¿existe otro día?

Después de una noche como "esa noche" ¿hay existe un día después?

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Para entender este relato, es necesario haber leído los que lo preceden:

1era parte: https://www.todorelatos.com/relato/148237/

la 2da parte: https://www.todorelatos.com/relato/148252/

la 3ra parte: https://www.todorelatos.com/relato/148289/

la 4ta parte: https://www.todorelatos.com/relato/148307/

Quiero agradecer el gran apoyo que me han dado con esta serie. No sé si será muy larga o no, pero sus palabras de aliento me motivan a seguir con ella hasta donde tenga que llegar (:


¿existe otro día?

La mañana se introdujo en nuestra habitación demasiado pronto. Desperté con un hambre insana y el cuerpo adolorido. Pero feliz al notar el calor del cuerpo de S. No quería romper la mágia del abrazo, pero mi vejiga amenazaba con reventarse, así que, con toda la pena del mundo, tuve que mover un poco a S. y levantarme. Ella se despertó con el movimiento. Nos miramos con emoción. A decir verdad, no sabía qué esperar. Podía pasar todo, desde una larga perorata sobre lo mal que había estado lo que hicimos, hasta un cruel y tajante intento de olvidar lo ocurrido. Sin embargo, había ganado mucho terreno como para recular ahora, así que opté por tomar las riendas de la situación y normalizar el evento. La besé. Contestó el beso y sonrió.

Se levantó de la cama y la seguí. Camino hasta el baño y yo imite el recorrido (ya que había sido ese mi plan en un inicio) mirando el hipnótico bamboleo de sus nalgas. Se sentó en el retrete y comenzó a orinar sin ningún tapujo, a pesar de que la miraba desde la puerta. La verdad, fue un momento tortuoso, yo, literalmente estaba al borde de tener un accidente si S. no se apresuraba. Por fin se levantó y pude satisfacer mi apremiante necesidad con calma. No obstante, depués de sacudirme el pene giré y me encontré con S. desnuda, mirándose en el espejo del lavabo y eso me provocó otra urgencia.  Me pegué a su cuerpo desde atrás. Mi verga (por iniciativa propia, lo juro) se enterró ya semierecta entre sus nalgas.

-Ay, qué sorpresa

Pero no respondí. Retiré el cabello de su espalda y comencé a besarle el cuello desde atrás, mientras mis manos acariciaban sus pechos. Nuestras miradas se encontraron en el espejo. La noche anterior no había privilegiado a la vista, pues S. apagó la luz antes de que todo se descontrolara. Me envalentoné: con una mano sobre la espalda desnuda de S. la empuje suavemente para que se recargara en el espejo y su culo se empinara. Me llevé una mano a la verga, para guiarla por el glorioso camino que le esperaba.

-Espera, no me la metas así

-¿así cómo?

-En seco

Palpé su sexo y, si bien, no estaba empapado, tampoco estaba completamente seco. Hundí un dedo, lo saqué y se lo llevé a la boca.

-Mentirosa – le susuré al oído mientras chupaba sus propios jugos – además, ya estaba preparado – dije, aludiendo a lo mucho que había segregado de líquido mi pene para ese momento.

La penetré lentamente, disfrutando más que nada de su mirada en el espejo. Sus ojos se abría más y más a medida que mi miembro se perdía en su interior. Poco a poco empecé a golpear sus nalgas con mi pelvis.

-Quedito – murmuró con su rostro casi pegado al espejo

-¿qué dices?

-que me cojas quedito, mi amor

-¿y eso? - me excitaba mucho que me hablara así en estos momentos

-Me duele el cuerpo de ayer

-¿de lo fuerte que te cogí ayer?

Sonrió con malicia. Y al compás de unos suaves gemidos respondió- sí, de lo fuerte que me cogiste ayer.

Estuvimos en esa posición algunos minutos más, con un ritmo suave y mirándonos a los ojos todo el tiempo. Pero pronto nos comenzamos a cansar.

  • Ven – la invité a la cama y me siguió. Al llegar, la besé con fuerza y la recosté. Me recibió, otra vez, con la piernas abiertas. Nos estábamos acostumbrando tan rápido a nuestros cuerpos que esta vez ni siquiera tuve que guiar mi pene con la mano para metérsela. Me abrazó con sus piernas, incitándome a penetrarla lo más profundo que pudiera. Y lo hice. Retrocedía muy poco y volvía a introducir mi pene lo más que nuestra anatomía nos permitía. S. apretaba los dientes y con las manos estrujaba las sábanas revueltas y mojadas. Nos besábamos de vez en cuando, pero sin mucha intensidad, con ternura, y nunca, de nuevo, dejamos de mirarnos. Sin embargo, al poco rato de estar en esa bonita posición, la excitación anestesió mi cuerpo y comenzó a exigirme más. Tomé sus piernas, las separé más y las dejé descansar sobre mis hombros. Su sexo se exponía aún más en esta forma. S. no protestó, su cuerpo (supongo) también le estaba pidiendo un poco más. En esa disposición de nuestros cuerpos, aproveché ya no para penetrarla, sino para embestirla con fuerza. Sacaba mi pene casi completamente y luego lo introducía en ella fuertemente. A cada penetración mi madre gemía, cada vez más alto. El ritmo aceleraba paulatinamente. S. usaba sus manos para acariciar mi pecho y mi cara. Su rostro comenzó a descomponerse rápidamente y supe que estaba cerca del final.

