Excavando a la Arqueóloga
Una hermosa arqueóloga inglesa tendrá que apaciguar con algo más que dinero a un militar turco para poder seguir con sus excavaciones.
EXCAVANDO A LA ARQUEOLOGA
Dr. Kleizer
A la esbelta doctora Ross le habían advertido que iba a tener problemas con el gobierno turco. Eso no detuvo a la intrépida rubia de treinta años. La Universidad le dio fondos suficientes, tanto para los gastos de la excavación en sí como para sobornar a algunos funcionarios turcos, como siempre sucedía.
Llevaban una semana bajo el inclemente sol, desenterrando los restos de un ejército persa aniquilado por las huestes de Alejandro el Grande. Su séquito estaba compuesto por varios técnicos y especialistas, hombres y mujeres. La joven arqueóloga, Kate Ross, estaba satisfecha con el hallazgo que plasmaría su nombre en los libros de historia, y sus ojos azul cielo resplandecían de orgullo.
-Profesora Ross -la llamó uno de los jóvenes excavadores-. Ahí vienen los militares a fastidiar de nuevo.
Kate se levantó, dejando los restos de escudos y lanzas milenarias sobre la mesa debajo del toldo. Miró el jeep que traía al sargento Rashid, corpulento y con su expresión bestial con su crespa barba negra. Hizo una mueca al ver a la espléndida científica inglesa con su ropa adherida de sudor a su sinuoso cuerpo de piel dorada.
-Mierda, aún no me mandan los demás fondos, y este idiota nos está esquilmando para permitirnos continuar la excavación -murmuró la arqueóloga, quien se dirigió hacia el sargento, para entenderse con él nuevamente.
No era la primer vez que Rashid cobraba una ilegal cuota para dejar en paz misiones de carácter cultural, pero sí era la primera ocasión en que una expedición semejante era dirigida por una mujer rubia y hermosa, que había logrado perturbarlo, que podía bien pagarle con algo con que los demás viejos doctores no tenían
-Sargento, no esperaba verlo tan pronto todavía no me han mandado el pedido desde Londres -le saludó ella, acompañándolo a la tienda, donde le ofreció un trago de agua.
-El alza de la vida acelera las cosas, doctora -dijo Rashid al fin, en tosco inglés, sin disimular las lascivas miradas que dirigía a la altiva arqueóloga. Kate intentó ignorar esas miradas, intentó reprimir la repulsa y los escalofríos que le provocaban
-Tal vez si vuelve el lunes próximo podría aportar algo a su causa -dijo ella, esforzándose en sonreír y sentándose frente a él, tratando de parecer diplomática y jovial, más que coqueta.
-Mmmm -gruñó el macilento y sudoroso Rashid-. Me pone en aprietos al hacerme salir con las manos vacías, doctora y usted y su investigación también.
-Lo lamento mucho, pero es muy poco lo que podemos concederle hoy mismo -prosiguió Ross-, además, cuando salgan los primeros documentales y publicaciones, vendrán las regalías y los turistas, entonces habrá más dinero
Rashid se había apoderado de la botella con agua y se rascaba su poco abultada barriga. Kate se esforzaba por mantener la compostura, nada la había preparado para tener que lidiar con tipejos como el que tenía en frente, que más parecían animales
-Doctora, doctora, nosotros no somos tan burdos como los israelitas, no deseo interrumpir sus faenas, sé que le importan mucho, ¿no es así?
-Por favor, sargento, deme tiempo y le tendré su dinero
-Su dinero puede guardárselo, porque una mujer tan hermosa como usted puede pagarme con otra cosa -disparó entonces el burdo militar, sonriendo y mostrando su descuidada dentadura.
Kate Ross se quedó muda, sintiendo la sangre hervirle en la cabeza, así como su corazón lleno de espanto.
-Pero, ¿qué clase de mujer cree que soy? -replicó la furibunda inglesa. Verla así, enojada, solamente espoleó aún más los impuros deseos del aprovechado sargento.
