Excitantes castigos crueles

Rosita va a dejar a Ricardo hecho unos zorros y Javier tendrá un interrogatorio muy caliente con Jazmín.

Ricardo estaba completamente desnudo, con su pene erecto y duro como un poste de telégrafo. Un pañuelo ancho y tupido cubría su cabeza y tenía las manos atadas a la espalda y los tobillos muy juntos, sujetos también con un cordón grueso.

Rosita se masturbaba con energía mientras azotaba las nalgas del infeliz profesor, que paradógicamente era el hombre más dichoso de la provincia. Tenía moratones por todo el cuerpo, pero lo más alarmante era el aspecto de su escroto, hinchado y ennegrecido por pequeños hematomas. Ricardo no había llegado nunca tan lejos. Lo suyo eran los zapatillazos en el culo, la humillación de tener que darle placer a Rosita, Leonor, Beatriz y Mercedes con su lengua y sus labios.. Pero aquella sesión de auténtica tortura le estaba recomponiendo los esquemas de su imaginario erótico. Sentía que se precipitaba en un abismo de perdición arrastrado por una Rosita desconocida.. ¿O quizás no tan desconocida? Ricardo recordó de pronto el cuerpo cosido a cuchilladas del desventurado guardia violador, el cuello sajado de su compañero... Los testículos se le encogían de miedo, pero la polla se ponía cada vez más dura.

De pronto, el pobre maestro sintió la planta del pie de la muchacha sobre sus huevos. Era una presión fuerte, casi dolorosa.

  • ¡Córrete, mierdoso esclavo!

Y se corrió, efectivamente. Unos chorros tremendos de semen salieron despedidos para regar incluso el muslo perfecto de la verduga, mientras el pobre hombre se derrumbaba en el suelo.

La profusa corrida empapó el pie de Rosita, que se lo limpió en la barriga del caido con exclamaciones de asco.

La mulata estaba desatada. Su indignación por el engaño de Ricardo había abierto la caja de los truenos de su sadismo. Era capaz de matar sin pestañear, sin experimentar placer alguno, pero lo que estaba haciéndole a su preceptor era algo nuevo. Ya lo había intuido algunas veces cuando zurraba la badana a Leonor, con la excusa de que a ella le encantaba ser maltratada y Rosita sentía en esas ocasiones un intenso hormigueo en su vulva. Ahora se estaba corriendo como una loca, hasta cinco veces desde que empezó el castigo de Ricardo.

De pronto cobró conciencia de la realidad. Ricardo estaba hecho un ovillo en el suelo y se podían oír sus gemidos de dolor a través del pañuelo. Se apresuró a retirar la capucha y a desatar al maltrecho y sumiso caballero.

  • Ricardo ¿estás bien? - no le salía pedir perdón, pero su tono era lo más parecido a una disculpa que se podía esperar de ella.

  • Si,.... si,.... Por favor, dame agua y un trapo mojado.

“Ay, Dios mío” pensó Rosita al ver el estado de los genitales de su amigo. “¿Qué he hecho? Lo he dejado lisiado...”

  • ¡Beatriz, Mercedes! ¡Venid a ayudarme! Ricardo está mal....

En la clínica del placer, El doctor estaba visiblemente excitado, con una fuerte y ya duradera erección. Se puso en pie de pronto y se dirigió con urgencia a Javier.

  • Javier, ya sé que no es habitual, pero si no me follo a esta señora ahora mismo, temo que me dé un ataque de apoplejía. Si me la follo es probable que también me dé, pero al menos, moriré feliz. ¿Tengo tu permiso?

Leonor abrió los ojos asombrada. Aquel austríaco calentón le estaba pidiendo autorización a Javier para disponer de su coño a placer. Era lo más indignante y humillante que recordaba haber padecido. Otras veces había sido forzada, sometida, violada, pero ahora la iban a follar por acuerdo de los que consideraba dos caballeros respetables y sus amigos, en realidad... Y esto la estaba poniendo super-caliente, más aún de lo que ya estaba, que no era poco.

Sintió entrar el pene del doctor y, aunque seguía sin comprender qué significaba textualmente Dicker Schwanz en la lengua germánica, ya había notado en su coño el sentido fáctico de aquel nombre. Empezó a poner en práctica los nuevos conocimientos en materia de constreñir pollas con sus músculos íntimos y el buen doctor se agitó con  fuertes estremecimientos poniendo en blanco los ojos.

  • Estás haciendo un gran trabajo - Comentó Javier al oído de la mujer mientras le pellizcaba desmañadamente uno de sus bellos pezones. Siguió luego amasando los dos pechos, uno tras otro, sin dejas de besar el cuello y la oreja de Leonor - Ahora quiero que te corras, cielo. - ordenó con alguna severidad - Vamos, has de dar placer a mi amigo. Remueve ese culo y córrete como una gata en celo. Grita, tesoro. Quiero que el doctor te oiga gemir y suplicar más y más. Vas a extraerle hasta la última gota de semen.

