Experiencia Homosexual

Como un jovenzuelo deja su culito a merced de una buena polla

UNA EXPERIENCIA HOMOSEXUAL

Vivo en una gran casona con mi madre y hermana ambas con una intensa vida social y hasta sexual; de hecho, la figura de mi madre que aún no sobrepasa la cincuentena está invitadora a un buen polvo, y más ahora que ya lleva unos años viuda; mi hermana que pasa de novios a pesar de su treintena, dice que no quiere ataduras ni compromisos pelmazos.

Con lo cual hacen que su vida sea un continúo vaivén de "amigos" y actividades de todo tipo y color, por lo cual por la casa pululan lo más raros, extraños y esquistos individuos atraídos claro está por  esa facilidad de relación de las féminas con la vida social .

Yo como joven y por heredar el carácter de mi difunto padre, siempre he sido un  poco más retraído, siempre me ha dado un poco corte participar de esas fiestas y reuniones de mi burguesa familia de corte liberal, por lo cual siempre he sido como un distante voyeur de la vida social e íntima de mi familia y de todos aquellos que vivimos en la gran quinta o casona de la familia.

Lo cierto es que en cuanto a la vida íntima de la familia, ésta parece como muy intensa o al menos a mí me lo parece, y a pesar de mis veinticinco años, y haber tenido varias relaciones con mujeres de distinta edad y condición, unas veces por iniciativa propia y otra por incitación de mi familia, por sacarme de mi ensimismación; la cuestión es que aunque me gusta follar y no pierdo ocasión,  siempre me ha llamado la atención la satisfacción con que se deleitan las  mujeres al recibir un rabo en cualquiera de sus agujeros.

Como mirón que soy, más de una vez espié a mi madre con alguna de sus amistades  y bien fuera hombre bien fuera mujer, sus ayes eran tan tremendos, que siempre que esperaba gozar de algo extraordinario daba permiso al servicio, para suspirar a sus anchas. Mi hermana es algo más tranqui en cuanto a las algarabías, pero puedo jurar que es una golosa y lujuriosa de mucho cuidado.

Para muestra un botón, hace unos meses mi madre se encandiló al ver una revista de mi hermana donde aparecía un negro con un rabo tipo burro, y se quedaron ambas flipadas, de hecho yo creo que anduvieron buscando entre sus amistades haber dónde podían encontrar un semental de aquella naturaleza. Lo cierto es que no tardó en aparecer por casa un negrazo un tanto esmirriado, pero que en su abultada bragueta, se veía que la escuchimez debía ser en otro lado y no en la entrepierna.

El negrazo fue pasando por casa cada vez con más frecuencia hasta que un día se quedó a dormir, quedándose con mis dos parientas: mi madre y hermana, que no soltaban la presa ni para ir a mear; como ví la movida me fui pronto a la cama y las dejé que llevasen la labor de poner a tono al negro y su herramienta para un posterior usufructo.

A eso de las dos de la madrugada me fui a uno de esos observatorios que tenía preparados y allí asistí al espectáculo de cómo el negro ponía en posición un buen aparato de casi 30 centímetros y con un diámetro más que considerable.

Tenía a las dos reales hembras en la cama, a mi madre panza abajo toda espatarrada, y se abría las nalgas para dejar pasar todo aquél badajo, que era abrazado fervientemente por unos rojizos labios que goteaban placer por todos los pelos que rodeaban aquella lujuriosa concha, el negro conducía con una mano su mastodóntico príapo, para que no se le doblara y poder encalomarle entre las blanquísimas nalgas a mi madre toda su morcillona herramienta, mientras los inmensos huevos daban voluptuosos aldabonazos en la zona clitoridiana de mi madre  que la ponían a cien y suspiraba de placer a cada embolada y aldabonazo.

Mientras mi hermana esperaba el turno panza arriba, al lado de la gozosa pareja, y se había metido un buen consolador en el ojete, mientras el negro le iba introduciendo poco a poco el puño en el chocho, para delirio de ésta, que le reclamaba a gritos le ensartase a ella también con aquella enorme pirula.

