Evocación
Se despertó acunada suavemente por las sábanas, la luz del mediodía acariciaba sus pezones, su vientre, sus muslos, disfrutó un poco más del calor que le proporcionaba el sol, y cuando se levantó, buscó interrogante entre la ropa tirada por el suelo. Recordó la noche anterior, las manos de su amante recorriéndole la piel, pellizcándola,...
Evocación
Se despertó acunada suavemente por las sábanas, la luz del mediodía acariciaba sus pezones, su vientre, sus muslos, disfrutó un poco más del calor que le proporcionaba el sol, y cuando se levantó, buscó interrogante entre la ropa tirada por el suelo. Recordó la noche anterior, las manos de su amante recorriéndole la piel, pellizcándola, y notó como su corazón se aceleraba y su ingle se humedecía.
Cubrió su incitante desnudez con un tanga, unas medias y una bata negra. Prestó atención y adivinó por los sonidos provinentes de la puerta abierta que él estaba cocinando. Se dirigió al baño sin hacer ruido y una vez allí se desprendió de la bata, dejándola caer al suelo. Observó sus pechos desnudos, el contraste de las medias con el color de su piel, el húmedo triángulo cubierto apenas por el tanga, el pelo negro cayéndole sobre los hombros, e inevitablemente empezó a acariciarse. Primero el cuello, la curva de su pecho, jugueteó con los pezones, siguió la línea de su ombligo, y paró cuando estaba a punto de empezar a masturbarse.
A duras penas consiguió contener el deseo y adecentarse. Se dirigió a la cocina y observó desde el umbral el trajín del improvisado cocinero. Sus manos asían firmemente los utensilios que usaba y sus movimientos decididos evocaron de nuevo las imágenes de su cuerpo desnudo sobre el suyo; esas manos fuertes separando sus muslos, penetrando con sus dedos en lo más hondo de su ser, arrancándole gemidos de animal en celo. Se sentía terriblemente excitada, los pezones erectos le ardían, deseosos de caricias masculinas, sintió de nuevo los latidos frenéticos de su corazón, la humedad palpitante de su ingle, la impaciencia de su cuerpo, De repente, él se giró, y brindándole una sonrisa le dio los buenos días y rozó su mejilla con un beso. Mientras él preparaba la mesa para comer, vestido únicamente con unos vaqueros, ella miraba su pecho descubierto, intentando atrapar las miradas pícaras que él le dedicaba a sus pechos semiocultos. Se sentaron el la mesa, y ella fijó la vista en los labios de su acompañante, rememoró sus lamidos, sus mordiscos. Evocó la visión de su cabeza entre sus piernas y sin poder evitarlo, deslizó lentamente un pie por las piernas de su amante, presa ya del deseo imparable. Él siguió impasible al avance del pie travieso, fingiendo que no notaba nada hasta que el pie tocó su miembro erecto y el no pudo ocultar su excitación, provocado por la visión que ella le ofrecía.
Ella, decidida, leona, diosa, se mordía suavemente el labio inferior mientras deslizaba sus dedos por la apertura de la bata, siguiendo su desliz hacia sus pezones, abriéndose más la bata, llamándole y sin parar de mover el pie que descansaba sobre su pene. Se levantó, felina, amante, y sin preocuparse por tapar sus pechos, asió con ambas manos las de él y se dirigió a la habitación. No llegó. Preso de un arranque de deseo, la cogió por los muslos y la aprisionó contra la pared. Sentía su calor a través de los vaqueros. Le mordió el cuello, las orejas, los labios, los pezones, mientras ella intentaba desabrocharle los pantalones entre gemidos. Él la sujetaba, y utilizando su ingle a modo de apoyo, liberó una mano y la deslizó bajo el tanga. Ella se agarraba ahora a su espalda, arañándole la piel, besándole con furia. Los dedos de él jugando con sus otros labios, rozando el clítoris, deslizándose en la profundidad húmeda de la vagina. En un solo movimiento, él se desabrochó la bragueta y se bajó a medias los pantalones. Su primera embestida fue salvaje, animal. Levantó sus brazos y los sujetó sobre su cabeza, contra la pared, dejando que fuera ella la que mantenía la trayectoria del miembro apoyando sus talones el trasero de él.
Los gemidos iban en aumento, las manos de ella inmovilizadas, la de él recorriéndole el clítoris suavemente, jadeantes y sudando, cayeron al suelo y siguieron amándose, riéndose, fundiéndose.
El orgasmo llegó y les llenó los pulmones de aire renovado y respiración entrecortada. Los ojos vidriosos, los músculos doloridos, y una sonrisa en los labios.
Fotos de Vanessa Braun