estaba asegurando de que un chaval sabía comer pollas como se debe, ya sabe. Uno de los de 1º de Bachillerato -me explicó-, de los de fútbol-sala.
-¿En los vestuarios, a puerta cerrada y como castigo tras los entrenamientos? -aventuré.
-¡Qué listo es, coño! -me felicitó. Se terminó el cigarrillo y yo le di otro. Que siguiera hablando-. Pues el caso es que estaba yo a punto de descargar cuando la puerta se abre y la hija de puta ésa... sin ofender, vale, que ya sé que es amiga suya... pues eso, que llega ella y me echa con cajas destempladas, gritando y asegurando que se las iba a pagar y no sé qué más. El caso es que la tipa tiene ímpetu y fuerza -se quejó-. Y yo me quedé sin.
-Ya veo -asentí. Me crucé de brazos y suspiré-. Bueno, creo que puedo hacer algo.
-¡Pues eso ya estaría bien!
-Lo que pasa es que, bueno, ya sabe. Favor por favor.
-¡Hombre, faltaría más! -exclamó-. Un hombre paga sus deudas, por pequeñas que sean.
-Ojalá quedaran más como usted, señor Pablo -me lamenté. Que ni muerto querría yo que hubiera más como él-. Puedo hablar con ella y... bueno, explicarle que usted lleva ya tiempo siendo... bueno, digamos que siendo rey en su reino, ¿eh?
-¡Eso, eso!
-Pero tiene que tener en cuenta que ella también querrá quedarse con algo, que ya sabe cómo son las mujeres -codazo cómplice.
-Ya, sí. Cuánta razón tiene, joder. Las muy hijas de puta...
-Así que -le corté- creo que podríamos establecer unos límites, ¿eh?
A regañadientes accedió. El tío sabía que no podía batallar contra Beatriz. Ella tenía las de ganar en todo, pues contaba con la confianza de las monjas y hacía y deshacía como le daba la gana en temas de deporte. Y eso incluía el pabellón, las pistas, los vestuarios y todo el equipo. Al final quedó que él podía ir de caza como le viniera en gana pero en ningún momento podría usar las instalaciones del pabellón para montarse sus temas. Como mucho los vestuarios del edificio principal -que se usaban sólo cuando llovía a cántaros y el profesor de turno había cogido las llaves. Vamos, casi nunca-. El arreglo le satisfizo, pues le daba la aparente potestad de hacer lo que le viniera en gana... sin tenerla de verdad. Bueno, eso era un tanto más para mí para conseguir enterarme del secreto del que hablaba mi amiga Bea.
-Y a cambio, usted me debe una, ¿de acuerdo, señor Pablo?
-¿Carta blanca? -se lamentó-. Bien, de acuerdo. Pero no se olvide de cobrársela pronto, que no me gusta acarrear deudas.
-No se preocupe -le aseguré-. No creo que tarde más de un mes en pedirle que cumpla. Tengo un plan -le piqué con una sonrisa- y usted me ayudará a terminarlo.
Por supuesto que quiso saber más, pero yo me mantuve en mis trece y no le dije nada. No tenía planes, claro, pero una norma no escrita del amo es enseñar a tus siervos que siempre estás preparado para lo que sea, que piensas a largo plazo y que te sobran los planes. No hace falta ser muy inteligente si eres lo suficientemente listo.
Así que le fui con la noticia a mi amiga. La pillé justo tras terminar ella una clase. Estaba sudada -no es de esos profesores de Educación Física que no se mueven en toda la hora, sino que corría tanto como les hacía correr a sus alumnos-. Sudada y con un rubor en la cara que me excitó muchísimo. Se había abierto la chaqueta del chándal justo hasta los pechos. Los pezones se le marcaban a través del sujetador deportivo y la camiseta.
-No está mal -me dijo ella.
-¿Que no está mal?
-Anda, claro -me sonrió, traviesa-. Un buen paso, machote, pero todavía te queda.
-Pues merezco un adelanto, aunque sea -le comenté, inclinándome hacia ella con intención de pasarle la mano por la espalda.
-Quieto, pichilla -se rió, esquivándome con agilidad y yendo hacia atrás-. Vamos a hacer una cosa. Mañana sábado hay campeonato de juveniles de voleibol. Un partido difícil.
-¿Juveniles?
