Examen muy caliente
Nato está loco por Tercero, pero no es el único, a Viteto le pasa lo mismo, y cuando la tenga delante, no podrá evitar tocarse, aunque sea en mitad de un examen.
Tercero suspiró, profundamente. El aire escapando de sus pulmones acarició los hombros de Nato, y éste exhaló a su vez, sacudiendo su cabello rizado en un movimiento impaciente, mientras movía las caderas con toda lentitud, saboreando cada centímetro de la feminidad de la joven.
-Entre mis brazos… - jadeó él, tomando aire, acariciando el muslo con el que Tercero lo abrazaba y rodeándola por los hombros. Su piel era asombrosamente suave y cálida, quemaba las palmas de sus manos de un modo maravilloso – Así es como el mundo está ordenado… el mundo está bien hecho cuando estás entre mis brazos…
-Sí… oh, sí… Nato… - Tercero le sonreía y metió las manos entre sus rizos largos y oscuros, rascándole la cabeza, acariciando el espeso cabello, hasta llegar a la nuca y los hombros, a los que se agarró, apretándole contra ella, meciéndose a su vez debajo de él. Cada suave embestida era tocar la gloria, podía sentir el dulce calor que emanaba de entre las piernas de Tercero, la calidez de sus muslos, sus pechos rozándose contra el suyo... – Nato, cariño…. Bip….bip…bip…
-¿Tercero? – De pronto, la mirada de la joven se quedó vacía, sus miembros, inertes, y emitía ese extraño pitido. Un letrero luminoso apareció en su frente “Batería baja. Recargue el sistema”
Bip… Bip…BIIIP… BIIIIIIIIIIIIP….
Nato abrió los ojos, molesto, y apagó el despertador de un manotazo. Tenía la almohada abrazada contra él, una erección de caballo, el pijama pringoso, era lunes y llovía. “Las siete y cuarto de la mañana, y ya estoy de mal humor”, pensó, saliendo de la cama y cogiendo ropa limpia para ir corriendo a ducharse. Tenía que ir al Instituto, era casi verano, y la perspectiva de los exámenes finales, no le mejoraba el ánimo. “Los estudiantes, no saben la suerte que tienen, lo crean o no. Ellos hacen el examen y se acabó todo, para bien o para mal. Nosotros hacemos el examen, y después hay que corregirlos uno a uno, ir a la reunión de seminario, al claustro…”, se dijo, ya bajo el chorro cálido de la ducha, enjabonándose el largo cabello. El pelo le llegaba algo más debajo de los hombros y con los rizos, tenía que usar bien el secador, o parecería un pompón electrocutado, pero le gustaba llevarlo largo. Sabía que tenía que cortarlo, no era formal para un profesor llevar el cabello tan largo, ni la barbita alargada con bigote, sabía que había padres que se habían quejado de su apariencia, parecía más un heavyorro que un profesor de Matemáticas, por mucha bata blanca que llevara… pero era como lo de irse de casa: siempre decía “al año que viene”, y llevaba desde los dieciocho así.
No eran pocos los que criticaban su juventud. Al menos, hasta que sacaba su currículum y les callaba la boca con él. Durante su niñez, Nato no había querido saber nada de saltarse cursos, porque quería estudiar junto a su prima (entonces, aún creía que lo era), y permanecer junto a niños de su edad, pero a eso de los trece, empezó a aburrirse soberanamente en el colegio. Nada le atraía, nada podían enseñarle, su única distracción era enmendar la plana a los profesores… de modo que, por su cuenta, habló con el jefe de estudios, el sr. Nazario, y pidió que por favor, le dejasen examinarse de lo que fuera que le permitiera seguir estudiando cosas que aún pudiese no saber. En un principio, hubo problemas, le pidieron que esperase a Junio para examinarse de Selectividad, y… el sr. Nazario movió hilos, habló con gente y el ayudante del Decano, mandado por éste, llegó con un boletín de examen de acceso, sellado y precintado. Según dijo el ayudante, un hombre bigotudo, muy alto y algo llenito, llamado Iván, “si saca menos de 85 sobre 100, tendrá que esperar a Junio”. “Dése la vuelta”, contestó el entonces treceañero Nato, tomó el bloc con gesto de desprecio, rompió el sello, lo abrió, y sin sentarse siquiera, apoyándose en la espalda de Iván, tachó las respuestas del test, resolvió los problemas, desarrolló los temas de Historia y Arte, e hizo los comentarios de texto en español y en inglés. Aquélla operación, no le llevó más de un cuarto de hora, mientras el sr. Nazario no podía dejar de sonreír, e Iván le contempló con gesto casi horrorizado.
-Dígale al Decano que la pregunta 25ª, está mal planteada, pero sé qué quiso significar el profesor que la redactó, y por eso sé que la respuesta es la opción C. Y que la 53ª, sé de sobra que es la opción B, pero que no saco un 100 sobre 100 porque no me da la gana.