-Esa es mi nueva y última oferta, doctora, si se niega no le har
é daño pero antes de una semana le pediré que se marche y quizás venga otro arqueólogo con más dinero y se lleve la gloria -finiquitó el pérfido Rashid, poniéndose de pie.
El sargento se disponía a salir de la amplia tienda.
-Sargento Rashid, espere -y el aludido sonrió, triunfalmente-. Solo le pido que nadie lo sepa.
-Si no eres escandalosa no lo sabrán, muñeca -repuso Rashid, riéndose. Kate se puso de todos colores, tragándose su inefable indignación, controlándose en la medida de lo posible, teniendo en mente los laureles de su hallazgo.
Kate permanecía sentada, con su vista fija en la nada, asimilando el impacto de saber que ese sujeto semi analfabeta la veía como a cualquier puta de la carretera. Rashid se acercó mucho a ella. Kate estaba comprometida, iba a casarse apenas regresara a Inglaterra. No era virgen, pero sus experiencias sexuales habían sido contadas, pues ella elegía bien sus parejas en su mente aristocrática nunca imaginó lo que sabía estaba a punto de ocurrirle no había hombre en el mundo que le desagradara más que ese militar turco, y ahora se veía en la situación de ser su esclava sexual o ver desaparecer su sueño
-Muy bien, princesa, hazme caso y los dos tendremos lo que queremos -y le acarició el dorado cabello. Kate se estremeció ante ese contacto.
-Está bien, sargento, usted gana, pero no aquí. Si nos tardamos mucho todo el campamento lo sabrá, y esa es mi condición -dijo ella, viéndolo a los ojos.
-Mmmm, tiene razón, pero creo que me puede dar un adelanto breve, ¿no cree? -dijo él, al tiempo que se bajaba la cremallera. Kate casi vomita al ver lo que ese hombre iba a forzarla a hacer- Vamos, sáquemela usted misma, sorpréndase -y le lanzó un obsceno beso.
Kate lo miró un instante, incrédula y vacilante. Piensa en la excavación , se recordó a sí misma. Despacio, sus temblorosas manos se dirigieron al vientre de ese tipo que no aparentaba menos de unos cuarenta años. Dios, por qué tiene que pasarme esto , clamó ella en su fuero interno, mientras sus dedos se cerraban en torno a una abultada masa de carne que iba endureciéndose y calentándose ante el contacto de tales dedos. Rashid suspiró feliz. Pronto, la refinada arqueóloga tuvo ante ella el chorizo más grueso y venoso que había visto en su vida, casi negro y con aspecto muy sucio, duro como una piedra. Kate se ruborizó mucho, de ira y de vergüenza.
-¿Quieres que te la lave primero, Rashid? -ofreció ella, con voz suave y dulce, más pensando en su higiene bucal que en agasajar a ese, su cuasi violador.
-Buena idea, doctorcita ¡pero con tu saliva! -masculló él, a punto de reventar en crueles carcajadas. Kate lo miró atónita, y el libidinoso turco posó una de sus descomunales manos sobre la delicada cabeza de la arqueóloga para persuadirla de que hablaba en serio. Pronto, sin terminar de creerlo, la aristocrática Kate Ross sintió ese hinchado glande frotándose contra su fina nariz y sus labios de seda vamos, la excavación lo es todo, no te eches atrás ahora, se dijo a sí mismo, para dejar pasar ese trago amargo pronto paladeó el cálido y acre sabor de ese amoratado hongo el turco suspiró satisfecho, sin poder creer que su rechoncha culebrita estaba recibiendo lamidas de la boca de esa diosa.
Kate contuvo sus arcadas y pronto lamía esa trémula verga, recordando cómo se la chupaba a su prometido. Se sonrojó al pensar en él, al imaginar lo que diría si algún día supiera lo que se bellísima novia se vio obligada a hacer para resguardar su trabajo. Kate comenzó a lamer ese cipote cuan largo era, y se sorprendió dándole besitos, especialmente en la roja punta.
