Excitando a mi hijo

Poco a poco me doy cuenta que excito a mi hijo y lejos de dejarlo, le provoco hasta que sucede lo inevitable.

Hacía ya dos años que mi marido nos había abandonado. Desde aquel momento siguió siendo mi obsesión. Al principio intenté recuperarle de cualquier forma y cuando vi que todo era imposible, procuré complicarle la vida, intentando que mis problemas fueran también suyos.

Era imposible que volviese conmigo. Aquella mujer que me lo había arrebatado le tenía bien sujeto. Poco podía hacer. Más joven, probablemente más vivida y aunque no llegué a conocerla personalmente, por lo que sabía, muy guapa.

Fernando, mi único hijo, sabía de mi desesperación. Me animaba a salir y a encontrar un hombre que me acompañase en la vida.

Tardé seis meses en tener la primera cita. No pasó nada, a pesar que mi acompañante lo intentó de manera insistente. No pensaba en otra cosa que no fuera en Arturo, mi exmarido.

Conectarme a internet y algún chat, me ayudó a que aquellas citas se hicieran más o menos frecuentes. Así empecé una relación con un señor bastante mayor que yo.

Con él empecé a salir con frecuencia, a pasar fines de semana románticos en algún lugar pintoresco y a marcharme de vacaciones a otros sitios que no fuera el pueblo de Arturo. Sexualmente, reconozco, que sin ser el hombre de mi vida, me hizo sentir cosas que jamás logró el padre de mi hijo.

Poco a poco me fui convirtiendo, a través de sus consejos en una mujer moderna. Mi ropa interior empezó a ser estilosa, comencé a depilarme a la moda, teñirme de rubia, ropa ajustada y más provocativa.

Adelgacé, me sentía guapa. Parecía que en el último año había rejuvenecido diez. Mis amistades decían lo bien que me había sentado el divorcio. En realidad empecé a experimentar algo mi misma que jamás había sentido.

En casa nunca me había preocupado excesivamente que mi hijo me viera ligera de ropa, aunque si evitaba que fuera totalmente desnuda. Nunca noté que tuviera especial interés en verme, por lo que tampoco me escondía al cambiarme de ropa, o salía con poca cuando me llamaban por teléfono o si debía resolver algún asunto doméstico en la intimidad.

Mi sorpresa llegó cuando un sábado por la mañana, en el que ambos nos encontrábamos en casa, llamó mi madre. Estaba en la ducha y salí a coger el teléfono. Iba tan solo con una pequeña braga brasileña y la toalla que de manera descuidada dejaban mis pechos al descubierto.

Vi que mi hijo bajó la cabeza y le di la espalda mientras hablaba por teléfono. No le di importancia, pero al girarme vi como mi hijo me miraba. Mi movimiento le hizo asustarse y de nuevo desvió sus ojos.

En ese momento no le di demasiada importancia. Fue por la noche cuando empecé a darle vueltas a lo que había pasado.

Cené con Pablo, mi novio y le comenté lo que había sucedido. Se lo tomó con humor, respondiéndome que era normal que un chico de su edad se fijase en una mujer madura y bien conservada, aunque ésta fuera su madre.

Ya en la cama no paraba de darle vueltas a la cabeza, incluso, cuando estuvimos haciendo el amor, me venía a la mente la mirada de Fernando cuando salí precipitadamente de la ducha.

Me resultaba agradable pensar que mi hijo pudiera fijarse en mi. Era un chico bien parecido y sabía de buena tinta que tenía gran éxito entre las chicas de su edad. Por eso, al día siguiente, cuando llegó de clase decidí volver a provocarlo. Para ello, fingí unas prisas tremendas y salí de nuevo donde se encontraba él, otra vez con ropa interior. Ahora con un pequeño tanga, asegurándome que viera mi trasero.

Su cara enrojeció. Nunca le había pasado, o al menos, nunca lo había percibido. Lo único cierto es que todo un nuevo mundo se abrió ante mi. Aquella noche había quedado con Pablo, cenamos y después nos marchamos a su casa. Lo habitual cuando salíamos. Quizá lo más significativo fue lo excitada que estaba, por lo que el sexo con él fue muy especial.

