Experiencias de un profesor (12: Marta e hijos)
Pleno disfrute sexual de nuestro querido profesor con la familia. Si lees la experiencia, valórala y coméntala. Las colegialas te lo agradecerán...
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Mi polla remoloneaba en el culo bien transitado de la Guarra de Magaz, madre responsable y aburrida que pasaba sus días abierta de piernas para jardineros, electricistas, entrenadores personales y padres del colegio de sus hijos. Su marido, un cornudo de campeonato, se pasaba el año de viajes de negocios, de escorts de lujo y de turismo sexual. Entendía la razón por la que Marta, aquella increíble milf, estuviera tan salida, tan dispuesta y tan ansiosa por joder con quien le apeteciera.
Bien, pues ahora jodía conmigo mientra se la chupaba a su hijo. Porque la técnica oral de la mujer no tenía parangón. La había obligado a mamársela a Fernando, mi fiel perro, y ella, reticente al principio puesto que se trataba de su hijo mayor, al final había acabado sucumbiendo. Llena de leche por un extremo y por otro, no parecía que le importara mucho de quién fuera la polla que exprimía con los labios.
Yo, encantado de humillarla así. Se lo merecía por hija de puta.
Lo que no me había esperado encontrar allí, en aquella mansión, era a la hija pequeña de Marta de Magaz. Paula. Que en aquellos instantes se toqueteaba con timidez desde la puerta mientras su hermano enterraba su polla en la boca de su madre y yo hacía lo propio por el culo. La niña -causa por cierto de la decisión de castigar duramente a la madre-, era muy bonita. Ojos verdes, pelo negrísimo, piel pálida, labios regordetes y un rubor muy excitante en las mejillas. Pechos todavía poco desarrollados pero amplias caderas que evidenciaban un culo más que apetecible. Tenía razón Bea, mi amiga. Me iba a poner las botas.
Ni mi perro ni mi guarra se habían dado cuenta de la presencia de Paula. Yo sí. Nos mirábamos, ella con deseo, timidez e indecisión. Yo con ganas crecientes de desflorarla delante de su familia. Mi polla había descargado toda su leche en el culo de Marta hacía unos instantes... y entre los meneos de la mujer comiéndole la polla al hijo -vaya culo, seda caliente y húmeda- y la mirada de la niña me estaba poniendo a mil otra vez.
Así que le hice un gesto a la chica. Ven, niña. Acércate. Ya has visto a tu madre en acción. Tu hermano está disfrutando y tú también puedes. Ya verás.
-¡Hmmmfgl...! ¡Hmmpffffglll...!
-Qué bien... la chupas, mamaaah... qué bien...
La niña dio un par de pasos, una mano levantándose el vuelo de la falda -verde con flores, encantadora- y la otra frotando el coñito sobre las bragas empapadas -blancas de niña bien-. Ruborizada hasta el extremo, los labios entreabiertos y todavía indecisa.
-¡Hmfgl...! ¡Hmmpfffgglll...!
-¡Ohhh, mamáaaaahhhh...! ¡Guarraahhh, sí, guaaahhh... rrrraaaahhh...!
Pasitos en la alfombra. Mi sonrisa la incitaba a acercarse más. Un piececito detrás del otro sobre unas sandalias rosas. Tenía las pupilas dilatadas, los ojos abiertos y la respiración jadeante. Su madre y su hermano sin enterarse de nada. Sólo cuando la chica pasó a su lado se dieron cuenta.
-¡P-paula...!
-¿¡Hmmppfffaula...!?
Azoté con fuerza el culo de Marta.
-Tú a lo tuyo, Guarra. Sigue mamándosela a mi perro. Y tú, chaval -le dije a él-, disfruta de lo que tienes y no pierdas detalle.
-¡¡Amo, esto no...!! -la mujer intentó levantarse y la volví a azotar-. ¡Aaayy! -sus tetas temblaron.
-¡He dicho que sigas! Ven, Paula -le dije a la niña.
La niña se puso a mi lado. Miró a su madre, quien se puso roja otra vez pero volvió a meterse la polla de su hijo en la boca. Eso sí, ahora con los ojos cerrados. Creo que se le escapó un sollozo de humillación y vergüenza.
-¡Hmmmpf...! ¡Hmpffgl...!
Demasiado tarde, Guarra. Paga lo que debes.
