Experiencias de un profesor (13: Elena y Lucía)
Consciente de sus deberes, nuestro profesor trabaja para mantener contentas a las colegialas de su harén. Si lees la experiencia, valórala y coméntala. Las colegialas te lo agradecerán...
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Empezaba a sentirme algo abrumado.
Más de media docena de mujeres era un harén en toda regla. Bien es cierto que no tenía que ocuparme de sus necesidades básicas, pero no podía ni debía olvidarme de otro tipo de atenciones. Las sexuales, vamos. Todo el asunto de la colección de braguitas y el descubrirme un mundo de jóvenes adolescentes dispuestas a ser toqueteadas había mutado -evolucionado, quizá- en acabar reparando en estar rodeado de guarrillas deseosas de ser folladas o incluso ser sometidas. Y si quería mantener esa dominación debía cerciorarme por un lado de que ninguna de ellas buscara una polla que no fuera la mía -aunque lo deseara-, y por otro de que ninguna polla extraña entrara en ese jardín de lascivia que había construido a mi alrededor.
En eso estuve cavilando los días siguientes a montarme una orgía con la familia de Marta de Magaz. Monté una película amateur
bastante buena
-el primer plano de la mujer tragando polla con las tetas botando era sencillamente espectacular- y a punto estuve de utilizarla para chantajear económicamente a la Guarra cuando todas estas elucubraciones asaltaron mi mente. Sí sacaría pasta de la hija de puta de Marta, pero antes debía encargarme de mantener mi dominio de alfa.
El final del tercer trimestre se acercaba deprisa, y con él venían exámenes, nervios y al final de todo las vacaciones de verano. No podía dejar que dos meses de verano me chafaran la planificación.
Eso me hizo pensar en mi primera zorrita: Elena Castrillo. Y en buena hora asaltó mi mente.
Me encontraba en mi despacho, minutos antes de que empezara mi clase con el grupo en el que ella se encontraba. Recordé cómo se me había insinuado, cómo me había seducido y cómo había dado la vuelta a mi plan de toquetearla aprovechando la coyuntura de un examen y lo había convertido en una estupenda follada en la que la chica había demostrado que tal vez fuera tímida, pero para nada era apocada. Y después en el polideportivo con Aitana, la rubia de tetas enormes... Madre mía. Mi polla crecía sólo de recordar cómo Elena había lamido mi semen derramado sobre los gigantescos melones de Aitana. Su sonrisa pícara de zorrita complaciente, su boca ansiosa de mi polla...
Mis manos ya habían comenzado a bajar la cremallera de los pantalones para pajearme a gusto cuando sonó la campana del cambio de clase. Mierda.
Escuché a los alumnos entrando en clase. Riendo, discutiendo, metiéndose pullas... Lo típico de adolescentes. Yo respiré hondo, cogí los apuntes y salí al aula.
Aquel día tocaba un pequeño control. Cada mes les ponía uno. Contaba para la nota y no les gustaba una mierda, a mis alumnos. Me había dado cuenta de que obligarles era la única manera de que estudiasen. A final de curso yo también tenía que justificar las notas, sólo que ante el consejo escolar y no ante mis padres.
Ahí estaba Elena Castrillo. En primera fila, como siempre, sonriéndome. Hacía demasiado que no me la follaba. La tenía desatendida. Y ella lo sabía, porque durante toda la primera mitad de la hora estuvo abriendo y cerrando las piernas, metiéndose el boli en la boca y mirándome con cara de guarra. Qué cabrona, la timidilla, cómo había cambiado. Yo intentaba no hacerle demasiado caso: me debía a mi profesión, al menos durante mis horas lectivas.
Cuando llegó el momento del examencillo todo fueron quejas, súplicas y enfados. Me dio igual. Repartí las hojas con las preguntas y me aseguré de que cuadernos, libros y estuches estaban en el suelo. Me volví al escritorio y les di su media hora para terminar la prueba. Saqué un libro y me dispuse a leer, un ojo en las páginas y el otro en mis alumnos. Siempre estaba el que intentaba copiar, aunque si veía que era habilidoso me hacía el ciego y lo dejaba pasar. Con los patosos no tenía misericordia. Joder, si te pones a copiar hazlo bien.
Y fue así como me di cuenta de que Elena pasaba totalmente del examen. Hacía como que escribía, mirando la hoja y moridisqueando el boli... mientras dejaba las piernas abiertas y la falda lo suficientemente subida como para tener un buen panorama de su entrepierna. Tamborileaba con la mano, se llevaba un dedo a la boca, abría y cerraba sus piernas mostrándome unas bragas rojas en las que se marcaban mucho los labios.
Mi polla volvió a protestar, desperezándose ante la visión de la niña incitándome. Me quedé hipnotizado con la mirada entre sus muslos, tanto que no me fijé en que Elena había dejado de disimular y me miraba fijamente. Le devolví la mirada. Ella sonrió. Yo me excité. Mi mano empezó a bajar hacia mis pantalones, y ella me imitó con la suya. Empecé a acariciarme por enc9ima del pantalón con la polla exigiendo salir. Elena dejó que el bolígrafo se colara por un lateral de las braguitas. Me mordí el labio y ella puso morritos. El boli subía y bajaba, despacio, por entre los labios, empapándose y haciendo que el coñito enrojeciera, hinchado, pidiendo caña. Elena abrió más aún las piernas. Se subió la falda hasta la cadera y empezó a tocarse el clítoris -rojísimo y excitado- con el bolígrafo.
