Evocando a Mariluz I
Recuerdos inovidables de la niñez, adolescencia, juventud y madurez
Mariluz era una vecina mía, de mi edad aproximadamente. Vivíamos en el barrio de Santa Casilda, ubicado en la periferia de la ciudad, y que era más conocido por “las casillas”, debido a que eran casas de planta baja, que tenían cada cuatro o seis una zona común, donde había cobertizos o trasteros y un espacio bastante apropiado para jugar los niños y tomar el sol los mayores.
Este relato quiere reflejar mi relación con Mariluz en varios momentos de la vida: niñez, adolescencia, juventud y madurez.
Empezaré diciendo que Mariluz era una niña muy atrevida y sobre todo muy traviesa. Contaré solo una travesura.
Siendo muy niños (antes de lo que voy a relatar), estábamos Mariluz y yo, junto con los que eran compañeros inseparables de juegos, Marta y Toñin.
- Vamos a regar las flores de los viejos, dijo Mariluz.
Los viejos eran un matrimonio ya mayor que detrás de casa tenían una especie de huerto con muchas flores.
- Ya las riegan ellos, dijo Toñín.
- Pero lo que digo yo es mejor.
Total, que fuimos al huertecillo.
- Ahora nos vamos a mear encima, ordenó Mariluz que siempre llevaba la voz cantante.
- Yo no quiero, dijo Marta.
En realidad no queríamos ninguno, pero ella empezó a llamarnos “caguetas” miedosos… Para que viese que no éramos, yo me saqué la colilla, entonces ella se bajó la braga y se puso a mear. Lo mismo hicieron Toñín y Marta.
- Mear encima de las flores, gritó Mariluz.
Se ve que nos oyó la señora de la casa y empezó a gritarnos: ¡granujas, sinvergüenzas, marranos, ya se lo diré a vuestras madres, ya!.
Bueno, pues lo gracioso de asunto es que siempre nos echaban las culpas a los chicos, y sobre todo, Mariluz se libraba.
Creo que esta anécdota refleja un poco el carácter travieso de Mariluz.
Con tantos años pasados, recuerdo algunos pasajes con absoluta claridad y otros no tanto, pero procuraré relatarlos de la forma más aproximada a la realidad. Solo quiero decir una cosa: Al recordar algunas cosas, todavía se me pone dura.
NIÑEZ
Realmente no recuerdo los años que tenía yo. Para dar una aproximación diré que estaba en la edad en que ya sospechaba que los papás hacían algo, hacían cosas cuando se iban juntos a la cama, aunque no acertaba bien de que se trataba y por qué lo hacían. Si que sabía que se abrazaban y se besaban, nada más.
Nos juntábamos los cuatro y siempre era Mariluz la que decía a que teníamos que jugar: a las comiditas, a los médicos y enfermeras, a papás y mamás y cosas parecidas.
Este día dijo de jugar a papás y mamás: ella era la mamá, yo el papá y Toñín y Marta los hijos. Nos metimos en el cobertizo y empezamos a jugar diciendo tonterías propias de niños, pero en un momento dijo Mariluz a “los hijos”:
- Ahora los niños se tienen que salir porque los papás van a hacer el amor.
- ¿Y por qué nos tenemos que ir? Protestaron ellos.
- Pues porque cuando los padres hacen el amor, los niños no lo pueden ver.
Por fin sabía lo que hacían los padres. Hacían el amor. Pero ¿cómo?. Al quedarnos solos, Mariluz lo explicó.
- Nos tenemos que echar largos y tu ponerte encima de mí y darme besos y abrazarme.
Vaya tontería, eso es lo que yo ya sabía, pero bueno, se tumbó y yo me puse encima de ella.
- Ahora me tienes que dar besos y decirme que me quieres mucho.
Así estuvimos, besándonos en la cara y diciéndonos que nos queríamos, hasta que llamó a “los hijos”.
- Ya podéis entrar, que ya hemos hecho el amor.
Pasaron bastantes días, hasta que Marta y Toñín dijeron que ellos también querían jugar a hacer el amor.
- Bueno, entonces jugaremos todos juntos a los novios. Vamos a mi casa que no hay nadie.
- ¿Y como se juega a los novios? ¿Quién te lo ha dicho?
- Me lo ha dicho mi hermana, que a ella se lo ha contado una amiga más mayor, que tiene novio.