Iván le miraba como si estuviera viendo un fantasma, pero salió con el bloc resuelto. Nato no llegó a ver al Decano, pero al día siguiente, le dieron la carta de preinscripción. Nato se licenció en Matemáticas y Ciencias Exactas aquél mismo verano. Es cierto que le llevó menos tiempo que las posteriores carreras, porque llevaba siendo “amigo de los números” desde su más tierna infancia, y desde siempre le habían dado clases extras, adecuadas a su capacidad, lo que, dada esa misma capacidad, había hecho que devorase los contenidos como otro podría hacer otro tanto con caramelitos… Su cerebro no se contentaba con asimilar, directamente deducía lo que venía a continuación y se anticipaba a ello. Cuando llegó el verano, su madre no cabía en sí de contento, y qué decir de su padre… Todavía los llamaba sus padres. Pero también aquél verano había caído en que no lo eran. No biológicamente, no podían serlo.
Nato, desde hacía algún tiempo, se había fijado en cosas… cosas en las que, en realidad, no quería fijarse, como lo ancho de espaldas que era su padre, su tío, sus primos… y lo normal que era la suya. El resto de hombres de su familia, eran recios y fuertes, él… era normal. No muy delgado, pero tampoco nada del otro jueves. Todos tenían la cara más bien tirando a redonda; él la tenía alargada. Todos, el cabello liso; él, rizado… Finalmente, aquél verano, una tarde, mientras él y Tercero paseaban, ella se había fijado en lo grandes que tenía él los pies, mientras que los de ella eran tan pequeñitos, y se había reído. Comparando, habían juntado las manos para mirar cómo eran, y Nato, mirando lo increíblemente diferentes que eran las suyas con respecto a las de su prima, su hermana, sus padres… tuvo que echarse a llorar sin poder contenerse. No sabía muy bien por qué. Era feliz, tenía una familia que le quería… pero no eran SU familia. Eran la familia de otro, él era un agregado, algo que habían tomado y acogido en casa, como una planta o una mascota… porque su verdadera familia, jamás le quiso.
Cuando le vio llorar, Tercero se asustó, y quiso saber qué sucedía, pero él no encontró fuerzas para contárselo y escapó a todo correr hacia su casa. Tercero le siguió. En aquél momento hubiera dado algo por estar solo, por poder llorar a solas, pero la niña no se lo permitió. Para no delatarle, entró por la ventana del cuarto, trepando por los rombos que sostenían la enredadera de la pared, y de nuevo preguntó qué sucedía. Él se lo confesó, y en un principio, ella no se lo creyó, pero después le dijo que preguntase a sus padres, que ellos le dirían la verdad… Nato aseguró que le mentirían, que no le dirían que era adoptado, pero prometió hacerlo. Al día siguiente, apenas empezó a hablar con su madre, ésta le abrazó y le confesó la verdad que él ya sabía, pero no se horrorizó precisamente poco cuando entendió que su primogénito, se sentía una especie de pegote por no ser hijo biológico.
“Siendo tan inteligente, era bastante tontarra”, pensó, ya en el coche, de camino al instituto. En realidad, importaba muy poco de dónde hubiera salido él… lo que importaba, era que vivía con personas que le querían. Durante algún tiempo, pensó si no debía llamar a sus padres “Dulce y Beto”, pero no le salía hacerlo… siempre habían sido Mamá y Papá, aunque realmente no lo fueran. La noticia corrió entre los niños de la familia como un reguero de pólvora, y Nato tuvo miedo de no ser capaz de soportarlo; de golpe, el gamberro de su primo Kostia, era muy amable con él, y Román se le quedaba mirando, como comparando las diferencias físicas entre él mismo y Nato… fue el cretino de Viteto el que vino a romper la tensión, empezando a hacer bromas estúpidas, “¿adoptado? ¡No es que seas adoptado, es que eres un experimento que salió mal, los orfanatos extraterrestres no te aceptaron y por eso te dejaron aquí, ya sabía yo que no eras humano, petardo del cosmos!”… la pelea que se originó, hizo volver todo a su cauce. Al menos, para los demás. Para él, empezó algo nuevo.
