Evant y Petit, juegos de hermanos.

Ella se da cuenta de la erección de su hermano y no esconde su curiosidad.

Pasaron varios años después de aquellas traviesas caricias que Evant y su hermana Petit se dieron en aquella cabaña en tierras cálidas y eróticas. Fue como cuando un volcán estalla con la máxima potencia de que es capaz después de miles de años de presión acumulada. Por lo general, cuando ocurre una de esas explosiones catastróficas y sublimes, todo cobra una muy apacible calma, que dura mucho tiempo, pero que a la vez, comienza lentamente a recolectar poco a poco nuevas tensiones, incipientes sensaciones que se ocultan bajo la superficie calladamente.

Como dije, años pasaron, pero la tensión había crecido bajo los pantalones de Evant, y su hermana Petit era muy perceptiva para pasar desapercibido un evento de este tipo.

La cabaña había quedado en la memoria, ahora de vuelta en la ciudad, con sus tardes monótonas, con el sol habiendo ya recorrido y dejado el punto del cenit, se cernía cierto sopor sobre la mente de Evant, mirando la tele sin verla, con los parpados caídos y el cuerpo distendido, dejándose devorar por el sofá acolchado y tibio, momento perfecto para una siesta, para dejarse arrullar por el sonido murmurante de los automóviles en la lejanía, y algún claxon siendo tocado por un equis impaciente.

Pero Evant no iba a estar tan sólo, Petit entró en la clara estancia, tenía su uniforme de colegiala aún puesto, con el suéter rojo adornado de sus dorados cabellos despeinados, y la falda a cuadros que ella a propósito había distorsionado para que no quede lugar a dudas con respecto a la belleza de sus mulsos. Se sentó en un pequeño sillón e hizo una pregunta de rutina:

— ¿Qué estás viendo en la tele?—

—Nada, tengo un sueño de muerte— respondió Evant con mucha desgana en su voz.

—Es verdad— dijo ella—, hace una buena tarde para una siesta y no despertar nunca más—

Y así quedaron en silencio ambos, perpetuados minutos extraños, otra vez, viendo sin ver la televisión, muy quietos, esperando que el sopor los bañara, que el tiempo envejeciera y se fugara. Evant se durmió, y Petit permaneció sonámbula, con una pierna sobre el brazo del sillón.

Pasaron un par de horas, y Evant despertó de la ensoñación abruptamente, así siempre le sucede, se le quita el sueño de un momento a otro; no desciende al planeta de manera progresiva, sino que cae como de la rama de un árbol, y se estrella contra la realidad. ¿Y cual era esa realidad? Simplemente la blancura de un par de muslos que Evant vislumbraba desde donde estaba, las medias blancas cubrían las piernas de Petit hasta por encima de las rodillas y allí se quedaban, enseñando un fragmento desde los muslos hasta el lugar secreto que se ocultaba bajo esa falda, un sitio no tan secreto, pues la bendita gravedad había hecho que los pliegues de esa falda se retiraran para sugerir actos, imágenes plácidamente torturantes para un hermano que admiraba desde el pasado a una más que cariñosa hermana.

Ella finalmente había caído en el sueño, o al menos eso le pareció a Evant, quien miraba alternadamente las piernas, y luego desviaba sus ojos hacia el aparato de tv. Entonces ella despertó. Y se quedó adivinando si ya había visto la película que estaban transmitiendo. Pero la brutal falta de interés hizo que Petit buscara otro punto de foco. Miró a su hermano que estaba allí aún distendido, bueno, no totalmente relajado; el bulto en sus pantalones era grosero y evidente, y Petit disimuló en vano su carcajada.

—Oye Evant, qué tienes allí, no estamos viendo porno precisamente— Señaló sarcástica la pequeña y traviesa rubia.

Evant no dijo nada, el rubor en sus mejillas y la risita nerviosa lo decían todo.

— No es nada—Evant se acomodó mejor en el sofá y trato de cobrar compostura.

Pero Petit está acostumbrada a ser determinada, y a no dejar cabos sueltos, si quería molestar y bromear, no pararía. Y no paró.

— ¿Malos pensamientos eh?— Dibujaba sonrisas burlonas en su rostro de porcelana y hacía su mirada de picardía

— ¿Por qué no me dices que estás pensando?