-Mira que es fácil aprenderse eso -me regañó-. De dieciséis a dieciocho. Si ganan se meten en cuartos. El caso es que les he dicho a las chicas -bajó la voz en plan conspiradora- que si les dan la del pulpo a las otras esa noche pago en la discoteca. De extranjis, claro, que son menores.
-Vale, ¿y?
-Pues que si eso te vienes a tomar algo -me guiñó un ojo-. Echas un vistazo y tal... ya sabes. Las chicas se ponen un poco tontas cuando ganan y beben.
-Tú ganas -accedí-. Me apunto.
Y claro, el sábado por la mañana a ver el partido. No estaban nada mal, las chicas. No me perdí detalle de todo el juego. Y luego, al final cuando ganaron los tres primeros sets por 25-22 uno, otro por 25-13 y el último por 25-16, vitoreé como el que más. Sobre todo porque yo también iba a recibir premio. Sacaron a Bea en volandas entre todas. Yo le mandé un sms -sí, no había wassap. Creéroslo. Ni tarifas planas- para recordarle lo de la noche. No tardó ella en contestarme con hora y lugar.
Hacía tiempo que no salía por ahí, así que me arreglé -vaqueros negros, camiseta negra y botas- y le dije a mi novia que me iba con algunos compañeros de trabajo a celebrar el partido. En ningún momento le mentí.
Es muy curioso eso de las discotecas para los chavales. Siguen vendiendo alcohol pero hacen como que todos son mayores de edad. Al principio hasta determinada hora. Luego ya entra quien le da la gana -siempre con la aprobación del segurata, claro- y aquello es un desfase. Y bien que lo fue.
Cuando llegué ya llevaba todo el equipo una ronda de malibú-piña o de martini-limón. ¿Es que todas las niñas beben siempre lo mismo? Antes de acercarme, observé. Conocía a unas cuantas por ser alumnas mías. Todas altas -de metro setenta a metro ochenta y cinco- con cuerpos de infarto y desfasando como sólo se puede hacer a esa edad. Iban arregladitas, con pantalones y camisetas ajustados, o falditas cortas y blusas, y todas pintadas. El paquete se me hinchó enseguida. Localicé a mi amiga Beatriz y fui hacia ella. Llevaba pantalones ajustados y un top que le marcaba las tetas como si fueran melones. Había un montón de tíos babeando cerca, y no era por las niñas, sino por la veinteañera buenorra que bailaba zorreando todo lo que podía. Aparté a un perdedor de dieciséis o diecisiete años y me puse detrás de Bea a moverme. Ella me vio y no tardó en restregar el culo por mi entrepierna, bajando y subiendo y riendo. Yo me dejé hacer y oí cómo las chicas vitoreaban a su entrenadora. Iban ya algo pedo. Genial. Cuando terminó la canción nos aplaudieron, me reí y me uní al grupo. Me pedí un cubata -ron con cola, como debe ser-, y desfasé con el grupo.
Con el discurrir de la noche cogí confianza con las chicas -según ellas iban perdiendo el sentido común gracias al alcohol- y entre baile y baile hubo algún sobamiento para nada esquivado o reprendido. Unos cuantos buitres consiguieron presa en las más débiles -las cuales, por lo que supe después, eran más unas calientapollas que otra cosa. Y para nada débiles, sino bien listas, porque debieron dejarles a los chavales a dos velas y con un empalme de aúpa, mientras ellas se sacaban un par de copas gratis-. Para evitar que me quitaran a las mejores -Aitana, Carola y Virginia, unos bellezones rubios de ojos claros, un culo increíble y unas tetas firmes y redondas- fui haciendo corro con Beatriz, acotando a las chicas y evitando que nadie se acercara.
Ya eran las dos y media de la mañana cuando el cansancio empezó a hacer mella en ellas. Después de todo habían. Me ofrecí a llevar a dos de ellas a casa, consciente del pedal que llevaban y de que solas, así como estaban, no llegaban enteras. Aitana y Carola -las dos alumnas mías- accedieron, así que dejé a Beatriz encargada del resto.
-Tranqui, pichilla -me despidió mi amiga-. Piensa con la cabeza, ¿eh?
-No te preocupes -la tranquilicé-. No dejo que mis planes vayan a trompicones, y no voy a cargármelos por meter el melocotón en el almíbar demasiado pronto -añadí, riendo y dándole una palmada en ese culo de vicio que gastaba-. ¡O quizá sí!