Su hermana era unos seis o siete años mayor que ella. Ya en casa, dijo que nos teníamos que quitar el bañador. Como era verano, íbamos los cuatro solamente con un bañador y una camiseta.
- ¿Y por qué nos lo tenemos que quitar?, preguntó Toñín.
- Porque el chico le tiene que meter la pichina a la chica por la cosita.
- ¿Por qué cosita?
- Que tonto que eres, por aquí, dijo señalándose la rajita.
Ahora si que parecía yo entender algo de lo que era hacer el amor. Total, que allí estábamos los cuatro con el bañador quitado.
- Toñín es el novio de Marta y tú el mío, dijo tumbándose en una alfombra grande que había en el salón. Vosotros hacer lo mismo.
Como yo ya sabía que me tenía que poner encima de ella, lo hice. Recuerdo que la colilla se me puso tiesa. Me puse encima de ella, mi pichina se rozaba con el chichi de Mariluz, pero no creo que se la metiera. Les dijo a los otros que hicieran lo mismo.
- Ahora tenéis que moveros hacia arriba y hacia abajo.
Le hice caso, y me moví encima de ella.
- Ahora me tienes que decir: “¡Ay, mamita mía!, ¿te hago mal?” y si te digo que si me tienes que decir: “Pues aún te la meto más”. Y vosotros también tenéis que decir lo mismo.
Así estuvimos jugando un buen rato, diciéndole si le hacia mal y que se la metía más, hasta que Mariluz ordenó que teníamos que cambiar de novia. Ella se puso con Toñín y yo con Marta. Repetimos la misma escena y vuelta a preguntar si le hacía mal y que se la metía más. Creo recordar que Marta abrió las piernas un poco, seguramente sin darse cuenta y yo llegué a meterla la punta de la colilla, pero no estoy muy seguro de ello.
Bien, pasados dos días, algo tenía que ocurrir, es decir, que nos echara la culpa de todo a los chicos. Sucedió así: estaba yo tranquilamente en la puerta de mi casa, cuando se me acercan las dos.
- ¿A quién se la metiste más, a Marta o a mí?
¡Madre mía, con lo que me vinieron las dos! Yo en un alarde de igualdad, dije:
- A las dos igual.
- Mentira, me la metiste más a mí, dijo Marta.
- Bueno, pues te la metí más a ti.
- Pues no, me la metiste más a mí, casi gritaba Mariluz.
- Bueno, es que no me acuerdo.
- Se lo diremos a tu madre.
- ¿Qué le vais a decir?
- Que nos quitaste la braga y nos metiste la pichina por la raja.
- Pero si ibais en bañador.
- Es lo mismo, a tu madre se lo vamos a decir.
Me asusté de tal forma que les decía que no se les ocurriera decir nada.
- Bueno, dijo Mariluz, pero cuando te digamos nosotras lo volveremos a hacer ¿eh?
- Yo ya se como se llama lo que hicimos, dijo Marta, se llama follar.
Bueno, pues los días pasaban, seguíamos jugando, pero no volvimos a “hacer el amor” ni a “follar”, que decía Marta. Un par de meses después mi familia y yo nos fuimos a otra provincia por motivos del trabajo de mi padre, y regresamos un año después.
Parece que las chicas no nos hacían caso.
- Ahora solo juegan con chicas, me dijo Toñín.
- Pues mejor, así nosotros solo jugaremos con chicos.
ADOLESCENCIA
Tampoco me acuerdo exactamente de los años que tenía entonces, pero si creía saber ya mucho sobre el sexo (obviamente, no tenía ni idea). Para más precisión, ya se me ponía dura cuando me la meneaba, y pese a que algún compañero decía que a él le salía leche, a mí, no había forma de que me saliera nada, aunque a veces me daba un gusto enorme y yo seguía dándole con la mano.
Bien, pues entonces apareció Mariluz. Resulta que en el colegio no iba nada bien y su madre se puso de acuerdo con la mía para que le ayudase a hacer los deberes y tareas que mandaban en la escuela, Así es que cada tarde, al regresar de la escuela, íbamos a su casa, donde su madre nos había preparado la merienda para los dos. Ella se marchaba y nos dejaba solos.
Al principio, no nos decíamos nada, parecía haberse olvidado de lo de hacer el amor, pero mira por donde un día se pusieron dos moscas “encoladas” encima de mi libro.
