Experiencia fechitista estival
Cómo una tarde de verano mi amiga Rebeca me enseño sus lindos pies.
Experiencia fetichista estival
Hola amigos fetichistas de todorelatos. Me llamo Pedro, soy de Alicante y tengo casi 35 años. Ante todo debo confesar que soy fetichista y amante de los pies femeninos desde mi más tierna infancia, mucho antes de saber que ese tipo de inclinaciones tenían un componente sexual muy acentuado. Durante mi corta existencia he conocido muchas mujeres aunque no tantas como me hubiese gustado- y aún me quedan unos años de seguir al pie del cañón, que no pienso desaprovechar. Salvo excepciones, he tenido la oportunidad de poder disfrutar de los pies de todas las mujeres que han pasado por mi vida. Os voy a relatar ahora mismo una experiencia que me sucedió hace unos cuatro años.
La historia comienza una calurosísima tarde de mediados del mes de julio. Alrededor de las ocho de la tarde recibí una llamada de teléfono. Se trataba de mi amiga Rebeca. Quería verme porque decía que tenía que hacerle un pequeño favor.
Muy extrañado e intrigado bajé al pub que hay cerca de mi casa y aproximadamente veinte minutos después apareció ella. Rebeca es una chica dos años menor que yo a la que conocí en el instituto, de estatura elevada, entrada en carnes (no la podría calificar como gorda) con el pelo liso, de color castaño y con mechas rubias.
Y unos pies de ensueño.
Recuerdo como si fuese ahora mismo que aquel día calzaba unas sandalias planas, sin talón, muy ligeras y frescas. Los estilizados dedos acababan en una largas uñas pintadas de color rojo Burdeos. La piel de sus bellos pies era blanca, casi transparente, que transmitían una agradable sensación de suavidad y pureza. Ciertamente Rebeca no era nada del otro mundo físicamente, pero sus pies eran tan deliciosos que en ese mismo momento deseé poseerlos. Hasta ese momento nunca había tenido oportunidad.
Me estuvo contando que en su casa estaban haciendo unas molestas obras de albañilería por lo que el piso se tornó inhabitable y me preguntó si podía quedarse en mi casa hasta que acabasen las obras apenas tres días- ya que el edificio donde estaba mi casa dista apenas unos centenares de metros del lugar de trabajo de Rebeca. Por supuesto accedí inmediatamente a su petición ante su regocijo, y el resto de la velada lo pasamos recordando viejos tiempos, ir a su casa y recoger sus pertenencias básicas una maleta con algo de ropa y elementos de belleza-, enseñarle mi pequeño piso de solterón y acomodarla. Aquella misma noche durmió allí.
Cuando me levanté a la mañana siguiente, Rebeca ya no estaba. Se había marchado a trabajar. Tenía horario de verano de ocho de la mañana a dos de la tarde- motivo por el que debía madrugar mucho. Antes de salir dejó un abundante desayuno preparado todo un detallazo- y, para devolver su gesto, decidí prepararle una suculenta comida para cuando volviera del trabajo.
Alrededor de las dos y cuarto de la tarde llegó a casa. Lo primero que hizo fue quitarse su elegante ropa un traje de chaqueta y falda corta, de color aguamarina y unas caras sandalias negras de medio tacón- y ponerse algo más cómodo para estar por casa un vestido negro, con flores amarillas estampadas que apenas le llegaba a las rodillas y unas chanclas veraniegas-. Seguidamente nos sentamos en la mesa y dimos buena cuenta de las suculentas viandas que yo mismo había preparado, así como de una botella de Rioja rosado bien frío.
Tras la comida y la correspondiente limpieza de vajilla, nos sentamos ante la televisión a ver los programas de cotilleo de la sobremesa -¡qué programas más horrorosos: hasta dónde vamos a llegar!- Rebeca se fumó un Ducados y me dijo que había madrugado mucho y que se iba a su habitación a echar una siesta.
No le di mayor importancia. Continué viendo la televisión y enfadándome con lo que veía y de repente se me encendió una bombilla
Media hora después de que se marchara comencé a caminar lentamente por el corto pasillo. Su habitación era la última de la izquierda. Desde la distancia pude observar que la puerta no estaba totalmente cerrada sino que había dejado un espacio abierto como de cuatro dedos con objeto de que corriese aire. El corazón se me quería salir del pecho, tenía la boca completamente seca, la respiración entrecortada, sudaba todo inimaginable y tenía una erección descomunal.