-Lléname. - exclamó entre gemidos y fue suficiente para llevarle al final a mi también.

En cuanto su vagina comenzó a contraerse de la manera en que yo sabía que hacía, mi pene explotó dentro de ella. Me desplomé sobre ella. Nos abrazamos. Poco a poco relajamos nuestras respiraciones. Pasados unos minutos, S. estaba acurrucada a lado mío y acariciaba mi pecho.

  • Muero de hambre – confesé, aunque lo último que quería era quebrantar el momento.

  • Yo también

-¿qué quieres de desayunar?

-Lo que quieras preparar

  • ¿y qué tal esto? - pregunté mientras sacudía mi pene

-quizá después… - dijo con una sonrisa atravesada en los labios.

A pesar de que odio los domingos, ese fue bastante grato. Primero nos vestimos ligero: un short y una playera holgada cada uno (sí, sin ropa interior, no íbamos a malgastar ropa límpia ni tiempo). Desayunamos hot cakes, cortesía mía y luego miramos una película en la pequeña televisión que estaba en nuestro cuarto de invitados (la mujer que nos acogía la pasaba mal, en serio). La verdad es que nos habíamos levantado bastante tarde, así que para cuando la película terminó ya eran caso las 5 de la tarde.

  • Deberíamos bañarnos – sugirió S.

-Mmmh… no lo sé, no le veo utilidad – contesté mientras introducía una de mis manos en su short y acariciaba su trasero.

  • Oye, que estemos haciendo esto no significa que tengamos que ser sucios en todos los aspectos – refunfuñó, retomando el papel de madre que había dejado fuera de la habitación desde el día anterior.

  • La verdad… qué pereza bañarse en domingo

  • Hey, báñate, dije.

  • bueno, pero sólo si lo hacemos como la vez pasada – contrapunté. S. puso los ojos en blanco

-Está bien…

Y así lo hicimos, entramos a la ducha juntos. Nos enjabonamos el uno al otro y aprovechamos para conocer mejor el otro cuerpo. He de confesar que mientras yo era el enjabonador, hice uso del buen lubricante que es el agua con jabón e introducí casi un dedo completo en su ano. El esfínter, asustado, reaccionó con una ligera contracción y un gritito agudo por parte de S. Me riñó levemente, pero luego reímos los dos. En fin. Salimos de la ducha, nos pusimos cada quien su respectivo pijama y optamos por ver más películas el resto de la tarde.

Me había faltado comentar que S. y yo somos cinéfilos apasionados, quizá no los más cultos, pero sí de los más entusiastas. Mientras ella elegía en el inmenso catálogo de Netflix algún título interesante, yo preparaba una cantidad considerable de bocadillos que suplieran tanto la comida como la cena; puesto que no había intención por parte de ninguno de levantarnos de nuevo a la pequeña cocina.

Cuando nos reunímos de nuevo en la cama y cargaba la película me animé, desconozco la razón, a iniciar una breve plática sobre lo que había ocurrido (y definitivamente, seguiría ocurriendo). Desde que todo empezó, siempre había temido el momento en que tuvieramos que sentarnos a hablar respecto a cómo nos sentíamos y qué estábamos haciendo, pero también había creído que era necesario.

-Oye ...- comencé, duvitativo

  • Qué pasó – respondió, y un dejo de incomodidad cruzó su rostro

-esto… que hacemos… - era más puto fácil planearlo que hacerlo. Las palabras no me salían, de verdad. Puse una de mis manos en sus muslos y la miré a los ojos.

  • la verdad.. – S. estaba en la misma situación que yo – yo no quería… es decir…

  • ¿no?

-no, nada… pero, pues pasó ¿no?

Vaya mierda de diálogos. Nuestras miradas rebotaban en los lugares más inverosímiles de la habitación: un calcetín tirado, la puerta del baño, un zapato, una mancha en la pared con forma de mancha en la pared… Era asfixiante la incomodidad que respirabamos. Así que pensé: “ a la mierda” y la besé con decisión. S. mantuvo (para mi puta sorpresa) los labios cerrados. Me asusté escandalosamente. Quizá, sin querer, había abierto la caja de Pandora, había hecho que S. reflexionara sobre lo que había pasado y había decidido ponerle un punto. Sin embargo, me aferré a su boca… y después de un par de minutos en el pánico me inundaba, por fin correspondió a mis labios. Nos besamos. Nuestras lenguas juguetearon con una coordinación prominente.