—Cállate Petit, no estoy pensando nada, eso que viste fue simplemente algo que pasa siempre. Es eh, automático.

— ¡Tonterías! ¿Me crees ignorante? Será automático, pero algo lo activa, un pensamiento, una idea, cualquier cosa, sea consciente o no.

Evant se sintió desarmado, pero alentado a seguir con el juego, recuerdos de cosas “sucias” y prohibidas le alentaban a ello.

— ¡Déjame verlo!— dijo ella de repente, y Evant le subió por la espina dorsal lo opuesto a un escalofrío, se le abrieron los ojos y en su cerebro hubo un corto circuito.

— ¡Pero qué dices! ¡No hablas en serio!— lo decía con una tensa sonrisa en la cara, sin dar crédito a las palabras que acababan de ser pronunciadas; se sentía con fortuna, se sentía drogado, presentía que cualquier cosa vendría.

—     Si, déjame verlo— y ella reía.

—     Pero, ¿cómo?, no me atrevo,

—     ¡Vamos! No seas tímido, no ahora.

—     No, no me atrevo, siento mucha vergüenza.

—      Hazlo rápido, en un solo movimiento.

—     Está bien— Evant desató el nudo de su pantalón de algodón y tiró hacia abajo, pero al momento se arrepintió. —No, no puedo— y su sonrojo le estallaba en la cara.

—     ¡Ya sé! ¡Vamos a tu cuarto oscuro! Estoy segura que allí sentirás más confianza.

—     Eh, puede ser—dudó unos segundos, y al cabo dijo: —ok, vamos.

—     ¡Genial!— y así se fueron a ese cuarto loco, que apenas se deja espiar por la luz que se filtra por debajo de la puerta; ese cuarto de cortinas gruesas que cubren la ventana; ese cuarto en donde el día parece haber muerto; el cuarto de la noche sempiterna.

Evant se sentó en la cama, y sintió que recostándose sería mejor. Hizo que su pantalón descendiera, y en seguida se despojó también de su ropa interior; Petit tenía razón, en ese lugar la vergüenza de su hermano Evant desaparecía; la timidez le tenía miedo a la oscuridad.

—     ¡No veo nada!— dijo Petit juguetona y gritona.

—     ¡Claro que se ve!— pero es que los dos tenían razón. Evant podía ver su propio pene, pues la luz llegaba de afuera de la habitación, él miraba la silueta que se recortaba frente a la poca luminosidad. Pero Petit sólo veía oscuridad desde donde ella se encontraba.

—     ¡Déjame tocarlo!— se atrevió ella.

—     ¡¿Qué?!— dijo Evant con una falsa indignación.

—     ¡Quiero tocarlo!— insistió Petit. Y Evant se dejó convencer sin mucha resistencia, no era tonto, era sólo un jugador prudente.

—     Está bien, pero lo haremos a mi manera; lo tocarás, pero no con tu mano. Tendrás que subirte sobre mí.

—     ¡Te conozco bien hermanito!— dijo ella con esa voz atravesada por sonrisas típicas, esas que guardan lujuria en cada palabra pronunciada. Y ella no perdió más segundos y se subió con todo y zapatos a la cama, montó a Evant a horcajadas y se quedó allí, sintiendo la dureza de ese pene bajo la tela de su tanga blanca, que se interponía entre las pieles de los sexos familiares.

Evant se quedó como estatua, se le iba a salir el corazón, no sabía que iba a pasar, se dedicó a sentir la suavidad que se percibía a través de la tela, eso cálidos labios posados allí sobre su pene. El perfume de Petit llenaba la habitación de sensaciones rosadas, y Evant movió su miembro a voluntad, esperando a ver qué reacción provocaba en su hermana. Ella posó sus manos en el pecho de Evant, y de su boca salió un pequeño gemido, seguido de movimientos incipientemente rítmicos que tenían su centro en las caderas de la rubia loca.