Fernando también estaba algo cohibido. Su polla se había deshinchado al aparecer su hermana y ni siquiera ver cómo yo la abrazaba de la cadera, rodeándola hasta poner mi mano sobre la de ella y sobre su coñito -ahí con los muslos desnudos y empapados de flujo y sudor- lograba levantársela de nuevo. Yo confiaba en la pericia de la madre para lograrlo, pues le estaba dedicando toda su atención. Cualquier cosa antes que enterarse de lo que yo iba a hacerle a su princesita.
-Mira, ¿ves? -señalé a su familia.
-Ajá... -respondió ella, pegándose a mí.
La acaricié con pericia. Ella todavía no conocía bien su cuerpo. O eso creía yo. Realmente tenía un trasero amplio. No es que estuviera gorda, sólo era de caderas amplias. Y los glúteos, muy bien puestos, acompañaban toda esa amplitud. Sin duda serían unas estupendas cachas contra las que bombear.
-¿Ves dónde tengo la polla, princesa?
-Sí... -se mordió el labio-. En... en el culo de mi madre.
-Le encanta, ¿sabes?
La apreté contra mí, la miré. Sus pechitos se agitaban bajo la tela de la camiseta. Se había quitado el sujetador y sus pezones se marcaban muy bien. Acaricié su mano sobre sus braguitas. Suspiró con gusto.
-Sí, ya la... la he visto antes. ¿No le... hmm... duele? -preguntó.
-¿Te duele, Guarra? -le trasladé la cuestión a Marta, azotándola otra vez-. ¡Responde a las inquietudes de tu hija!
-¡AAYY! ¡Hmmpffsolo...! ¡Hmmpffsoloal...! ¡Hmmfffrincifio...! -se sacó la polla de la boca para añadir-: ¡Amo, por favor, es una cría...! ¡AAAAYYY!
Dos azotes seguidos, con las nalgas rojas y la marca de mi mano bien visible, eso es lo que consiguió por protestar.
-¡Ay! ¡Joder, por favor...!
-Tu hija es una señorita con sana curiosidad y que te ha visto zorrear con muchos hombres, ¿verdad, princesita?
-Síiihhh... -seguía acariciándole el coñito, húmedo y ansioso, por encima de sus braguitas. Mi polla ya había decidido por mí: follémonos de nuevo a la Guarra por su delicioso ano.
-Pues eso. Chupa y yo me... uff... me encargo de enseñárselo todo a ella.
-Mamahhh... sigueeehh chupáaaaann... domelaaahh -gimió a su vez Fernando.
La madre se resignó por fin. O eso me pareció. La polla de Fernando ya empezaba a estar tiesa y la mía ya le había adelantado por la derecha y estaba metiendo el turbo. Pero tampoco quería follarme un culo ya bien aprovechado cuando tenía otro nuevo que probar. Mientras disquisicionaba sobre las decisiones a tomar, dejé que las caderas de Marta se movieran y que mi polla se regodeara dentro suyo.
-Mira, Paula, cómo entra y sale. Y cómo tu madre gime de placer.
-Síihhh... lo veooohh...
-Contigo iremos más... hmmm... más despacio, ¿vale?
Bajé la cabeza para besarle la mejilla. Ella se movió y lo que besé fueron sus labios ofrecidos. Me acarició con su lengua inquieta y se apretó más contra mí. Exploré esa boca deliciosa mientras una mano la masturbaba por encima de las bragas y la otra soltaba las nalgas de su madre para agarrarle las suyas.
-¡Hmmmmmmmm...!
Metí los dedos por entre el elástico y le apreté el culo. Suave, firme y a la vez tembloroso. Ansioso. Sus manos agarraron las mías y obligaron a mis dedos a explorar los recovecos de su entrepierna. Entre el vello -la única de mi harén que gastaba, todavía, verdadero vello púbico- hallé sendas entradas a su interior. Estaban calientes y suaves. Muy mojadas.
-¡¡HMMMMM...!!
Gemía en mi boca mientras mi polla disfrutaba del culo de Marta. Sólo tenía atención para la niña. Creo que Fernando se volvió a correr en la garganta de su madre, pero yo sólo disfrutaba de que mis dedos rozaran las entradas a sus vírgenes intimidades. Tanto su ano como su coñito resbalaban de fluidos. La princesita quería ser follada, su cuerpo anhelaba ser penetrado por fin. Quizá su cabeza no lo tuviera tan claro, pero ella ya había decidido entregarse a un semidesconocido al que había visto eyacular dentro de su madre dos veces. Y camino de una tercera.