  • Ahhhh...!! Ahhh...:!! Sííí....!! Más fuerte! Más fuerte! - exclamo ella obediente, sin necesidad de hacer sacrificio alguno, todo sea dicho - ¡Follame, fóllame!

Los labios y la lengua de Javier seguían haciendo estragos sobre la piel  de Leonor y sus dedos eran diez vigorosos tentáculos que constreñían con fuerza y pasión las tetas de la bella mujer.

  • ¡Pide que te la meta más fuerte! - insistió Javier.

  • ¡¡Para, para, amigo mío! - suplicó el galeno congestionado - Ya me he corrido, pero si sigue así esta fiera, me voy a volver a empalmar y a correrme y me dará un infarto de verdad.

Al oír la palabra infarto, le vino a Leonor la imagen del cura libertino amoratado y agonizante a sus pies y paró en seco, a pesar de que le apetecía un montón correrse con el susurro del aliento de Javier en su cara y la voluminosa polla del doctor en el coño.

Ricardo estaba en su cama desnudo, cómodamente tendido y con las piernas abiertas y los genitales envueltos en una toalla húmeda. Mercedes y Beatriz iban cuidando de él solícitas y su estado había mejorado durante la tarde. Rosita no compareció hasta después de cenar. Mostraba cierto nerviosismo en su actitud postural, pero mantenía su cara de jugadora de póquer, muy metida en su papel de hembra alfa de la manada.

  • Espero que hayas aprendido la lección - dijo lapidaria.

  • No te controlas, Rosita - respondió él con la voz quebrada - Podías haberme dejado estéril, podría perder un testículo por tu culpa.

  • No exageres. Sólo te di tu merecido y creo que lo estabas disfrutando, aunque al final, es cierto que no sabía lo que hacía. ¿Esperas que te pida perdón?

Ricardo miró los ojos negros y profundos de la muchacha y descubrió el brillo de dos lágrimas a punto de brotar.

  • No es necesario. Para mí era un juego, por eso lo permití. Pero tú sentías un odio genuino, destructivo. Nunca vuelvas a tocarme.

Rosita se dio la vuelta bruscamente y salió de la sala dando un bufido. En realidad, no soportaba que su antiguo maestro la viera llorar.

En la cocina, las dos hermanas se esmeraban por dejarlo todo como los chorros del oro. Tenían pavor de las reacciones de Rosita. Ahora sí que se había convertido en la dueña de sus voluntades. Y ella no sabía qué hacer con aquel nuevo sentimiento de poder. ¿No sentía afecto alguno por las chicas o por Ricardo? Ninguno, pensó, comparado con su pasión por Leonor. Y haría cualquier cosa por conservarla. No le temblaría la mano... Entonces ¿Porqué aquellas lágrimas? Ricardo se merecía la paliza y ya era un hábito golpearle, él lo toleraba e incluso lo deseaba. Demasiados pensamientos se agolpaban en su cabeza y sentía deseos de olvidarlo todo, de sentirse bien de nuevo. Había algo que la hacía sentirse particularmente bien...

  • Mercedes, Beatriz, dejar esto ahora. Venid a mi habitación.

Las hermanas se miraros asustadas, pero obedecieron en el acto.

  • Necesito relajarme - anunció Rosita quitándose su blusón y los pantalones de montar - Venga, desnudaos las dos.

Las chicas obedecieron precipitadamente...

  • Mercedes, ponte entre mis muslos. Quiero que me des placer con tu boca. Ya has visto cómo lo hace Leonor. Tú, Beatriz, ven aquí. Vas a chuparme las tetas. Así, como un bebè, pero con dientes...¡Cuidado! Los dientes sólo han de rozar. Bien Mercedes. Mete la lengua. ¿Porqué paras?

  • Perdona Rosita - respondió Mercedes espantada - Es que me he tragado un pelo.

  • Pues sigue ya. No pares hasta que me corra, o probarás la fusta. Y tú, Beatriz, chupa el otro pezón, que éste ya está bien tieso.

Las caricias se alargaban, pero Rosita no conseguía la excitación suficiente para tener un orgasmo. La única humedad de su vagina era la saliva de Mercedes.

  • ¡Basta! ¡Fuera de aquí las dos! ¡Fuera! - y descargó dos fustazos en las nalgas de las muchachas que salieron corriendo, recogiendo su ropa precipitadamente.

Rosita se hizo una rosca, pero no pudo dormir. No podía quitarse de la cabeza a Leonor. A eso de la una se acercó al cuarto de Ricardo y le cambió el paño húmedo de los testículos. El maestro dormía o fingía dormir. Rosita se sentó junto a su cama y veló hasta las tres de la madrugada. Sólo podía ver a Leonor, gimiendo bajo las caricias de Javier en una cama con dosel entre sábanas de seda. Sin embargo, notó que toda su indignación contra Ricardo se había desvanecido. Ahora sólo deseaba recuperar su amistad. No quería un sumiso, sinó un amigo y un consejero.