Para Evant, la situación era suficiente para temer que viniese una inminente corrida, temió que su orgasmo fuese precoz, que de repente su semen rebosara su voluntad y empapara las bragas de su hermana. La sola idea hacía que en lugar de llamar el control, este se perdiera aun más. Pero lo que no entendía es que Petit había comenzado algo, y cuando ella se proponía realizar un deseo, no se detenía. Pero Evant no tuvo la concentración suficiente para tomar las riendas del asunto; la idea que tenía era profética, así que tras unos cuantos movimientos más de Petit, el orgasmo de él llegó impertinente, y se vino en seguida, con una corrida potente que mojó en seguida su propio vientre y la tanga blanca de su hermana, que sintió la humedad en seguida.

—     ¿Qué pasó?— dijo ella bastante divertida por la situación; Evant se sintió avergonzado,

Pero cuando escuchó el tono de la expresión de Petit, se relajó lo suficiente y en medio de sus peticiones de perdón, se percató de algo bueno, su erección no iba a descender ni un poco; sino todo lo contrario, se sentía tan erotizado, tan potente, quería llegar a donde nunca había llegado.

—     ¡Hagámoslo!— dijo Evant excitado.

—     ¡Qué!— dijo ella sorprendida (falsamente o no) — ¿hablas en serio?—.

—     Creo que si. — Quiso decirlo tamizando la situación con prudencia.

Ella no dijo nada más, lo hizo simple: se quitó su suéter, lo lanzó hacia el piso, y Evant hacia lo propio, o sea, tragar mucha saliva, una y otra vez. Petit siguió así, desabotonó su blusa blanca, cogió las manos de su hermano y las besó, luego las llevó sobre su sostén y le hizo masajear sus pechos. Ella no esperó, desabrochando su propio sujetador, buscando libertad. Se irguió y Evant desesperado hizo esfuerzo para levantar su cabeza y buscó chupar esos pezones nunca probados. Le supieron a vainilla y a piel blanca, a sudor de ángel, a mujer joven, a hermana preciosa. Y ella lo acogió diciéndole —“bienvenido a mí”—.

Las manos de Evant se sentían inquietas, buscaron ir atrás, buscaron bajar, encontraron la espalda delgada de la niña blanca, descendió Evant por ese camino que se sugería por las formas de esa mujer. La falda colegiala estorbaba, pero Evant no esperó a despojar esa prenda, buscó una entrada alternativa, metió sus exploradoras manos por el camino de las piernas de la rubia, y apartando con sus dedos atrevidos el pedazo de tela blanca, alcanzó las nalgas suaves del trasero de Petit, la apretó con fuerza, le hacía el amor a esa piel acariciando profundamente con los dedos. Pero entonces, ella se levantó, se bajó de la cama, y Evant, alarmado tuvo miedo, pensó que quizás se había sobrepasado, pensó que había tocado alguna fibra sensible prohibida; que alejadas estaban esas temerosas cavilaciones  de los verdaderos pensamientos e intensiones de Petit. Ella sólo se apartó un poco desesperada, aborreciendo la ropa que aún le cubría. Se quitó la falda, se quitó los zapatitos, se quitó las medias, ¡casi tropieza!, qué afán sentía, le urgía el calor de su hermano. Mientras a Evant se le prendía la bombilla, o más bien, quería prender una bombilla, no se iba a perder la desnudez de su hermana. Encendió la pequeña lámpara de la mesita, y en seguida el juego de luces y sombras incidió sobre las curvas de Petit, y esa imagen atacó profundamente la mente de Evant. Esas tetas firmes y de pezones claros, esa diminuta cintura, y las piernas largas para la poca estatura que tenía esta chica, quizás se veían así por que eran delgadas, y por eso se mostraban estilizadas. Entonces Petit se dirige de nuevo sobre su cómplice, levanta su pie izquierdo en el aire y lo pasa por encima de Evant, lo monta y eficazmente acerca su vulva depilada limpiamente justo sobre el cuerpo del pene de quien yace acostado. Evant nunca pensó que eso ocurriría, en la cabaña, un par de años atrás, ella, aunque le regaló a su hermano la redondez de su trasero, ofreciéndole las profundidades y la estreches de su hendidura anal, estaba segura de que no le permitiría probar la calidez y humedad de su vagina. Pero quizás ocurrió eso porque tenía destinada su virginidad a alguien más; pero como esa experiencia ya la había cruzado, no tuvo reparo en ofrecerle ahora, a su caliente hermano, las entrañas de su libidinal coño. Fue ella misma quien agarró con sus manos blancas, el miembro filial, y tras un par de intentos, ayudó a introducir ese pene, que se deslizó presuroso dentro de ella. Y él, casi se muere de placer.