- ¿A que no sabes que están haciendo las moscas?, me preguntó Mariluz
- Si que lo se.
- Pues dilo.
- No me da la gana.
- No lo sabes.
- Que si que lo se.
- No te atreves a decirlo.
- ¿Qué no? Están follando. Se la está metiendo por el culo.
- ¿Ves como no lo sabes? No se la mete por el culo, se la mete por el otro lado.
- Ya lo se, se la mete por la raja.
- ¿Sabes como se llama? Se llama vagina.
No lo sabía. No lo había oído nunca.
- Si, chaval, la raja, se llama el chichi, el coño, pero lo de dentro se llama vagina.
Todos los días era igual. Ella no atendía a nada, solo pensaba en lo mismo. Un día viene y me dice:
- Tu primo y mi hermana estuvieron haciendo cosas.
- ¿Qué cosas?
- Pues cositas. Yo los ví en el cobertizo.
- Mentira.
- Que sí. Si quieres te lo cuento.
- No quiero.
- Pues mi hermana le hizo una paja a tu primo.
- ¿Qué?
- Si, que se la meneó a tu primo, ese que es mayor que nosotros.
- ¿Y cómo lo viste tú, si estaban escondidos?
- Me se un sitio, donde hay un agujero y se ve todo lo de dentro. Tu primo tiene la pichina muy gorda.
- No me creo que lo vieras.
- Que sí, que se la cogía con la mano y subía y bajaba, así, dijo mientras con la mano hacía el gesto de masturbar.
- ¿Y a mí que me importa?
- Si que te importa.
- ¿Por qué?
- Porque tú también te haces pajas.
- Mentira.
- Verdad.
Y así seguíamos hasta que nos interrumpió la llegada de su hermana. Al día siguiente, vuelta a lo mismo. Reanudó la conversación.
- Yo se que te haces pajas.
- ¿Por qué?
- Porque todos chicos os las hacéis. Me lo ha dicho mi hermana
- Mentira
- Verdad. Y además se te pone dura.
Me quedé sin habla. Es verdad, no quería hablar con ella de estas cosas, pero a la vez me ponía muy nervioso y como excitado, pero se me ponía dura. Como yo no decía nada, siguió ella.
- ¿Ya te salen pelos? A mí si que me han salido.
- ¿Dónde?
- Eres tonto, ¿dónde va a ser?, en la cosa.
- ¿En que cosa? Dije por decir algo.
- Pues en el conejo, en el chichi.
- Y a mí que me importa.
Todos los días igual. Al final tenía yo tenía que hacerle las tareas del colegio porque ella no dejaba de hablar. Al principio yo no solía contestarle, ni decir nada, pero lo cierto es que me excitaba mucho hablar con una chica de estas cosas. Y además, era cierto: se me ponía dura.
Mariluz seguía siendo tan atrevida como cuando niña. Era no muy alta, y más que a delgada, tiraba a gordita. Yo me fijé en que se le empezaban a notar los pechos y ella debió darse cuenta, porque un día me dijo:
- Me estás mirando las tetas.
- Mentira, y además no tienes tetas.
- ¿Qué no?. ¡Mira!, dijo levantándose la camiseta hasta el cuello.
Era verdad, le estaban saliendo las tetas. Las tenía como si fueran dos fresas. Yo no sabía que decir.
- ¿A que me las quieres tocar?
- No, no quiero.
- Tienes miedo, no te atreves
Tanto me repitió que no me atrevía que al final fui y le rocé una de ellas con la mano.
- ¿Ves como me atrevo?
- Pero así no, con las dos manos. Tócame las dos a la vez.
Le hice caso. Yo casi temblaba, pero era una sensación tan agradable que me quedé un rato tocándoselas.
- Ya vale, dijo bajándose la camiseta.
Ahora, cada día esperaba que sacara ella la conversación, y así fue exactamente al día siguiente.
- ¿Sabes por qué me crecen los pechos?
- Porque eres mayor.
- Si, pero es por otra cosa.
- ¿Por qué?
- Porque pronto tendré la regla
- ¿La regla?
- Si, sí, la regla.
Otra sorpresa. La regla, pero ¿qué era eso de la regla?, no lo había oído nunca. Mariluz estaba mucho más informada que yo en estos temas. ¿Qué sería eso de la regla? ¿sería algo que tengan las mujeres?. Mañana se lo pregunto, me dije a mí mismo.
