Eva y los círculos viciosos: Primer círculo
Eva ha entrado en la cuarentena. Ahora ha decidido entregarse a los círculos viciosos.¿ Autodestrucción o conocimiento?
( Advertencia : esta es la recopilación de los relatos anteriormente publicados)
Siempre se espera un principio, la lógica que nos situe en los hechos. Se espera que la razón se extienda en cada acto de nuestras vidas. Sin embargo el juego carece de esa lógica. Basta querer jugar en ese momento, lanzar los dados, dejar correr la ruleta, entregarse a esa emoción morbosa que abre los sentidos. Ya no existe la razón, la inercia del caos y del morbo se han apoderado de la vida. Me llamo Eva tengo 43 años. y me lancé a jugar en los Círculos viciosos.
El primer círculo : Marta
Trabajaba en el consultorio médico del barrio, y más de una vez habíamos coincidido en la cafetería de enfrente, o en el gimnasio. Nos conociamos de vista, de saludarnos, y poco más
Se llamaba Marta, tenía 32 años aunque parecía más joven, tenía aspecto de marisabidilla, con una voz un poco aflautada, y algo retórica en sus palabras. Pero era simpática y tenía tras sus gafas un fuerte atractivo. Aquella mañana estaba la cafetería repleta, los estudiantes de la escuela de ingeniaría cercana habían ocupado casi todas las mesas, menos la mía. La ví entrar, primero intentó sentarse en uno de los taburetes de la barra, luego decidida se acercó a mi mesa, ¿te importa?, esto está imposible. Nos presentamos, Marta, me dijo amable, Eva me presenté. Fue una conversación de circunstancia, algunas preguntas, el tiempo, aquellos estudiantes algo salvajes.
A partir de ese día empezamos a sentarnos juntas, tomamos confianza, fuimos haciéndonos amigas. Hablábamos de ropa, de tiendas, del trabajo, de las novedades del barrio. Alguna vez coincidimos en el gimnasio, ella siempre estaba acompañada por un grupo de muejeres del barrio, nos salúdábamos, ella siempre me invitaba a unirme al grupito, pero una vena individualista me alejaba de esa vida social que no me apetetecía.
Como no podía ser de otra manera la relación se fue estrechando, empezamos a ir de compras los sábados por la mañana, al cine, al teatro. A veces nos reuniamos con mis amigas o con sus amigas, pequeños grupos, pero en general nos gustaba estar a solas. Una noche salimos de copas, ni ella ni yo bebiamos así que contemplamos la noche aún sobrias. Nos reiamos de los disparates, de cada movimiento envolvente de grupos hacia grupos, de ese ir y venir siempre excesivo que tiene la noche. No hubo sorpresa, las dos sabiamos cómo acabariamos. Cuando pasamos por delante de su portal, casi ni hizo falta la invitación. Nos miramos en el ascensor, en parte yo iba algo avergonzada, pero ella miraba sonriente descarada. No hubo esa escena de apasionamiento, de besos en el pasillo, de ir cayendo la ropa entre abrazos y muestras de pasión. Ella estaba tranquila, fria. Pasamos a un salón enorme. Apenas si tenía muebles. Un televisor, un sofá, una butaca y una mesa de café. En la pared un cuadro de gran tamaño, algo vulgar en el trazo con un exceso e color quería reperesentar una ciudad moderna. Una estantería contenía unos cuantos libros en su mayoría best sellers, y algunos de medicina, seguramente de la carrera. En una de las estanterías una foto de un grupo de chicas, mujeres con la Torre Eifel al fondo, algunos rostros me eran conocidos, vecinas del barrio. Marta se sentó en el sofá. Yo curioseaba entre los libros.
- Cuando termines de curiosear te puedes quitar la ropa,- me dijo en tono entre conciliador e imperativo.
Por un momento me sentí confundida. Podría haber pedido una explicación. Pero no cabía tal, estaban claras las palabras. Me alejé de la estantería y me coloqué frente al sofá. Marta con la mirada ordenaba. Comencé a quitarme la ropa. La falda, la blusa, las medias, el sujetador, la bragas. No sentía vergüenza pero sí un estado de confusa excitación. Con una seña me hizo girar para observar el culo.