-¡Perro! -le llamé-. Saca la chorra de la boca de tu madre y ven para acá.
-¡Pero...!
-No protestes, joder.
Sin una polla en la boca, los gemidos de Marta siendo enculada aumentaron de volumen. Mientras la madre gritaba de placer y aceleraba los movimientos de su cadera, Paula cogió por fin mis dedos y se los metió dentro. Lanzó un pequeño gritito en mi boca cuando las puntas estrenaron culo y coño. Qué equivocado estaba con esa apreciación...
-¡HHHHHHHHMMM...!
-
Ven, perro.
Obedeció. Se quedó mirando a su hermana con deseo -cabroncete-, cómo la niña se pegaba a mí con ganas. A él se le pegaban las niñas sólo porque una zorra -mi gatita- las obligaba a ello.
-Sustitúyeme aquí dentro.
Y saqué de un golpe la polla del interior de Marta. A presión salió también semen, que me manchó la ingle y bajó por sus piernas.
-¡No, Amo! -protestó ella-. ¡Sigue, joder! ¡Fóllame! ¡Necesito...!
-Ahora te corres, Guarra. Ahora -prometí-. Con la polla de tu hijo, ya verás.
-¿Y-yo... enculando a... a...?
Prácticamente tuve que cogerle la pilila y dirigirla hacia el culo de su madre. Ese ano rojo, dilatadísimo, seductor. ¡Joder, si no lo hacía el chaval se la volvía a clavar yo! Pero lo hizo. Y ambos, madre e hijo, gimieron de gusto. El chaval, tras unas tentativas tímidas, empezó a tomarse en serio la situación y cabalgó a su madre como debía ser.
Yo, por mi parte, fui llevando a Paula hasta el otro lado de Marta. Apenas caminábamos sin tropezar, entre la alfombra, las sillas, mi polla tiesa y embadurnada oscilando, mis dedos entretenidos dentro de una Paula gimiente y jadeante y nuestras bocas nuevamente juntas.
Me separé un poco cuando llegamos hasta mi destino: la boca de Marta. Mi polla enseguida apuntó hacia la cara de la mujer. Ella, con los ojos cerrados -supongo que intentando no pensar en la realidad de su hijo enculándola a placer-, gemía como una perra en celo.
-Mira, princesita -dije, comiéndomela y acariciándole sus tiernos agujeritos-. Ahora tu madre te va a enseñar cómo se come una polla. ¿Sabes cómo se hace?
-¡Ahhh...! C-como... como un heladooohhh... sí profe, síiiiihhh... ¿V-verdaaad?
Su cara era de éxtasis. No parecía que le doliera, sino que disfrutaba de ambos dedos moviéndose con suavidad en su interior. Agarraba mis manos como si no soportara la idea de que me escapara y la dejara a medias.
-Casi, casi. ¡Guarra! -la despabilé.
Ella abrió los ojos con un susto y la impresión de encontrarse delante de la cara no sólo una polla embadurnada de todo, sino también a su hija con las manos de un adulto bien metidas en la entrepierna.
-¡Límpiame la polla, guarra! -la ordené-. Enséñale a tu hija como se hace.
La mujer obedeció a su pesar. Ni siquiera miró a su hija a la cara. Sólo se metió mi polla en la boca y comenzó a chupar entre gemido y gemido por su ano penetrado.
-¡HHMMPPFGL! ¡HMMPFFGLL...!
-Oh, sí, guarra...
Agaché la cabeza a la vez que aupaba a Paula, para así tener sus pechitos a la altura de la boca. Mordí un pezón por encima de la tela y la niña gritó, agarrándose a mi cabeza, dolida pero deseosa de que continuara. Con los dedos engarfiados en su culo y su coño, con sus piernas rodeándome la cintura, me comí esas tetitas pequeñas pequeñas por encima de la tela del vestido. Mordí, chupé y pellizqué con los labios hasta que se pusieron como para rallar un cristal. Paula gemía y daba respingos, y con cada movimiento mis dedos entraban un poquito más en ella. Estaba prieta, muy prieta, pero tan lubricada que no costaba apenas que se movieran adentro y afuera. Finalmente me separé de sus tetitas... y a ella le faltó tiempo para bajarse la parte superior del vestido, desnudar sus pechos y ofrecérmelo.
-¡Comeehh... cómemelas, profeeeeh!