Durante toda su vida, había querido a Tercero. Siendo niño, la quiso como tal, rivalizó con ella y fueron amigos y se pegaron, no se volvieron a hablar en la vida y se hermanaron con sangre, y se odiaron a muerte y no pudieron pasar un minuto sin el otro, y se despreciaron mutuamente y se juraron lealtad… A veces, es cierto, había pensado que ella era la única niña de la tierra que no era idiota, pero nada más. Pero al entrar en la adolescencia, las cosas fueron cambiando. Antes, cuando la miraba, veía a una niña, veía a su prima, a su amiga o su rival, o ambas cosas… ahora, veía a una chica. Una chica con formas y dimensiones extrañas. Una criatura que sufría procesos biológicos que él no, afortunadamente, no pasaría jamás, pero que a ella le producían tristeza o malhumor, y por tanto a él le afectaban indirectamente. Una chica que de repente tenía deseos, pensamientos y sueños, en los que él, ya no era el protagonista, sino ella misma. Le parecía que cada vez que la miraba, ella había cambiado más, y le producía más curiosidad. Era la misma sensación que tenía ahora… la miraba y le daba la impresión de que esa chica que tenía frente a él, que hablaba con él de todo y le contaba cualquier cosa, en realidad ya no era Tercero. No como él la conocía. Se trataba de una persona distinta, de la cual, él sólo conocía una parte, una apariencia, una cara que dejaba ver al mundo, pero donde sabía que había mucho más detrás… Nato se moría de curiosidad por esa otra persona. Ansiaba conocerla, y más aún, poseerla. En muchas ocasiones, pensaba que Tercero estaba deseando que él le pidiese precisamente eso… pero en otras, lo ponía en duda.
“¿Cómo le dices a una chica que te gusta… cuando sospechas que a ella en realidad, le gusta otro?” Llevaba años con esa pregunta en la cabeza, y no precisamente uno ni dos. Es cierto, jamás la había visto besarse con otro, ni… pero que tenía un rival, lo sabía bien. El maldito cretino de Viteto, pensó mientras aparcaba su pequeño coche negro en el aparcamiento del instituto, y veía pasar a los alumnos que iban a la repesca de Matemáticas, entre los que se contaba precisamente el cretino en cuestión. Hacía tres años que estudiaba en el turno de noche, porque era demasiado mayor para estudiar en horario normal, y por la mañana, estudiaba un curso de fontanería y se le daba bastante mejor que los estudios serios… para sumar dos más cinco, siempre sería un calabacín. A Nato no le gustaba suspender a sus alumnos, él no había suspendido en su vida, pero suponía que debía ser una mala experiencia… eso parecía al menos, cuando veía a los chicos llorar sentados en una escalera, jurando que ellos habían estudiado, pero se habían quedado en blanco o habían cometido un error, o… No le gustaba suspender a nadie. Salvo a Viteto. A ése… ¡con qué gusto iba a colocarle un cero del tamaño de un aro olímpico!
Al imbécil de Viteto le gustaba Tercero, estaba tonto (es decir, MÁS tonto que lo normal) por ella, y no se molestaba en ocultarlo, le pasaba desde que era un niño y se dio cuenta que no podría tener a tía Irina, la madre de Tercero, pero se podía quedar con la hija. Tercero, que él supiera, nunca le había hecho cara… pero le gustaba. O al menos, le era simpático, o tenía debilidad por él. Viteto siempre la andaba persiguiendo, y eso a Nato le daba doscientas patadas. Pero ella siempre le reía las gracias, y eso le daba cuatrocientas más. Y todas, en el mismo sitio.
“Tengo que decírselo” pensó, ya fuera del coche, cargando con los sobres de examen, nada menos que ochenta y cinco. Por regla general, los profesores sólo llevaban la copia original, y, ya en el centro, hacían las fotocopias que precisasen. Nato opinaba que eso dejaba mucho margen de trampa, de modo que hacía las copias en su casa y las metía una a una en sobre cerrado, para que los alumnos pudiesen estar seguros que NADIE había visto el examen y tendría por tanto ventaja sobre los demás. Eran ese tipo de toques lo que hacía que algunos maestros de la vieja escuela le llamaran “el nuevo Nazario”, en alusión al antiguo jefe de estudios, que ya se había jubilado… “Tengo que decírselo, y de éste verano no pasa ya. Prácticamente hoy mismo, empiezan las vacaciones, así que tengo que aprovechar que estaremos en la playa, para confesárselo. Es un hecho que el buen tiempo, el calor y el ocio, nos hacen estar más receptivos a posibles relaciones, así que es algo más a mi favor… Se lo diré. Voy a confesarle a Tercero lo que siento por ella”.
