Experiencias de Instituto (1)

Aquellos maravillosos años. Mi primer relato en el que cuento mi iniciación al sexo durante mi primer año de instituto.

EXPERIENCIAS DE INSTITUTO (AQUELLOS MARAVILLOSOS AÑOS)

Es la primera vez que escribo un relato, ya sea erótico o de cualquier tipo. No sé por qué me he animado. Soy un asiduo lector de esta página, y supongo que al ser partícipe de las experiencias de tantos autores, me he visto moralmente obligado a compartir las mías.

Voy comenzar con una serie de relatos en los que narraré mi descubrimiento del sexo; mi primer año de instituto; mis 15 años; aquellos maravillosos años...

CAPITULO 1

Estaba bastante nervioso. Era el primer día de clase, es más, el primer día de instituto. Casi todos mis compañeros venían de mismo colegio, pero el ordenamiento de las clases era todo un misterio.

La primera impresión fue impactante. Chicas de cursos mayores muy provocativas, con unas tetas que nunca habían alcanzado tal volumen en las clases de las que yo venía. Y por encima de todo un detalle: que impresionante desfile de tangas. Con todo ese panorama no pude evitar celebrar mi llegada al instituto con una eracción. Metí disimuladamente la mano en mis pantalones y coloqué mi polla de forma que se notara lo menos posible, lo cual resultó complicado.

Allí estaba yo, en una de las filas laterales de la clase, en el último sitio. Siempre me ha gustado sentarme atrás. Un primer sondeo de la clase no supuso nada extraño. Unas veinte tías, y claro, había de todo. Pasaré a describir lo más destacable, igual resulta pesado, pero es importante por lo que veréis para el resto del relato.

Lucía. Lucía había estado en mi colegio toda la vida. Estudiante ejemplar y muy muy infantil. Siempre iba con libros del tipo: "Mi primer amor". Más bien pequeña de estatura, el culo parecía una prolongación de la espalda, no resaltaba nada. Pecho inexistente. Extremadamente delgada. Todo esto quedaba en un segundo plano al contemplar su cara angelical, su pelo rubio, y esa sonrisa llena de dulzura.

Amaya. La conocí el primer día. Se sentó a mi izquierda. De carácter abierto. Siempre queriendo aparentar más edad de la que realmente tenía. Una chica alta, con cuerpo de mujer. El culo amplio, pero sin resultar gordo. Buenas tetas, tal vez no muy firmes, pero grandes. Con curvas, pero para nada gorda. No era guapa, pero muy de vez en cuando soltaba una sonrisa inocente que me mataba. Un último detalle sobre Amaya; siempre, y desde el primer día venía con tanga, y dada su forma de sentarse siempre me regalaba una buena visión de gran parte de su culo. Fue la gran culpable de que me pasara todo el año empalmado y haciéndome pajas.

Alicia. Una chica similar a Lucía. No tan buena estudiante ni tan infantil, pero físicamente muy parecida, con algo más de tetas. Alicia era morena, con carita de niña, pero con un brillo en los ojos que tiraba por tierra toda la inocencia que aparentaba en una primera impresión.

Marta. Marta se sentaba delante mía. La chica más madura de toda la clase, lo cual la hacía poco accesible. Al hablar con ella daba la impresión de que estaba por encima de todos nosotros. Solía salir con chicos mayores. Marta tenía el mejor culo de todo el instituto. Provocaba una erección inmediata en cualquier tío, y lo sabía. Verla caminar era un espectáculo, esa forma de menear el culo me ponía a mil. A diferencia de Amaya, y por desgracia, se preocupaba de que no se le viera la parte alta del tanga al sentarse. Por lo demás no resaltaba, pecho normal, tirando a pequeño. Alta y rubia, pero no guapa.

Teresa. Teresa tenía unas tetas de actriz porno. Grandes y muy firmes. Parecían operadas, pero dada su edad era evidente que eran naturales, lo cual nos ponía mas cachondos. Cualquier tío soñaba con correrse con la polla en medio de esas dos tetas. No diré más de Teresa, y es que lo único que se puede decir ya esta dicho: las mejores tetas que se pueden ver.

Virginia. Típica chica de que uno se enamora. Simpática y habladora a más no poder. Inteligente. De mediana estatura. Poco pecho pero firme, y un culo normal. Pelo castaño y guapa de cara. Lo dicho: una chica para enamorarse.

Marina. El putón de la clase. Había estado en mi colegio, y se rumoreaba que hacía pajas a los tíos en los baños. Ni estaba buena ni era guapa, pero todos la mirábamos desde la perspectiva de que en cualquier momento se arrodillaría a nuestros pies y nos la chuparía.