- Ven aquí, de rodillas.
Me coloqué frente a ella de rodillas, me tomó por la cara con las dos manos. Me besó suavemente en las mejillas y luego en la boca.
- Eres hermosa, me dijo.
Pasó su mano por mi pelo, por la cara, al rozar mis labios besé su mano, que siguió deslizándose hasta alcanzar los pechos, acariciarlos, pellizcar levemente los pezones. Me tomó de la mano y me llevó hasta el cuarto.
- Quítame la ropa, me dijo en un gesto autoritario.
comencé a desvestirla, primero la blusa y el sujetador, después la falda.
- Las bragas con la boca, me dijo con una sonrisa
Me coloqué de rodillas y empecé a bajarla la bragas con la boca, costaba trabajo y me tenía que mover alrederor, al final puede hacerlo.
- Veo que eres habilidosa.
Me dijo mientras se tumbaba en la cama con las piernas abiertas
- Vamos al pilón
Me extrañó esa vulgaridad,una vulgaridad que me rebajaba, que me envolvía en una ordinariez tan deleznable como morbosa. Me acerqué, la lamí los pies, y fui subiendo por la pantorrilla, los muslos, mi lengua recorría cada uno de sus rincones, la vulva, los labios, el clitorix, los alrededores, mis dedos se perdían en el interior de su sexo. Después de un rato noté que un líquido viscoso manchaba mi cara y mis labios.
- Has estado muy bien , me dijo pasándome una pañuelo de papel por la cara. Ahora vístete y vete, estoy muy cansada, dijo , apaga la luz si no te importa.
Me vestí deprisa entre el enfado y la vergüenza. La calle estaba en silencio. Solitaria, caminaba deprisa entre la indignación y el morbo de haber sido tratada como un objeto, como una simple muñeca sexual. En mi cabeza se iban repitiendo las imágenes casi humillantes de aquella noche. Según pasaba el tiempo el enfado dejaba paso a una excitación incomprensible. Tumbada en la cama, entre lágrimas de indignación, dejé caer el pantalón del pijama hasta los tobillos.
Dos
El lunes esperaba encontrarme, como era habitual, con Marta. Pero no apareció. Pensé que su comportamiento la avergonzaba o tal vez había sido algún tipo de despedida, de demostración de desprecio. El martes tampoco apareció, pero Celia , la simpática y regordeta camarera colombiana, me entregó un sobre. Lo abrí, era un tarjetón con el nombre de Marta y una dirección. Escrito a mano El jueves te espero a las 19,00 horas, en esa dirección. Me sentí aún más humillada, manipulada, sin más explicaciones, como si fuese su criada.
Durante esos días no podía evitar los cambios de humor y de opinión. Indignación, curiosidad, morbo, todo se mezclaba . En poco tiempo mis convicciones cambiaban. Ir o no ir ese era el dilema que rondaba mi cabeza pero sobre todo en mi cuerpo. El jueves estaba decidida a no ir. No podía, pensaba, dejar que jugasen conmigo. La dignidad, el orgullo. Según se fue acercando la hora empecé a flojear. Tomé el metro, no estaba lejos, apenas tres estaciones. Llegué veinte minutos antes. Era una clínica que se levantaba en un edificio de nueve piso. Di una vuelta a la manzana aún pensando qué hacer. A la hora entré, y me dirigí a recepción, una chica joven me atendió.
¿Tenía hora?
Creo que sí, dije sin mucha convicción.
Miró el ordenador, y negó con la cabeza, no está en la lista. Pensé en marcharme, pero si estaba allí era para averiguar algo y no quería irme.
- Podría llamar a la doctora , dije con convicción
La chica llamó y habló unos segundos.
- Suba a la tercera planta, sala 10.
La planta estaba desierta, la mayoría de las salas estaban cerradas y el pasillo permanecía en penumbra. Entré en la sala 10 y me senté. Esperé un rato, hasta que Marta sonriente salió. Me ayudó a quitarme la chaqueta. Me besó cariñosa en las mejillas.
- Ven quítate los zapatos y pasa aquí, ahora estoy contigo.