En el aula de examen, todo estaba en absoluto silencio. Nato miraba a sus alumnos con el rostro vacío de expresión, más perdido en sus propios pensamientos que en sus discípulos, la mayoría de ellos muy cercanos en edad. Estaba allí incluso su hermana, Dulcita, con las matemáticas colgadas también, pero ella aprobaría seguro, aunque fuese raspada… No, no había visto el examen, ni había hecho trampa alguna, pero ya le tenía a él para explicarle todo lo que no entendiese. Viteto había querido también apuntarse a recibir clases extraordinarias, y en un principio, Nato aceptó, pero acabó echándole al tercer día, no dejaba de hacer gansadas y comportarse como un crío de seis años; no prestaba atención él, y distraía a Dulcita, de modo que no le dejó volver. Le constaba que su hermana le pasaba los apuntes e intentaba ponerle al día, pero el primero que no tenía interés era él…
“¿Qué podrá ver Tercero en un irresponsable salido y tontorrón como éste?” Se preguntaba, mientras veía a Viteto dar aburridos golpecitos en la mesa con la goma del lápiz, mientras intentaba asomarse al examen de alguno de sus vecinos. Cuando Nato le hacía notar lo estúpido y vago que era, ella siempre lo disculpaba “oh, vamos, a fin de cuentas, no es tan grave…. No todo el mundo puede ser tan listo como tú… Le interesan otras cosas… es bueno con las manos… Sí, pero es tan gracioso…”, solían ser algunas de sus frases. A Nato le molestaba esa… esa condescendencia, esa tolerancia hacia alguien que podía ser un buen alumno si quisiera, pero que en su lugar prefería hacer el vago y perder el tiempo, y obstinarse en ser un adoquín. Y sobre todo, le molestaba cuando esa tolerancia, se mostraba en otros campos… por ejemplo, cuando él la pellizcaba los costados, o directamente el trasero, o al darle dos besos la abrazaba y se ponía a mover las caderas ladrando con la lengua fuera… le sacaban de quicio las gansadas de Viteto, pero las gansadas “con intención”… pffffffffffffh… qué fuerte tenía que ser para no abrirle la cabeza. Y lo peor era eso, que ella siempre reventaba de risa cuando hacía alguna de esas, nunca se enfadaba, jamás le daba importancia…
Un ligero repiqueteo sonó en el vidrio de la puerta de entrada, y Nato se volvió. Y una enorme sonrisa se abrió en su cara sin que pudiera evitarlo, mira…. Hablando de ella, ahí estaba. Miró hacia la clase. La verdad que ya no quedaban muchos, diez de los ochenta y cinco se habían marchado tras poner el nombre en el examen, y otros tantos a los pocos minutos… cuando vieron que una cosa era una repesca, y otra muy distinta, regalar notas. No pasaría nada porque ella entrase.
-Perdonad. – dijo, en voz baja, y abrió la puerta. Tercero le dio dos besos, como hacía siempre, y Nato sintió que sus ojos se cerraban involuntariamente, al sentir sus mejillas contra las de ella, suaves y muy calientes… Tercero llegaba apurada, parecía haber venido corriendo, y en un susurro, le indicó que se sentase, mientras él mismo tomaba una silla vacía y la ponía en la tarima, junto a la mesa del profesor, para que se sentase junto a él. – No os distraigáis. – añadió, más severo, mientras él tomaba sitio en su silla.
-Tenía que contártelo… - jadeó la joven, tan bajo como pudo, toda colores, sonrisas, y piernas largas bajo la faldita. – He visto el último examen… Matrícula.
-¿En serio? – sonrió Nato, tomándola de la mano, y sintiendo que sus rodillas temblaban cuando ella la apretó - ¡Genial, enhorabuena! Aunque no me sorprende, la verdad, yo sabía que tú podías…
-Gracias… - Tercero bajó un poquito los ojos y cruzó las piernas, rozándole con la rodilla sin querer. Nato estaba muy sensible debido a su sueño, así que intentó pensar en otra cosa, sacar conversación… pero lo cierto es que se estaba muriendo de amor por ella. Bueno, está bien, también se moría por besarla y estrecharla entre sus brazos, y hacer con ella todo lo que vio en su sueño y más aún... La joven le contaba acerca de su examen, de cómo se había sentido al ver la estupenda nota, del resto de exámenes, todos aprobados… Tercero estaba estudiando filología inglesa, quería ser maestra… como él. Su decisión había chocado a algunos, porque había sacado una nota media muy alta, que la permitía coger fácilmente cualquier carrera, pero ella quería ser maestra y enseñar en un instituto, como él, y si podía, en el mismo instituto, donde también los dos habían estudiado. Todavía recordaba aquél vergonzoso día, hacía ya casi cuatro años, en que ella lo dijo en su casa.
-Cielo, me encanta que quieras ser maestra como tu primo, como yo… - había dicho tía Irina, su madre. – Pero ten en cuenta que el trabajo de maestro, es muy esclavo, y lo empiezas con mucha ilusión, pero lo acabas muy desencantado, porque te encontrarás con muchos chicos que no querrán aprender, que te detestarán simplemente por ser profesora, que estarán esperando la mínima, para ser crueles… Son muchas horas preparando clases, corrigiendo exámenes… ¿lo has pensado bien?
-Claro que sí, mamá. Lo llevo pensando desde los diez años, no hay otra cosa que yo quiera ser… - se volvió hacia él, le cogió de las manos y soltó – Enseñar al que no sabe… ¿puede haber algo más bonito en el mundo?
