Exorcismo (fragmento)

Traducción de un fragmento de "Philippa", de Elsie Why, ofrecido gratuitamente por Pink Flamingo Publications

Philippa (fragmento)


Título original: Philippa

Autora: Elsie Why, (c) 2001

Traducido por GGG, octubre de 2002

El reverendo Goodstadt agarró a la chica por los brazos y tiró de ella con fuerza contra su cuerpo. Sus ojos, encendidos de fanatismo apasionado, silenciaron sus protestas. Por primera vez en su joven y consentida vida, Jemima tuvo miedo.

Hizo que la temblorosa muchacha girara sobre sí misma, agarrándole las manos y atándolas a su espalda con la correa que llevaba en el bolsillo. Ignoró sus gritos, sus súplicas de piedad mientras recogía sus bragas del suelo, reteniéndolas brevemente en sus narices antes de tirar de su cabeza hacia atrás y embutirlas en su boca aulladora. Otra correa fina las ciñó a su cabeza.

"Ahora, querida mía, experimentarás los fuegos del infierno, para que puedas llegar a darte cuenta de la gloria de Dios y de su cielo. 'No tendrás otro Dios más que yo,' ni orgullo, ni pereza, ni codicia." El reverendo Goodstadt recogió la correa descartada, sonriendo mientras observaba que las jóvenes caderas empezaban a dar vueltas con temor. Un silencio de respiración cortada llenó la sala, como los pocos momentos de silencio reverencial que llenaban la iglesia cuando terminaba sus sermones. Y esto, también, sería un sermón; una lección de obediencia, reverencia y sumisión a la voluntad de Dios.

Una ráfaga de santidad prendió en su pecho. Sí, esto era lo que Dios quería. Nadie, y menos una altiva y orgullosa muchacha tenía derecho a cuestionarlo. Jemima debería haberlo aprendido tras un mes de lecciones, pero el demonio era fuerte en ella y la guardaba de los caminos del Señor. Era su deber expulsar a Satán.

El reverendo Goodstadt levantó la falda y las enaguas. Apretó el material contra el hueco de la espalda. Sus ojos se recrearon en los globos enrojecidos, bajando hacia los muslos blancos como la leche. Recorrió la forma de sus torneadas piernas hacia abajo, hasta los tobillos, luego hacia arriba. Su polla se agitó mientras observaba las nalgas apretarse y aflojarse, su pequeño agujero marrón parecía guiñarle un ojo, tentarle, burlarse de él con su cercanía.

Lasciva. Orgullosa. El compendio de la peor clase de femineidad. La rabia le inundó. Levantó la correa y la dejó caer, el sonido del cuero al encontrar la carne, la carne merecida, le llenó de tal satisfacción que gritó en voz alta su deleite, mientras sujetaba más estrechamente a la muchacha rebelde contra el escritorio.

"Te libraré del demonio que te posee, Jemima."

¡Zas! Una gruesa línea surgió en la parte alta de sus nalgas. Su grito apagado alimentó la creciente locura de él.

"Te enseñaré humildad, Jemima."

¡Zas! Apretó con más fuerza sobre su zona lumbar, forzando a las nalgas a levantarse más. La lucha frenética de la muchacha exhibía más y más de sus encantos ante su mirada encendida. Su rabia se incrementó.

¡Zas! ¡Zas! Levantó de nuevo el brazo. "Te enseñaré a abrazar lo que el hombre desea de ti, Jemima. Lo que Dios exige de ti."

La correa alcanzó a Jemima cruzando la parte media de sus muslos, el dolor la hizo enderezarse. El reverendo Goodstadt la empujó hacia abajo. Cansando de la lucha sin fin saltó sobre el escritorio y se montó a horcajadas sobre la parte superior de su cuerpo, manteniendo el peso ligeramente fuera de ella pero sujetándola hacia abajo con firmeza. Miró la serpenteante parte inferior, las piernas bailando. Sus manos atadas se cerraban y abrían directamente por debajo de su polla que se endurecía con firmeza.

"Ahora probarás el fuego del infierno, Jemima. Aprenderás la gloria de la compasión de Dios." Levantó el brazo, miró hacia el cielo, luego susurró. "Por vos, Señor." El brazo bajó con fuerza, una y otra vez. Jemima luchaba, su no aceptación alimentaba la rabia de él, su frustración, mientras aparecía un verdugón tras otro y seguía rehusando someterse. Sus nalgas hinchadas se levantaban y cerraban, aflojaban y se balanceaban, el pequeño agujero de su culo se abría más, como si intentara absorber aire frío para aliviar el tremendo dolor que llovía sobre ella. Las piernas marcadas de Jemima emprendieron una alocada y frenética danza del dolor, y él todavía seguía. Disfrutando de su sufrimiento, gozando de saber que podría llevarla a la salvación, sabiendo que podría derrotar al demonio y echarlo fuera, y regocijándose de que él transformaría a esta disipada en una mujer dentro del plan de Dios.