Los pezones, rojos e hinchados, eran los de una chica mayor que ella. Se habían desarrollado antes que sus tetitas que, blancas y empapadas por mi saliva, saltaban un poquito con cada pequeño movimiento de la niña. No pude resistirme y se las comí bien comidas. Paula gimió más fuerte.
Finalmente me aparté y la bajé al suelo. Saqué mis dedos de su interior y ella protestó -con toda la razón del mundo-. Pero yo tenía otros planes, así que no hice caso de su mirada acusadora y sus temblequeantes labios.
-Arrodíllate junto a tu madre... joder, la guarraah... y pídele que te enseñe, princesa.
La niña obedeció con premura. Se puso al ladito de su madre, de rodillas y prácticamente con la cara a la misma altura. Se le desviaron los ojos a los enormes pechos de su madre que, bamboleantes, daban palmadas húmedas cada vez que Fernando hincaba su polla dentro de Marta.
-¿Mamá?
-¡HMMGLL! ¿Quéeeeggll...? ¡Ahh...! ¡Jodeerrrrrr...!
-Mamá enséñame a limpiar una polla. Porfa...
Marta abrió de nuevo los ojos, dejando que mi polla escapara de su boca. Miró a su hija. Me suplicó con la mirada mientras su hijo le jodía el culo. Yo contesté con una sonrisa malvada. Esto es parte de tu castigo, hija de puta, le dije sin hablar. Tus hijos vejándote. Yo comiéndome a la virginal de tu hija y tú enseñándole todos tus trucos de puta de lujo.
-Empieza, guarra.
-¡Prihhh... primerooohhh la cogeessss...! ¡AHHHH! ¡AHHH! ¡Y laahhh... la lameeees...!
-¡Hazlo, mami!
Marta no aguantó más y atacó mi polla con ganas. La cogió con su mano y, masturbándome con suavidad, lamió desde el glande hasta los huevos, despacio. Limpió toda su extensión, eliminando fluidos y sustituyéndolos por saliva caliente y nueva. La niña observaba con atención, muy interesada, acariciándose los pezones distraídamente.
-¡Hmmm...! Muy bien, Guarra... ¡Ahora tú, princesita...!
Marta le ofreció mi polla a su hija entre gemidos de placer anal. La niña se aplicó con ambas manitas, imitando lo mejor que pudo la técnica de su madre. Su lengua era juguetona. Apretaba con ganas, me masturbaba con dedicación mientras lamía y lamía. Todavía no controlaba del todo, así que la saliva le resbalaba por cara y goteaba directamente al suelo. Me miraba en busca de aprobación y también le preguntaba de vez en cuando a su madre.
-¿Así, mami? ¿Hmm...? ¿Lo hago bien, profe?
-Oh, sí... Ahora métela... hmmm, joder... métetela en la boca.
Le faltó tiempo para abrir su boquita e intentar meterse mi polla entera. Apenas podía tragarla de ancha -y no es que tenga yo una polla descomunal-, ya que la niña, inexperta, todavía no sabía cómo alojar pollones dentro suyo. Ya aprendería. Y, mientras tanto, joder, buen juego de labios, sí. Aguantó la primera arcada como una campeona...
-¿Asímmmggl...? ¿Hmmmppff?
-¡AHH! ¡AAAAHHH...! -gritaba su madre, empellón tras empellón de Fernando-. ¡SÍIII PRINCEEEH...! ¡PRIN
CESAAAAAAAHHHHHHHHHH...!
Y la Guarra se corrió otra vez más con una polla en su culo. Los chavales no se esperaban algo así. Paula se giró, polla en boca, asustada. Incluso su hermano se quedó quieto -a pesar de ser el causante-. Marta gimió y movió ella misma sus caderas, obligando a la polla de Fernando a seguir follándola mientras se corría. La mujer se dejó llevar por fin, admitiendo ser ultrajada delante de su hija por su propio hijo. Sentí algo de celos, ya que la hijaputa estaba teniendo un orgasmo más fuerte que conmigo.
-¿Mamammpp...?
-
¡SIGUEEEHHHHHHH... comi-comi-COMIÉNDOSELAAAAAAAAAAAHHHH!
Y otro orgasmo seguido. ¡Hija de puta! Pues iba a ser cierto que Fer era su campeón...