-Tú. – Se le escapó. De inmediato se sonrojó hasta la raíz del pelo, pero le había salido del alma sin poder contenerlo. Su prima se lo tomó a risa, y los tíos Oli e Irina, Nato prefería no saber por qué, se habían mirado de una manera muy particular, ella se había reído, y a él le dio la risa floja.
-…estoy deseando hacer las maletas y ver la playa, ¡la voy a coger con unas ganas…! – Nato se dio cuenta que, mientras él recordaba, Tercero había seguido hablando en susurros. La oía, y no la oía. Estaba perdido en intentar encontrar una ocasión próxima para decirle lo que sentía, y a la vez, en mirar y no mirar sus muslos, que a veces la joven cruzaba en la otra dirección.
“Dios, Diooooooooooos, cómo se puede estar tan BUENA… te metía entre dos galletas y te comía hasta los empastes, chata… mmmh, así, recuéstate otro poquito en la silla, que ya casi te las veo…” Viteto hablaba para sí, olvidado completamente el examen, y centrado por completo en las piernas de Tercero. Largas, interminables... esas pantorrillas tan preciosas, esos muslos tan redondos, joder qué buena estaba… Cada vez que se movía en la silla, la faldita se le subía un poco más. Cruzó las piernas hacia el otro lado, y se podía ver una sombra bajo ellas, un triángulo oscuro, bajo el cual estaba su… aah, maldita sea, tenía que hacerlo AHORA, no pensaba salir con un bulto en los pantalones. ¿Tenía kleenex, verdad? Sí, llevaba. Con disimulo, se metió la mano en el bolsillo del chándal. Su madre no dejaba de repasarle la ropa, pero él siempre se ocupaba de tener algún pantalón viejo con los bolsillos rotos, como ése.
Miró con disimulo hacia los lados. Nadie le prestaba la menor atención, aunque en realidad, eso no le importaba gran cosa, lo que quería saber era si Dulcita le estaba mirando; la chiquilla tenía ya casi dieciocho años y sabía de sobra esas cosas, no se iba a asustar porque le viese dándole a la zambomba, pero no quería que le viese hacerlo, para los dos sería un cortazo… no había peligro, ella estaba escribiendo como una loca, totalmente concentrada. Nato había dejado de vigilar el examen para mirar a Tercero con ojos de cordero degollado, “Si llego a saber esto, me traigo chuletas hasta en los párpados”, pensó Viteto, a quien le molestaba admitir que Tercero miraba a Nato de una forma muy similar… pero cuando su mano retiró la tela del calzoncillo y empezó a acariciarse la erección, la forma en que mirase a Nato pasó a importarle muy poco… porque ahora, en lugar de Nato, estaba él.
Viteto se inclinó más aún sobre la mesa, en parte para ocultar el movimiento rítmico de su mano izquierda, en parte para ver si vislumbraba algo más en la zona oscura que quedaba bajo el muslo de la joven… parecía tan suave y caliente… Se apretó el miembro y tuvo que cerrar los ojos de gustito, intentando contener el temblor de las piernas, un delicioso cosquilleo le había subido desde la punta hasta la nuca, picándole muy travieso en el culo… Cómo le gustaban esas cosquillas, ese gustirrinín que se expandía por su cuerpo y hacía que su pene susurrase “más… más….”; casi podía oír la voz con que le podía, una voz de chica inocente y deseosa… una voz como la de Tercero. Sabía que quería ser profesora, y se imaginó oculto bajo su mesa, acariciándole los muslos, abriéndole suavemente las piernas… Su mano empezó a acelerar, moviendo sólo las puntas de los dedos en torno a su glande, subiendo y bajando la piel, ¡ah, joder, qué gustitooo….! Mmmh, se metería entre los muslos de Tercero, y ella no llevaría bragas, e iría toda depilada y suave, y su coño olería tan bien… ah… ah… Se apretó de nuevo, y su miembro empezó a soltar juguillo transparente, tan calentito, y cómo resbalaba… Sí, qué bien se deslizaba, Viteto se acariciaba el frenillo, y tenía que hacerlo despacito, porque quería dar saltitos de gusto a cada roce… Todo el mundo haciendo su examen, los dos tórtolos arrullándose, y él machacándosela como un sádico… Despacio, Viteto, o te descubrirán… mmmh, eso daba todavía más morbo…
“Como el que daría si estuviera debajo de su mesa…” pensó, volviendo a su fantasía. Le daría besos en la vulva, haciéndole cosquillas con los dedos, sabía que eso les gustaba mucho a las tías… Le abriría la almeja con los dedos, y le chuparía todo el bollo, hasta encontrar el botón,… mmmh, pensaba chupárselo hasta que pidiera socorro… haah… aah… Los escalofríos eran cada vez mejores, joder, le estaba encantando hacérselo aquí, delante de todos y mirándola a ella, sin que nadie se diera cuenta… O casi nadie. De pronto, a Viteto le pareció que algo había cambiado con respecto a hace cinco segundos, y enseguida se dio cuenta de qué era. El murmullo de la conversación que mantenían Tercero y Nato, había desaparecido. Volvió a hacer garabatos con el lápiz, fingiendo escribir, mientras intentaba normalizar la respiración y retener su mano, que quería darse sin piedad, le faltaba ya tan poquito, tan poquito…
Nato había notado una mirada, sólo eso. Alguien estaba mirando a Tercero fijamente, y eso podía notarlo, igual que cuando lo miraban fijamente a él. Volvió la cara, y allí estaba el cretino de Viteto, mordiéndose el labio inferior de pura excitación, y comiéndosela con los ojos, esos ojos oscuros de vicioso. No hubiese sido tan grave, de no haberse dado cuenta que además, tenía la mano izquierda metida en el bolsillo del pantalón, y movía el brazo muy ligeramente y con mucho disimulo. “Cerdo asqueroso…” pensó, anonadado “…se está tocando… ¡en mi examen! ¡Y con Tercero!”. Ganas le dieron de estrangularle, o cuando menos de tirarle a la cabeza el borrador de la pizarra, a ver si para cubrirse se sacaba la mano de “ahí”… Pero se limitó a mirarle con severidad. Su hermana estaba en el aula, y tampoco era plan de que ella, viese algo tan vergonzoso.
