Evitando el escándalo
Todo lo que puede una oportuna cogida.
Evitando el escándalo
Flameando al viento los pliegues de la ropa recién lavada, y convenientemente extendida en el secadero, recibieron mi retorno a casa después de un agotador día de trabajo.
Evidentemente mi mujer había decido que ése día era de limpieza generalizada y profunda, decisión que solo toma ante un tsunami hormonal.
Y entre el sinnúmero de trapos que habían pasado la prueba del lavarropas, estaban las sábanas de la cama de Sandra.
Extendidas al aire libre y casi en el centro de su rectángulo, ofrecían el clásico marrón de la sangre seca como símbolo como símbolo del estandarte que me cuelga por delante.
Tras videovisualizar más rápido que computadora de última generación las opciones de justificación, ingresé a la casa con cara de cabrito querendón, mientras para mis adentros esperaba que Sandra aún no hubiera abierto la boca.
Como siempre, mi mujer me recibió con su mejor cara de asco y, sobrándome me preguntó por mi día, a lo que respondí "bien" con un beso más tierno que otras veces, requiriéndole a su vez cómo había sido el suyo, escuchando por toda respuesta un refunfuño mientras me marchaba con cierta urgencia a la pieza no sin antes observar discretamente toda la casa para verificar si estaba Sandra, quien, por suerte, aún no había llegado.
Cambiado adecuadamente, despojado del encorbatado uniforme, me estampé la vieja pantaloneta de entrecasa, aquella que tiene la bondad de exaltar mi verija más allá de lo socialmente admisible.
Así volví a la cocina donde la bruja mezclaba brebajes en los cuencos para satisfacer nuestros maltratados estómagos, y, desplegando toda mi erótica simpatía, me acerqué por detrás, sorprendiéndola con un incitante beso erotizante en el cuello, haciéndole sentir mi verga en la raya de su culo. "Dejame", dijo; a lo que retruqué, "aprovechemos que Sandra no ha llegado", a la vez que mis manos comenzaban unas apresuradas y poco primorosas caricias desde el muslo hasta sus tetas aún duras y de tentadores pezones.
Rápidamente cedió en su resistencia y se apoyó contra mi cuerpo. Su cabeza en mi hombro, su espalda contra mi pecho y sus ancas acomodándose, en leves movimientos, verga en el hueco de sus nalgas. Mis labios besaban suavemente su alongado cuello y mi lengua se entretenía chupando el lóbulo de la oreja, lo que le despertaba estremecimientos que se traducían en un aumento de los jugos libidinosos de su concha.
Mis manos acariciaban sus piernas a través de la suave tela de su amplio vestido. Mientras la derecha se instalaba en la zona de su ingle, aún sobre la ropa, y la izquierda tanteaba las ubres aún cubiertas por la asedada blusa, endureciendo sus aureolados y atractivos pezones.
Sus jadeos demostraban el éxito de la estrategia elegida. "Parate", suplicó; "no, vamos a la pieza" y, ya quebrada toda resistencia, la conduje de la mano. "Va a venir", dijo; "no importa, un apurado" fue la respuesta. Cerré la puerta para evitar sobresaltos e interrupciones. Me di la vuelta y allí estaba desnuda, con los brazos cruzados, tomándose los hombros con las manos para tapar los seductores pechos.
Estaba bella todavía. A lo largo de todos estos años poco había reparado que había mantenido aquel cuerpo que tanto me había hecho vibrar unas décadas atrás, momentos inolvidables en que nos fajábamos a la vista ante la envidia de clualquiera.
Más rápido que un rayo me deshice mis prendas, dejando a la intemperie el avejentado cuerpo del joven adonis que alguna fui para ella, y me arrojé de rodillas ante sus piernas, posición en que la imagen de su cuerpo, en primer plano, se agigantaba ante mis ojos. Literalmente me prendí de sus caderas y lancé mi lengua en desordenado ataque a su sexo, lamiéndole desde el pupo a la raja hasta perderme en ésta como amante primerizo, descubriendo al tanteo sus zonas erógenas, lo que acompañaba con mis manos desplazándose en sus cachetes traseros.
Sus jadeos fueron en aumento lo mismo que el tamaño y la dureza de mi pene, macho cabrío después de tantos años.
Suavemente la empujé hasta que se posó en la cama y abrió sus piernas, entregándome un primer plano de su sexo, brillante y mojado por sus líquidos y mi saliva, y, tras una última chupada a su endurecido clítoris, dirigí mi verga al orificio de su sexo. Apenas apoyado el glande, se deslizó abriendo su caverna cual manteca ante el punzón caliente. El avance no se detuvo sino hasta topar mis bolas con su culo y mis vellos con su pelvis aprisionados y fundidos. Inicié un movimiento circular que fue respondido por mi mujer que jadeaba cada vez más rápido y mas fuerte, abrazándose mi cadera con sus pies para asegurar la más profunda de las penetraciones, mientras sus ojos blanquecinos arrancaban palabras ininteligibles de su boca, hasta que se abrazó con todas sus fuerzas a mi cuerpo y le sobrevinieron las convulsiones intensas y largas de un orgasmo pleno y profundo.
Cuando la supe relajada, diciendo "ahora me toca a mí", inicié un mete y saca cada vez más violento hasta que estallé en litros de leche que fueron a parar al lago del fondo de su concha.
Como un resorte a propulsión a chorro, mi mujer se paró y enfiló al baño para lavarse ya que lo hicimos sin protección y con una arrechera casi adolescente.
Una vez repuesto me dirigí al baño donde estaba aseándose y, con los ojos brillantes de vida y una sonrisa, me dijo: "Yo voy a hablar con Sandra cuando venga, vos no te metás, porque no puede ser que si está menstruando, ensucie la sábana como lo ha hecho; no pude sacar la mancha después de todo lo que la he refregado". Respiré tan aliviado que hasta me vino sueño del relajamiento que esa revelación me causó. "No se debe ni haber dado cuenta", le dije, "sé suave al decirle", "por supuesto", contestó.
Sandra la escuchó con una parsimoniosa cara de sorprendida al fin y al cabo era cuestión de mujeres y le dijo "perdona, nunca más va ha suceder", mientras me guiñaba un ojo sin que ella se diera cuenta. Después de todo, como en las mejores historias clásicas y antes de los médicos y sus suturas, solo una vez se pierde la virginidad.
Todo lo que puede una oportuna cogida.