La niña obedeció a su madre y se agarró a mi polla como un mono a un plátano. Mientras la Guarra se corría y se agitaba, a su lado Paula mamaba de mi polla. Me miraba, coqueta, entre gemiditos fingidos. Los míos no eran para nada de mentira. La situación me excitaba tanto que me estaba costando refrenarme y no empalar a esa guarrilla hasta correrme.
¡Qué cojones! ¡Lo iba a hacer!
-¡Ven aquí! -dije agachándome, tomándola de las axilas y llevándola hasta un sillón cercano.
-¡Espera, quiero seguir...!
Yo me senté -más bien me dejé caer-, y la niña se colocó inmediatamente a horcajadas sobre mí.
-¿Es tu primera polla en tu chochito, princesa? -pese a mis palabras, mi tono era duro.
Yo la iba moviendo para colocarla correctamente. La niña se bajó las bragas y las tiró por ahí. La sujeté de las caderas y apunté mi miembro hacia su coñito.
-¡Sí, profe! -respondió solícita, quizá con algo de miedo-. La primera de carne...
-¿Cómo?
-El otro día probé uno de los de mamá y...
-¡Qué guarra eres, princesa! -la corté-. Pues nada, ¡ahora sentirás un rabo de verdad!
-Vale pero con cuidaaAAAAAAA
AAAAHHHHHHH...!!!
La empujé hacia abajo hasta clavársela. Mi polla se abrió camino por ese coñito casi virgen, dilatando a la fuerza y haciéndola gritar de dolor.
-¡¡ESPERA!!
¡¡ESPERAAAHHH...!!
Mi rabo no podía esperar. En cuanto logré meterla entera, ella empezó a sacurdirse y a sollozar. La sujeté de las manos y la hice mirarme.
-Vamos. Ahora tranquila. Acomoda la polla en tu coñito.
-¡Due... dueleehh...!
-Como te dijo tu madre, sólo al principio.
La atraje hacia mí y la besé. Ella empezó a tranquilizarse. Sus sollozos bajaron de intensidad y empezó a cambiarlos por gemidos. Sus tetitas saltaban, graciosas y empapadas de saliva. Se abrazó a mí y yo pude por fin tomarla de las nalgas. La agarré con firmeza de cada una de las cachas, tirando y abriendo. Haciendo que mi polla entrara y saliera despacio.
-¡Ahhh...! ¡AHHH...! ¡Ahhh...! -gemía en mi oído.
Poco a poco aceleré. Arriba, abajo, arriba, abajo. Su estrechez me apretaba casi con dolor. Mordí su cuello mientras ella me pedía más.
-¡Síhh...! ¡Sí...! ¡Ahhh...! ¡SIGUE...! ¡Ahhh...!
-Te gusta que te folle -afirmé-. Te gusta. Eres una princesa guarra.
-¡Soy...! ¡U-unaaaah...! ¡Princeeehhh...! ¡Guarraahh! ¡Sí...! ¡AHHH! ¡Azótame!
La golpeé.
-¡Más! ¡MÁS! ¡AAH...!
La seguí dando. La palmeaba y la agarraba del culo. Pellizcaba su carne, su inmenso trasero duro y firme, y la volvía a azotar. Mi polla se esforzaba por entrar y salir a pesar de que el coñito de la niña quería estrangular su paso. La niña estaba tan caliente que no tardó mucho en alcanzar el orgasmo. Cuando noté las primeras contracciones aceleré. Sus gemidos en mi oído se convirtieron en gritos que medio ahogaba mordiéndome. Me clavó las uñas en la espalda cuando por fin se corrió.
-¡AHH! ¡Síii...! ¡AHH...! ¡AAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH!
No paró de agitarse sus buenos dos minutos. Al final intentaba gritar pero apenas podía respirar. Sus uñas seguían arañándome, hincándose en mí como mi polla se hincaba en ella.
-Un lado, princesa... -le susurré-. Ahora...
Saqué la polla y la obligué a darse la vuelta, recostándose contra mí, piernas abiertas y todo el coño abierto para quien quisiera verla. Que, por supuesto, eran Fernando y su madre. Me di perfecta cuetna de ninguno de los dos se perdía detalle del panorama de Paula dispuesta como una puta.
-Ahora tu culo, princesa. ¿Lista?
-...
-¿Lista?
-Sí... sí... síiiiIIIIIIIIAAAAHAHHHHA
HHHHHHHHHYYYYYYY!!!