Rosita se habría quedado muy tranquila si hubiera visto a Leonor en aquellos momentos. Después de la sesión en la consulta del doctor Schwanz se había quedado bien relajada. Sin embargo, esperaba con ansia el momento en que Javier la poseyera y pensaba que sería aquella misma noche. Pero no fue así. Aquel mayordomo que parecía un enorme simio la había acompañado a su habitación y le había deseado buenas noches. Ella estaba despierta en la cama una hora después, desnuda y caliente. No paraba de acariciarse la vulva y dar pequeños tirones de sus anillas vaginales, ni de pellizcarse sus grandes y sensibles pezones. Recordaba cómo los había estimulado Javier mientras el doctor la penetraba con aquel grueso miembro. Pero pasaban los minutos y Javier no comparecía....

En el piso inferior, Javier y su mayordomo tenían otras ocupaciones en aquel momento. Felipe se había quedado en mangas de camisa, llevando puesto, eso sí, el chaleco. Estaba de pie y agitaba una larga caña. Javier permanecía sentado en su cómodo sofá, aunque su expresión y su postura eran tensas. Frente a él, una rolliza y sofocada muchacha se arrodillaba sobre una alfombra con las manos tras la nuca. Jazmín daba gemidos agudos y negaba con la cabeza.

  • Jazmín, me has defraudado mucho - dijo el caballero - No me gusta castigar a mis yeguas, pero contigo no me va a temblar la mano. ¡Empieza, Felipe! En las nalgas primero.

  • ¡No, no! Esperad, no me peguéis, os lo suplico. Lo contaré todo como fue. Se lo juro, Don Javier.

  • Procura ser convincente. A la primera vacilación, llegará el primer golpe. Descansa un momento, Felipe - El mencionado se sentó un momento dejando la caña al alcance de la mano.

  • Es cierto que Eugenio murió, pero fue un accidente...

  • Explica ese accidente.

  • El se enfadó cuando le dije que estaba embarazada, me gritó y me dio dos bofetadas, me llamó puta...

  • Ves al grano y mantén las manos detrás de la cabeza. Nadie te ha dicho que las bajes.

  • Perdón. Yo me defendí, le empujé. Luego él me cogió del pelo y me dio un golpe en la mesa, así - Hizo un gesto de bajar la cabeza bruscamente - Yo busqué con la mano a ciegas. Había un atizador, le pegué, aún no sé cómo pude. Y cayó al suelo. Me fui de allí corriendo...

  • ¿Porqué no apareció el cadáver hasta hace unos días?

  • Es que volví. Vi que estaba muerto. Entonces se me ocurrió pegar fuego a la cabaña. Le quité la ropa, la sortija, todo lo que podía servir para identificarlo...Por favor ¿Puedo sentarme y bajar las manos? Me duele mucho..

  • Cuanto antes acabes de explicar la verdad, antes descansarás. Sigue de rodillas y habla. ¿Sabías que te seguían esos dos?

  • Claro que no. Os hubiera advertido enseguida...

  • Por suerte, doña Patro oyó lo que uno de ellos dijo en el burdel. Te buscan para matarte y contigo a cualquiera que te haya ayudado a esconderte.

  • Yo no podía imaginar que...

  • Si hubieras dicho la verdad desde el principio, nosotros nos hubiéramos imaginado que al final alguien encontraría ese cuerpo calcinado y ataría cabos. Ahora hemos de pensar una solución.

  • Ofrecen una buena suma por ella, señor... - sugirió Felipe sádicamente

  • ¡No, no! ¡Piedad! Matadme vosotros, pero no me vendáis a esos monstruos.

  • ¿Los conoces entonces? - preguntó Javier

  • Sí, sí. Son los hombres de don Ignacio, el padre de Eugenio. Los conoce todo el mundo en mi pueblo y en toda la provincia. Son unos asesinos y son brutales. A una chica la violaron durante días y luego la quemaron viva. Sólo porque denunció a don Ignacio por abusar de ella.

Javier escuchó en silencio y miró a su mayordomo. Sus ojos parecían tranquilos, pero Felipe comprendió de inmediato el mensaje que le estaba transmitiendo.

  • Muy bien, Jazmín. No te vamos a entregar de momento.

  • Oh, gracias, gracias don Javier. Seré su esclava más sumisa, haré lo que...

  • Deja de decir tonterías. Tú eres una fiera peligrosa, ya lo noté el primer día. Pero eso también tiene su interés.

  • ¿Me puedo levantar?

  • Sí. Pero vas a hacerle a Felipe una mamada memorable, por las molestias que le has ocasionado.

  • Por supuesto, señor - respondió con tono lascivo la muchacha arrastrándose hasta donde Felipe se sentaba.

  • Aquí no, guarra. Felipe, llévatela a tu cuarto a ver si se comporta. Por cierto, ¿sabes dónde se alojan esos dos caballeros?

  • Sí. Están en la fonda del farolillo rojo, en el barrio chino.

  • Pues creo que les voy a hacer una visita. Les quiero presentar mis respetos..

  • ¿No quiere que le acompañe, señor?

  • No, no. Tú dale su merecido a esta putilla, a ver si aprende.

  • Sí, señor - respondió cogiendo del pelo a Jazmín y arrastrándola fuera de la sala sin hacer caso de sus gritos de protesta.