Era una sala grande acolchada tanto en el suelo como en las paredes.Hacía calor, estaba vacía, sin muebles, permanecí de pie.
Marta entró con una silla y la dejó en el centro. Se acercó hasta mí . Me rodeó mirándome. Deslizando su mano por mi cuerpo.
- Ahora tendrás que elegir . Me dijo casi susurrándome al oído. No te quiero ni como amante, ni como amiga. Si aceptas, serás mía. Te usaré a mi antojo. Tu misión sólo será obedecer y complacerme. Te enseñaré el camino de la obediencia. A aceptar con agrado la humillación, el castigo. Tu entrega, tu dolor será mi placer. Sólo serás libre en la esclavitud. Si no aceptas no nos veremos más.
Cada palabra se iba metiendo en mi cabeza, la aceptación, el deseo, el morbo, contra el rechazo. Estaba paralizada. Aún oía sus susurro, notaba en mi nuca su aliento. Un escalofrío de placer y miedo recorría mi cuerpo.
- Ahora puedes irte, si aceptas el próximo jueves a esta misma hora.
Me acompañó hasta la puerta y volvió a besarme en la mejilla mientras sonreía.
Tres
La semana pasó tensa, agitada. Sería verdad qué solo en la esclavitud sería libre. Repasé los últimos años. Nada en mi vida personal había ido bien. Sexo circunstancial, tan monótono como decepcionante. Relaciones resueltas siempre antes de tiempo, una imposibilidad de alcanzar la satisfacción necesaria para seguir con cierta alegría la vida. Pensó en aquella noche, hasta ahora la única con Marta. Repasé las escenas como en una película. Me veía desnuda frente a ella, de rodillas arrastrando sus bragas con la boca, lamiendo sus pies, sus muslos, su sexo. La mirada de satisfacción de Marta mientras me limpiaba con el pañuelo. Recordé esa noche sus dedos rebuscando el placer solitario de su sexo. Lloré sin saber si era de rabia o de placer. No, no era una broma, en el pasado ya había vivido momentos como ese. No, no era un abroma. Ahora tendría que decidrse, no podía huir como en el pasado.
En el metro permanecía tan ausente que me pasé de parada. Casi como una autómata di la vuelta y esperé en el andén un nuevo convoy.
En recepción estaba la misma chica que la otra vez. Cuando me vio sonrió, y directamente llamó a la doctora. Sala 10 .
Cuando llegué me estaba esperando Marta en la puerta. Cerró la puerta de la sala y la dejó en penumbra.
- Quítate la ropa, siéntate y espera que te llame. Dijo en tono autoritario
Me desnudé y me senté en una de las sillas. Esperé un rato, en las sombras, sentía vergüenza y frío. Se abrió la puerta. Marta estaba con una bata de médico blanca.
- Pasa.
Me levanté y por intuición alcé las manos con la intención de taparme los pechos. Marta se rio.
- No seas simple , coloca las manos detrás de tu nuca, erguida, y camina.
Marta se sentó en su mesa. Enfrente con las manos detrás de la nuca estaba yo desnuda. Ella me miraba escrutando cada parte de mi cuerpo.
Abrió el ordenador.
Te haremos la ficha, Nombre
Eva
Edad
42
Me pesó, me tomo las medidas con una cinta de modista. Luego abrió la puerta de la sala acolchada del otro día, pasa y espera me dijo.
Me coloqué en el centro mi cuerpo . Estaba confundida. Allí , con las manos detrás de la nuca, en una posición indefensa en que me mostraba completamente sentía ganas de huir, pero también esperaba expectante a saber cómo iría todo.
Marta entró portando un asilla que colocó en el centro de la sala.. Se se sentó y con un gesto me ordenó acercarme.
- Ponte de rodillas. Las manos en la espalda.
Obedecí. De cerca noté que debajo de la bata no llevaba nada. Eso aún me excitó más. Con las dos manos me cogió la cara. Me acarició el pelo. Pasó su mano por mis pechos.
- Ahora tengo que amaestrarte ,amoldarte a tu nueva condición.
Asentí con la cabeza. Me hizo poner de pie. Y me fue enseñando las distintas posturas, de espera ,de marcha, caminar a cuatro patas, erguida, en posición para ser penetrada, repetíamos cada posición y a cada equivocación me corregía con una palmeta de cuero que portaba.