No hizo falta, ella nada más llegar me lo dijo.
- No sabes lo que es la regla.
- No ¿Y que pasa?
- Que no sabes nada.
- Pues cuéntamelo tú, lista.
Creo que lo estaba deseando.
- La regla es una cosa que llega cuando ya te han salido los pechos y tienes pelos en el chichi, y es porque te vuelves mujer.
- ¿Y ahora no eres mujer, o qué?
- No ahora soy niña todavía, pero cuando me venga la regla ya seré mujer y podré tener hijos.
- Pero ¿Qué es la regla?
- Pues que a las mujeres les sale sangre por el chochete.
- ¡Anda ya!, eso es mentira
- Que sí, les sale una vez al mes y por eso también le dicen “estar con el mes”.
Me quedé asombrado, pero la sorpresa no quedó ahí. Me esperaba otra mayor.
- También nos sale sangre cuando nos desvirgan.
- ¿Cuándo qué…?
- Cuando nos desvirgan, cuando nos rompen el virgo.
- ¿Y que es el virgo?
- Pero mira que eres tonto, no sabes nada de nada.
- Pues explícamelo tú.
- Que te lo explique tu madre.
- No, quiero que me lo digas tú.
- Bueno, vale. El virgo es una telilla que llevamos dentro de la vagina, y hasta que no se rompe no puedes hacer el amor.
- ¿Dentro de la vagina, y cómo se rompe?
- Pues la primera vez que lo haces al meter la pija, empuja y se rompe, y ya puedes follar.
- ¿Y después ya no sale más sangre?
- No, solo cuando te llega la regla.
¡Madre mía, que complicadas que son las mujeres!, pensaba yo. Y ella, ¿Por qué sabría tanto de esto?. Se lo preguntaré.
- A ti ¿quién te enseña todas esas cosas?
- Mi hermana. Me cuenta muchas cosas. Sabe mucho. Me dice que tenga cuidado con los chicos, que son muy malos.
- Yo no soy malo.
- ¿Y ella tiene la regla y el virgo?
- Sí, todos los meses le llega la regla, pero una vez me dijo que no tenía virgo.
- ¿Por qué?
- Porque lo había hecho con chaval y se lo había roto.
Bueno, pues yo estaba deseando que llegara Mariluz para hablar de todas estas cosas, que cada día aprendía más.
- Enséñame la pija, me dijo casi nada más llegar a su casa.
- No me da la gana.
- Si me la enseñas, te enseño yo el pichín, el coño.
- Que no, que no quiero.
- Si no me lo enseñas, me chivaré a tu madre de que me has tocado las tetas.
- ¡Pero si fuiste tú la que dijo que te las tocara!
- Da igual, no se lo creerá tu madre. Mira, yo te lo enseño, dijo subiéndose la falda y enseñándome la braga. ¡Venga haz lo mismo!
Cuando vio que me animaba y me desabrochaba la bragueta, ella se quitó la braga del todo y se levantó la falda. Yo me bajé el pantalón hasta los tobillos.
- Mira, ¿ves como es?, dijo abriendo las piernas.
- Tienes pocos pelos.
- La tienes tiesa, dijo cuando me vio la pija.
Estuvimos mirándonos el sexo uno a otro. Ella con la mano se abrió uno poco y me enseñó el conejito por dentro.
- Por aquí es por donde la meten los hombres.
- ¿Quieres que te la meta yo?
- No, ni lo intentes. Me ha dicho mi hermana que hasta que no tenga por lo menos quince años, no se puede hacer porque pueden pasar cosas muy malas. ¿Me dejas que te la toque?
- Bueno.
Me la cogió con la mano. Yo entonces ya descapullaba del todo. Decidí decírselo.
- Mira, ya descapullo, dije bajándome todo el pellejo hacia abajo.
- A ver, déjame a mí, dijo haciendo la misma operación.
- Ves como me sale toda el “haba”.
- Es bonita, me gusta. Hazte una paja.
- No quiero, además ya la tengo dura.
- ¿Quieres que te la haga yo?, y sin más me la cogió y empezó a masturbarme como había visto hacer a su hermana.
No dije nada, era todo tan agradable. Pero como dije, hasta entonces no había eyaculado. Me apretaba mucho y se lo dije.
- ¿Te hace mal?
- No, no, pero no aprietes tanto.