-¡Serás...!
-Calla, guapa -le di un beso en la mejilla y le sobé el culo-. Si alguna de las dos se me pone a tiro -le susurré en el oído mientras le tocaba por encima de los pantalones-, se la meteré con ganas. Las guarrillas éstas me han estado poniendo caliente y van a quemarse como sigan así.
Esa contestación la escandalizó lo suficiente como para que me echara a reír tan fuerte que luego las dos chicas me preguntaron.
-Nada, niñas, nada -les aseguré-. Vuestra entrenadora, que no se fía de vosotras.
-Pues no sssé por qué -contestó Carola, apoyándose en mí para mantener la vertical, intentando por todos los medios no caerse y sujetándose el bajo de la faldita blanca-. Ssssomos chicas buenas.
-Muuuy buenas -aseguré, cogiendo a cada una por un lado y andando hacia el exterior.
-Muy buenasss -repitió Aitana, trastabillando para salir del local, sin problemas de que se la viera nada porque iba en mallas oscuras. Eso sí, sus tetas amenazaban con salirse del escote a pesar de llevar un top negro ajustado.
El pedo que llevaban era bastante fino. No me iba a aprovechar de ellas. Bueno, sí, para qué engañarnos. Mis planes pasaban por algo más que meterles mano a dos niñas borrachas. Las guié hasta mi coche entre su inseguro taconeo y las metí en el asiento de atrás. Me dieron sus direcciones y se quedaron medio sopa en cuanto arranqué. Vivían, como no podía ser, en suburbios para ricos a las afueras de la ciudad. Distintos barrios pero bastante cerca el uno del otro. Tardé casi media hora en llegar hasta el primero, el de Aitana, pero desde luego que no aparqué ni cerca de su casa.
-Chicas, ¿cómo vais? -les pregunté, mirando hacia atrás. No iban muy mal, pero tampoco muy bien-. Quizá fuera mejor que os diera un poco el aire antes de ir a vuestra casa.
-Ssssíiii -contestó Carola, con las piernas abiertas y dejándome ver su tanguita rojo.
-Vale, profffe -añadió Aitana, apoyándose sobre su amiga y haciendo que su escote bajara muy apeteciblemente-, pero nosss acompañassss, ¿eh?
Así que las di una vuelta por un parque cercano. Estaba a la distancia suficiente como para que a aquellas horas no hubiera nadie deambulando. Sólo nosotros. Las acompañé un rato hasta llegar a un banco justo en una revuelta y tras un enorme sauce, nos senté en él y ellas se dejaron caer prácticamente sobre mí.
-Eresss un proffe geniaalll -me dijo Aitana, dándome un beso en la mejilla.
-Pues yo creo que eres la hossstia -me dijo Carola, girándome la cabeza para darme un pico.
-Pues yo pienssso que molasss mazo -Aitana me giró para meterme un muerto.
-Puesss yo... puesss yooo... -Carola simplemente me puso la mano el paquete y me dio un morreo.
Así que ahí estuve, dándome el lote con dos rubias de metro ochenta. Tenían las dos unos labios gordezuelos, generosos y muy húmedos. Se me fueron turnando, me metieron mano descaradamente y yo se la metí a ellas. Con Carola a horcajadas encima mío, Aitana le subió la falda y le apartó el tanga rojo para tocarla, pasando su mano por la raja del culo hasta meterle un dedo por el coño. Mientras, Carola jadeaba y, tras abrirse la blusa de color blanco, me pasaba las tetas -un tanto pequeñas pero con unos pezones bien grandes- por la cara. Deslicé mi mano por los pantalones ajustados de Aitana, buscando su coñito por detrás -que siendo tan altas era bien fácil, y más estando la chica de pie-. Estaba completamente depilado y tan mojad que mis dedos entraban y salían suavemente. Ambas seguían medio pedo, pero bien que jadeaban. Eran unas buenas guarras, las dos, y seguro que se habían follado todo lo follable. Atléticas, preciosas, altas, rubias. ¡Joder qué bueno es ser profesor!