Evant recordó que aún había semen en su pene, pensó con miedo en que pudiera haber la posibilidad de dejarla embarazada, pensó en un condón,  pero pobres pensamientos, pobres y débiles pensamientos. El placer era sumo, y las penetradas vibrantes y vertiginosas, voluptuosas y lubricadas. Ella era liviana y jugaba con ese poco peso, se levantaba varios centímetros evitando que la verga dura se saliera completamente, y volviendo a adentrarla en su corta profundidad. A Petit se le caían los cabellos sobre su rostro, su boca abierta jadeaba y se entreveía entre los hilos dorados a la luz de la lamparita. Las tetas se bamboleaban y tras cada balanceo Evant desmayaba un poco, bajaba su mirada para concentrarse un poco en el control, miraba el ombligo de su hermana, y era una dulzura sutil y pequeña, entonces veía más abajo, y cuando veía como las venas de su pene se perdían entre los labios de Petit, la desesperación cobraba fuerzas, quería llenarla, llenarla a toda costa. Ella presintiendo lo que podría pasar se detuvo, esperó a que Evant tomase un respiro, y tras medio minuto que él agradeció, ella se dio vuelta y en la misma posición de Evant, ella misma introdujo de nuevo el falo de su hermano. Evant pensó que necesitaba más tiempo para recobrar la compostura, esas nalgas que se cerraban y volvían a separarse mientras ella levantaba el culo al aire, habrían hecho que se viniera sólo con mirar. Él podía ver plenamente los lugares más ocultos de ella, él quería levantarse de golpe y sacrificar aquellas embestidas con tal de probar esos labios, meter la lengua hondo, y besar cada centímetro de esas partes que ya no eran tan secretas. Continuaron así unos deliciosos minutos, Evant acariciaba las pequeñas plantas de los pies de Petit, y le recorrían cálidos temblores por las piernas hasta llegarle al centro de su pecho.

Entonces el plan previo le pudo más, agarró a Petit del culo para que ella se detuviera en sus vaivenes, él se acomodó bien, retirándose hacia atrás, se acercó a ese corazón formado por las dos bellas nalgas y se deleitó con los sabores de esa piel, de esa vagina jugosa, de ese pastel de lujuria, lamió cada hendidura, y Petit con aquellos húmedos besos se vino, su orgasmo le llegó con un hermoso temblor en su abdomen que le bajaba hasta las piernas. Y Evant teniéndola allí a ella en la posición favorita de muchos, la cogió de las caderas y la embistió con muy poco control sobre sí mismo. La llenó en seguida de su leche, descansó su tórax en la pequeña espalda de su hermana y le agarró las tetas, continuado en lo que estaba, metiendo su pene en esa vagina favorita y chorreante. Como si intentase asegurarse que sus propios líquidos llegaran seguros hasta el pequeño útero, ese de su queridísima hermana. Entonces ella chilló, y en medio de algunas palabrotas, se desesperó y se dejó llevar por su segundo y potente orgasmo que hizo que le flaquearan las piernas, haciéndola recostar finalmente cansada y rebosante de satisfacción. Pero Evant no decaía, siguió sobre ella, que parecía sin ninguna fuerza, siguió penetrándola, mientras le agarraba las nalgas, jugando y deleitándose con ellas. Así hasta que su pene descansó, se dejó caer sobre ella y sintió que un sueño agradecido lo invadió, y allí mismo se quedó, dormitando en momentos sin tiempo.

Y como si un karma sobreviniera a momentos así, se sintieron las llaves que entraban en el cerrojo a la entrada de la casa, era ya de noche, y los señores de la casa habían llegado. Evant despertó en seguida, se apartó de su hermana, ella saltó rápidamente de la cama, recogió lo que pudo de su ropa y así, aun estando desnuda, salió del cuarto corriendo, y por el pasillo llegó veloz a su propia habitación y se encerró. Y lo propio hizo Evant, quedando allí, a solas, escuchando a sus padres hablar mientras subían las escaleras, las bragas de su hermana reposaban húmedas con las manchas del semen de Evant, allí, justo en la almohada, adornando finalmente la escena.

Alicia Wonders