- Aprendes rápido, me dijo mientras me daba unas palmaditas en el culo.
Avanzó hasta la silla, se quitó la bata quedándose desnuda. Se sentó en la silla, y con un gesto me ordenó acercarme.
- De rodillas
Marta abrió las piernas y me colocó en el centro. Hacía calor y las dos estábamos sudando. Me pasó la mano por la cara, despacio primero, como una caricia, luego sin esperarlo me abofeteó varias veces.
- Ves, puedo hacer contigo lo que quiera, me dijo sonriendo.
Me sentí confundida, pero asentí con la cabeza.
- Ya sabes lo que tienes que hacer, me dijo pasando su mano por sus sexo abierto, y recorriendo mis labios con su mano
Me arrastré hasta alcanzar sus pies, los lamí con detalle, cada dedo, el empeine, Marta me iba corrigiendo con pequeños golpes de la palmeta. Entonces mi lengua se movia generosa y aplicada. Levanté la mirada, vi como Marta se masturbaba
- Vamos, lo he dejado bien jugoso , no pierdas el tiempo.
Acerqué mi boca hacia su sexo, estaba húmedo y caliente. Marta me cogió del pelo y me levantó la cabeza, me pasó un dedo viscoso y húmedo por los labios.
- Quiero lametones, grandes y húmedos. No me obligues a castigarte
Me coloqué frente a ella, y comencé a lamerla con toda la lengua, fuertes y amplios lametones. Me tomó del pelo levantándomme la cabeza. Me abofeteó con fuerza, noté que mis carrillos se ponían calientes.
- Saca bien la lengua, quiero notarla entera.
Saqué todo lo que pude la lengua y seguí dando fuertes y amplios lametones de arriba abajo, por los labios, dejando que la lengua entrara en su sexo. Después de un rato, me levantó la cabeza. Estaba seria.
- Lo haces muy bien. Ve a lavarte, vístete y vete. El próximo Jueves a la misma hora.
Cuatro
El aprendizaje solo consiste en interiorizar y acabar repitiendo de forma mecánica lo que se aprende. Los primeros días repetiamos ceremonias, actos, palabras. En esas semanas fui azotada con distintos instrumentos, pinzada, lamía su sexo, su culo, aprendí a manejar eficazmente los dildos.
Repetía cada acto hasta que salían casi perfectos, me convertí en palabras de Marta en una eficaz muñeca sexual, en una eficaz esclava. Ese jueves me había anunciado que sería el último día de aprendizaje. Llegué a las siete como siempre. En la sala acolcahada había una novedad, en el centro una camilla algo preparada con correas para atar. Me tumbé,me ató los brazos por encima de la cabeza y las piernas en alto muy separada. Mi sexo y el orificio del culo quedaban a la vista.
Hoy te desvirgaré
Hace tiempo que no soy virgen, dije sorprendida
Cuando acabe te convencerás de que lo eras.
Oí como Marta se colocaba unos guantes de latex. Estaba nerviosa, no era esa la postura más relajada. Enseguida noté que se humedecía mi sexo, bañado en un líquido lubricante. La mano de Marta empezaba a moverse con suavidad frotándome el sexo, despacio, por los labios, por la vulva, abriéndolo, acariciando primero con suavidad luego presionando alrededor del clitorix. Mi cuerpo estaba tenso, excitado, no podía controlarme . El placer alcanzaba un grado tal que por momento creía que iba a desmayarme.
No tardó mucho en centrarse en abrir mi sexo, primero introdujo dos dedos, entraban y salían con facilidad gracias a la lubricidad. Los giraba y los abría en forma de tijera. El coño se abrío aún más cuando noté los nudillos penetrando, parecía que me fuese a romper. Oía mis gritos, pero el dolor no cesaba. Marta frotaba el clitorix con la otra mano, mientras la otra penetraba en mi sexo follándome. Entraba y salía, al primitivo dolor iba dejando paso una sensación rara, confusa entre dolor tensión y placer. El cuerpo se agitaba ,tenso ,nerviosa, estaba agotada, sin fuerzas. Marta siguió, notaba su mano entera penetrando como un falo gigante penetrando mi sexo. Mi cuerpo cayó agotado, sin fuerza, laxo frente a una penetración que ahora empezaba a ser placentera. Durante un rato Marta siguió penetrándome con sus mano, mi cuerpo no podía más el agotamiento lo dejaba inmovilizado. Apenas los gemidos rompían el silencio. Noté que Marta se detenía, el ruido del latex era lo único que oí.