Al cabo de un rato se cambiaron, poniéndose Aitana encima mío pero recostada y Carola al lado con una mano entre las piernas de su amiga. Le mordí el cuello y, abrazándola por detrás, jugué con sus pechos. Eran realmente enormes pero a la vez muy firmes. Impresionantes melones. Repetí la jugada de meterle los dedos, esta vez a Carola. Su coñito, tan húmedo como el de Aitana, tenía el vello recortado en vez de depilado. Entre jadeos se dieron un morreo espectacular que hacía que mi polla gritase de dolor, abandonada. Carola debió notarlo, porque me sonrió mientras le comía el morro a su amiga, llevó las manos a mi paquete y me sacó la polla, apoyándola entre las nalgas de Aitana y procediendo a pajearme.
Cuando me corrí, Carola recogió mi leche, se la llevó a la boca y la compartió con Aitana. Tuve que detenerlas cuando esta última, con los pantalones y las bragas por debajo del culo, quiso sentarse directamente en mi polla.
-Quietas, chicas -les pedí-. Que no tenemos condón.
-¡Pero yo quieroooo! -protestó Aitana.
-Y yo luego... y yo también -añadió Carola, poniendo unos morritos demasiado tentadores-, que hace... másss de una ssssemana que no me... que no me la meten.
-Joder, chicas, sois unas guarras de campeonato, ¿eh? -dije yo, subiéndome los pantalones.
-¿Nosss vas a dejar con el... con el calentón, cabrón? -preguntó Aitana, levantándose del banco, y es que no se creía que alguien como yo decidiera abandonar a dos bellezones jóvenes y rubios medio en pelotas. Todavía iban contentillas.
-Hagamos una cosa -les pedí, me acerqué de nuevo a ellas, abracé por detrás a Aitana y antes de que se moviera, le metí dos dedos en el coño deslizando la mano entre sus nalgas. El gemido fue espectacular-. ¿Qué tal si el lunes, después de vuestro entrenamiento de las tres, nos quedamos en los vestuarios?
-No ssé qué decirte, profffe -contestó Carola, levantándose también, cogiéndome los dedos de la otra mano y llevándoselos a la boca-. Proffe, hasss... has sssido malo con nosssotras, que podemos tener al tío que queramos -lamió mis dedos y empezó a llevárselos a la entrepierna-. Más... más todo que tú, y con una polla enorrrme, y...
Mientras, había comenzado a mover la mano dentro de Aitana. Jadeaba y se mordía los labios, y se tocaba las tetas como una guarra, encantada de que me la follara con los dedos. Pero a Carola, en vez de metérselos por delante, se los metí por detrás. Eso ella no se lo esperaba, así que gritó.
-¡¡Cabr...!! -la silencié con un beso. Ella se debatió, pero Aitana la sujetó y permitió que mis dedos jugaran dentro de su culo-. ¡Ahhh! ¡Ahhhhh! ¡Cabrón! ¡Profe! ¡Ahhh! ¡Sigue!
Los gemidos de Carola se acompasaban con los de Aitana tan bien que volví a ponerme morcillón. Pero me detuve al minuto, dejándolas a ambas con ganas de más. Saqué los dedos de ambas con brusquedad, haciendo que gimieran y se quejaran, pero las acallé metiéndoselos en la boca. Los chuparon con ganas, las perras.
-Vamos, niñas -las decía yo mientras tanto-, que vuestros padres os esperan.
-Eres malo, profe -protestó Aitana, colocándose las enormes tetas dentro del sujetador y subiéndose las bragas y las mallas. Sus pechos botaron varias veces durante la operación.
-Nos quedamos con ganas, profe, que lo sepas -me riñó Carola. No tuvo que hacer aspavientos para vestirse, simplemente abrocharse la blusa y alisarse la minifalda.
A la dos se les había pasado el pedo. Estaban contentas pero me ponían cara de frustradas. Lamentablemente para ellas, yo tenía años de experiencia en leer caras y cuerpos de chicas, así que no me la iban a dar. No estaban para nada enfadadas. Sabían que podían tener más cuando quisieran, así que se sentían las dueñas.
Nos acercamos al coche, ellas andando delante mío y cogidas del brazo. Joder qué buenas estaban. Iban contoneándose con pasos amplios aunque lentos. ¡Qué zorritas! Cuando llegamos se metieron dentro, otra vez detrás. Puse el motor en marcha y acerqué a Aitana a su casa primero. Se despidieron dándose un morreo mientras me miraban por el espejo retrovisor, sólo por ponerme caliente. Hice sonar el claxon como despedida y aceleré. El barrio de Carola estaba cerca, a no más de cinco minutos. Enseguida llegamos.