Debía llevar yo un minuto o así con la polla fuera del pantalón,meneándomela sin darme cuenta. Menos mal que el escritorio de los profesores tenían panel frontal. La niña me dedicó una enorme sonrisa cuando me sonrojé de la vergüenza de estar cascándome una paja en clase con mis alumnos delante.
Algo me debió ver en la cara, porque cuando estaba decidiéndome entre seguir y parar y guardarme el armamento en su funda, Elena se abrió el coñito con una mano y con la otra empezó a tantearse en su agujerito. La jodida zorrita decidió por mí. Mientras ella se masturbaba despacio, dilatándose con el bolígrafo y con la carne de los muslos temblando suavemente, yo me la pelé como si no hubiera mañana.
Intenté controlar el orgasmo, pero por mucho que hice desparramé todo el semen por la superficie interna del escritorio. Intenté no gruñir, pero no lo logré. Varias cabezas se levantaron y miraron con curiosidad. La mayoría volvieron a su lugar -el puñetero examen-, pero un par se quedaron con los ojos clavados en mi cara. Un chico me guió un ojo y asintió como dándome la enhorabuena -un profe pajeándose en clase, olé sus huevos-. La otra cabeza pertenecía a Iris Yuan, una delicada chiquita de ascendencia china adoptada por una pareja con dinero. Jugaba al voleibol, un pequeño prodigio de agilidad y fuerza que ya había dado la vuelta a varios partidos. Nunca m,e había fijado en ella hasta aquel momento, en que sus boca entreabierta y sus ojos exóticos acompañaron mi orgasmo. Nos miramos y se sonrojó, bajando por fin la mirada al examen.
Yo devolví mi atención a Elena, pero por el rabillo del ojo me fijé en que Iris me dirigía miraditas. Me las estuvo echando el resto de la hora.
Elena se sonreía, satisfecha, por haberme provocado lo suficiente como para que hiciera lo que hice. Meneé la cabeza, negando pero sonriendo. Ella se encogió de hombors, se lamió los labios y me tiró un beso. Qué cabrona, ahí con las piernas cerradas -pero la falda escandalosamente subida- y mirada de niña buena. Buena la paja que me había hecho con ella provocándome.
Terminó el examen y los chavales protestaron, como no podía ser de otra manera. Les ordené que dejaran de escribir -entre el barullo me guardé la polla y cerré la cremallera- y me trajeran los folios. Lo fueron haciendo de uno en uno. Iris entregó su examen casi corriendo y se le cayó al suelo con las prisas. Sacudí la cabeza y me agaché a recogerlo -aproveché a admirar un buen revoloteo de faldas-. Unos pies se colocaron junto a mí. Miré hacia arriba.
Medias hasta las rodillas.
Muslos morenos, tersos y jugosos.
Una falda plisada con el dobladillo un poco por debajo de la cadera.
Camisa blanca abultada por dos pechos adolescentes.
Una cara sonriente y unos ojos cómplices.
-¿Busca algo, don Sergio?
-Ya lo tengo aquí, señorita Castrillo -agité el examen de Iris.
-Un examen difícil.
-El que les tocaba.
-Yo creo que lo he bordado
-Una vez más, señorita Castrillo -sonreí.
-Se lo dejo sobre la mesa, don Sergio.
-Muy bien.
La niña se dio la vuelta y se encaminó, despacito, hacia la puerta. Me incorporé. Era la última en irse, como bien podía suponerme.
-Espere -la pedí.
Ella se dio la vuelta y me sonrió.
-¿Sí? ¿Quiere algo más de mí? -preguntó, mirándome la entrepierna.
Inconscientemente me toqué la zona.
-Venga aquí.
-Espere que cierro la puerta...
En lo que yo me senté en mi butaca, ella cerró la puerta y vino a sentarse en mi regazo, de cara a mí. La agarré de las nalgas y ella dio un respingo. Pasó los brazos por mi cuello y ni corta ni perezosa me metió su lengua en la boca. Nos dimos en lote un ratito. Cuando entre gemidos empezó a restregar su entrepierna sobre mis pantalones me separé.
-¡Profe! -se quejó.
-Tranquila, preciosa -dije, palmeándola el trasero y acariciándola por encima de la falda-. Si me haces un favorcito seguimos jugando luego, ¿te hace?
Elena me miró, calculadora. Torció la boca mientras pensaba -estaba adorable- y acabó decidiéndose.
-De acuerdo, profe -accedió-. Tus juegos suelen ser divertidos. Siempre que me prometas polla... -se quedó esperando mi respuesta.
-Claro, claro, señorita Castrillo -me reí.
-Bien -volvió a sonreír-. Entonces de acuerdo. Pero que no tarde mucho porque -se pegó a mí- estoy empapadísima y necesito que me llene de leche, don Sergio.
-¿Exigencias? -pregunté, excitándome por el tono de la niña.
-Las que me debe, don Sergio.
Me reí de buena gana y la pellizqué el culo con fuerza con las dos manos. Ella se quejó pero se dejó hacer.
-Es usted una zorra viciosa -la regañé.
