Exhibicionista por obligacion
Estoy casada hace seis años; mi marido tiene treinta y cuatro años, y yo, veintiocho. No tenemos hijos; mi marido se porta bien conmigo y en el terreno sexual disfrutamos sin tabúes de ninguna clase.
Hace unos meses, Superpopelle reeditó uno de aquellos viejos relatos de las revistas de los años 70: Crema catalana. Me pareció una idea excelente resucitar esos magníficos autores que fueron pioneros en este tema. Esta serie de relatos que intento ir enviando para su publicación, es mi granito de arena, aunque apenas he podido rescatar unos pocos. Animo a los que hayan sido mas previsores, y tengan aun alguna de aquellas revistas, a que los saquen a la luz, para intentar enseñar algo a los nuevos autores.
Estoy casada hace seis años; mi marido tiene treinta y cuatro años, y yo, veintiocho. No tenemos hijos; mi marido se porta bien conmigo y en el terreno sexual disfrutamos sin tabúes de ninguna clase.
Pero él tiene la manía de exhibirme; si vamos a bailar quiere que me ponga vestidos transparentes para que se me vea el pecho. En la playa sólo quiere que me ponga el tanga y cuando vamos a veranear le gusta que sólo use minifaldas; como no quiere que use ropa interior, con cualquier movimiento lo tengo todo afuera. Les voy a contar unos pocos de los casos que he sufrido para que ustedes se hagan una idea de mi situación.
Estando en el campo los dos solos, yo estaba tomando el sol desnuda (como a él le gusta), cuando se aproximaron dos hombres que iban de caza. Como los vi, hice para taparme, pero mi marido me dijo que no lo hiciera, que no tenía importancia que me vieran, que yo era sólo suya y que si era tan guapa no había nada de malo en que me vieran.
Cuando los hombres ya estaban cerca de la casa no se conformó con lo anterior, sino que entabló conversación con ellos, que entonces se acercaron-, y me mandó a buscarles un par de vasos de vino a la nevera. Eran hombres de campo y se imaginarán ustedes cómo me miraban al verme de tacones y completamente desnuda. Pienso que faltó poco para que me saltaran encima. Cuando se marcharon, mi marido tomó mis regaños a risa...
Su manía fue creciendo y el verano pasado, estando en la playa -sólo llevaba el tanga inferior-, se formó un grupo grande de gente en la orilla. Parece que habían sacado a un hombre medio ahogado. Mi marido me mandó a ver qué había pasado; yo hice ademán de ponerme una blusa, él me dijo que no y que fuera así como estaba, porque a él le gustaba verme así.
Cuando me aproximé, los hombres me empezaron a piropear y me hicieron sitio en el lugar, pero no tardaron en rodearme entre varios y comenzaron a tocarme y rozarse conmigo. Uno de ellos llegó a sacar su pene para restregarlo contra mí. Medio sofocada alcancé a salir y me encontré con la mirada sonriente de mi marido, que estaba viendo todo lo que me pasaba.
Me enfadé muchísimo y le reproché que se sonriera viendo lo que hacían conmigo; como mi enfado no disminuyera, por la noche terminó confesándome que todo eso le excitaba mucho y que a mí no me pasaba nada.
No hace mucho me acompañó a comprarme un vestido; entramos los dos en el probador y me probé varios vestidos. El esperaba que yo me los quitara y cuando estaba desnuda llamaba al dependiente para que me trajera otro. Estuvimos más de una hora y entre los dependientes llegaron a pasarse la voz, pues fueron varios los que aparecían cada vez que mi marido llamaba. En un momento estuvieron tres dependientes juntos con nosotros en el probador y yo completamente desnuda. Mi marido, mientras tanto, estaba sentado fumando, mientras los hombres se lo pasaban bien a mi costa.
Esto último que les voy a contar sucedió hace pocas semanas en una discoteca a la que solemos ir con frecuencia, ya que es muy acogedora y en medio de la semana no hay casi nadie. Después de haber bebido bastante y sobre las dos y media de la madrugada, nos quedamos solos, pues se habían ido los últimos clientes.
Mi marido, intencionadamente, derramó su vaso encima de mi vestido; hizo que me lo quitara y llamó al camarero, al que se lo dio, diciéndole si podía secarlo, pues teníamos que ir todavía a casa de unos amigos. De más está decir que el camarero se quedó perplejo y marchó con el vestido.
Entonces, mi marido me propuso que saliéramos a bailar; le dije que no podía hacerlo así desnuda, pero él me obligó diciéndome que no había más clientes que nosotros y que los camareros estaban acostumbrados a estas cosas. Bueno, que salimos a la pista... Los camareros no tardaron en acercarse a la pista, y al rato mi marido pretextó que estaba cansado e invitó a alguno de ellos a que bailara conmigo. El más decidido lo hizo y no tardó en manifestarse muy excitado, ya que él también empezó a quitarse las ropas, tocarme el cuerpo y apretarme contra él. Al punto que en algún momento llevó mi mano sobre su pene, que se marcaba abultado debajo del pantalón.
Miré hacia donde estaba mi marido y le vi batiendo palmas de lo más divertido; no niego que yo también comencé a sentirme excitada y pegarme a mi pareja. En ese momento, mi marido se levantó y cogiéndome de la mano me dijo que era muy tarde y que nos estaban esperando. Me hizo vestir y salimos.
Como ve, yo trato de complacerle en todo lo que él me pide, pues le quiero mucho, pero ya no sé si hago bien. Aunque vivimos muy independientes, yo sé que la gente habla mucho de nosotros; los proveedores han comentado a los vecinos que los recibo casi desnuda, pues cuando está mi marido me obliga a hacerlo y dice que no debemos preocuparnos de lo que diga la gente.
Sé que comencé siendo exhibicionista por obligación, pero también he de reconocer que no sólo he ido acostumbrándome a ello, sino que ya deseo y espero la nueva situación imaginada por mi marido.
Y ya no lo paso tan mal...