La cara de Pablo era de satisfacción, tal vez por lo que aquella noche gemí y mojé mi parte más íntima como nunca me había pasado, incluido el hombre con quien había pasado casi toda mi etapa como mujer, mi marido.

Aquella noche dormí con él, pero a primera hora volví a mi casa. Todavía no se había levantado Fernando. A pesar de mi intensa noche de sexo me apetecía provocar un poco a mi hijo. Estaba desatada.

Todo era inocente y mentalmente no pretendía que aquello pasase de un juego erótico entre una madre y su hijo.

Como aún era temprano me dediqué a arreglar un poco la casa. Fernando no solía levantarse tarde, por eso me extrañó, que sin haber salido la noche anterior, no lo hubiera hecho a las once de la mañana. Esperé un rato más para entrar en la habitación y conocer su estado de salud. Empezaba a estar preocupada.

Estaba sudoroso y noté como se hacía el dormido. El bulto en su entrepierna que levantaba la sábana me hizo sospechar que estaba masturbándose, y yo, acababa de interrumpirle.

Probablemente, unos meses atrás, me habría incomodado y molestado. Hoy me parecía algo natural, incluso pensé que tal vez lo estuviera haciendo pensando en su madre.

Era domingo y ninguno de los dos teníamos planes. Fernando no quedaría con sus amigos, que se reunirían para ver el fútbol, algo que a él no le atraía en absoluto. Por mi parte, tampoco vería a Pablo, ya que tenía una comida familiar con sus hijos y sus padres. Aún no tenía una relación de pareja tan consolidada para acompañarle en aquellos eventos.

Propuse a mi hijo salir a comer y después a ver una película en la primera sesión. De esa forma podríamos estar en casa temprano. Al día siguiente él debía ir a la universidad y yo a mi trabajo.

Me vestí bien. A mis 42 años me seguía sintiendo guapa, más que un año atrás. Una falda por encima de la rodilla, sin medias, ya que estábamos a finales de verano y una camisa blanca me hacían sexy y atractiva. Fernando también se arregló, aunque siempre estaba guapo.

Fuimos a un restaurante de comida rápida que eligió él. Después al cine. Intentando pasar por experto cinéfilo, me llevó a una película de culto subtitulada. En realidad no me importaba ver un film u otro, así que su decisión me pareció la correcta.

No seríamos más de quince personas en la sala por lo que estábamos solos en la fila que elegimoms. De repente, las escenas terroríficas y sangrientas comenzaron a sucederse.

No sabía que la película sería de terror. Cuando comenzaron los sustos me aferré a Fernando. Primero a su pecho y cintura para después cogerle la mano. Apoyé mi cabeza en su hombro mientras llevaba su mano a mi estómago.

Me gustaba, o quizá debería decir, me excitaba su olor. No podía apartar mi nariz de su camisa. Olía a hombre, a joven, su aroma era fresco y viril. Aprovechando las escenas de terror que se sucedían le iba acariciando de forma sensual su pecho. Le notaba tenso, más por mis dedos que por los sustos que transmitía la pantalla.

Todo se mezclaba en mi cabeza. Era mi hijo y no debía tener aquellos sentimientos, me apetecía hacer el amor, no iba a ver ese día a Pablo, pero sobre todo, deseaba al chico que tenía a mi lado en esos momentos.

No lo dudé. Acariciando su pecho llegué a los botones de su camisa, desabrochando los dos primeros y tocando su pecho, completamente liso, sin ningún tipo de vello, a diferencia de los hombres con quienes había estado.

El permanecía rígido, sin hacer nada. No sabía si le gustaba o no, hasta que una incursión a su entrepierna me hizo comprobar que su tamaño había crecido considerablemente. Aquello me envalentonó por lo que mi siguiente acción fue llevar su mano a mis pechos.

A principio las mantenía abiertas, como si se sintiera forzado a tocarlos, pero de repente sus dedos se activaron y su boca se acercó a mi mejilla y comenzó a besar mi cara. Nuestras lenguas se cruzaron intercambiando nuestros flujos salivares. Estaba excitada, muy excitada.