-Sí -se encogió de hombros-. Y usted un pervertido que me pone a mil. ¿Y bien?
Enarcó una ceja -deliciosa carita tenía, la putilla- a la espera de mi requisito.
-¿Sabe quién es Lucía Ortiz?
Se quedó un par de segundos pensativa hasta que asintió.
-Sí, una chica de un curso menos -respondió-. Morena y guapilla. Una internada -añadió con desdén. Había clases y clases entre los alumnos-. Creo que no es muy buena estudiante pero creo que la chupa de vicio -añadió.
Si hubiera estado bebiendo algo habría regado los pechos de Elena.
-No nací ayer, ¿sabes, profe?
-¿Cómo te enteras tú de...?
-Las chicas hablan. Los chicos hablan -se encogió de hombros otra vez-. Y me sé de otra internada, rubia -sonrió como una loba-, que va por ahí provocando como la reina de la colmena y que habla un poquito más de la cuenta con un martini-limón en la mano.
Vaya vaya la Cobaleda, que se iba de la lengua. ¿Salidas de fiesta? ¿Una interna? Ya le preguntaría a mi gatita. La interrogaría a fondo, desde luego. Pero en aquel momento estaba a lo que estaba.
-Tú te fijas en muchas cosas, ¿eh?
-Ya ves, profe -se encogió de hombros por tercera vez-, me gusta enterarme de lo que haces y a qué chicas rondas.
-¿Va usted en plan acosadora fatal -dije en tono serio pero con diversión en los ojos-, señorita Castrillo?
-¡Oh, sí! -asintió-. Planeo matarlas a todas y secuestrarte para tenerte todo para mí.
Negué con la cabeza. Cada vez me gustaba más la niña timidilla que había sido mi primera incursión en la depredación escolar. Qué pena no haberla descubierto quince años antes.
-Bien, pues quiero que la busque y la traiga aquí, señorita Cobaleda.
-Fácil -se llevó un dedo a la boca y añadió, alargando las palabras-: ¿Ahooora mismoooo?
-No, cuando toque final de la última hora.
-Vaaaaale.
-Pero quiero que use esto.
Abrí un cajón y saqué -de debajo de un montón de papeles tan interesantes como “Ciclo luminoso de la fotosíntesis” o “Periglaciarismo en la Sierra de Gredos”- una cajita. Se la tendí a la chica que, curiosa, la abrió. Se me quedó mirando con los ojos como platos.
-¿Es lo que creo...?
-Es, es -confirmé.
Ella se rió. Se levantó de un salto y me dio un pico.
-Tranqui, profe, que ya sé qué quieres y lo haré bien -le cambió la cara de cómplice a viciosa-. Espero que usted cumpla larga y profundamente su parte, don Sergio.
Y sin más se fue, no sin antes dedicarme un revoloteo de su falda que me dejó asombrado. No llevaba bragas. Parpadeé y me quedé uno o dos segundos en shock. Me miré los pantalones. Mi entrepierna estaba mojada, la bragueta repleta de restos de fluidos vaginales. Me volví hacia la pila de exámenes. El último abultaba un poco. Entre los dos folios había unas braguitas de encaje, de color rojo pasión y empapadas.
-¡Qué jodía putita! -mascullé, mirando a la puerta.
Recogí los exámenes y me metí en el despacho, cerrando tras de mí la puerta. Dejé la pila sobre la mesa descuidadamente. Ya les echaría un vistazo por la noche. Total, ya me imaginaba que pocos pasarían del aprobado. Putos chavales. Que luego iban y sacaban una nota bastante aceptable de media de clase, pero... Joder. ¿Tanto les costaba ir estudiando la materia día a día? ¡Sí así se aprobaba más fácilmente!
Me quedé rezongando un rato hasta que me cansé. Me medio eché en el sofá de culo y medio -más ancho que un sillón, más estrecho que un sofá normal- que el conserje me había agenciado hacía un par de semanas y me puse a seguir leyendo la novela que tenía a medias.
Me debí quedar medio dormido, porque me sobresaltó la campana que señalaba el final de la jornada. Me desperecé rápidamente, bebí agua de una botellita -aproveché y me eché también por la cara- y fui hacia la butaca grandona tras mi escritorio de despacho. ¡Qué orgulloso estaba de ese mueble! Era viejo, señorial, imponente. Joder, es que parecía sacado del catálogo del maestro de los años 50. Me sentaba en él y yo mismo me crecía. Era mi trono particular.
Esperé.
A los diez minutos oí la puerta de la clase abriéndose y una voz femenina demandando.
-Vamos, putita, no quieres hacer esperar a don Sergio.
-N-nooOOHH...
Pasos tambaleantes hasta el despacho.
-Vamos, llama a la puerta.
-Vahhh... ¡v-valeeeEEHHH!
Dos toques fuertes y rápidos. Desesperados, casi.
-Adelante.
La puerta se abrió con Lucía Ortiz colgada del pomo, la boca entreabierta, sudando y con los ojos idos. Entre su respiración entrecortada se escuchaba un leve zumbido. Detrás, muy ufana de sí misma, venía Elena. Me enseñó un pequeño aparatito blanco: el mando distancia del vibrador que Lucía llevaba dentro de las bragas y con el que la zorrita de Elena estaba dándole caña a la otra niña.