No se cansaba de darle arriba y abajo. Yo temblaba de gusto, hasta parece que me mareaba un poco y me latía más aprisa el corazón.
De repente, ¡Plasss!, sentí como si me fuese a mear, pero lo que pasó es que me había salido leche. Bueno, no exactamente leche. Era como un pegote de yogur que se me quedó pegado en la punta del “haba”.
Nos asustamos los dos. No nos dijimos nada. Nos pareció que habíamos hecho algo malo. Yo no sabía que hacer. Me fui al baño y con los dedos me despegué el pegote y lo eché al inodoro. Al volver con Mariluz, nos miramos sin decir nada, hasta que ella rompió el silencio.
- No se lo dirás a nadie ¿verdad?
- No.
- ¡Júralo!
- Te lo juro.
- Pero di “te lo juro que no se lo diré a nadie”
- Vale, te lo juro que no se lo diré a nadie. Y tú, ¿se lo dirás a alguien?
- A nadie, te lo juro yo también.
Durante bastantes días dejamos de hablar de ello, pero yo no podía dejar de hacerme pajas, ahora que ya sabía que me salía “leche”, aunque no esperaba que fuera “yogur”. Cada vez que se me ponía dura, me iba al baño y me la meneaba bien meneada hasta que me salía otra vez lo mismo, un pegote como de yogur pegado en la punta.
Con los días, la secreción se fue volviendo menos espesa, hasta que llegó a ser prácticamente líquida y muy blanca.
Entre Mariluz y yo se había establecido una especie de complicidad, era como si tuviéramos el mismo secreto inconfesable. Pero ambos pensábamos en lo mismo, porque un día me preguntó:
- ¿Aún te sale eso?
- ¿El qué?
- Lo del otro día, cuando te hiciste la paja.
- ¡Pero si me la hiciste tú!
- Pero tú te sigues haciendo pajas.
- Sí, y ¿qué pasa? ¿a ti que te importa? ¿se lo vas a decir a alguien o qué?
- No, no se lo diré a nadie, ni lo que hicimos ni nada.
- Pues, si, aún me sale, pero ahora si que es leche.
- ¿Es como la leche de verdad?
- Bueno, algo parecido. Es casi como la leche condensada.
- Hazte una para verlo
- ¿Qué me haga qué, una paja?
- Si, que quiero verlo
Yo, pese a todo, casi lo estaba deseando, así que sin más me bajé el pantalón y el calzoncillo. La tenía ya casi dura. Me senté en el suelo, como la otra vez y me la empecé a menear delante de ella.
- ¿Me la dejas tocar? Dijo Mariluz
- Si, como el otro día.
Empezó a masturbarme, me daba un gusto impresionante. Ella intercalaba comentarios tales como “que dura que se pone”, “mira como sale y entra el capullo”, pero no esperaba que me preguntase “¿te da gusto?”
- Si me gusta mucho.
- ¿Ya te va a salir?
- No, sigue, sigue
Cuando ya latía el corazón con más velocidad, noté que me venía.
- Ahora, ahora.
Salió con fuerza, cayó en las manos de Mariluz y encima de mí entrepierna, pero no nos asustamos.
- ¿Has visto con que fuerza sale? Le dije
- No lo había visto nunca.
- ¿Le has hecho alguna paja a alguien?
- No, sólo a ti ¿te ha gustado?
- Mucho.
Nos fuimos los dos al baño, se lavó las manos y yo la entrepierna.
- Me han entrado ganas de mear, dije yo.
- Y a mí también, dijo bajándose la braga y sentándose en el inodoro. Después de orinar, me dijo que ahora meara yo, así que lo hice, pero ella quería ver como me salía.
- ¿Ya no te sale más leche?
- No, solo la que ya ha salido.
A partir de entonces, hablábamos ya si complejos. Ambos, o mejor dicho yo, perdí la timidez que tenía, porque ella nunca fue tímida.
- Si a una chica, me dijo unos días después, le entra la leche por el pichín, tiene un hijo.
- Eso ya lo se.
- Pero se la tiene que meter su novio toda dentro y mearse.
- Eso no es mear, se dice “correrse”.
- Eso, correrse, me lo dijo mi hermana.
- Seguro que se lo has contado a tu hermana.
- No, te lo juro, pero es que ella me cuenta cosas.
- ¿Qué cosas?