-Nato, ¿qué pasa…? – susurró Tercero, acercándose más a él, para poder hablar lo más bajo posible, sin molestar a nadie del aula. Nato sintió el cálido aliento de la joven muy cerca de su oreja, y fue como si alguien le recorriese los brazos con una aguja: se le habían puesto los vellos de punta. - ¿Está copiando?
-Creo que sí. – mintió él. No le iba a contar lo que estaba haciendo.
-¡Pobre…! – musitó – Debe de estar muy preocupado por aprobar…
Nato la miró con estupor, ¿por qué siempre se ponía de su parte?
-Que estudie. – murmuró, severo. – Me ofrecí incluso a darle clases particulares, y tuve que echarle, porque no daba un palo al agua, y encima distraía a Dulcita.
-¿Lo que pasó, no fue que te puso un petardito en la silla, y cuando te sentaste, te estalló en el culo…? – preguntó ella, con una sonrisita pícara, y al ver la cara de horror de Nato, continuó – Me lo contó tu hermana. No me extraña que te enfadases, pero ya sabes cómo es… Podrías ser un poco indulgente al puntuarle…
-Tercero, yo no… Me destrozó el pantalón, y podía haberme hecho daño serio, es un inconsciente. No puedo ser indulgente con él, ni con nadie. Tengo que ponerle la nota que se merece, sin más, no me pidas que sea indulgente.
La joven se le quedó mirando unos segundos, como inquisitiva.
-Nato, si yo… te pidiera que le aprobases por mí… ¿lo harías? – casi parecía temer la respuesta, pensó él, mientras miraba lo cerca que tenía su cara, la diminuta nariz de ella casi rozaba su nariz larga y afilada…
-Digamos que… te agradeceré infinitamente que por favor, no me lo pidas. – Sólo el tono, era ya respuesta suficiente.
Aprovechando que el profe otra vez se había quedado bobo mirando a Tercero, Viteto retomó sus interesantes quehaceres auto-eróticofestivos bajo la mesa, acelerando el ritmo de su mano. Tercero le había mirado por un instante antes de volverse a hablar con Nato, y le había sonreído… qué sonrisa más bonita… “Quisiera que me sonrieras así mientras me haces una buena paja… o mientras te la meto hasta el fondo, o mientras me la chupas y te echo encima el lefote…” Le gustaba ser tan burro, le ponía aún más cachondo, y su mano aceleró más aún. Tenía los dedos pringosos, su piel se deslizaba tanto que se le escurría, notaba todo el miembro empapado de las veces que se acariciaba el tronco… ah… ay, ay, qué rico… eso de haber tenido que parar, le había dejado con tantas ganitas que ahora lo estaba disfrutando mucho más, joder, se iba a notar, ¡pero no podía parar! Los escalofríos le subían por la espalda y se cebaban en el glande, intentó refrenar las tiritonas que le daban, pero las cosquillas eran tan insoportables… ahí estaba, ahí estaba el picorcito dulce-dulce que indicaba que ya le llegaba, ahora sí que no podía parar, no podía detenerseee…
Oyó el ruido de una silla arrastrándose y unos pasos suaves. Dulcita entró en su campo de visión, sonriéndole y guiñándole un ojo. Viteto devolvió la sonrisa como pudo, sintiendo que el orgasmo le llegaba, que el cosquilleo le hormigueaba toda la polla y ésta le iba a estallar… Dulcita entregó su examen, su hermano le sonrió, y accidentalmente, miró a Viteto, otra vez moviendo el brazo. Nato pegó un manotazo en la mesa. Tercero se sobresaltó, Dulcita se volvió a mirarle, Viteto intentó contenerse… pero ya era tarde. Sus dedos dieron la última caricia, y su miembro estalló de placer dentro de sus calzoncillos, mientras él se estremecía sin poder evitarlo, la dulzura se desparramaba tan cálida por su cuerpo, mientras intentaba que la expresión no le delatase, pero la cara de horror de Nato, era prueba suficiente de que sí se le notaba… aagh… “Me he corrido mirando tu cara, so cabrito…” pensó Viteto “Has hecho que te mire en el preciso momento de… puaaagh… el recuerdo me perseguirá toda la vida, esta noche tendré pesadillas…”
