Eva y yo II

Volvemos a vernos con María y Ramón

Cita en Riaza

A las 5 en punto entrabamos ambos por la puerta, hicimos la maleta y en 20 minutos salimos hacia nuestro destino. Llegamos sobre las 7, ya de noche y con bastante fresco, la casa estaba fría y empezamos a prepararla. Encendimos la calefacción y la chimenea, cogimos algo de abrigo y nos fuimos a dar un paseo y tomar un par de vinos mientras se calentaba.

Nos sentamos en una esquina del mesón del pueblo, cerca de la chimenea. Con una copa de vino, comentamos la noche anterior. Eva estaba radiante. Aunque nuestro grado de sincronización es muy elevado, el nivel al que habíamos llegado era impresionante, nunca habíamos estado tan compenetrados. Ambos estábamos felices, no podíamos encontrarnos mejor juntos ni más unidos. Estábamos deseando volver a repetirlo, pero claro, estas cosas no se planifican. Simplemente salen.

Después de un silencio, Eva me preguntó qué me había dicho Ramón, estaba convencida de que tenían algo que contarnos o enseñarnos, porque María había sido muy directa en su proposición de quedar el fin de semana y dejando poco hueco a un aplazamiento.

Nada, le contesté. Que habíais hablado y quedado mañana. Que cómo hacíamos. No le des más vueltas, nos enteraremos mañana.

Es que me mosquea, me ha llamado María esta mañana y me ha preguntado si tomábamos ella y yo una copa esta tarde, que Ramón iba a salir tarde. Le he dicho que nos veníamos al pueblo esta tarde y me ha parecido que se alegraba. No acabo de entenderlo.

Bueno, olvídalo. Ahora estamos solos y no me apetece compartirte, quiero disfrutar contigo, besarte y mimarte.

Eva me miro con los ojos brillantes, sonriendo de oreja a oreja, me cogió la mano y con una voz dulce y melosona me soltó:

¿Sabes qué me apetece a mí?

Hummm no.

Me apetece que tomes el control y me obligues a hacer “cositas”, esas que nos ponen a mil. Esas que a mí me da vergüenza contarlo y aún más hacerlo, pero que, cuando me obligas a hacerlo, me ponen más cachonda que una puta en cuaresma.

Me revolví en el asiento, le di un trago al vino, eché un vistazo al mesón a ver qué posibilidades ofrecía y me volví hacia ella. Eva se estaba levantando, fue hasta la barra y trajo la botella de vino.

Si me vas a someter, necesito desinhibirme un poco antes.

Me dijo mientras servía más vino en las copas.

Vale, pero no te voy a dar a elegir esta vez. Vas a ser mi perra sumisa. Harás todo lo que te diga, sin rechistar ni protestar en absoluto. Si lo haces te castigaré y no te va a gustar el castigo.

Muy bien, mi amo, tus deseos son órdenes para mí, desde este mismo instante y hasta que me liberes, cuando tú decidas que lo merezco.

Me tenía sorprendido, estaba desatada, no había puesto ni una condición. De hecho, se comprometía a ser mi esclava hasta que yo la liberara. Uf ¡Qué subidón!

Bueno princesa, visto tu estado llevaremos tu sumisión hasta un nuevo límite.

Amo, solo llamarte así y tu promesa de dominarme y someterme, ya me tienen fuera de mí.

Llevaba puestos unos vaqueros con unos zapatos de medio tacón (unos 7 centímetros) lo que le permitía andar con comodidad. Se había puesto una camisa blanca mía, con los puños remangados, una americana de lana abierta color teja y una pasmina en tonos ocres. La verdad es que estaba preciosa, mostrando esa sonrisa suya, arrebatadora. Contuve mi impulso de echarme encima de Eva y comermela a besos. En cambio, tiré de su nuca hacia mí y le besé en la boca, metiendo mi lengua hasta el fondo de su garganta. Le sujeté por el pelo, le obligué a bajar la cabeza mirándome hacia arriba y separándome un poco le espeté:

Perra mía, no se te ocurra desobedecerme. Estoy desenando castigarte, no me des motivos para hacerlo.

Si, amo.

Ve al baño, y quítate toda la ropa que puedas de manera que aún puedas pasear por la calle. No puedes tardar más de 3 minutos.

Tomó un trago de vino y se levantó, hizo una genuflexión respetuosa a su amo y se fue. En dos minutos estaba de vuelta. Tenía puestos los vaqueros y la americana. Se había quitado las medias, el sujetador y la camisa, en ese momento supuse –como confirmé después- que tampoco tenía bragas.

La americana hacía una pequeña bolsa al abrochar los dos botones que tenía, lo que hacía que el escote en pico de la misma –ya de por sí bastante bajo- dejara ver una generosa parte del pecho izquierdo. Estaba radiante y sus ojos brillaban de una forma extraordinaria.

¿Mi amo está satisfecho?

De momento, sí.