-¡Para el coche! -me pidió con urgencia justo antes de llegar a su urbanización.
-¿¡Qué pasa!? -pregunté, sobresaltado y frenando en seco.
-¡Métete por esa salida! -ordenó.
-¿Ése camino? -dije con tono escéptico. Y no obstante... sí, ya me olía lo que iba a pasar.
-Sí, ése -ordenó-. A los doscientos metros, gire a la derecha -dijo con voz de navegador. Y que sepáis que por aquel entonces era un objeto de lujo. Me reí con ganas-. Cincuenta metros y verás tres pinos. Ahí.
Paré el coche donde me dijo. Puse el freno de mano y miré por la ventanilla. Perfecto: de día para botellones y de noche para polvos. O viceversa, tal y como estaban los tiempos.
-Tú ya te conoces esto, ¿verdad, niña? -le dije echando la vista hacia los asientos de atrás, pero la chica ya se había salido del coche.
La busqué con la mirada y vi por el espejo que se acercaba a mi puerta. La abrió y se inclinó hacia mí, apoyando las manos en el coche. La melenita rubia le ocultó los rasgos -la única luz era la de la luna y mis faros... los cuales apagué-, pero la mueca de guarra lasciva se notaba a kilómetros. Agachada como estaba, las tetas asomaban a través de una blusa semiabrochada -no sabía cuándo se había quitado el sujetador-. Y con las piernas abiertas la falda subía hasta enseñarme el inicio del tanga.
-A Aitana podrás dejarle con las ganas, profe -me dijo, seria-. Pero a mí, a Carola Fabrés, ni de coña.
Eché el asiento hacia atrás y crucé las piernas.
-¿No crees, niñita, que me tratas con poco respeto para ser tu profesor? -la pregunté, esbozando una sonrisa torcida.
-¡No soy una niña! -protestó, dando un pisotón al suelo y levantando algo de polvo. ¡Cómo saltaron sus tetas dentro de la blusa!
-No, no lo eres -aseguré, y ella sonrió con satisfacción-. Eres una zorrilla que se me sube a la parra en vez de tratarme con el respeto debido.
-¿Y no cree usted, señor don profesor -se inclinó más, me puso la mano en el pecho y agarró mi camiseta con sus dedos manicurados de rojo-, que una zorrita como yo merece subirse a una buena polla en vez de a una triste parra?
Tiró de mí y yo me dejé sacar del coche con una sonrisa. Me empujó hacia el capó -la niña tenía más fuerza de lo que aparentaba. Claro, que por algo era deportista-. Me senté sobre él y ella se colocó entre mis piernas sin darme cuartel. Se inclinó, me tomó de la cara y me besó, mordisqueándome los labios y metiendo su lengua lentamente en mi boca. Mis manos fueron directas a su culo. La levanté la falda despacio y jugueteé con su tanga, tirando de él hacia arriba. Ella jadeó y rió cuando la tela se metió entre sus labios vaginales. Me soltó y se desabrochó la blusa sin dejar de besarme, moviendo sl culo para darse placer con la tela. La separé las nalgas y, aún tirando del tanga, deslicé mis dedos por la raja hasta acariciar el ano y la entrada de su coñito. Dio un respingo pero no se apartó. Sólo liberó sus tetas y me las ofreció.
-¡Oh, sí, profe, cómeme las tetas! -me pidió.
Obedecí de buena gana, mordiendo los grandes pezones y tirando de ellos mientras ella gemía y jadeaba. Sus piernas se doblaban y su culo seguía moviéndose, tremendamente excitada la niña. Le metí un dedo en el coño y Carola ahogó un gritito. Me agarró la cabeza, aplastándome contra sus pechos. Buena forma de morir asfixiado, la verdad.
-Eres una zorra calientapollas, Carola Fabrés -la acusé, dejando sus tetas y echándome hacia atrás. El movimiento hizo que mis dedos salieran de su coñito y mis manos separaran aún más sus nalgas.
-Lo soy, profe -se rió, juguetona-. Me encanta poner palote a los chicos y hacer que se pajeen pensando en mí -añadió, malévola-. Yo sólo follo con hombres.
-¿Ah, sí? -masajeé su culo lentamente. El tanga estaba bien echado a un lado de su nalga derecha, olvidado y sin molestar a nadie.