-¿D-don S-sergiooohhh...?
-Sí, señorita Ortiz, pase -ordené-. Usted también señorita Castrillo. Y cierre la puerta detrás de usted. Con llave -añadí.
Mientras Elena obedecía, Lucía se tambaleó hacia el escritorio. Se apoyó en él con los ojos entrecerrados y la piernas separadas. Temblaba de arriba a abajo. Apenas me seguía con la mirada.
-¿Se encuentra usted bien, señorita Ortiz?
-Sí... sí, d-don SergioooOOOHHHHH
HHHHHH...!
La hijaputa de Elena subió la potencia del vibrador mientras la niña contestaba. Con una risita maligna y total desparpajo se sentó -se dejó caer, más bien- sobre el sofá de culo y medio. Lucía ahogó sus gemidos mordiéndose los labios y entrecerrando los ojos. Hice un gesto a Elena y la chica bajó la potencia a algo tolerable. La morenita suspiró, agradecida.
-¿Qué... qué desea, don Sergio? -preguntó.
-Nada, en realidad -contesté. La putita me fulminó con los ojos-. Sólo saber cómo le van los estudios...
-Van... van bien, don SeeEEE
EEEEEHHH
rgio.
Cada vez que Elena jugaba subiendo la potencia del aparato, Lucía gemía y se agarraba a la mesa como si le fuera la vida en ello. Sus piernas temblaban y apenas podían sostenerla.
-Estupendo, estupendo... ¿Perspectiva de exámenes, señorita?
-Bueehhh... bueeEEHHnooohhh... C-creo q-queeEEHHH
HHHJODEEEEEERRR...
Ahhh... que aprobaréeEEHHH... t-todaaAAHH
HHHHHHSSSS...!
La saliva le resbalaba de la comisura de la boca, incapaz de controlarse al hablar, y goteaba en la superficie del escritorio. La niña ni se daba cuenta, claro. Yo sí. Y me estaba excitando muchísimo. Miré a Elena. La chica se había repantingado, con las piernas abiertas y la falda tapándole justo el coñito y jugueteaba con el mando a distancia. La otra mano se había metido por dentro de la camisa, buscando sus pechos, acariciándoselos debajo del sujetador.
-No tendré que ocuparme de que saque buenas notas, ¿verdad, señorita Ortiz?
-¡NOOOHHH...! ¡AAHHHH! No, d-don SeeEEEergiooOOHHH
HHHAAAHHHH...
No, soy buenaAAAahhh... estu-estudianteehhh... Joder, síiiiHHH... Saca-sacaréeEEHHH TOOO... DAAAHH
HHHHHSSS...
La chica dio un puñetazo a la mesa, momento que aprovechó Elena para levantarse, acercarse a ella por detrás y, sorprendiéndola, pasarle las manos alrededor del pecho y desabrocharle la camisa,dejando las tetitas al aire. Y es que Lucía no llevaba sujetador.
-¡JODEEEEEEERRR...! ¡AAAHHHHHHH...!
Por la mirada que Elena me dirigió mientras le estrujaba suavemente los pechos a mi putita, el traerla sin sostén había sido un plus añadido por ella. Bien por Elena, joder. Tenía que incluirla del todo en mis operaciones sí o sí.
-¡¡AAAAAAHHHH...!! ¡¡SÍIIIIIIHHH...!!
Con sus dedos ensalivados, Elena tironeó de los pezones de Lucía, esos pezones grandes para los pechitos que gastaba, casi ofreciéndomelos para que los cogiera. Los dedos estiraban, pellizcaban y acariciaban, húmedos, mientras los gemidos de Lucía se incrementaban hasta rozar el umbral del orgasmo. Mi polla no es que estuviera despierta, es que clamaba por salir de mis calzoncillos, penetrar a una de las niñas ya y correrse dentro bien a gusto.
-Pare de jugar, señorita Castrillo... -indiqué-. Del todo, por favor.
-Ahora mismo, don Sergio.
Elena se apartó y apagó el vibrador. Inmediatamente Lucía se dejó caer sobre la mesa, agotada y con las piernas temblequeantes. Jadeaba con dificultad, intentando coger aire con fuerza pero sin lograrlo del todo. Había estado a punto de correrse y el goce había finalizado tan abruptamente que se le había ido la fuerza. Poco a poco consiguió recuperar la respiración. Sus ojos lograron enfocarme y me miraron con necesidad, suplicantes. Me incliné hacia ella y la tomé de la barbilla.
-¿Quiere correrse, señorita Ortiz?
-S-sí... -susurró la niña-. P-por fa-favor...
Tenía los ojos enrojecidos, llorosos, a punto de dejar libres pasiones tan encontradas como la vergüenza, la alegría, el placer y la ira. La saliva le goteaba por la barbilla hasta manchar la mesa, se le escapaba de esa boquita tierna que escondía las herramientas de una feladora experta.
Le hice una señal a Elena y la chica volvió a acercarse para levantarle la faldita a Lucía y bajarle las bragas. Me las tendió junto al vibrador. Yo sonreí, olisqueé la ropa interior y se la di a su dueña.
-Metetelas en la boca como una buena...
-... Putita barata, don Sergio, sí -completó la niña.
