Experiencia zoofilica de una solterona
Una madura solterona de 40 años, decide dar a probar sus carnes a otras experimentados amantes. En concreto a su perro Kelly
UNA EXPERIENCIA ZOOFILICA DE UNA SOLTERONA
Soy lo que se llama una solterona de unos 40 años, más bien exuberante en carnes y deseos, que solo de vez en cuando consigo realizar mis desesperantes ansias de rabo de hombre.
El Domingo estaba siendo más bien tontorrón y aburrido, en medio del calor sofocante, que hasta el propio “kelly” (el perro “pointer” que mi sobrino me había dejado en casa durante unas semanas) desde la terraza pedía con suaves ladridos y embesaladas miradas, un poco de sombra dentro de la casa.
En aquella intimidad tan mía, en pelota picada ante el “ordenata” navegando con una mano por la página de Todorrelatos, mientras iba bombeando el embolo gelatinoso del vibrador que se perdía en mi querida almejita que iba desprendiendo una ensalivada espumita, me hacían añorar con más ansia una polla de hombre.
En ese entretenimiento estaba cuando encontré en la sección de “textos educativos” un relato que daba exactas explicaciones de cómo disfrutar del viejo amigo del hombre: el perro.
Me daba cierto reparo, pero el chichi, pedía guerra y no era cuestión de quedarse con las ganas; metí al “Kelly” en casa y lo até a la mesa muy cerca de mi gran butacón, mientras navegaba en busca de imágenes zoofílicas que poco a poco iban inundando la pantalla y me daban perspectivas del pollón de un gran danés, a las pirulinas de pequeños caniches, que hacían gozar de los lindo a sus amitas.
“Kelly” en la sombra de la casa parecía cómodo y expectante a mis maniobras; coloqué pues la pantalla del ordenata de tal modo que pudiera ir viendo las distintas imágenes y vídeos y gozar de mi propia paja y de las evoluciones del perro. Me abrí todo lo que pude en el sillón orejero y empecé a pajearme a la vez que abría mi inmensa almeja, en la que algunos de mis asiduos amantes se perdían, (con cierta frustración para ellos, pues no la encontraban apretadita) a Kelly algo debió llegarle, el olor o lo rojizo del chocho, pues pronto enderezó las orejas y se relamía de un lado a otro, babeando aquellos largos labios.
Tenía miedo algo de reparo a llevar mi aventura más allá..., pero ya se sabe que cuando a una le pica el chocho, no hay barrera, y así fui dando cuerda a Kelly para que llegara a mi chochazo.
Fue darle una pequeña olida, y darme un atracón de lamidas que cada vez me sorbían más y más, de arriba abajo, taladrando el interior de mi túnel; no tenía límites se estaba dando un buen festín mientras yo me deshacía en borbotones y quejidos de placer, un vistazo a su entrepierna me dejó ver un aparato, tal y como Rosa comentaba, pero un poco escuálido en cuanto a dimensiones.
Estaba a punto ya del orgasmo cuando sin prejuicio alguno agarré sin compasión aquél mástil y jalé y jalé mientras Kelly se quejaba, pero a mi poco me importaba, el tacto de la polla que iba tomando dimensión, las imágenes que se habían quedado prendidas en mi retina de inmensas pollas taladrando imberbes chochos y mi propio orgasmo, hicieron de todo ello un raudal de placer, que el perro aprovechó para meterme lo más que pudo su carnoso hocico en la almeja, mientras hacía los primeros ademanes de querer montarme.
Descansé del encontronazo con Kelly, que después de limpiarme los bajos a conciencia, se perdía por mi cuerpo en busca de nuevos sabores. Tras ello se hizo un ovillo y se dedicó a lamerse el enorme rabo y el bulto del que hablaba Rosa. Lo contemplé con envidia y con entusiasmo y seguí pues leyendo la página sobre bestialismo, y donde se habla de las lamidas y de los perros como perfectos amantes. Lo cierto era que hasta donde yo lo había probado, Kelly había cumplido a la perfección con su cometido.