Charlamos de cosas insustanciales cinco minutos más, mientras apurábamos las copas de vino y nos preparamos para salir.

Acércate a pagar y luego vienes a buscarme. Cuando vengas hacia aquí quiero te abras la chaqueta y me enseñes las tetas. No cerrarás la chaqueta hasta que yo te lo ordene.

Si mi amo.

Fue a pagar y al volver, se paró delante de mí y se abrió la chaqueta, dejándola abierta para que yo pudiera observar bien su torso desnudo. Los parroquianos del bar estaban todos a su espalda por lo que no había peligro de escándalo, salvo por una pequeña ventana detrás de mí que daba a la calle.

Le ordené que se acercara un poco más y le agarré un pezón. Lo apreté hasta que gimió, separándose un poco.

Vuelve aquí. Ofréceme el pezón de nuevo.

Lo hizo y se lo volví a apretar. Esta vez aguantó el dolor sin moverse.

Ciérrate la chaqueta y vámonos. No te abroches los botones. Mantén la chaqueta cerrada únicamente con las manos.

Salimos a la calle y comenzamos a dar un paseo.

Busca un sitio en el que me puedas enseñar el conejo. Tienes 2 minutos.

Zigzagueamos por unas calles estrechas y llegamos a un callejón sin salida. Miró hacia arriba, no vio a nadie y comenzó a desabrocharse el vaquero. Tras un último vistazo se bajó el pantalón hasta las rodillas y separó las piernas. Yo me quedé observando, no podía más, me estaba poniendo a mil. Metí mi mano entre sus piernas y acaricié la vulva, rozando los labios externos y dándole pequeños tironcitos del poco vello que tiene en la zona. Eva estaba chorreando, caliente como una perra en celo. Gimió y tembló en mis manos. Me vuelve loco que se muestre desarmada y totalmente entregada a mí.

Amo, soy toda tuya y te obedeceré en todo lo que me ordenes, pero si seguimos aquí parados vamos a dar el espectáculo del año en el pueblo.

Súbete los pantalones pero deja la cremallera bajada y vámonos.

Seguimos andando por la calle cogidos de la mano, me encanta estar en contacto permanente con ella. De repente tiré de ella y me metí en una tienda, el tirón hizo que su mano soltara la chaqueta y quedaran las tetas al aire. Se puso toda roja mientras se tapaba y miraba alrededor para comprobar si nos habían visto. Todo controlado.

Entramos en la tienda y la llevé al fondo, cruzando de pasillo en pasillo. Por fin llegamos a la parte de mascotas y ahí me paré. Cogí un collar de perro de dos centímetros de ancho con dos anillas opuestas para enganchar la correa.

Pruébatelo

Me miró con sorpresa, pero inmediatamente sus ojos relucieron y se lo puso. Cerró el collar, le quedaba bastante ceñido, con un dedo de margen entre el collar y su cuello. Cogí cuatro collares similares pero más pequeños.

Póntelos en las muñecas y en los tobillos y vámonos.

Pero amo….

Vamos

Llegamos a la caja.

Enséñale lo que nos llevamos.

Con una mano señaló el collar del cuello, mientras sujetaba la americana cerrada sobre sus pechos. Levantó un tobillo y luego el otro. El chino alucinaba. Cuando fue a señalar los collares de las muñecas se le soltó la chaqueta y ambas tetas quedaron semivisibles. El chino se desconcertó del todo, nos cobró 10 euros y nos gritó “Vuelvan plonto, tan plonto como quielan” mientras salíamos partidos de risa.

Me paré de golpe.

Vuelve y compra cinco correas de cadena y diez mosquetones, se nos han olvidado, pero no le enseñes las tetas otra vez al chino.

No, amo noooo.

Si protestas, serás castigada. Entra.

Entró de nuevo en la tienda, con su mejor sonrisa le dijo al chino que le faltaba la correa y él salió detrás del mostrador corriendo, ofreciéndose a ayudarle.

En dos minutos estaba fuera, colorada como un tomate.

No voy a poder poner los pies en este pueblo nunca más.

Le cogí por la cintura y le besé mientras le metía la mano por la cremallera. Gimió otra vez y me pidió que nos fuéramos a casa, que haría todo lo que yo quisiera.

Vuelve a entrar y busca un abrigo largo. Si es posible hasta la rodilla pero al menos que te tape el culo. Si protestas otra vez irás desnuda hasta casa.

Le di un azote en el culo y le empujé hacia la tienda.

Salió a los cinco minutos, con un par de abrigos a ver qué me parecían, Uno hasta medio muslo y otro casi hasta los tobillos.

El de medio muslo era de lana, discreto y con un cinturón. El largo era una mala imitación de visón con el último botón a la altura de la cadera.

Finalmente nos quedamos con el tres cuartos, comenzamos a andar otra vez y a mitad de calle, le dije que se quitara la americana y se pusiera el abrigo. Un minuto después yo tenía la americana en mis manos y Eva tenía el abrigo puesto.