Tenía el cuerpo dolorido del esfuerzo y el sexo sentía una mezcla de placer y dolor. Estaba como ausente como si mi cuerpo se hubiara quedado roto, placenteramente roto.
Marta me desató y me ayudó a ponerme de pie, casi no me tenía, estaba mareada, me dejó caer hasta el suelo y me sentó apoyada contra la pared. Me entegó una botella de agua.
- Ahora recuperate, queda lo mejor.
Me quedé allí apoyada mientras Marta salía.
- Vamos ya has tenido tiempo para descansar.
Oí que me decía, mientras me empujaba hacia el centro de la sala. Me fijé en ella, llevaba un arnés con un dildo mediano.
- Colócate en posición, voy a penetrarte.
Me puse de rodillas, eché el tronco hacia delante dejando el culo levantado y las piernas bien separadas. Las nalgas quedaron abiertas y el orificio del culo bien visible. Sabía lo que me esperaba. Mi cuerpo se tensionó otra vez.
- Relajate o será peor.
Me dio unas palmadas en el culo, hasta que lo pudo relajar.
- Estrecha de culo, te han tomado poco por aquí.
Me aplicó bien de crema lubricante y comenzó a urgar con los dedos, me penetró primero con uno, luego noté que se abría aún más. Pronto algo duro quería abririse paso a trvés de espacio tan estrecho. Marta empujaba, mientras me daba cachetes en el culo, aquel aparato parecía inmenso, entraba como un ariete, hasta que penetró de forma violenta entero. Grité, supliqué. Oí a Marta reirse, mientras golpeó con más fuerza el culo, noté las nalgas ardiendo y un intenso dolor en el culo.
- Vamos no te quejes ya está dentro, es solo el principio.
Dijo riéndose y apretándose con fuerza junto a mí. Entonces comenzó a follarme, aquel aparto salia y entraba abriendo el culo. Marta se paró y lo sacó entero. Noté como separaba las nalgas y examinaba el agujero.
- Bonito agujero. Poco a poco estarás bien preparada.
Me dejó en aquella posición. Notaba el orificio del cuelo exageradamente grande. Permanecí en aquella postura un rato hasta que Marta regresó con mi ropa.
- Levántate puedes vestirte
Me puse de pie estaba sudando y me sentía sucia.
¿Podría darme una ducha, ? pregunté
Esto no es un gimnasio, tendrás que irte a casa oliendo a perra.
Comencé a vestirme.
- Las bragas y el sujetador los dejas aquí, digamos como recuerdo.
Me vestí, bajo la blusa me colgaban las tetas, y el roce del pantalón me irritaba aún más el culo y el sexo. Marta me hizo un gesto para que me acercara.
- De rodillas
Me arrodillé delante de ella. Me acarició el pelo. Me tomó la muñeca y me colocó una pulserita de tela roja con un colgante de plata que contenía la incial M.
- Ves ahora estás perfectamente desvirgada. Todas os creeis que dejáis de ser virgen porque os meten un ridículo rabo en el coño. Habrás comprobado que de eso nada.
Asentí avergonzada , mientra me pasaba la mano por el culo y por las tetas a tarvés del pantalón y la blusa.
- Puedes irte
.Salí del edificio, en un escaparate me vi reflejada estaba horrible, Despeinada y con aspecto descuidado.