- Cosas que hacen los chicos con las chicas cuando son más mayores. Algunos hasta follan
- ¿Tú hermana ya ha follado?
- Sí, una vez me dijo que ya la habían desvirgado.
Evidentemente, su hermana si había follado, porque varios días después Mariluz, haciendo un gesto con los dedos de la mano, consistente en hacer un círculo con el dedo pulgar y el índice de la mano izquierda, por el cual metía y sacaba el índice de la mano derecha, dijo
- Ayer…
- Ayer ¿qué?
- Ayer esto, dijo metiendo y sacando el dedo del círculo, como quien se pone y quita un anillo.
- ¿Quién?
- Mi hermana, con un amigo suyo.
- ¿Te lo ha dicho ella?
- No, pero los vi en el cobertizo.
- ¿Los viste follar?
- Si, estuvieron follando.
- ¿Y viste como se la metía?
- Del todo no, pero se la metía y sacaba.
- ¿Quieres que follemos?
- Que no, que ya te dije, que lo haré cuando tenga quince años, que me lo dice mi hermana.
Por lo que se ve, su hermana le contaba muchas cosas, yo le tenía algo de manía, porque era muy mal hablada, decía tacos como los hombres.
Hasta cuatro o cinco pajas me hizo Mariluz. Yo seguía masturbándome, y hasta descubrí un sistema, que he seguido durante toda la vida. Resulta que una noche me puse la almohada entre las piernas, y me empecé a moverme encima de ella, como si estuviera follando. A lo que me di cuenta ya me había corrido. Lo malo es que deje toda la almohada manchada. No se si mi madre se daría cuenta, pero nadie me dijo nada.
Seguí perfeccionado el método. Ahora me frotaba la pija no contra la almohada sino con la sábana y enseguida me corría, pero un poco antes, cuando notaba que ya empezaba a salir, me apretaba el prepucio con los dedos, y así no manchaba nada. Corriendo me iba al baño y “escupia” la “lechada”.
La última paja que me hizo con la mano, me la hizo estando los dos desnudos, bueno, ella no, que se quedó solo con la braga.
- ¿Has visto a alguna chica desnuda?
- No, y tú ¿has visto a algún chico desnudo?
- Tampoco. Mi hermana y mi madre vendrán hoy muy tarde. ¿Quieres que nos desnudemos?
- Vale, dije empezando a desnudarme. No se porque pero la minga no la tenía todavía dura.
Ella se desnudó totalmente también.
- Mira, ¿te gusto?, dijo
- Mucho ¿y yo a ti?
- También. Vamos a tocarnos el uno al otro, pero sobre todo, no quieras hacer marranadas.
- ¿Qué marranadas?
- Metérmela.
- No, te lo juro.
Se dejó tocar por todo el cuerpo, las tetitas que ya le salían, el culo, las piernas, todo. Hasta me dejó tocarle el coño por encima, aunque ella tampoco se quedaba atrás porque me tocaba todo el cuerpo.
- ¡Qué redonditos tienes los huevos!
- Se dice testículos.
- Bueno, es igual. ¡Oye! Los mayores se besan en la boca. Ven dame un beso., pero en la boca.
La verdad, es que no me supo a nada el beso en la boca, sin embargo lo que si se había puesto en forma era la picha.
Me puse detrás de Mariluz y le pasé los brazos por delante tocándoles los pechitos, pero al apretarme, le puse la polla justo en el canalillo del culo e hice unos movimientos como si estuviera follándola.
- ¿Qué haces, animal?
- Nada, nada, y me separé de ella.
- No se te ocurra otra vez, ¿eh?.
Pero como todavía estábamos desnudos y con ganas de seguir así, le conté mi secreto, mi descubrimiento.
- ¿Y te da gusto?
- Si, me corro siempre ¿quieres que lo haga contigo?
- ¿Conmigo, cómo?
- ¿Te acuerdas cuando éramos pequeños? ¿Te acuerdas de una vez con Toñín y Marta?
- ¡Ah, si ya me acuerdo! Que jugamos a los novios.
- Pues eso, tú te pones larga en la alfombra y yo encima.
- No que me la meterás.
- ¡Que no, te lo juro!
- Bueno, pero me pongo la braga para que no puedas.