Bueno, esto esta lo más destacable. Desde luego había más gente, mis colegas, mas tías.... Pero no desempeñan un papel importante en este historia.

Sobre mí decir que me llamo Carlos, y estaba a punto de cumplir los 15. No había tenido ningún contacto con ninguna chica, y mi única experiencia se limitaba a pajearme siempre que podía, lo cual era bastante a menudo. Por entonces era un chico alto, delgado, moreno. No estaba mal, pero no era guapo. Para las más curiosas mi polla era normal para la edad. Por comparación en las duchas después de gimnasia creo que no me podía quejar. En erección unos 16 cm por entonces.

El primer día de clase transcurrió sin novedades de interés. Hablé bastante con Amaya y Marta, por proximidad supongo. Además, como ya he dicho, el tanga de Amaya me estuvo matando todo el día. El primer día me sirvió para saber que grupos formaban las chicas. El grupo principal lo formaban Amaya, Alicia, Marta y Teresa. Vaya cuarteto. Lucía y Virginia eran amigas desde la infancia, y luego estaba Marina, que más bien iba por su cuenta.

Al llegar a casa me encontré solo, como de costumbre. Mis padres trabajaban y llegaban bastante tarde. Llevaba todo el trayecto del bus sin poder quitarme de la cabeza el culo de Amaya, tan poco tapado por el tanga. Nada más entrar por la puerta me bajé los pantalones. Mi polla estaba roja de la erección que había aguantado casi todo el día. Me apoyé en el borde de la mesa del comedor y empezé a pajearme rapidamente. La imaginación hizo el resto: allí estaba Amaya, dándome la espalda y a cuatro patas. La visión nuevamente de su tanga y su culo hizo que me corriera con rapidez. Mis chorros de semen no paraban de estrellarse en el culo de Amaya.

La primera semana transcurrió con normalidad. Muchas pajas, casi todas dedicadas a los culos de Amaya y Marta, pero nada más.

El primer lunes de la segunda semana de clases, mi vida cambió por completo. Primera hora: Filosofía. Casi toda la clase durmiendo. Lucía pidió permiso para ir al baño, y fue. Me desperté tras una cabezada. Tenía que despejarme y lavarme la cara, así que tras solicitar el permiso me dirijí al servicio. Al llegar a los baños algo no era normal. La puerta del baño de las chicas no estaba cerrada como de constumbre. Me asomé. Lo había olvidado. Lucía se había ido hacía un buen rato al baño. La visión casi me hace caer. Lucía se encontraba sentada en el lavamanos, con la falda y las braguitas por los tobillos. La visión de sus braguitas, blancas y con dibujitos infantiles, terminó de culminar mi erección. Con una mano se abría los labios de su coño, y con la otra no paraba de frotarse el clítoris. Su coño no desentonaba con sus bragas. Lucía tenía un coño de niña. Sin pelo y con un color muy rosado. La excitación no me hizo pensar que si Lucía me veía se podría armar, pero me equivoqué. En un momento dado levantó la cabeza y me vió, Mi erección era evidente. Me hizo un gesto indicándome que cerrara la puerta y me acercara. Así lo hize. Lucía aceleró el movimiento de sus dedos, y en poco tiempo anunció su orgasmo:

-Ah, me voy a correr, ...

Su boquita inocente pronunciando esas palabras casi provocan que me corriera yo también. Mientras yo estaba inmóvil en el centro del baño, sin saber que hacer, Lucía se retorcía de placer en lo que parecían las ultimas oleadas de su orgasmo.

Tras recuperarse un poco, Lucía se vistió. Pensé que se iría, y que todo acabaría así, pero nuevamente me equivoqué. Se arrodilló detrás mía, y así, desde atrás, hábilmente me bajó los pantalones. Empezo a tocarme la polla por encima de los calzoncillos. Me iba a correr en cualquier momento. Me bajó los calzoncillos, y empezó una paja que jamás olvidaré. Metío una mano entre mis piernas, y desde atrás me masajeba los huevos. Con la otra mano comenzó el movimiento frenético que me llevaría a correrme sin remedio. Ver su pequeña mano albergando y masajenado mi polla fue demasiado. La intenté avisar:

-Lucía, me co...

-Ssshh. Me mandó a callar.

Chorros de semen saltaron como nunca de mi polla. Tras el sexto o séptimo chorro que regó el baño de las chicas, Lucía soltó mi polla, y abandonó el servicio sin decir ni una sola palabra.

Continuará.