Estaba en la siesta entre ensoñaciones de perros que me montaban y de hombres que me daban a chupar sus pollas, cuando me desperté con una pierna abrazada por Kelly que se empecinaba en hacerme, de una vez por todas, suya. Probé a hacerle una mamada, pero no era como la de un hombre, era más granulosa y de un sabor extraño, del que pronto desistí, aunque ello trajo consigo que el trabuco de Kelly se disparara una vez más en busca de un cobijo.
Tenía miedo de que la tranca me hiciera daño en mi chichí por lo cual opté por darme un homenaje, en mi negro agujero, del que nadie se ocupaba, y aunque le daba alguna alegría con un consolador, aquello, aunque me gustaba me dejaba a medio camino. Opté por calzarle al perro unos calcetines y me lo llevé a la cama, puse debajo de mi espalda unos cojines y eché encima de mí al perro mientas veía como su afilado lápiz en rapidísimas embestidas intentaba encontrar un agujero. Era incapaz y además aquello no crecía y se volvía a retraer.
Llevé una mano al instrumento también para evitar que el bulbo de la polla se le saliera y le encañoné el agujero del culo, el cual él mismo me había puesto a caldo, en cuanto el perro sintió el primer centímetro dentro de mi culito, lo demás fue brutal, un pinchazo bestial que casi me hizo desistir del polvo, aunque empecé a retirar el cañoto, este empezó a engordar a la vez que entre mis manos crecía un enorme bulto.
Mi culito se iba distendiendo y gozando de un larga herramienta de casi 18 centímetros, cuando empecé a sentir sus líquidos y que se daba la vuelta como si quedara enganchado, cosa que era ficticia pues eran mía manos las que sostenían el bulbo, empecé con una mano a darle refregones a mi clítoris a la vez que me iba y me venía sobre la inerte polla de Kelly, el pobre ya no hacía nada, pero aquella gorda herramienta a modo de tonel, yéndose y viniéndose en mi ano, hicieron que el orgasmo no tardara en llegar y cuyo culmen, fue sentir el inmenso placer del orgasmo y sentir como aquél pollón iba saliendo de mi culito primero estrecho, luego más ancho y luego estrechito, mi culito quedó como un bebedero de patos, pero el goce se prolongó por casi más de una hora en que mi paciente amante se dejó hacer en pro de mi propio placer. Tras ello allí se quedó toda la tarde lamiéndome, y cuidando de mi como su nueva amante.
A la cena en la fresca noche y recobrados por ambos dos los bríos, comencé a jugar con Kelly, encerré en mi chichi, un bombón de le gustan, hasta que no sacó a base de sorbetones no paró, lo que nos puso a él y mi en condiciones de volver a las andadas.
En esta ocasión me lo subí a la cama y ya totalmente resuelta preferí ponerme a cuatro patas, lo que hizo ya un efecto demoledor en Kelly que buscó la forma de ensartarme como a sus congéneres, no debía tener el mismo ángulo de inclinación, pues no acertaba a ensartarla, fue bajarme un poquito meter mi mano por debajo del vientre y encaminarle, para que aquella lanza estrecha y puntiaguda, la sintiera adentrase de forma atroz vagina adelante.
Llegó casi al tope cuando sentí como que algo se colaba dentro de mi almeja, en segundos todo aquello empezó a tomar una dimensión enorme, la polla crecía allá dentro y el bulbo que se había colado dentro amenazaba con destrozarme, la sensación de ahogo de estar llena era inmensa pero el orgasmo no empezó a esta que Kelly se dio la vuelta y dejó, que en continuos vaivenes como si quisiera despegarme de aquel brutal enlace me fuera autofollando con aquel pollón vivo y chorreante que me dejaba descuello para llegar al sumun del placer, sin por ello salirme, pues el bulbo me lo impedía, cuyos roces en mis doloridos labios vaginales me volvían auténticamente loca.
Tan loca me volví que perdí el pollón con su bulto y todo, el cual volví a recoger de entre las patas del animal y esta vez echada en el borde de la cama, volver a meterme el instrumento, pero ya gordo y duro para poder darme el gusto que me estaba apeteciendo, sentir aquella barra entrar y entrar con sus chorritos, era algo tan nuevo y placentero.
Que estos días ya estoy buscando un recambio para cuando se lleven a mi Kelly. Y si es un San Bernado o un Gran Danés mejor. Quiero un auténtico pollón.
Gervasio de Silos. Email: gervasiodesilos@gmail.com