Al llegar junto a la puerta me puse de rodillas y agudicé el oído. El único sonido que provenía del interior era el de un desvencijado ventilador que le había prestado para que mitigara el fuerte calor nocturno de las noches estivales alicantinas. Puse aún si cabe más atención y entonces pude escuchar el sonido rítmico de su respiración. Me confirmó que estaba dormida y decidí entrar.
Gracias a Dios las bisagras de la puerta no chirriaron absolutamente nada. Dentro de la habitación reinaba una semipenumbra perezosa debido a que Rebeca había bajado la persiana casi hasta abajo para que entrase el mínimo sol posible. Me deslicé sigilosamente (siempre de rodillas) hasta los pies de la cama y poco a poco fui levantando la cabeza.
La vista que ante mi se abrió era majestuosa. Allí estaba Rebeca echada en la cama boca arriba, con las manos entrelazadas sobre el pecho, por debajo de los senos y sus regordetas piernas ligeramente separadas. De su boca de fresa entreabierta, escapaban de tanto en tanto suaves ronquidos.
Y, en primer plano, las plantas de sus pies.
Maravillosas, rosadas, perfectas, de vista agradable, tal como yo me las imaginaba. Casi instintivamente acerqué mi nariz para olerlas. No estaban sudadas pero desprendían mucho calor. Su olor acre me embriagó. En ese mismo momento tuve mi primera eyaculación del día. Un torrente blanquecino empapó mis calzoncillos casi sin haberlo buscado.
Seguidamente intenté tocarlos. Empecé por las puntas de los dedos. De allí sobresalían ligeramente sus uñas. Pasé tímidamente las yemas de los míos por el canto de la uña del dedo gordo del pie derecho y también por toda la superficie. Volví a acercar la nariz a sus deliciosas plantas. Estiré la lengua y las lamí ligeramente.
Repentinamente cesaron los ronquidos y me lancé al suelo apresuradamente. No se escuchaba nada, sólo el viejo ventilador. ¡Qué situación tan embarazosa! Tras unos instantes de tensión volví a escuchar su respiración acompasada y continué mi exploración particular.
Ahora me fijé en el talón La piel de esa zona era más rugosa y basta que la del resto pero, aún así, era más suave de lo normal. Otra vez volví a estirar la lengua y lamí suavemente su talón. Aquí tuve la segunda eyaculación. Más salvaje si cabe que la primera. El puente de su pie era perfecto. Descubrí un pequeño lunar en el dedo índice de su pie izquierdo. Me fui hacia atrás para tener una vista en perspectiva de las dos plantas. Emocionante ¡hasta brotaron unas lágrimas de mis ojos!
Repetí la misma operación con el pie derecho. Esta vez hasta me atreví a meter todo el dedo gordo en mi boca y rozarlo con la lengua. Mis glándulas salivares no daban abasto. Tercera eyaculación. Esta vez fue el éxtasis completo, una catarata de sensaciones que me arrastró hasta el fondo de la lujuria más insospechada. Exhausto me senté en el suelo y contemplé sus pies durante veinte minutos. Transcurrido ese tiempo, ella cambió de postura y se colocó sobre el costado derecho, dejando al descubierto una amplia porción de pierna y uno de sus poderosos senos. Abandoné la habitación tal y como había llegado: arrastrándome.
Tres cuartos de hora después apareció Rebeca en el salón y se dejó caer lánguida y somnolienta en el sofá. Entre bostezos encendió un Ducados y me comentó que la siesta le había sentado fenomenal. También me dijo que había tenido un sueño muy extraño relacionado con sus pies, pero que no conseguía recordarlo con exactitud.
Día tras día la situación se repetía hasta que se cumplieron los cinco días dos más de lo que ella me dijo en un primer momento- y Rebeca regresó a su piso. Desde entonces he vuelto a coincidir con ella en múltiples ocasiones pero nunca podré olvidar sus bellos pies, sus maravillosas plantas y los días de diversión que, sin saberlo ella, me brindó. Llegué incluso a calibrar la posibilidad de entablar una relación estable con ella por el simple motivo de que sus pies eran los mejores que había visto en mi vida, pero un estudiante de criminología varios años menor que ella se me adelantó ¿sabe realmente este chico el tesoro que tiene?