Íbamos despacio, disfrutando cada instante el uno del otro. Como una primera cita. Fernando era tímido por lo que era yo quien debía llevar la iniciativa. Su mano, que no paraba de acariciar mis mamas descendió bajo mi mando hasta mis rodillas y la empujé hacia mis bragas.

Noté sus dedos por encima de mi culote. Mi humedad debía traspasar la tela de la braga. Yo desabroché dos botones de su pantalón cuando él llegó a acariciar mi vello púbico.

Para mi desesperación vi como cambiaba radicalmente la música y aparecían los títulos de crédito. La película había terminado y por tanto también nuestra sesión. El encendido de las luces para que se los clientes abandonásemos la sala nos sorprendió arreglándonos la ropa.

Tenía ganas de irme a casa y desnudarme delante de mi hijo, sin tapujos, sin interrupciones, pero al mirarle vi que estaba rojo como un tomate. Salimos del cine sin decir nada. Estábamos en el centro y suponiendo que Fernando estaba de acuerdo, tomé el camino al parking donde había dejado el coche, pero me interrumpió.

  • Mamá. No quiero ir a casa ahora – Me dijo en tono serio.
  • Por qué? Que te pasa? Cual es el problema? Te ha molestado lo que ha pasado en el cine?
  • No quiero ir a casa – Se limitó a responder.

Caminamos un rato, entre la gente sin hablarnos, hasta que le propuse que tomásemos algo. Al introducirnos en una de las calles secundarias vimos varios pubs. Decidimos entrar en uno de ellos.

Al ser verano no había nadie. El camarero estaba a lo suyo, realizando sus labores y atendiendo una terraza prácticamente llena. Dos gintonics nos hicieron afrontar el problema de cara.

  • Eres mi madre – Me reprochó en tono seco.
  • Si, pero te gusto como mujer, te excito, te “pongo”¡¡¡¡ Tú a mi también. Más allá de ser madre e hijo somos hombre y mujer. – Dije con una seguridad que hasta a mi me dejó pasmada.

Dejé sin palabras a Fernando. Aproveché a darle un fuerte beso apretando mis labios a los suyos y nos levantamos para pagar y marcharnos del local. De camino al parking, le agarraba del brazo, como si fuera mi pareja, sin importarme lo que pudieran pensar los viandantes que nos cruzábamos.

Al sentarme en el coche, aparentando descuido, pero de forma muy intencionada deje que mi falda quedara subida, dejando al descubierto la mayor parte de mis muslos. Mientras conducía, agarraba la mano de mi hijo sin parar y la posaba sobre mis rodillas.

Me resultó eterno el viaje. Quería estar a solas, en la intimidad de nuestra casa con Fernando. Aparqué en el garaje y en el ascensor volví a besarle de manera apasionada.

Entramos en casa y le arrastré a mi habitación. Se sentó en el borde de la cama y decidí regalarle un espectacular strep tease de su madre.

  • Estos días me ha gustado mucho como me mirabas. Me vuelve loca gustarte. – Dije mientras desabrochaba mi camisa.

Sólo enrojeció y bajó su cabeza avergonzado. Le levanté cariñosamente la barbilla para que mirase lo que iba a hacer para él y volví a besarle suavemente.

Me desabroché la camisa y me la quité. Solté el botón de la falda y esta cayó al suelo. Me lancé hacia él, quitándole la camisa y aflojándole el pantalón.

  • Venga cariño. Retira el cierre de mi “suje”.

No lo dudó. Dejó libres mis pechos y me volví de nuevo hacia él para besarle y pasar mi cuerpo por encima de su boca y permitir que muchos años después fueran atrapados por su boca.

Permití que los mojase con su lengua y volví a incorporarme para sacarle del todo sus pantalones. Su bulto era importante, pero lo mejor, es que era así porque yo lo estaba provocando.

Acerqué mi mano a su boxer, pasándolo por encima y dando forma a su calzoncillo. El empezó a tocar mis pechos.

  • Te gustan, cariño?
  • Son preciosas mamá. Las mejores que he tocado – Respondió mientras trabajaba en ello.
  • Ah si? Cuantas han sido? – Pregunté bromeando sabiendo que no obtendría respuesta.