  • Esto… que hacemos… me gusta

  • a mí también

  • dale pues, seguimos

-Está bien, amor, pero necesitamos poner reglas – yo ODIABA que me dijera “amor” justo antes de darme órdenes. Me parecía un chantaje emocional de lo más bajo, pero considerando las circunstancias, en esta ocasión, podía dar mi brazo a torcer.

  • ¿qué sugieres?

  • Primero que nada: sigo siendo tu madre, y si te digo que te metas a bañar, AGARRAS TU TOALLA Y TE METES A BAÑAR SIN ARMAR UN ESCÁNDALO ¿entendido?

-…

  • segundo: esto, como ya habíamos dicho, queda entre nosotros.

  • okey… ¿y qué más?

  • ah, pues, sólo eso…

-…

-…

risas

Nos besamos con la confianza de una pareja de años, cosa que, desde cierta perspectiva, era cierta.

-¿ y ya?

  • pues… creo que sí

Comenzaba la película, así que nos acurrucamos cual pareja de tórtolos enamorados a disfrutarla.

-oye… te quería comentar algo más – dije de pronto

  • ¿qué?

  • Me sorprendió mucho… lo que dices mientras… hacemos cosas…

Su rostro se convirtió en un poema… no, en una pintura impresionista. Ningún pintor francés hubiera alcanzado el tono de rojo que toda la cara de S. adquirió.

  • ay, Dios mío…

  • jaja..

-…

  • me gusta lo que dices – dije, intentando sonar sensual (aunque seguro fracasé)

  • ¿ah sí?

  • sí… lo haces incluso más morboso.

  • sí… tienes razón… a mí también me excita preguntarte cómo me quieres coger.

Me saqué el pene de la ropa.

-¿y no te molesta que te pregunte si me la quieres chupar?

-mmm, pero es que siempre te vienes en mi boca – dijo S. al tiempo que comenzaba a masturbarme con lentitud- y ni siquiera avisas

  • ¿te molesta que me venga en tu boca?

  • odio que se vengan en mi boca – dijo aumentando el ritmo- pero ya sabes… no hay nada que una madre le niegue a su hijo . Y comenzó a chupar mi pene con suavidad, mirándome a los ojos, intercalando las succiones con lamidas en el glande y en el tronco.

La dejé hacer completamente. Sin embargo, después de unos 15 minutos. S. notó un ligero desequilibro en la fuerza: a pesar de que había aumentado el ritmo e intensidad de la mamada, yo no mostraba signos de estar ni cerca del orgasmo.

-¿aún no? - preguntome sacándose el pene de la boca y relamiendose.

  • ¿te molesta?

  • me parece raro

y la verdad es que el día anterior no había aguantado tanto, pero por las circunstancias. En ocasiones anteriores (con otras mujeres, claro) había aprendido a aguantar un poco más, lo mínimo requerido para un encuentro sexual medianamente satisfactorio.

  • ¿sabes lo que es una rusa?

S. sonrió. Estoy seguro que no fui el primer hombre en hacerle esa petición. Con una sensualidad inusitada se desnudo frente a mí. Me indicó que me sentara al borde de la cama. Se hincó frente y, derramando un poco de saliva, juntó sus pechos y al rededor de mi verga y comenzó un sube y baja hipnótico.

Nunca me habían hecho una rusa. Y he de decir que están un poco sobrevaloradas. No me desagrado, para nada, pero tampoco me pareció lo máximo del sexo. A decir verdad, era sobre excitante porque era mi madre quien me regalaba sus tetas, pero fuera de ello, no había nada extraordinario. Pasados diez minutos S. se detuvo.

-Esto es cansado y yo no me la estoy pasando tan bien – expresó mientras se ponía de pie

-¿quieres que te coja? -

-Ay, mi niño, y te voy a coger a ti – amenazó al tiempo que me obligaba a recostarme en la cama y colocaba sus piernas al rededor de mi cuerpo. Con naturalidad incrustó su pene en su interior. Gimió fuerte cuando llegó al fondo. - te voy a cabalgar – amenazó… y cumplió. Con mucha más violencia que el día anterior, pero con la misma maestría comenzó a cabalgar sobre mi verga erecta. En círculos, como un huracán de lujuria. En cierto punto, llevó mis manos a sus pechos y me incito a que los estrujara. Estaba en el puto cielo. Me levanté un poco para morder sus pezones. Y eso aumentó sus gemidos, que ya casi eran gritos, aullidos.

  • Mi vida… te amo… amor… bebé… - balbuceaba.

Me cabalgó por unos veinte minutos más. Después de eso nos corrímos, casi al unísono. No era tan noche. Pero el fin de semana había sido devastador, tanto emocional como físicamente, y nuestros cuerpos (el suyo sobre todo) exigía descanso. Al dia siguiente tenía que trabajar… ya veríamos cómo organizabamos nuestra vida para poder seguir disfrutándonos.