Evocaciones

Breve narración del recorrido vital de un chapero, sumiso y pasivo y de sus venturas e infortunios.

Esta historia la escribo fundamentalmente para tí, pero también para mí. Para tí, porque me falta el valor para contarte la verdad de otra manera, y para mí porque, aparte de ahorrarme una pasta en el psicólogo, aprendo ortografía. Sé que debería haberte contado esto mucho antes, pero tampoco voy a buscar ahora una razón para justificar el retraso. Razones hay mil y todas las encontrarás aquí, todas, y trataré de que aparezcan lo mejor reflejadas posible, con el mayor detalle. Ha pasado ya mucho tiempo, el suficiente como para que haya cosas, pormenores, circunstancias, que es posible haya olvidado, pero ha pasado suficiente tiempo también, para relativizarlo todo, para darle a cada cosa la importancia que justamente tiene y no la que nos dicen que tiene. Aunque, como te conozco bien sé que me juzgarás con tus propias normas y que no te dejarás influir por otros criterios más al uso. Eres poco convencional qué suerte tienes. Nada ni nadie me obligan a contar lo que sólo afecta a mi vida y a mi persona pero si tengo que compartirlas contigo es justo que antes, las conozcas bien. Y así, con todos los elementos de juicio, sin obviar ninguno, podrás hacerte mejor composición sobre mi persona, éso tiene sus riesgos, pero podrás decidir mejor. Puedes optar también por cerrar estas páginas y no querer saber nada de nada, mas sería una pena, e injusto, lo primero porque perderías una de las mejores oportunidades de conocerme bien y lo segundo porque me ha costado tanto llegar hasta aquí...........

Sé que hay personas que sienten un atractivo especial, no sé si extraño pero, desde luego, sí especial y morboso, por el dolor y la violencia, por la crueldad y el desprecio, y que eso les produce gran placer, otras en cambio, bastantes más abundantes creo, disfrutan con la sumisión y el acatamiento, con la obediencia, y con sentirse humillados y despreciados. Entonces no lo sabía, probablemente tampoco lo habría comprendido, pero hoy, cuando ya mi cuerpo empieza a dar señales de cansancio, cuando me cuesta trabajo disimular las canas, cuando las cosas empiezan a importarme un bledo, y sobre todo, cuando son pocas las personas que me importan y menos aún a quienes importo yo, he de reconocer la enorme suerte que he tenido por haber podido recorrer alguno de aquellos senderos procelosos, y agradezco a los dioses por haberme dejado ser uno de los pocos elegidos para el disfrute de estos placeres.

Sólo a este selecto grupo de personas se le ha permitido recorrer los sinuosos y excitantes caminos de la dominación y de la sumisión y descubrir que es un placer infinitamente mayor que el que se obtiene de un simple polvo, un placer que es más sensual que carnal, que tiene más que ver con los sentidos, con todos los sentidos, que con el sexo, más sicólogico que físico, y descubrir que éste sólo es una parte muy pequeña de aquel. Sólo este grupo de personas osadas es el único capaz de recorrer todos los recovecos, todas las profundidades , todas las oquedades y todos los meandros agitados de la sensualidad humana. Creo que sólo las prácticas sexuales taoístas en busca del Tao, se han aproximado, siquiera pálidamente, a esta concepcion edonista del placer.

No hacía mucho tiempo que había cumplido los 18 años. Nunca me dejaba llevar por fantasías homoeróticas. Cada vez que alguna de ellas me alcanzaba el pensamiento, yo la rechazaba al momento aunque sintiera cosquillas en la entrepierna.

Por eso nunca imaginé cómo sería mi primera experiencia con un hombre y nunca podría ni siquiera haberlo imaginado. Fue con mi profesor de inglés. Mi madre había contratado al novio de una compañera suya de trabajo, un chico de unos 24 años llamado Christian. Las clases me las daría en su casa, tres horas todos los sábados durante los meses de verano.

El primer sábado llegué muy aburrido y de mala gana pues nunca me gustó mucho el inglés, aunque entonces no sabía cómo me iba a gustar éste. De este sábado no hay mucho que contar salvo que me di cuenta de lo bueno que estaba el profe, de lo rubio que era y de su cara de angel, aparte de que me encantó estar tan juntitos en la mesa.

Al sábado siquiente fui ya, más animado. Cuando llegué llamé al timbre pero nadie me abrió. Volví a insistir y al cabo de 2 ó 3 timbrazos por fin "mi angel" se decidió a abrirme la puerta. Se había dormido, supongo que por una noche loca. Tenía los pelos levantados, ojeras, los ojos cerrados por la luz y.......... completamente desnudo

Yo me quedé estupefacto y por supuesto mi mirada bajó de los pelos hasta su rabo. Una maravillosa herramienta que fláccida no tendría menos de 15 cm

El no pudo dejar de observar mi atolondramiento mientras acababa de cerrar la puerta y mis ojos seguían fijos, como hipnotizados, en su verga. Al levantar los ojos y ver su mirada y lo que me pareció una ligera sonrisa me entró tal rubor que casi me muero de la verguenza.