Exhibiciones impúdicas
Nunca más me llevó a aquella clínica. Los días comenzaron a ser un poco como antes. Nos encontrábamos en las horas del desayuno y volviamos a ser más o menos amigas, Cierto que todo era diferente. Sabía que ella era mi dueña y que sus deseos debía cumplirlos. Pero también sabía que no me iba a poner en un compromiso allí delante de las vecinas y de la gente del barrio. Los fines de semana me instalaba en su casa. Me gustaba estar con ella. Era cariñosa y cruel. Y nunca sabía lo que podía pasar. Vivía en un piso antiguo que había sido de su abuela. Era un piso antiguo, grande y destartalado de extenso pasillo y con muchas habitaciones. Ella dormía en una cuarto grande con un pequeño gabinete que dejaba reservado para mí, en una cama habatible dormía yo, pendiente de sus llamadas. Tenía una habitación habilitada con un gran espejo por el que podía ver escondida. Pronto aquella habitación entraría en liza.
Los días pasaban y Marta iba endureciéndose cada día más. Nuestra intimidad, nuestra relación fue haciéndose más exhibicionista, menos comprensiva. . La primera muestra fue cuando en unos grandes almacenes me ordenó ir al baño meterme en una cabina y desnudarme. Allí estuve hasta que apareció ella para ver si lo había cumplido. Entonces supe que todo iba a cambiar.
La noche del sábado siguiente salió sola. Llegaré tarde, acuéstate, me dijo casi sin mirarme. Me acosté, y caí en un sueño profundo. Noté que alguien me daba palmaditas en la cara, me desperté. Junto a mí vi a Marta. Vamos levántate tenemos visita.Miré el reloj eran las cuatro de la mañana.
Me levanté estaba aturdida, intenté ir al baño pero Marta me lo impidió.
- Quítate el pijama y vamos
Obedecí caminaba como me había enseñado con las manos detrás de la nuca . Entré en el salón y un griterío empezó,tres chicas amigas de Marta, comenzaron una fiesta particular.
Me colocaron en el centro, me rodeaban, me golpeaban en el culo, en las tetas, me echaban las bebidas por encima de la cabeza.
- A cuatro patas, vamos sobre la mesa
Dijo una que parecía llevar la voz cantante. Miraba a Marta, estaba sentada y lo observaba todo, con gesto serio. Me coloqué encima de la mesa como me ordenaban. Entonces comenzó un verdadero suplicio. Me penetraban con los dedos, me frotaban, me pellizcaban los pezones y las tetas. Me hacían chuparlas en coño y el culo. Me tiraban la bebida por el cuerpo. En un momento no pude más y empecé a orinarme, Todas se rieron, y empezaron a llamarme cerda y puta. Me levantaron y me llevaron al cuarto de baño. Me introdujeron en la bañera tumbada y comenzaron a orinarme encima. Miaraba a Marta que desde la puerta seguía seria obeservándome. En un momenro la oí que decía Basta, podéis iros. Las amigas lo recogieron todo y se marcharon. Yo seguía tumbada en la bañera mojada por los orines de las amigas. Marta regresó y se quedó mirándome.
Nunca te habían hecho nada de esto
Nunca Ama
Siempre hay una primera vez, dúchate y acuéstate yo me voy a dormir.
Me quedé un rato aún el bañaera llorando ante aquella humillación vivida. Luego me lavé y volví a acostarme.
No estoy para juzgar los comportamientos de mi Ama. Si acepté fue porque verdaderamente era libre en la esclavitud. Estos meses con AMrta he encontrado quién era. Pero Marta llevaba una temporada con ciertas obsesiones. Necesitaba verme en poder de otra mujeres. En uno de los cuatro hizo un espacio falso con un gran espejo para poder ver la cama. Era el escenario perfecto.
Comenzó una etapa difícilemente comprensible. Aprovecahando que los viernes yo no trabajaba las jornadas comenzaban los jueves por la noche hasta el domingo por la tarde.
El primer jueves que salimos me dio las instrucciones.
- Quiero que en la cama te portes sin remilgos, ya me entiendes, nada de mojigaterías.
Entramos en un bar de copas, había bastante gente, Marta, observaba desde la barra.
Esa, ¿la ves?
¿La rubia que está con las amigas?
Sí esa
No parece lesbiana, más bien lo contrario.