-Aaahh, ya sabía que eras tan puta como todas ¡vamos, trágatela toda, perra inmunda! -exclamó Rashid, presionándole la cabeza a Kate con su mano. Ante estas terribles palabras, que nada tenían de falso, Kate estuvo a punto de detenerse, pero pensó en su importante labor, y con algunas lágrimas deslizándose por sus arreboladas mejillas, abrió su boca como nunca antes para permitir el ingreso de esa asquerosa pija. Kate atrapó el glande con sus labios, succionándolo como los dulces de su infancia, agasajándolo con su lengua Rashid disfrutaba de lo lindo, más con el morbo de ver humillada a esa preciosa inglesa, de rodillas ante él con su pene en la garganta.
La avergonzada Kate nunca había tenido en la boca algo tan grande, y se apenó aún más al darse cuenta de su incipiente humedad allá abajo, y una atrevida vocecilla en su cabeza preguntó, qué se sentiría tener ese monstruo entrando y saliendo de tu conchita, y ella se estremeció. Rashid le sujetaba la cabeza y el cabello con ambas manos, apretándola contra su vientre, obligándola a engullir más y más
-¡Uffff, mujer, cómo te la tragas! -la piropeó Rashid, y muy en el fondo de su ser, Kate se sintió orgullosa de su proeza- ¡Quítate la camisa, déjame verte las tetas!
Y la pobre Kate, con su boca bien ocupada devorando la pinga de ese hombre, en cuestión de segundos se despojó de su camisa caqui, dejando sus redondos senos de delicados pezones al descubierto. La saliva le chorreaba en hilillos por las comisuras de su boca, mezclada con el jugo preseminal del afortunado y chantajista turco.
Kate adivinó lo que se proponía el desgraciado, al escuchar sus gemidos y su respiración acelerada iba a correrse en su boca o en su rostro, algo que solo a su prometido le había permitido hacer Rashid se la sacó, toda enrojecida y mojada de saliva, y Kate quedó con la boca abierta y su lengua extendida el otomano le dio golpecitos con su polla en la cara y la misma Kate apretó sus labios como si diera un beso para que Rashido se los golpeara con su verga. Entonces, la aferró de la cabeza y con su otra mano se empezó a pajear, apuntando a la hermosa cara de la científica inglesa.
-Acaríciame los guevos, zorra del desierto -exigió él, con un gruñido, y pronto saboreó aquellos dedos masajeándole su sucio y velludo escroto. Kate se estremeció ante el primer chorro de ardiente semen que le cruzó la cara el segundo se perdió en el fondo de su aviesa garganta, y la lefa le espumeó a través de los labios, Rashid la siguió rociando, hasta que la profesora supo que tenía su linda carita tapizada de leche caliente de ese feo sujeto.
Kate no podía abrir los ojos, pues no quería que el semen se le metiera en los ojos. Sintió, avergonzándose pero incapaz de reaccionar, cómo el sucio turco frotaba su pinga contra sus delicados senos y finalmente, con tal pincho de carne, lo embadurnó del semen sobre el rostro de la atónita arqueóloga para que siguiera lamiéndoselo, Rashid deseaba que ella consumiera la mayor cantidad de semen posible. Y así lo hizo. Rashid se hincó ante ella y la besó salvajemente, saboreando su propio aceite y la boca de la doctora. Kate jamás lo confesaría en voz alta, pero ese instante le pareció uno de los más eróticos de su vida.
Y así, humillada y con su busto desnudo, Rashid la dejó, advirtiéndole que se reuniera con él en Estambul.
-Ya vas a ver cómo te excavo, mujer. Dame lo que quiero, sin negármelo jamás mientras estés en mi país, y nadie te molestará -y riéndose al verla tan avergonzada, se marchó riéndose, y sus hombres se rieron con él pues éste les había comentado lo que pensaba hacer con ella durante el trayecto.
Kate sollozaba en la soledad de su tienda, sumamente humillada, escupiendo el semen de ese hombre, herida en su honor y en su vanidad, pero no debía equivocarse, si deseaba llegar a buen fin con las excavaciones, debía complacer en todo a ese odioso sargento. Intentó ignorar el molesto escozor que se había apoderado de su sexo tan pronto vio la torre de carne de ese sujeto.
Continuará