¡Madre mía que cosa más extraordinaria! Los dos cuerpos pegados uno al otro, haciendo movimientos como si lo estuviera haciendo de verdad. Hasta noté que Mariluz se movió un poco, como para que mi polla se le quedara bien colocada en la rajita. Evidentemente le gustaba. Se lo pregunté.
- Si que me gusta, me haces como cosquillas.
- ¿Dónde?
- En la raja.
De repente, tuve que levantarme, cogiéndome el prepucio para evitar que saliese la “leche”.
Así lo hicimos, pero sin desnudarnos del todo, creo que tres veces más. No había ningún problema, porque me dijo que su hermana le había explicado una vez que con los chicos se podía hacer todo lo que se quisiera, que se pasaba muy bien, que ella también lo hacía, pero sobre todo, le repetía, no dejes que te la metan.
Pero todo se acaba, y el asunto con Mariluz terminó al concurrir dos circunstancias muy diferentes.
La primera fue que por esas fechas, del colegio nos llevaron varias tardes a la parroquia para hacer una especie de ejercicios espirituales. Nos daban cada charla sobre el infierno, que nos asustaban, nos acojonaban, y más cuando nos decían por las tonterías por las podías ir. Y sobre todo cuando un cura se nos puso a hablar del sexto mandamiento, vaya, del “no fornicarás” que se decía entonces.
Resulta que el hacerse pajas, el masturbarse, era uno de los peores vicios, y si seguías con él, podías hasta quedarse ciego o paralítico, porque te desgastaba la médula espinal y te destrozaba todo el cuerpo. Hasta llegó a decir que había enfermedades que hacía que se te cayera el pene a pedazos. De tal manera nos acojonaron que cuando nos dijeron el último día que íbamos a confesarnos, nos sentimos aliviados.
El cura que me confesó, me preguntaba sobre mi comportamiento con mis padres, en el colegio, con los amigos, si había robado algo y cosas por el estilo, pero final me preguntó si había pecado contra el sexto mandamiento. Tímidamente, le dije que sí.
- ¿Te tocas tus partes?
- Si.
- ¿Sientes placer?
- Un poco
- Eso es un pecado muy grave y además puedes caer enfermo. ¿Lo has hecho solo o en compañía?
- De las dos formas
- ¿Con chicos o con chicas?
- Con una chica
- ¡Pero tu no tienes perdón!, ¿cómo es posible que cometas tan grave pecado? ¿y que es lo que habéis hecho?
- Nos dimos un beso, le mentí.
- Pero has dicho antes que hiciste cosas en compañía. ¿qué hicisteis exactamente.
- Nos dimos un beso y nos tocamos las partes.
Me echó tal bronca, me acojonó de tal manera que me dejó mal para mucho tiempo, y eso que no lo explique exactamente lo que hicimos.
Me imagino que a las chicas, que iban por separado, también las asustaría igual que a nosotros, porque durante varias semanas, no volvimos a hablar ni mucho menos hacer nada Mariluz y yo. Parecía que ya se nos había olvidado todo, que estábamos arrepentidos y que no lo volveríamos a hacer. Y Así fue
La otra circunstancia concurrente fue, que mis padres vendieron la “casilla”, compraron un piso en la ciudad y nos fuimos a vivir, por tanto, algo lejos del barrio de Santa Casilda.
Ese fue el encuentro de la adolescencia. Ya no nos volvimos a ver hasta pasados unos años, pero no quiero dejar de recordar que un día, tendríamos quince años quizá, me encontré a Toñín, el antiguo compañero de juegos junto con Mariluz y Marta, con el cual me encontraba a menudo. Nada más verme, y a modo de saludo, me soltó:
- ¿A que no sabes a quien me follé el otro día?
- Yo que sé, ¿a quién? ¿A Mariluz?, dije porque es el único nombre que me salió.
- ¡Qué va, a su hermana!
- ¡No jodas!
- ¡Que sí que estuve follando con la hermana de Mariluz! ¡Y qué bien que lo hace, tío!
- Pero si ya es muy mayor.
- No tanto, hombre ¿quieres que vayamos los dos y nos la follemos?
- ¿Cómo vamos a ir los dos juntos?
- ¡Qué si, que yo se que alguna vez lo ha hecho con dos, primero un y luego otro!
- ¿En serio?
- ¡Qué si, si nos la hemos follado casi medio barrio! Es más puta que las gallinas.
- ¡Oye! ¿y que es de Mariluz?
- ¿Mariluz? Esa es una calientapollas.