Obedeció al momento, haciendo una bola con las bragas y metiéndose la mayoría en la boca. Dejó parte fuera, lista para poder sacárselas de un brusco tirón. Mi putita sabía adelantarse a mis pequeños placeres para con ella.
-Señorita Castrillo, empiece a comerse la entrepierna de la señorita Ortiz -ordené.
-¿Todo?
-No deje rincón sin probar -contesté-. Que se corra como la puta barata que es. Sobre todo lubríquele bien el culo.
Miré directamente a Lucía. Ella abrió los ojos todo lo que pudo.
-Hoy se lo follaremos por fin.
Lucía intentó protestar, tal vez, emitiendo un gemido ahogado por la mordaza. No sé si era una queja, era anticipación, era sorpresa o era alivio. De una u otra manera, su rostro se transfiguró en cuanto Elena hundió la cara entre sus nalgas. Arañó la mesa, se contorsionó y gimió al sentir la lengua acariciando su ano, introduciéndose en su coñito, lamiendo los labios desde el perineo hasta el clítoris.
-¡HHH! ¡Hhhh...! ¡HHH...!
-Hmmm, putita... -jadeaba Elena-. Qué bien... hmmm... sabes...
-¡Hhhhh! ¡HHHHH...!
Di la vuelta a la mesa. El espectáculo de Elena con la cara pegada al culo de Lucía era tan excitante que tuve que sacarme la polla y darle un par de meneos. Agachada de cuclillas, Elena se aplicaba con fruición, haciendo que la putita se retorciera de placer escalando hasta el orgasmo.
-Levanta el culo, Elenita.
Tenía que ponerle un mote, pero todavía no había encontrado ninguno adecuado. La chica obedeció, apoyándose en las nalgas de Lucía. Mis manos no tardaron nada en apoyarse en las cachas de Elena. Acaricié y pellizque por encima de la tela. La chica respondió con mas gemidos, encantada de que la tocara. Ella misma se levantó la falda, facilitándome el acceso a sus agujeritos. No pude evitar pasar una mano. Estaba caliente, húmeda y suave. Cachonda como una perra, con los fluidos bajándole por los muslos, lubricando lo que fuera necesario para ser penetrado.
-Juguemos un ratito, señorita Castrillo.
Se abrió las nalgas, dispuesta a lo que fuera, sin dejar de comerse a una Lucía que se deshacía de gusto, tirada sobre la mesa, la boca llena de bragas mojadas y los ojos sin enfocar en nada.
-¡Hhhh...! ¡HHHH! ¡Hhhhhhh...!
Cogí el vibrador y con suavidad lo pasé por entre los labios vaginales de Elena. La chica dio un respingo y se abrió aún más las nalgas. Se aupó de puntillas para que su coñito estuviera más accesible. Los labios, rojos e hinchados, rezumantes de expectación, se abrieron con un sonido húmedo. Introduje el aparatito en el coño de Elena entre gemidos de una y otra chica.
-¡Hhhhhhh...! ¡Hhhhh...!
-Prepárese, señorita Castrillo...
Y conecté el vibrador a la máxima potencia de una sola vez.
-¡HHMMMM! ¡AAAAAAAAAAHHHHHHHH...!
¡AAAAAHHHHHHHH!
Le temblaron las nalgas, cerró las piernas, las volvió a abrir, se agarró al culo de Lucía, gimiendo como una perra pero sin separar la cara de la morenita. Disfrutó del placer durante unos instantes y volvió a aplicarse a la entrepierna de mi putita.
-¡HHHhhhh...! ¡HHHhhhhh...!
-
¡HHHMMMM...! ¡AHHHH...! ¡HHHHMMMMMM...!
Elena gritaba mientras se comía el coño de Lucía. El vibrador le provocaba tal placer que no conseguía estarse quieta. Yo empecé a masturbarme ante la visión de ese culo inquieto.
-¡HHHH...! ¡Hhhh...!
-
¡HHHMMM...! ¡VOYAAAAHHH...! ¡HHHMMM...! ¡ACORRERRMEEEHHH...
Me coloqué detrás de ella, le agarré del culo y le separé las nalgas. Sus labios vaginales temblaban. El cordoncito del vibrador recogía todos los fluidos y los hacía gotear al suelo. No pude contenerme.
-
¡AHHH...! ¡DALEEEEHH...! ¡HMMM...! ¡¡DALEEEEAAAAAAAAAHHH...!!
Apunte el glande a su ano y apreté. Mi polla entró en su culito con suavidad, con mucha facilidad. Elenita había estado practicando para hacerme bien de sitio en su trasero.
-
¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAHHHH...!! ¡¡JODEEEEEEEEEEEEEEEERRRR...!!
Levantó la cabeza para gritar a gusto. Aferrada a Lucía, las piernas bien abiertas, su coñito gozando y su culo penetrado, Elena disfrutaba como la guarra que era. Mi polla entraba y salía de su interior con ganas, nada de follármela suavecito, no. Empecé fuerte y seguí fuerte, disfrutando de la calidez de Elena.
-¡¡AAAAHHHHH...!! ¡¡AAHHHH...!! ¡¡AAAHHHHH...!!
Lucía, olvidada, llevó una mano atrás, tanteando hasta agarrarle el pelo a Elena. Tiró con fuerza y la obligó a seguir comiéndose su entrepierna.