Eva, ahora quítate los pantalones.

Me miró, y se quitó los pantalones dándomelos. El abrigo le llegaba a medio muslo y ella se encontraba cómoda. Metí la americana, los pantalones, la camisa y su ropa interior en la bolsa que nos había dado el chino y empezamos a andar.

Amo, las correas de los tobillos ahora se ven mucho.

Simulé que me ataba un zapato y metí mi mano entre sus piernas. Mi dedo índice entró en la vagina y apreté el gordo contra su ano. Dio un respingo y se movió.

Uuuuffff!

Terminemos nuestro paseo cariño, a ver si nos calmamos.

Pasamos por un par de tiendas en el pueblo, compramos algunos suministros básicos (leche, pan, mantequilla, algo de fruta, vino, whiskey y un poco de fiambre y queso para cenar) y nos fuimos hacia casa.

El paseo con Eva, medio desnuda a mi lado y cogidos de la mano, fue fantástico. Estábamos tan sintonizados y tan ensimismados en nosotros mismos que ni oíamos los cascabeles de los collares que llevaba y sonaban a cada paso que dábamos.

Le solté la mano y le cogí por los hombros, ella me abrazó por la cintura y se apretó contra mí. Estábamos súper a gusto, felices. Fuimos andando despacio y tranquilos hacia casa.

Al llegar, notamos el calor que ya se había expandido por toda la casa. Dejamos las cosas que habíamos comprado en la cocina y subimos al dormitorio. Eva que me llevaba de la mano, me señaló la bañera y sonriendo propuso ¿Un baño?

¡Hecho!

Ve poniendo el agua. Vengo en un minuto.

Dejé correr el agua hasta que salió caliente, puse el tapón, eche un puñado de sales minerales y salí. Volví con unas velas, las repartí por el baño aprovechando el espejo para reflejar la luz. Salí otra vez y me desnudé.

¡Cariñooooo!

Ya voy.

Me metí en la bañera y ajusté la temperatura.

Entró Eva, se acercó por detrás de mí y me besó en la boca. Al mismo tiempo dejó algo en el suelo. Se levantó, se puso frente a mí y se quitó el chaquetón quedándose desnuda sobre sus zapatos de tacón. Se los quitó y se metió en el agua sentándose entre mis piernas y recostándose sobre mí. Le abracé y agarré por los pechos, tirando de ella hacía mí. Eva se giró y nos besamos.

Baja la mano con cuidado y coge la copa que he dejado en el suelo.

Hice lo que me decía y apareció una copa de whiskey con coca-cola para compartir. ¡Genial!

Retozamos en el agua, nos besamos y acariciamos mientras nos tomábamos la copa, cuando el agua empezó a enfriarse salimos de la bañera. Cogí una toalla y me agaché a secarle las piernas y los pies. De rodillas delante de ella, llevé su pierna derecha para que la apoyara en mi hombro. Comencé a secarle la pierna y fui subiendo poco a poco por el muslo. Al llegar al pubis le pedí que cambiara de pierna. Cuando llegaba al final del muslo izquierdo, le agarré con ambas manos los cachetes del culo y tiré de ella. Comencé a lamerle la vulva con cariño y suavidad, gimió y se echó para atrás para apoyarse en la encimera del baño. Abrió un poco más la pierna izquierda apoyándola en el borde de la bañera. Esto me permitió acercarme un poco más y traspasar sus labios exteriores, sorbiendo los jugos que ya estaban allí esperándome.

Gimió, se dejó resbalar y se tumbó en el suelo, comencé a subir por su vientre besando y lamiendo todo a mi paso. Disfrutando de la visión de su cuerpo desnudo a la luz de las velas. Eva se retorcía de placer mientras la luz temblorosa dibujaba su sombra en la pared.

En un momento entré en ella, gemimos y nos retorcimos juntos y acabamos en un orgasmo salvaje que nos dejó exhaustos.

Me eché a un lado para que no tuviera que soportar todo mi peso, recostado en su pecho, viendo subir y bajar sus pezones mientras recuperaba el aliento. Una vez calmados me erguí sobre un codo, la admiré, fantástica en su desnudez, sonriente, relajada, bellísima. Le besé con devoción, sintiendo un inmenso amor por ella y un gran agradecimiento por ser como es y quererme de esa manera que me hace tan feliz.

Le ayudé a levantarse, le di su albornoz, me puse el mío y nos bajamos al salón, encendimos la tele y nos acurrucamos en el sofá, ella muy pegada a mí, como fundiéndonos.

Pasamos un rato viendo la tele, besándonos y acariciándonos a ratos, buscando mantener la sincronización y el sentimiento de unidad que teníamos tan interiorizado después de los últimos días. Al final, nos subimos a la cama ya vencidos por el sueño, nos quitamos los albornoces y nos dormimos abrazados, con una sonrisa en la cara.