El recalentón fue tal que pronto me fui a la habitación a hacerme una gran paja, antes pasé por la de mi hermana y conseguí uno de sus finos consoladores anales, ya en la habitación me desnudé y me apoyé al igual que mi madre en la cama, de tal forma que la polla me quedara fuera de ésta, para así poder sobármela a gusto, escupí y lamí el pequeño y fino priapo de gelatina y empecé a intentar encasquetármelo en el ojete, pues tenía que saber en agujero propio de que naturaleza de placer es el que sienten las mujeres cuando algo entra en sus distintos cuévanos.

La verdad es que aquello entró en mi culo y aunque dolió un poco, la sensación no parecía muy gratificante, cuando ya desesperaba de seguir martirizándome, no sé cómo, le dí una especie de molinete al pirulillo de goma, y mi pirula se volvió a tensar por el placer.

La cierto es que empezaba a intuir el placer de ser ensartado, estaba a punto de correrme, cuando sentí una fría lamida en plena nalga, un vistazo y tras de mí estaba nuestro perro Setter Gordón, husmeando entre mis nalgas y el sabor de aquel artilugio que tenía ensartado en el culo; fue olerlo y querer montarme como si de una perra se tratara.

Pensé para mí si el pirulillo de goma, comienza a darme ese placer que me dará una polla como la de este animal ? Y ya en pleno desenfreno, me saqué el priapillo del culo que le dí a chupar al Setter, éste aún se encabritó más, me puse una camiseta para que no me marcara la espalda y unos calcetines en las patas delanteras y me apoyé en la baja cama, para que King, empezara su labor, antes le pajeé bien; como el ojete ya lo tenía bien lubricado, el muy ladino encontró fácil su objetivo, y de dos emboladas me dejó como un nazareno, sumido en pleno delirio.

Sentir aquello caliente moverse por el ojete era una delicia, si no fuera por las empitonadas que me hacían un poco de daño, por lo cual eché mano atrás para retener tanta prisa, y allí lo retuve, cuando paró de dar emboladas, aquel aparato fue creciendo en grosor para mi placer y tras mi mano aparecía por momentos un inmenso bulto, sentir todo mi tubo anal inundado por aquella caliente salchicha, hacía que mi otro príapo, requiriese más atención.

El Setter se apartó de mi espalda, pasó una pata sobre su polla y quedó como si estuviera enganchado con una de sus congéneres, eso ya fue el sumun, sentir como aquello iba creciendo y regándome por dentro a la vez que yo me pajeaba, hizo que la quemazón del pajote, fuera inminente, mientras el vaivén de perro queriendo salirse y yo metiéndome aquel mostrenco cada vez más hicieron que la corrida fue abundante y me dejara extasiado y sumido en una plácida languidez, que se rompió en un auténtico éxtasis cuando el Setter lentamente se iba de mi culebreando por mi culo, ahora comprendía los ayes de mis parientas cuando les metían y sacaban el nabo ...

Estaba King, el Setter lamiendo mi dilatado y dolorido ojete, cuando notó sobre mis nalgas un contacto caliente a la vez que me ensalibaban de nuevo  me dí vuelta y allí estaba el negro con su manubrio y mi hermana.

No te preocupes querido hermano que André con suave dulzura, te hará ver las estrellas del placer, Tenía miedo de aquel pollón que él tal André ya me pasaba por la nariz, el olor a coño y pringue hizo que rompiera toda la timidez que hasta ahora me había mantenido lejos de los hombres, pronto engullí lo que pude de aquel artefacto, cuyo tacto y flacidez se amoldaba a los requerimientos de mi lengua.

André se echó sobre mis glúteos, lamió y lubricó con paciencia mi ojete y allí introdujo su larga lengua a la vez que me apretaba el escroto, le ayudé a que entrara aún más; me dio vuelta y de rodillas comenzó a sobar mi esfínter con aquél cebollón, que poco a poco se iba abriendo paso entre mis nalguitas, mi hermana se arrodilló sobre mi pecho a la vez que me daba a chupar sus carnosos y pringosos labios llenos de corridas, y se aplicó a chupar mi agotada polla con ayuda de King que colaboraba activamente en la labo.

No sé cuantó entró en mi culo del pollón de André, debió ser mucho por los grititos de mi hermana, lo único que sé  es que me fui dejando caer en una espesa nebulosa de placer en la cual ya no controlaba absolutamente nada; entre los chupeteos y aquellos suaves zurriagazos de André me llevaron al paraíso, y a una adicción total a las pollas en mi culito

Gervasio de Silos