-Sí -me aseguró sin dejar de sonreír. Se inclinó otra vez, apoyada en mis hombros-. Mínimo veinticinco años -¡pues qué suerte la mía! Me pasó la lengua por los labios-. Una vez me lo hice con uno de casi cuarenta.
-Ya me dijo la señorita Beatriz que sois un tanto guarras, las del equipo -me sonreí. La apreté el culo y la traje hacia mí. Ella ahogó una exclamación y se rió.
-Sabes que no más que ella -comentó, risueña, restregando su entrepierna contra la mía. La tela del vaquero contra el fino tejido del tanga la estaba provocando tanto placer que jadeaba según hablaba-. ¡Hmm! Ella es... ahh... unaahhh... una guarra tam-tambiéeennnn... aaahhh, ohh, joder.
-Lo sé -le aseguré-. Lo sé, niña -la acaricié el ano, tan mojado como su coñito, con los índices de ambas manos-. La conozco desde los años locos de universidad.
-¿Te laahhh... te la has ahhh... tiradooohh? -se rozaba contra mí gemía mientras mis dedos amenazaban con meterse en culo. Bajó las manos y, con habilidad y rapidez, me sacó la polla-. ¡Joder qué...! -se la tela delantera del tanga, se puso la polla entre los labios de su coñito y empezó a moverse adelante y atrás-. ¡Qué duraahhh... la tienes! Ahhh...
-Unas cuantas veces, niña -asentí. Lamí uno de sus pezones y luego mordí el otro. Seguían duros y tiesos-. El mejor culo que me he follado nunca -con su movimiento llegaba a notar el glande con mis dedos ocupados con su culo.
-¿La enculas... enculas... teeaahhh? -la zorrita estaba disfrutando de masturbarse con mi polla. Sus uñas se clavaban en mis hombros a través de la camiseta.
-El primer día que me la tiré -le aseguré. Introduje levemente ambos dedos índice dentro de su ano. Con cuidado, con mucho cuidado.
-¡¡Ahhhh!! ¡¡Joder!! -gimió. Pero no se apartó. Era un culito estrecho. Se notaba virgen pero dispuesto a dejar de serlo-. ¡¡Ahhhh!!
-Ni siquiera probé su coñito esa vez, ¿sabes? -Carola se contoneó, excitadísima por mis palabras. Fui metiendo hasta la primera falange.
-¡Joder! ¡Joder! ¡Sí...! Sí... Ahhh -la chica empezó a moverse más deprisa. Yo tenía la polla tan hinchada que ella tenía que abrir un poco las piernas para que resbalara bien por su coñito-. ¡Mételos... mé-mételos máaahhhs!
Ella misma lo hizo con sus movimiento adelante y atrás cada vez más rápido y brusco. Tenía ya dos falanges de cada dedo dentro de su culo. Se lo estaba abriendo totalmente y ella lo estaba disfrutando como una loca. Mientra, mi polla seguía masturbándola. Tenía el rabo tan empapado por sus fluidos que se movía como una biela bien engrasada. Sus gemidos, medio ahogados porque se mordía los labios para no gritar, eran tan excitantes que ya me veía yo ahí dos y tres horas con la guarra de Carola Fabrés sin parar para nada. Cuando noté que su cuerpo estaba preparándose para tener un orgasmo, Puse los dedos corazón junto a los índice y le metí del todo los cuatro dedos dentro de su ano.
-¡¡¡AAHHHH!!! -se quejó de dolor. Pero siguió moviéndose, cada vez más deprisa-. ¡Ahhh...! ¡¡Ahhhhh...!! ¡¡AAAHHHHHHHHHHH!!
Se convulsionó cuando el orgasmo la traspasó. Se abrazó a mí, ahogando mi cara contra sus tetas, con las piernas temblando y el culo latiendo. Yo moví suavemente los dedos dentro de ella. Despacio, con suavidad, gentilmente. Sus temblores fueron cesando pero sus gemiditos continuaron.
-Joder, profe... -decía ella-. Joder, profe...
Le masajeé de nuevo las nalgas, sin dejar de mover dulcemente los dedos en el culo. Lo tenía bien abierto, lo suficientemente abierto para mi polla. Y es que aquella guarra de Carola Fabrés, que tanto presumía de que le encantaba zorrear y tirarse sólo a hombres, nunca había sido sodomizada. Bueno, pues hasta que llegué yo.