-¡¡HHHH...!! ¡HHHhhh...!
-¡¡HHHHMMM...!! ¡¡HHHMMMM...!!
Azoté ese trasero estupendo, clavé las uñas en las caderas y puse el turbo. Elena empezó a moverse por su propia cuenta. Entre los dos parecía que estuviéramos batiendo huevos. Los míos chocaban contra su coño tan fuerte que casi me hacía daño.
-¡¡HHMMM...!! ¡¡MEECORROOHHHHMMM...!! ¡¡HHHHHHHHHHHHHH...!!
La niña se sacudió violentamente cuando el vibrador terminó su trabajo. Su coñito se convulsionó tanto que mi polla, taladrando confortablemente su culo, lo notó. Quedaba poco para correrme yo también pero estaba seguro de poder aguantar un poco más. Quería que mi primera leche del día llenara el interior de Lucía.
-¡¡...!!
¡...! ¡Hhhh...!
El orgasmo fue agotando a Elena con mucha velocidad. Bajé el ritmo de mi polla, pero no cejé. Tampoco el vibrador. La chica simplemente había abandonado su cuerpo, dejándolo a las depravaciones de su profesor, enaltecida por el placer que la recorría de arriba a abajo.
-Hhhh... Hhhhh...
Y, mientras, Lucía le agarraba la cabeza para que no se separara de su propio trasero, restregándoselo por la cara para alcanzar también ella un orgasmo antes de que Elena se dejara caer finalmente.
-Tranquila, putita mía -dije yo, aguantando las ganas de correrme-. Voy... hmmm... a darte lo tuyo.
Me separé de Elena. La chica se derrumbó con lentitud en el suelo, agitando piernas y brazos pues el vibrador continuaba encendido al máximo. Pasé por encima de ella con cuidado y me agarré al culo de Lucía.
-¿Preparada, putita?
La chica se sacó la mordaza improvisada y la tiró a un lado.
-¡Sí, profe, sí! -contestó, ansiosa.
Se separó las nalgas con ganas. Su culito chorreaba saliva que se mezclaba con los fluidos de sus intimidades y corrían pierna abajo. Estaba excitadísima e impaciente. Llevaba semanas pensando en ser enculada, temiéndolo al principio y esperándolo al cabo del tiempo. Me había ocupado de que la niña lo deseara. Y por fin había llegado el momento.
-¡Por favor, don Sergio -me suplicó-, hágalo!
Acerqué mi polla poco a poco hasta su ano. Ella temblaba de ganas. Rocé con la punta ese agujerito casi virgen. La niña gimió y se agitó. Aparté sus manos. Me bastaba yo sólo para abrir esas carnes. Vi cómo se llevaba el puño a la boca, mordiéndose antes de sentir el dolor de ser abierta por una polla.
-¡Ya! -pidió.
La complací con ganas. Empujé despacio pero sin detenerme.
-¡Aaaaaaaaaahhhhhhhh...!
Según iba abriéndome camino dentro de su culo, su gemido se iba convirtiendo en chillido.
-¡... aaaaaAAAAAAAAAHHHHHHH...!
Lucía era de culito estrecho. A pesar de haberle metido mis dedos, los suyos propios, las lenguas de varias niñas y estoy seguro de que ella misma habría hecho algún experimento con lápices o bolis, las paredes de su culo se agarraban a mi polla con insistencia.
-¡... AAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHH
HHHHHHHH...!
Suave, no obstante. Cálido, húmedo, increíble. Los culos de mis niñas eran lo mejor que jamás había probado y que jamás probaría. Los había fáciles, los había difíciles. Los había que eran una formalidad y los había que sabían a triunfo. El de Lucía era un castigo deseado por la niña, un placer postergado durante semanas que, por fin, hacía mío.
-¡¡... AAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHH...!!
Mis huevos tocaron por fin su coñito.
-¡Hale, ya está! Hmmm... -disfruté de la sensación-. ¡Toda dentro!
-¡¡Sí, profe... ahhh... to-toda dentrooohhh...!! -su voz mezclaba placer y dolor a partes iguales.
-¿Empezamos!
Me moví levemente, usando sus caderas de asidero y tensando la polla varias veces. Lucía respondió con un respingo cada vez.
-¡SÍ, PROFEPORFAVOR
HAZLOYA!
Azoté las nalgas y empecé a sacar la polla del culo de la niña. Salió más fácilmente de lo que entró.
-¡¡AAAAAAAAAHHHHHHHHHHH...!!
-¿Adentro otra vez?
-¡¡Sí... aaaaAAAAAHHHHHHHHHHH...!!
Me detuve una vez mi polla quedó enterrada nuevamente en su interior. En ese momento el semen por fin se derramó dentro. Temblé de placer. Tanto que arañé el culo de Lucía, le clavé las uñas tan fuerte que se quejó
-¡AAAYYYY! ¡Profe...!
-Tran... qui... laahhh...
Acaricié las piel de su trasero, pellizqué con suavidad y le di un par de palmadas con cariño. Mi polla temblaba según soltaba su carga, tensándose a buen ritmo. La niña temblaba sin cesar, gimiendo satisfecha al sentir la calidez de mi leche en su culo. La escuché sonreír. Pero aquello no había terminado. Mis huevos todavía tenían balas de sobra.