“Se ha… ha tenido un orgasmo aquí mismo, el muy cerdo… le he visto la cara mientras se… Voy a necesitar psicoterapia para superar esto…” pensó Nato, mientras Dulcita se marchaba, con algo de apuro, como siempre que su hermano y Viteto confrontaban. Tercero miraba a Viteto conteniendo la risa, hasta que tuvo que apartar la mirada, convencida que soltaría la carcajada si le seguía mirando. No estaba segura, no podía estarlo, pero… ¿se estaba… estaba dándose un ratito agradable, mientras fingía hacer el examen, y con ella delante? ¡Qué tío, estaba como una cabra…! ¿De verdad ella le gustaba tanto como para hacerlo ahí mismo, y con Nato mirando…? Qué loco estaba, no medía consecuencias, eran tan travieso… ¡cuánto la hacía reír!
-¡Eh, no te lleves toda la nata!
-¡Si tú te has zampado casi toda, jolín…! – protestó Nato, con la boca llena de tortitas con fresa, mientras se repartían la nata para la tortita que quedaba. Se habían pedido una ración para los dos, les encantaba compartir comida. Estaban sentados en la cafetería, uno frente al otro, sonriendo y charlando… Nato sabía que esa tarde le tocaba quedarse hasta la madrugada corrigiendo exámenes, pero ahora mismo, no pensaba en ello, sólo pensaba en Tercero, y en que dentro de pocos días, los dos estarían en la playa, con sus familias… Sabía que no había muchos chicos de su edad que aún veraneasen con sus padres, pero era como lo de irse de casa… Quería tener una casa propia, pero sabía que si lo hacía, a sus padres se les partiría el corazón, por eso se seguía quedando y siempre decía “al año que viene…”. Con las vacaciones era igual, siempre iban al pueblo de los abuelos, que había playa, poca gente y se pasaba muy bien, pero la verdad es que tenía ganas de ir a otros sitios, de visitar Londres, Roma, Venecia… pero el concepto de veraneo de sus padres, era solamente playeo, no cultura, y a él, irse solo, le llamaba muy poco. Quería compartir las cosas con alguien… Bueno, “con alguien” no, con Tercero. Pero para irse de viaje juntos, en fin… no era como ir en pandilla, como cuando iban de excursión o acampada, ir ya solos… era preciso ser novios. De lo contrario:
a) Habría murmuraciones acerca de Tercero. Le daba igual que a nadie le importase, a él le importaba, y eso bastaba.
b) Si no eran novios, realmente no le interesaba que le acompañase ya.
-¡Jejejeje, te has manchado la barba de nata! – se rió ella de pronto, y Nato fue consciente del reguerito que le escurría por la barbilla, entre la boca y el inicio de la barbita cuadrada, fue a limpiarse, pero la joven le retuvo la mano y se inclinó sobre él… “Va a lamerme… ay, Dios, la mancha está muy cerca de mi boca….”. Cerró los ojos y se sintió tenso… pero entonces, notó algo duro en su cara. Abrió los ojos. Tercero estaba muy cerca de él, y con las mejillas muy rosas… y le limpió la nata tomándola con la cucharilla. Se la llevó a la boca, mirándole a los ojos durante un segundo, luego apartó la mirada y se sentó de nuevo. “Soy un maldito cobarde, tenía la… ¡la puta ocasión perfecta, joder! (detestaba decir tacos) ¡Debería haberla besado, debí haberla estrechado por los hombros y haberla besado….!”
-Gracias… - dijo en su lugar – Estaba distraído, y…
-Siempre te distraes. – sonrió ella, con gesto triste – Tu cuerpo está aquí, pero tu mente siempre está en otra parte.
-¿Por qué dices eso?
-Porque es la verdad… - de nuevo esa sonrisa triste – A veces te hablo, y sé que me oyes, pero no me escuchas, porque estás pensando en otras cosas, pero eres demasiado educado para decir que te aburro.