-Joder, profe -suspiró, inclinando la cabeza hasta apoyar su frente en la mía-. Increíble... increíble... qué... qué corrida... joder... con tus dedos en mi.... en mi...
-¿En tu culo de guarra? -la pregunté, malicioso pero besándola con dulzura. Apreté un poco dentro de su ano.
-¡Ja! -se rió. Me clavó los dedos en mi espalda-. Sí, joder. En mi culo... mi culo de guarra. Nunca... -todavía no conseguía recuperar el aliento-... nunca me habían metido los dedos ahí.
-¿Los dedos?
-Ni la polla... joder...
-Pues creo que ya va siendo hora, ¿no crees tú? -la pregunté.
Se me quedó mirando, quieta de repente. Abrió los ojos. No de miedo, sino de impresión. Su boca se entreabrió. Se mordió el labio inferior, dudosa. Yo volví a mover los dedos con suavidad. Cerró los ojos y suspiró con más placer que dolor.
-¡Ahh...!
-¿Hmmm? -inisití.
-¡Si! -decidió Carola-. Sí, joder, métemela por el culo -se separó de mí, se sacó mis dedos de su culo y se dio la vuelta, subiéndose a mi regazo con las piernas abiertas y apoyando en el suelo sólo las punteras de sus zapatos de tacón. Me cogió las manos, se las llevó a las tetas y las apretó con sus propias manos. Mojados mis dedos de de su coñito y su culo, casi se me escapan los pezones, pero ella se encargó de afianzar mis manos bien antes de llevarlas hasta mi polla y apoyar su culo contra ella-. ¡Jódeme el culo, profe! -me pidió. Guió mi rabo hasta su ano y se sentó despacio sobre él-. ¡RómpemelooooaaaaAAAHHHH!
Joder si estaba estrecho. Pero bien suave. Mi polla entró sin problemas pero lo hizo lentamente. Carola ahogó varios gritos según entraba. Se quedó quieta una vez se sentó del todo. Suspiró y yo apreté mi polla.
-¡Vamos, muévete! -le ordené.
Carola empezó a subir y bajar. Al principio con lentitud, pero después ya cogió ritmo.
-¡¡Ahhh!! ¡¡Aahhhh...!! ¡¡Ahhhhhh!! ¡Síiiii! -lo estaba disfrutando como la guarra que era. Le estaba encantando que la enculara. Estaba gozando de follarse con su culo mi rabo bien duro. Se recostó contra mí, llevó la mano hacia atrás para tocarme la nuca y puso su cuello contra mi boca.
-¡Ohhh, sí! Sigue moviéndote -la instaba entre mordisco y mordisco a su dulce cuello-. ¡Sigue moviéndote, Carola!
-¡Ahhh! ¡Sí! ¡AHHH! ¡Córrete en mi culo! ¡Ahhhh! ¡Llename... el culo... ahhh... de lecheeehhh!
Tardé varios minutos de bombeo intenso. Le apretaba las tetas como si fueran un cabo salvavidas. Tiré de sus pezones con fuerza, tanto que en una situación normal a ella le dolería mucho, pero en aquel instante sólo le daba más placer. Se llevó una mano a la entrepierna, pero no para tocarse ella, sino para acariciarme mis pelotas.
-¡Córrete! ¡¡CórreteeEEHHH!!
Descargué entero dentro de Carola con un último empellón que di yo mismo y que le hizo gritar. Yo mismo tuve que morderme los labios para no dar una alarido de triunfo. Me latía el rabo de tanto placer. Sentí como entraba mi corrida y la llenaba por dentro.
-¡Oh, sí, profe! ¡Sí...! -murmuraba ella, gozosa y satisfecha, agarrándome del pelo y restregando el culo para sacarme toda la leche-. La quiero toda... toda...
Finalmente nos quedamos quietos, recuperando el aliento durante un minuto o dos.
-Increíble, profe. Increíble... -suspiró.
Se levantó con cuidado e ignorando mis quejas. Se dio la vuelta y me sonrió. Tenía más cara de triunfo que yo mismo. También había sorpresa en ella.
-Joder, no pensaba que... -se asombró-. Joder, que...
-¿...que te fuera... a gustar tanto una... una polla por el culo?