-¿Te gusta, putita? -pregunté una vez me recuperé.
Le dolía y le gustaba. Gemía bajito, lloriqueando de placer prohibido.
-Sí... s-si a usted le gu-gusta... aaahhh mí también...
-Muy buena respuesta... ohhh... putita... hmmm...
Tensó las nalgas y miró hacia atrás, clavando sus ojos enrojecidos en los míos.
-Fólleme el culo deprisa. Fuerte. ¿Por favor?
Su tono, sus palabras, su mirada, sus labios brillantes de saliva. Mi polla se endureció al instante, volviendo a la vida y lista para un nuevo servicio. El culito dio un respingo al notar el cambio de estado. La niña gimió otra vez.
-¿Qué es usted, señorita Ortiz?
Agarré fuerte sus caderas y saqué despacio la polla. Muy despacio.
-Soooooohhhh... soy su... suuuuuhhhh...
Y arremetí con violencia, entrando como un toro a matar, llegando hasta el fondo y volviendo a retirarme. Sólo para embestir de nuevo.
-¡¡... pu-putiTA
AAHHH!! ¡¡BAAHH!! ¡¡RAAHH!! ¡¡TAAHH!! ¡¡AAHH!!
Igual que hice con Cristina Cobaleda, igual que traté su culo, así traté el de Lucía. Me lo follé sin contemplaciones. Ella soportaba ser sodomizaba sin conseguir nada más que gritar y agarrarse a la mesa.
-¡¡AAHH!! ¡¡AAHH!! ¡¡AAHH!! ¡¡SÍHH!! ¡¡AAHH!! ¡¡MÁASS!!
Con el ano tan abierto que mi glande apenas encontraba oposición al introducirse en cada arremetida, la niña chillaba de doloroso placer. Notaba el semen batiéndose dentro de Lucía, mezclándose y agitándose. Lubricando aún más el culo y haciendo que el placer se incrementara con cada embestida.
-¡¡MÁASS!! ¡¡SÍHH!! ¡¡AAHH!! ¡¡AAHH!! ¡¡MÁASS!!
Algo me golpeó la pierna seguidamente de un gemido ahogado, bajo y largo. Miré a mis pies sin apenas bajar el ritmo de enculamiento. Elena se retorcía por un nuevo orgasmo. Me reí, azotando a Lucía con fuerza, al comprender que el vibrador seguía machacando el cuerpecito de la otra chica.
-¡¡AAHH!! ¡¡AAHH!! ¡¡SÍHH!! ¡¡AAHH!! ¡¡AAHH!!
-¡Vamos, putita! ¡Que la señorita Castrillo nos va ganando!
-¡¡AAHH!! ¡¡MÁASS!! ¡¡FUEHH!! ¡¡RTEEHH!! ¡¡AAHH!!
-¡Córrete, puta barata!
-¡¡SÍHH!! ¡¡AAHH!! ¡¡MÁASS!! ¡¡DAAHH!! ¡¡MEEHH!! ¡¡MÁASS!!
-¡Córrete... AAHHH... joder!
Mi polla taladraba su culo con tanto ímpetu que hasta a mí empezaba a dolerme, a pesar de la extrema lubricación, a pesar de su suavidad y a pesar de las ganas que tenía de sodomizar a Lucía Ortiz.
-¡¡YAAHH!! ¡¡CAAHH!! ¡¡SIHH!! ¡¡AAHH!!
En ese momento Elena, ya por fin despabilada, se deslizó hasta colocar su cara bajo el coñito de Lucía. Mis huevos chocaban con su barbilla mientras ella aplicaba la boca al coño de mi putita. Sin duda incómoda, se comió el coño como una campeona, sin duda disfrutando también de los hilillos de leche caliente que conseguían escaparse del culo de Lucía. Escuchaba sus extasiados ruidos de succión entre cada grito y cada golpe de la mesa en el suelo.
-¡¡AAHH!! ¡¡JODERR!! ¡¡AAHH!! ¡¡SÍHH!!
-¡VAMOS!
-¡¡SÍHH!! ¡AAHH!! ¡¡SÍHH!! ¡¡¡SÍIIIIIIIIIIHHHHHHHHHHHHHHHHHHH...!!!
La niña por fin se corrió. Su culo se contrajo, aferrando mi polla tanto que me costaba seguir con el movimiento. Pero no paré. Mientras Lucía se retorcía, gritaba, gemía y se deshacía de placer, mientras Elena continuaba lamiéndole y mordiéndole labios y clítoris, yo seguí. Apenas me quedaba para llenar una vez más ese culito.
-¡¡HHHHHHHHHHHHHHH...!!
Apenas.
-¡¡HHHHHHHHHHHHH...!!
Un.
-¡Hhhhhhhhhh...!
Poco.
-Hhhhh... Hhhh...
-¡¡JODEEEEEEEEEEEEEEEERRRRRR...!!
Y ahí acabé de nuevo. Descargué la segunda salva con fuerza, reduciendo la velocidad pero sin pararme. Cada lefazo llenó un poco más el culo de Lucía. La niña, todavía recuperándose, tenía el suficiente control como para tensarse al ritmo de mi corrida.
-¡Dame, profe, dame! -requirió una segunda voz.