-¡Tercero, eso no es verdad…! Tú no me aburres, y escucho todo lo que dices. Tercero, para mí, tú…
-¡Oéeeeeeee, oé, oé, oé…. Vacacioneeeeeeeeeees, oéeeeeeeee…! – Viteto entró en la cafetería en ese preciso momento, llevando a Dulcita a hombros, cantando a grito pelado. A Nato le molestaba que su hermana y él se tratasen con esa confianza, actuaba como si fuera un tío más, siempre de colegueo, ¡juntándose con el cretino de Viteto, no sacaría nada bueno! Pero en ese momento, le molestaba mucho más que hubieran llegado JUSTO en ese instante - ¡Mira, si están aquí el profe y Tercero! ¡Haaaaaaaaaaaced sitiooo! – Trotó hasta la mesa, y Dulcita, reventando de risa, se apoyó en los hombros de Viteto para bajar saltando a su espalda. Repartieron besos, y a Nato no le quedó otra más que levantarse, claro que ni dio la mano a Viteto, estaría bueno… bastante asco le había dado ya tener que tocar su examen. Se sentaron con ellos a la mesa, Dulcita junto a él, y Viteto… al lado de Tercero, maldita fuese su caradura…
-¿Ya sabes mi nota, hermanito…? – preguntó Dulcita, mientra Viteto pegaba un silbido para pedir más tortitas, y refrescos.
-Mañana la sabrás, como todos.
-¡Siempre tan tieso! ¡Cerillero! – le dijo Viteto. Nato se irguió en su asiento, pero Tercero se rió.
-¿”Cerillero”? – preguntó.
-Claro, ¡siempre que hago un examen con él, me pone un cerillo, así que es el cerillero! – Dulcita se rio con tantas ganas que casi se le salió la naranjada por la nariz, Tercero también lo encontró muy gracioso, y Nato se limitó a mirar al techo. “Señor, sé que no existes, así que, lóbulo prefrontal cerebral derecho, por favor dame paciencia.”
-¿Y qué, cómo se presenta el veranito? – siguió diciendo Viteto.
-Si éste me aprueba, paso limpia a Septiembre, así que preparando la selectividad… ¡en los ratos libres que me deje el pasármelo bomba! – coreó Dulcita, y ella y Viteto chocaron las manos
-Yo paso limpia también.
-Y estás en la universidad… - sonrió Viteto – Qué pedazo de tía, ¡cásate conmigo, coño! ¡Que sé cocinar muy bien!
-Huy, ya sabes que si no eres millonario… Yo para casarme con un hombre, tiene que ser millonario, tener ochenta años y haber tenido ya dos infartos.
-Me parece genial, búscate a ese pavo, y yo soy tu amante. Cuando la palme, nos retiramos los dos.
Tercero se reía. Tenía una risa preciosa, salvo cuando se reía de gansadas así, entonces su risa era tonta y parecía una retrasada, pensó Nato.
-Me parece que todos vamos a tener un buen verano… - intervino – Salvo cierta persona, que va a tener que estudiar las que lleva para septiembre, y no miro a nadie…
-Bah, ¡en la playa se estudia muy bien! Y además, ALGUIEN me dará lecciones, ¿a que sí?
-¿Quién, yo? – sonrió Nato – Ni hablar. En primera, estoy de vacaciones, y me alegraré muchísimo de no verte en tres meses. Y en segunda, no te daría clases ni aunque fuese el único matemático que quedase sobre la tierra.
-¿No verle…? ¡Pero si viene de vacaciones también! – sonrió Dulcita. A Nato casi se le cayó el tenedor de la mano. Otra vez no… otra vez no… Ya hacía algunos años, los padres de Viteto habían tenido la archimaldita idea de ir a veranear JUSTO al mismo pueblo que él y sus primos, que no habrá litoral bastante para elegir sitios, porque al parecer tenían familia allí y les dejaban una casa. Los dos últimos años, se les había complicado la cosa y no habían podido ir, pero al parecer éste año….
-¡Sorpresa, Renato! ¡Huracán Viteto estará contigo todo el verano! Vamos, no me digas que no vas a darme clases, si en el fondo te ríes mucho conmigo… ¡en la última clase, te partiste el culo!
-¡Serás…! – Viteto hacía referencia al petardo, y Nato, pese a que detestaba la violencia, estuvo en un tris de saltar, porque ya era tocarle mucho la moral, pero Tercero extendió la mano sobre la mesa y le tocó el brazo. Se frenó al momento.
-Nato… no te enfades así con el chico. Además, te pagará las clases, ¿verdad?
-¡Claro que sí, Viteto es un señor, siempre pago… al menos, si no puedo evitarlo! – su chorrada fue coreada con nuevas risitas por parte de las chicas… qué verano le esperaba, qué verano… teniendo que aguantar a ese imbécil, que encima estaría todo el rato revoloteando a Tercero…. “¡Pero yo se lo digo! ¡De éste verano no pasa ya! Me da igual que tenga que decírselo hasta delante de él si es preciso… ¡pero me va a dar un ataque al corazón si me vuelvo a quedar rozando tu boca sin besarla!”