Aún fue peor cuando, tras decirme que me fuera sentando, mientras él se daba una ducha, mi mirada se quedó fija en su imponente culo, redondo, prieto, firme, casi de marmol, mientras se iba hacia el baño. Al girarse de repente me pilló escrutándoselo y comiéndomelo, hasta ese momento, sólo con la mirada. Ahí, sí que me sentí morir, pero ya le había dado todos los datos, no necesitaba nada más.

Se duchó a propósito con la puerta completamente abierta para que yo viera y me deleitara con su cuerpo. Su estudio era pequeño por lo que pude ver no sólo como se duchaba, sino tambien como se secaba, y como al hacer esto en la entrepierna, lo hacía con tal fruicción que mas pareciera que se pajeara. Me daba la espalda con lo que pude observar a placer su culo. De vez en cuando el miraba por el espejo y entonces nuestras miradas se cruzaban. Yo lo único que podía hacer era echarme mano al paquete y apretarme bien la polla para aliviarme siquiera ligeramente.

Tapado sólo con la toalla se sentó a la mesa:

  • Perdona que no me vista, es para no perder más tiempo.

Yo debí de balbucear alguna cosa mientras miraba su torso fornido como el David de Miguel Angel.

  • Vamos, empieza a leer, vamos a oir qué tal es tu pronunciación

Yo empecé a tartamudear mientras no podía evitar que mis ojos se fueran, de vez en cuando, a su prominente paquete que, debajo de la toalla, sospechosamente, cada vez era mayor.

Tras cada una de mis miradas observé que la toalla dejaba ver cada vez más pierna y más muslo. No hace falta que diga que yo estaba cada vez más excitado y más empalmado y que en algún momento tuve que bajar la mano para colocarme la polla porque en verdad que me estaba haciendo daño. Pareció, ésta, ser la señal que estaba esperando pues me cogió la mano y me la acercó, suavemente, a su rabo bien supererecto. Yo toqué aquello durante unos segundos y fue tal el corte que me dio que lo solté todo colorado.

Él, en cambio, me echó mano al paquete y empezó a menearme el nabo sin siquiera sacármelo del pantalón y estaba tan cachondo que después de 4 ó 5 emboladas me corrió.

Tras la corrida fue tal la verguenza que me entró que cogí los libros y salí corriendo con intención de no volver más, pero no había aún llegado a mi casa cuando sentí que me empalmaba sólo de pensar en el inglés. Durante toda la semana no dejé de pensar en el sábado siquiente. Cada hora, de cada día pensaba en lo mismo y por supuesto que me maté a pajas, todos los días, varias veces, pensado en él.

Por fin llegó el sábado; cuando me abrió la puerta me dió la impresión de que no creía que fuera a volver y recuerdo que pensé que, quizás, su semana no habría sido tan divertida como la mía, pues estaba muy serio, con cara de preocupado, quizás por mi edad, por si yo habría dicho algo, no sé.

Me mandó sentar en la mesa y se sentó cerquita de mi como las otras veces. Yo empecé con la cantinela de siempre miradita al paquete una y otra vez. Miento, sólo hubo una miradita porque antes de que diera lugar a la segunda me había cogido la mano, y esta vez sin soltarla, me la llevó a su paquete, paquete que yo no pensaba soltar como la vez anterior.

Su mano obligaba a la mía a meneársela, y lo hizo así hasta que se percató de que yo solito, no dejaría de hacerlo. A su vez me empezó a meter mano; yo estaba cachondísimo. Me bajó la bragueta y me empezó a acariciar pero, no bruscamente como la primera vez, sino suave y delicadamente.

Me pajeó muy despacito, por supuesto sin correrme que eso ya nunca lo haría, viendo como me retorcía, jadeaba, sudaba, gritaba, lloraba. Fue la primera y última vez que lo hizo así, porque nunca más me acarició de forma cariñosa, ni me abrazó ni me procuró el más mínimo placer, ni mucho menos meneármela. Con el tiempo si quería gusto y paja me lo tenía que procurar yo y siempre al final de las largas sesiones de sexo que teniamos cada sábado, cuando él ya hubiera terminado.

Pero en ese sábado todavía iba a experimentar otras cosas. Cuando más cachondo estaba, cuando mas me retorcia con su mano en mi verga, giró bruscamente la silla y levantándose me metió su polla en la boca. Yo me quedé shock porque ni sabía siquiera que eso se pudiera hacer. Me metió su polla, enorme, agarrándome la cabeza e inmovilizándomela completamente hasta que se me saltaron las lágrimas. Debí de darle pena porque la sacó a las vista de éstas, aunque fue la unica vez que sintio pena por mí, o al menos nunca más me demostró que mis lloros o lágrimas le hicieran la más mínima mella.

A veces hasta sus amigos, a los que me prestaba, tenían mas consideración para conmigo que él mismo y le llamaban la atención diciéndole, que no se pasara tanto conmigo.

Ese día, primero en el que me comía un rabo, fue también el primero de un gran deseo siempre insatisfecho y de una obsesión. Nunca se la comía demasiado. A veces llegaba a aquel estudio y sin apenas haberse cerrado la puerta, me ponia de rodillas a su entera disposición para que hiciera con mi boca lo que quisiera. Él nunca me la comió a mí. Si conozco ese placer es gracias a alguno de sus amigos con los que me compartía que le encantaba comerla y me daba ese gusto. Gusto que generalmente me costaba muy caro como ya tendré ocasión de contar.