Elena exigía su ración de semen. Miré. Bajo el ano de Lucía me esperaba una boca abierta, una lengua ansiosa dispuesta a tragarse lo que le echara. Pues que no se dijera. Saqué la polla y del ano enrojecido y abierto manó un reguero de leche caliente que se encauzó directo a la boca de mi Elenita.
-¡Hmmmm! ¡Glp! -tragó-. ¡Riicaaahhhmmm!
¡¡¡AAAAGGGLLLMMMM!!!
Le metí la polla directa en la boca. Hasta la garganta, hasta que pudo besar mis huevos. Moví mis caderas atrás y adelante, haciendo que esa boquita me limpiara bien el sable, envainando y desenvainando con suavidad.
-¡¡HHMPFGGG!! ¡¡HHHMMMMMMGGLLL!! ¡HHHMMMMMMMMGGLL!
Lucía miraba hacia atrás, sin duda imaginándose cómo su culo alimentaba a Elena, cómo la niña limpiaba mi polla con sus labios y su lengua. Yo sólo me movía despacio, cada vez más despacio, sintiendo cómo mi soldado, agotado, pedía una retirada honrosa tras aguantar frente al enemigo.
Finalmente me separé. Di un traspiés hacia atrás y suspiré.
-Joder, niñas...
-¿Te ha... hmmm... te ha gustado, profe?
-Joder...
Elena se sonreía y se terminaba de limpiar la saliva, el semen y el resto de fluidos que le caían por la comisura de la boca y le manchaban las tetitas fuera del sujetador. Se salió de entre las piernas de Lucía -quien sólo respiraba, sus nalgas todavía temblequeantes y su ano aún rezumando- y se incorporó. Medio desnuda y sonriente, se lanzó sobre mí y me dio tal morreo que mi polla protestó por interrumpir su merecido descanso.
-Eres... eres lo mejor, profe. ¡Te quiero! -exclamó, con sus brazos rodeando mi cuello y sus pechos pegándose a mi cuerpo.
-Bueno, bonita... cuando quieras...
-¡Sí, cuando quiera polla te la vengo a pedir, jajaja!
Me besó una vez más y se separó. Se metió las tetas en el sujetador, se medio abotonó la camisa y se la colocó bajo la cintura de la falda. Se alisó los pliegues y se pasó la mano -razonablemente limpia- por el pelo.
-¿Estoy bien?
-Ehh, ¿sí?
-¡Guay! Me voy, profe -dijo-. Mi madre me va a castigar por llegar tarde -me guiñó un ojo y ensanchó su sonrisa-, ¡pero ha merecido la pena! ¡Chao!
Y como un torbellino se marchó. La niña tímida que conocí meses atrás era una fiera que anhelaba mi polla -sólo mi polla- y que se había encaprichado como sólo una quinceañera podía enamoriscarse. Me subí los pantalones. Madre mía.
-Madre mía...
-¿P-puedo vestirme ya, don... don Sergio?
Llevé mi atención hacia Lucía. La chica seguía abierta de piernas, mostrándome su culo recientemente follado, apoyada sobre la mesa.
-Claro, señorita Ortiz -concedí magnánimamente.
Se vistió con rapidez y algunos quejidos. Vi las marcas de los pellizcos alrededor de sus preciosos pezones. Vi cómo usaba su propia falda para limpiarse los restos que le manchaban los muslos y las tetitas. Cuando se pasó la tela por entre las piernas casi se cae de lo sensible que lo debía tener. Me adelanté para ayudarla.
-G-gracias...
-Tranquila, putita. Lo has hecho muy bien -añadí, estrechándola contra mí y acariciándole el pelo.
-Gracias -dijo más animada. Pareció que iba a continuar hablando pero no lo hizo.
-¿Qué? -le pregunté-. Habla sin miedo, putita.
-Quiero que me folle... más... el culo...
Se sonrojó hasta la raíz del cabello. Me reí. Ella se puso más roja todavía y enterró su cara en mi pecho.
-¿Te ha gustado, al final?
-Sí... sí, profe -su voz sonaba ahogada por la tela de mi camisa-. Quiero... ehh... quiero, si puede ser...
-Dilo, anda.
-Quiero que me mande más -no me miraba, de lo vergonzosa que le parecía la petición-. Quiero ser su putita más a menudo.
-¿Tú sigues chupando pollas a cambio de que te hagan los deberes, putita?
Se tensó un momento, dejó pasar un par de segundos y acabó asintiendo con mucha vehemencia.
-Eres una putita barata, sin duda.
Volvió a asentir, pegada a mí y sin mirarme.
-Pues las putitas baratas merecen pollas a pares.
Ahora sí levantó la cabeza, con los ojos como platos.
-La próxima vez, putita barata, te llenaremos a la vez por delante y por detrás.
-P-pero yo s-soy... soy...
-Lo sé. Tranquila, putita -susurré-. Haremos que la primera vez de tu coñito sea la que merece el coñito de mi mejor putita, ¿hmm?
-Va-vale, don S-sergio.
Agachó la cabeza y yo le acaricié otra vez el pelo. Con suavidad, con cariño.
-¿Eres mi...?
-Soy su putita barata -respondió inmediatamente, más tranquila-. Si merezco dos pollas, pues dos pollas.
Levantó de nuevo los ojos.
-Lo que usted me ordene, don Sergio.