-Eso. Eres malo, profe -añadió, repitiendo sus palabras de antes. Sonrió malignamente-. Pero no puedes ir así a tu casa, ¿no?
Miré hacia abajo. Tenía la polla sucia de semen, de fluidos vaginales y anales y de algo de sangre. Al final sí la había roto un poco el culo.
Me separó más las piernas y se arrodilló entre ellas tan deprisa que ni pude reaccionar. Mirándome con la mirada más de guarra que me habían puesto jamás hasta ese momento, se metió mi rabo en la boca y empezó a chuparlo con mucho cuidado pero sin detenerse.
-Me has hecho daño, profe -me dijo.
Se sacó la polla de la boca y pasando la lengua por toda su extensión. Yo la tenía semifláccida, pero estaba recuperando toda su envergadura como si estuviera fresca y lozana
-Este rabo me ha hecho daño en mi culito y voy a castigarle -dijo con voz de niña.
Le dio un beso al glande que hizo que se pusiera morado de nuevo. Joder, era una zorra inmisericorde, la Carola.
-¿Sabes, profe? -me preguntó con inocencia, mirándome con los dos ojos abiertos con sorpresa-. Estoy notando cómo tu leche se sale de mi culito abierto.
Joderjoderjoder. Vaya guarra. ¡Vaya guarra! Carola miró hacia abajo y asintió, volviendo a mirarme como una niña que no a roto un plato en su vida.
-Sí. Estoy poniendo el suelo perdido. Y todo por culpa de esta polla tan mala -añadió, metiéndose de nuevo mi rabo en la boca.
Me la chupó durante varios minutos. Cuando estaba a punto de correrme se separó de mí y se levantó, riendo malignamente y con una cara de hija de puta de tres pares. Se llevó una mano al culo, dio un pequeño respingo sin dejar de sonreír y me mostró la mano llena de semen. Ante mi cara de estupefacción se la llevó a la boca y se relamió. Después soltó una risita, se mordió un dedo y se movió como una niña buena, las piernas juntas. Con las tetas fuera y los muslos pringados como los tenía no pude enfadarme con ella.
-Tú sí que eres mala, cabrona -atiné a decir
-Mucho -asintió. Se acercó a mí, se pudo de nuevo entre mis piernas -el roce de su faldita pasando por encima de mi polla y haciendo que el glande volviera a acariciar su ingle rapadita-. Me has follado el culo hasta quedarte a gusto, profe -se inclinó hacia mí y me besó. Su boca sabía dulce y salada a la vez-. Has sido el primero en encularme y no quiero que lo olvides jamás.
Me rozó la polla con la mano, acariciándola suavemente. Yo me estremecí y suspiré. Y ella se rió.
-Vas a tener que terminarte la paja, profe. Pero en tu casa, ¿eh? Que me tienes que llevar a la mía.
Y se fue hacia el coche, dejándome con un empalme de la hostia y los pantalones por los tobillos. No pude sino reírme. No me la casqué. No en ese momento. Acomodé mi polla como pude en mis calzoncillos y me coloqué la ropa. Cuando llegué al coche, Carola ya estaba vestida del todo y hasta se estaba retocando los labios. Arranqué y deshice el camino hasta la carretera. Llegamos a su casa en menos de dos miuntos. Todavía no clareaba, pero no faltaba más de una o dos horas para que empezara a amanecer.
-Una gran fiesta, profe -me dijo, guiñándome un ojo y abriendo la puerta.
-¡Espera! -exclamé. Ella se quedó a medio salir, una nueva visión de su tanga rojo empapado.
-¿Qué pasa, profe? -me preguntó sin dejar de sonreír.
-Quítate el tanga y dámelo -le ordené.
Ella dudó unos segundos, quieta por la sorpresa y con la sonrisa congelada en la cara. Pero al cabo de un instante se rió. Se metió de nuevo en el coche y se quitó el tanga, contoneándose seductora. Lo olió, le pasó la lengua y me lo tendió.
-¡Aprovéchalo bien! -y salió por la puerta.
Me la quedé mirando mientras se llegaba hasta el portal de su casa. Al ir meter la llave, se inclinó hasta enseñarme bien el culo. Mientras abría la puerta ,con la mano libre se separó las nalgas y se metió un dedo en cada agujerito. Se irguió de nuevo, miró hacia mí, se rió y entró, cerrando tras de sí.