Poco a poco iba perdiendo su vergüenza. Empezó a acariciar mi cuerpo hasta llegar a mi culote. De manera cuidada pasó el dedo entre mi pierna, formando un perfecto molde la línea de mi vagina.

  • Quítamelas¡¡¡ – Mandé sonriendo.

Tumbada en la cama, con los brazos en cruz para que pudiera observar mi cuerpo bajó sus manos por mi cintura y deslizando mis bragas fui quedando totalmente desnuda, expuesta a mi hijo.

Me sentía guapa. Tenía unos bonitos pechos, grandes pero firmes, mi cintura no era de una cría de quince, pero estaba delgada y mi sexo lo llevaba depilado con una fina línea de pelo, a gusto de mi pareja.

  • Qué bonito tienes el coño, mamá
  • A Pablo le gusta así, me alegra que a ti también.
  • No me gusta ese tipo y me jode que te toque.
  • No hables así de él. Se ha portado muy bien con nosotros.
  • Contigo, y ha sido para follarte.

No quise continuar con la conversación a sabiendas que veía un competidor en Pablo. Me gustaba ese pequeño ataque de celos de mi hijo.

Me coloqué en horcajadas sobre sus tobillos y procedí a quitarle su última prenda. Su miembro saltó de boxer al quedar liberado. Procedí a llevar mi boca a su miembro.

Toqué el prepucio con mi lengua mientras lo masajeaba con la mano. Sin apenas darme tiempo, un enorme chorro blanco salió de su interior. Apenas pudo aguantar unos segundos.

Sonreí sin rencor y volví a besarle, ahora en la boca.

  • Lo siento mamá. Estaba muy excitado.
  • No importa. Me halaga que estuvieras tan caliente. Eres joven, te recuperarás enseguida.

Seguí besándole y volví a colocarle mis pezones en su boca. Empezó a morderlos lo que hizo que me humedeciese aún más. Toqué sus testículos y su pene que de inmediato volvieron a responder poniéndose firmes.

Su mano se dirigió a mi sexo. Volví a tumbarme para permitirle que me tocase libremente. Separé las piernas y su dedo se introdujo en mis entrañas. Estaba tan mojada que sonaba a chapoteo.

Comenzó con su dedo corazón, para seguir con el índice. Aún había espacio. Me estaba volviendo loca de placer. Terminó con tres dedos.

No se cansaba, pero comenzaba a molestarme, por lo que le pedí que acariciase mi clítolis. Lo hizo, ahora de manera muy suave.

  • Mamá. Voy a comerte el coño.

No contesté, tan sólo incliné mi cabeza en la almohada, eché mis brazos atrás y separé las piernas todo lo que pude.

Mi sexo debía brillar por la humedad. Notaba como a cada latido de mi corazón, el flujo sexual salía hacia fuera. Al notar el roce de su lengua en mis labios vaginales, en mi clítoris, me estremecí. Me eché hacia atrás, si aquello era posible y me abrí hasta donde pude, en un gesto de entrega a mi hombre, a mi macho, a mi hijo................

Comencé a gritar. No podía soportar tanto placer hasta que me hizo llegar al cielo y ver las estrellas en un inmenso gozo. Mi hijo había conseguido de mi el mejor orgasmo de mi vida.

Me relajé pero él no lo hizo. Siguió con su lengua enredando en mi sexo por lo que no tardó en volver a excitarme. Me estaba volviendo loca.

  • Dónde has aparendido a hacer esto? – Pregunté sorprendida
  • No soy virgen, mamá, si es lo que me estás preguntando. Las chicas me dicen que soy muy bueno en la cama.
  • Puedo dar fe de ello – Contesté gritando de placer y retorciéndome en la cama.

Levanté mi cabeza y observé mis pezones erectos, mi rodillas ligeramente levantadas por la flexión de mis piernas y la cabeza de Fernando entre mis piernas. Apenas le veía el pelo y la frente, pero sentía su lengua que continuaba erizando mi piel.

La escena me excitó sobremanera, tanto que mis flujos aumentaron y terminé con un segundo orgasmo. A pesar de mis gritos que pararon de repente y aflojaron mis músculos cuando culminó mi placer, Fernando seguía a su ritmo, con su boca entre mis piernas.