Ahí está tu mérito. Debes conseguirlo,
Pensé que era una simple excentricidad, nada más que una estupidez. Marta en cambio me seguía expectante. Me acerqué al grupo. No recuerdo bien la excusa para entablar conversación con ella. Seguarmenet había motivos para el comentario. Se llamaba Ana tenía 36 años. Era una chica simpática, algo simple. Esperé y salí con ella. Sus amigas andaban por delante. Intenté invitarla, pero fue imposible,.
Marta estaba enfadada, caminábamos en silencio. Cuando llegamos a casa. Marta comenzó una regañina atroz, jamás la había visto así.
- Desnudate
Me desnudé. Marta abrió el balcón y me hizo salir.
- Colócate
Abrí las piernas y coloqué los brazos detrás de la nuca. Después se fue. Así me dejó hasta que estuvo preparada para acostarse.
- Pasa. Hoy me has decepcionado. Mañana tendrás tu castigo.Acuestate ahora, .
Me acosté así desnuda sorprendida aún de la actiuda de Marta. Temprano, Marta me despertó vamos es hora de empezar a hacer algo.
- Te espero en el salón, me dijo con tono seco y enfadado.
Llegué al salón Marta estaba de pie,
- Desnuda, vamos
Me quité el pijama y me coloqué en posición
- Ayer me defraudaste, confiaba en ti, pero no no supiste hacerlo bien
Intenté disculparme, excusarme pero no hubo manera. Estaba muy enfadada. Fue hasta la cocina y regresó con un mortero,olía a ajo y vinagre. Me ordeno tumbarme en la mesa boca arriba y las piernas separadas. Con los dedos buscó el clitorix. Tomó el mejunje de ajo y los frotó en él, el ardor y el picor fueron casi inmediatos. Luego lo aplicó en el orificio del culo.
- De pie en posición. Ni tocarte. Como vea que te toques te echo a la calle en pelotas.
Permanecí desnuda con las manos detrás de la nuca. Las lágrimas se me caían. La supliqué varias veces, prefería ser azotada o sodomizada. Marta no decía nada. Iba y venía haciendo cosas.
- Las piernas bien abiertas, vamos, como te vea tocarte o cerrar las piernas te mando a la calle, para que te vean todas.
Abrí las piernas, no podía aguantar más, el ardor era tan fuerte que pensaba que saldría en llamas. Me ararstré a sus pies y la supliqué llorando. Ella quedó imperterrita.
- No seas niña, en pie vamos ponte como debes.
Entre lágrimas volví a colocarme, no podía aguantar más. Marta entró y tomándome del brazo me llevó hasta el baño.
- Vamos, al final logras ablandarme
Con una espoja fue lavándome, yo seguía llorando. El chorro de la ducha acabó por aliviarme. Me sequé y Marta me aplicó una crema que me refrescó. Me arrodillé y la besé los pies dándole las gracis.
- Vamos no seas niña, ve y vístete.
La noche del sábado volvimos otra vez a intentarlo. Las amenazas de MArta esta vez si lograron asustarme. Era un local de esos de ambiente. Apenas los había frecuentado, siempre me parecieron demasiado indiscretos. El local estaba cargado de ruido. Una disjockey de aspecto agresivo, mostrando una anatomía repleta de tatoos, animaba a la gente que por momentos parecía perder el control entre las luces y una música monocorde y repetitiva hasta la saciedad. Los cuerpos se movían con el automatismo de quien hace tiempo tomaron una cierta inercia. La tatuada daba consignas invitando a no sé qué insurrección, lanzando proclamas y gritillos que exaltaban a las que ocupaban la pista de baile.
Avanzamos entre la penumbra, hasta un pequeño hueco en la barra. Marta oteaba el paisaje eligiendo la presa. Pronto se fijó en un grupito de muchachas jóvenes .
La rubita aquella, dijo
Pero si no llega a los 25 años, repuse contrariada
Con 25 años ya se sabe manejar
Me acerqué al grupito, me sentía una especie de corruptora de menores. La cosa fue más fácil de lo que pensaba. Era una chica simpática. Se llamaba Lucía, tenía 26 años y celebraban un primer contrato indefinido en una empresa de informática. Charlamos un rato hasta que la música pareció volverla loca. Me arrastró hasta la pista y comenzó una especie de caos de música y movimiento. Ella intentaba animarme con la mirada. En un momento se apartó para hablar con sus amigas. Estas volvieron la mirada hacia mí y se rieron, saliendo después del local. Lucía y yo aún nos quedamos un rato. Acodadas en la barra conversamos un rato, hasta que me decidí a invitarla a ir a casa.