Entró con mucha dificultad. No importaba. Lubricada de fluidos vaginales y saliva, viniendo de un tremendo orgasmo y pillada con la guardia baja... Su ano no pudo resistir apenas antes de tirar la toalla y abrirse a mi polla. Fernando y Marta miraron. El chaval todavía se la clavaba por detrás a su madre, pero ambos se detuvieron un instante para ver con toda atención y en primera fila mi polla rompiendo el culo de la niña. Una niña que gritaba mezcla de dolor, placer, traición y necesidad. Era el culo más prieto que había probado hasta ahora. Sabía que no tardaría en correrme, sabía que enseguida descargaría lo que me quedara dentro. Aproveché entonces para agarrar las piernas y separarlas aún más. Paula se sujetó a los apoyabrazos del sillón, gritando y gritando.
-¡AHH!
¡AHH!
¡NOOO...! ¡PARAAA!
¡SIGUEEHH...! ¡AHHH...! ¡AHHH!
Mis cojones saltaban y me golpeaban haciéndome daño con cada embestida. Prácticamente le estaba licuando el culo con la violencia con la que obligaba a mi rabo a entrar y salir. Entre una nube de placer inmenso asistí a los rostros alucinados del resto de la familia que, de nuevo, habían comenzado a follar. Pero por hacer algo. El verdadero espectáculo era Paula saltando y botando, con su culo abierto y dejando escapar fluidos, su coño chorreando en armonía y mi polla a punto de entregar su vida por el deber.
-¡AHH! ¡AH! ¡AH...! ¡FÓLLAME! ¡COMO A MAMÁ...!
En contra de lo que debiera ser, su culo no dilataba más. No quería o no podía. Apretaba mi polla con ganas. Intentaba no dejarlo escapar para luego tratar de impedirle la entrada. Así una y otra vez.
-¡LLÉNAME!
¡AHH...!
¡VAMOS...!
¡AHHH!
¡DALE YAAAHH...!
-¡AHHH, JODEEEEERRR...!
Y ya no pude más. Me salió la leche que me quedaba, casi a presión entrando en ese culo tan estrechito. Mis caderas siguieron golpeando por fingir que todavía podía hacer algo, pero mi polla estaba exhausta. Sentí el semen caliente batiéndose dentro de Paula.
-¡Sí! ¡SÍ! ¡ME GUSTA...! ¡MÁS! ¡DAME MÁS! ¡HMM...!
Los últimos espasmos fueron demoledores. Me agotaron por completo. Solté las piernas y dejé que la niña se me escurriera.
-¡Espera... profe... un momento!
Prácticamente ni me di cuenta que la niña, más ágil de lo que todos el mundo aseguraba, se daba la vuelta en la posición del 69. Su chochito peludo y abierto a escasos centímetros de mi cara. Su lengua recorriendo con lascivia mi polla, lamiendo y recogiendo cualquier resto de semen que pudiera quedar. Ante mis ojos su ano abierto, dejando escapar poco a poco la leche. El reguero se metía por entre los labios vaginales, los rodeaba, se introducía en el coñito y luego salía arrastrando más fluidos en su camino, goteando hasta mi pecho. Otras se unieron para bajar juntas por los muslos de Paula. No había ni el menor rastro de sangre.
La niña tímida, indecisa e inexperta me comió la polla -una polla en franca retirada, fláccida y sin apenas un hálito de vida- hasta que quedó limpita. Yo sólo pude gemir y dejarme hacer, ya sin fuerza apenas.
-¡¡OOHHHHHHHHHHHH...!!
Un grito de Fernando me reanimó lo suficiente como para ver que él descargaba una vez más, sólo que esta vez en la cara de su madre. La mujer, claramente agotada, había reunido fuerzas para ponerse de rodillas, juntar las tetas y abrir bien la boca, esperando el orgasmo de su campeón y recibiéndolo como merecía, chorro a chorro sobre sus melones, sobre su rostro, en su lengua...
Paula decidió en aquel momento echar las caderas hacia atrás. Mi cara se vio enterrada en el coño recién desflorado -era un decir, pues no había ni rastro de sangre- de la niña, obligándome la pequeña guarrilla a beberme mis propios efluvios mezclados con los suyos. Mentiría si no dijera que aquello fue tocar de nuevo el cielo, acompañado por el coro de cien mil ángeles personificados en los gemidos de gusto de Paula siendo comida mientras comía ella misma.
Cuando por fin me cansé, la insté a levantarse.