Tuve que apartarle y pedirle que viniera y se tumbase sobre mi. Comencé a besarle como loca. Sabía a mi, a mis entrañas y me gustaba. Jamás en mi vida había disfrutado tanto con ningún hombre. Mis experiencias se basaban en mi exmarido y en los contactos después de mi divorcio, pero sobre todo en Pablo, pero Fernando........... Fernando era increíble.

Notaba su miembro sobre mi estómago y su boca que se manejaba inquieta entre mi boca, mi cara y mis pechos. Estaba duro, lo sentía fuerte, como correspondía a un joven atractivo y muy hombre, como él.

  • Quieres entrar? – Pregunté con voz de gatita
  • Buscaré un preservativo – Respondió de manera adulta.
  • No es necesario. Tomo precauciones. Recuerda que tengo pareja. Me gustaría sentirte al natural.

Se colocó de rodillas mientras que yo separaba las piernas para permitirle su incursión. Se situé entre mis piernas y agarré su miembro para dirigirlo a la entrada de mi cuerpo.

No podría definir lo que sentí en ese momento. El miembro de la persona que más quería en la vida estaba dentro de mi. Mis músculos se dilataban lentamente abrazando su pene.

Se incorporó ligeramente para, a la vez que me penetraba, jugaba con mi boca y con mis pechos. Mis piernas se cerraron, cruzándolas sobre su espalda hasta llegar a dejarle prácticamente inmovilizado.

Notaba como me penetraba, veía su cara de placer y sabía que no iba a aguantar mucho. Ahora era su momento. Yo, con dos orgasmos, estaba más que satisfecha.

Me empotraba en el colchón. El volumen de su miembro me llenaba totalmente. Los movimientos bruscos que ya lanzaba sobre mi, me hicieron esperar el gran chorro de semen que llegó dentro de mi. La sensación, sin llegar a culminar mi orgasmo, provocó un nuevo deseo.

Se apartó y quedó sobre la cama. Quería reanimarle y empecé a lamer sus testículos y a masturbarle.

Poco a poco volvió a responder. Era increíble. Después de dos orgasmos había vuelto otra vez a ponerse en forma.

Quería seguir provocándole. Estaba desatada. Tomé mis pechos y los arrimé a su pene, haciendo de él un enorme perrito caliente.

  • Una cubana – Añadió Fernando.
  • Vaya, mi hijo es un auténtico experto sexual.

Seguí con ella, masajeando su miembro con mis senos. De vez en cuando paraba para tocar su prepucio con alguno de mis pezones.

  • Te lo puedo hacer por atrás?
  • Sólo si es por el coño, nada de sexo anal. Ni a tu padre se lo llegué a permitir nunca.

Me situé de rodillas, como una perra para dar gusto a mi hombre. Noté como enfilaba mi orificio vaginal de nuevo. Ya dentro agarró mi cintura y comenzó a meter y sacar.

Otra vez me volvía loca. El placer era inmenso. Gritaba tanto que me daba vergüenza y mordía la almohada para que no se escuchasen mis jadeos. Enseguida llegué a mi climax pero él aún no, por lo que tuve que seguir soportando sus gratas embestidas.

Tardó, después de dos espasmos anteriores, le costaba llegar, pero se mantenía firme en su intención. Imaginaba que cada vez que la sacaba estaría su pene mojado, pero cuando su vientre tocaba mis chachetes, me seguía volviendo loca.

Quise disfrutar cada instante, le hablaba, le decía cosas dulces y lo que me gustaba todo lo que me hacía. Me sentía como la mujer más golfa del mundo, pero a la vez, la más feliz.

Terminó de nuevo dentro de mi. Me tumbé a su lado y apoyé mi cabeza en su pecho. No sabía lo que sentía, sólo felicidad y ni un sólo ápice de culpa por quien había sido mi amante aquella tarde.

Al rato me llamó Pablo a quien despaché rápidamente. Pedí a Fernando que durmiese conmigo. Lo hicimos sin vestirnos. Ya no era necesario mantener roles entre nosotros.