-¡Muy bien, princesa! -la felicité.
-¡Gracias... uffff, profe! -me dijo, dándome un beso en la mejilla.
Tenía el rostro lleno de saliva, sudor y semen.
-Me ha gustado que... que me follaras como a mi madre -jadeó, recuperando rápidamente la respiración-, que me comieras el coño un poco y tragarme todo el semen que mi culo no ha podido quedarse -dijo de corrido.
Yo me reí y la abracé, aprovechando para magrearla un tanto y darle una serie de palmadas no fuertes pero tampoco suaves en su bien puesto culo.
-¿Sabes? Dicen que eres una patosa... pero yo creo que tienes un culo para agarrarlo y no soltarlo, princesa.
-¡Gracias! Aunque me duele un poco -se quejó-. Ya sé que sólo es al principio.
Me sonrió y miró a su madre. Yo también lo hice. Fernando había desaparecido -luego me enteraría que había ido a chatearle el asunto a sus colegas- y sólo quedaba la Guarra de Magaz, despatarrada sobre la alfombra, la viva imagen de una puta usada hasta la saciedad.
-No se lo digas a mi madre -me dijo la niña, poniéndose de puntillas mientras contemplábamos a Marta-, pero me ha gustado tanto que creo que voy a hacer que los que se la follan me prefieran follar a mí.
-¿Y eso? -dije con mucha sorpresa. Le acaricié el cuerpecito, le besé las tetitas y ella se dejó hacer.
-¡Porque es mala persona, profe! -exclamó indignada-. Le pone los cuernos a papá y cree que me engaña. Y sé que humilla a la gente. Se merece que esos hombres mayores prefieran enterrar sus pollas dentro mío ¿no crees? -eso último lo dijo con un tono pícaro, pegándose a mí.
-¡Jajaja! Creo que deberías ir con más tranquilidad, niña.
-¡Ya, lo que pasa es que me quieres sola para ti, profe guarro! -se rio de mí, dándome un empujón que casi me envió de vuelta al sillón.
-Bueno, lo cierto es que...
-Ya sé lo que haces con las otras chicas de volei -me dijo, aunque se ruborizó al hacerlo-. No soy tonta, ¿sabes?
-No, no...
-Y sé que también te lo haces con otra de mi clase que se saca los deberes haciendo guarradas -declaró-, y también con otra un poco mayor que se llama Cris, que tiene a Fer loco loco y también que...
-¿Y cómo sabes eso, niña astuta?
Me dirigió una mirada adulta, apoyó las manos sobre sus amplias caderas y me dijo, casi con desdén.
-Porque sé que todos los tíos sois iguales y, como dice mi mamá cuando bebe demasiado, basta con controlar vuestra polla para controlaros a vosotros, aunque os las deis de cualquier cosa, profe.
Me quedé alucinado con la madurez de la niña. ¡Qué rápido aprendía, la jodía! Así se lo hice saber.
-Ya bueno -se encogió de hombros, haciendo que sus tetitas subieran y bajaran. Todavía estaban empapadas-. Si no quieres que otros tíos me follen y que sólo me folles tú -me propuso-, quiero que convenzas a la seño Bea de que soy buena para el equipo.
-¿En serio? -aquí todas tenían exigencias.
-Ajá. Creo que puedo mejorar mucho. Las chicas de volei son las popus y cuando sea mayor quiero ser -dirigió una mirada a su madre-... bueno, no como ella. Mejor.
Bufé y me reí otra vez. Alargué la mano.
-Trato hecho.
-¡Guay! -me la estrechó-. Ahora voy a ducharme. ¡Chao, profe...!
-Espera, saca de mi maletín un pote de crema y llévatelo -la indiqué-. Póntela en el culito. Te aliviará el escozor.
-¡Gracias!
Y se fue trotando como una cervatilla. Sacudí la cabeza. Vaya colegio. Vaya historias. Me agaché para recoger las bragas de Paula. Sonreí -más braguitas para mi colección-. Me acerqué a Marta. Allí estaba, con las piernas abiertas, con una cantidad obscena de semen escapando de su culo, con las tetas mordidas y también empapadas, con la saliva y más leche escapando de su boca entreabierta. Manchando la alfombra carísima.
Me senté a su lado.
-¿Sabes, Guarra?
La palmeé el culo un par de veces. Se sacudió levemente en su inconsciencia.
-Sin duda ha sido una buena película.