Me fijé en Marta, salió casi al tiempo que nosotras pero enseguida nos adelantó. Cuando entramos en la casa advertí a Lucía de la necesidad de no hacer ruido por la presencia de mi abuela en la casa. Una triquiñuela de Marta para poder echar pronto a la intrusa.
Lucía era una chica rubita de cara de niña buena con unos enormes y hermosos ojos grises. Era más delagada de lo que a principio parecía. Tenái unos pechos pequeños con unos pezones rosados de corola pequeña. Su cuerpo estab terso, y tenía un culo de nalgas firmes y contundentes. Poséia uno de esos cuerpos sensitivos que al tocarlos se encendáin con facilidad. La coloqué delante del espejo y la ataqué por detrás, reflejada veía nuestras caras, y su cuerpo en primer plano. Pasé la mano por sus pechos descendiendo hasta frotar su sexo. Ella se abría generosa, mientras mis dedos hurgaban y la penetraban. La di la vuelta y la besé si dejar de tocarla.
En la cama puede atacarla con más precisión. Su piel olía a colonia barata, algo fuerte. La besé y enseguida se deslizó con su boca por mi cuerpo hasta llegar a mis sexo. Su lengua se movía con agilidad alrededor del clitorix, desplazándose hasta la vulva, los labios, y volver a subir hacia el clitorix que ahora lo introducía en su boca, succionándolo con suavidad. Hacía tiempo que no disfrutaba de tanto placer. Tan joven sabía, sin embargo, bien lo que se hacía. En un momento siguió el camino contrario hasta llegar a mi boca, me besó mientras con su mano me masturbaba . La besé y la giré, mi boca recorrió su cuerpo. Enseguidas e agitó, nervisoa excitada. Apenas mi lengua rozó su clitorix su cuerpo respondió sensible y sexual. Dejé la lengua y comencé con la mano, era más fuerte, más eficaz. Ella arquéo el cuerpo en un momento. No tienes nada . Tomé un dildo y lo coloqué en un arnés.
- Esto es lo que quieres
Asintió con la cabeza y abrió las piernas. Me tumbé y después de lubricarla bien, la penetré con fuerza. Ella gritó, se agitó, se agarraba con las manos al cabecero todo su cuerpo permanecía en tensión y excitadísimo. Giró, y se colocó a cuatro patas sobre la cama. Tenía el culo tenso, redondo y sonrosado. Fue intuición, o simple instinto, pero tomé uno de los látigos de colas y descargué un azote en el culo. Gimió entre dolorida y excitada.
- Sigue, no pares
La di una tanda de cinco azotes. Ella se dejó caer en la cama boca abajo. Me quité el arnés y me tumbé junto a ella.
- Tía ha sido demasiado, qué fuerte, nunca había sentido nada como eso.
Allí al lado la oía jadear, moverse agitada, exhalando esa mezcla de sudor , colonia y sexo.
¿Si quieres repetir?
No tía ha sido mucho ya.
Dejé que se fuese recuperando, hasta que estuviese tranquila.
- No es por nada pero si no te importa deberías irte
Me miró con cierta incredulidad.
-Es por mi abuela, ya sé que es ridículo pero si ve a desconocidos se altera.
Mientras se vestía llamé a un taxi. Cuando salía la ofrecí dinero para el transporte.
¿ Qué piensas que soy una puta ¿
No pero …
Me besó despacio.
- ¿Me llamarás?
Asentí con la cabeza.
Nada más irse fui corriendo al cuarto desde donde Marta había asistido a la representación. Estaba tumbada en un sofá, apenas si una fina bata casi transparente la cubría. Se la veía agotada.
- Ayúdame
Fui hacia ella. Había algún consolador en el suelo, y tenía su sexo demasiado enrojecido.
- Ha sido estupendo
La levanté como pude y la metí en la cama, la di un poco de crema y me acosté con ella. Supuse que no habría podido contenerse, que un exceso de consoladores y frotamientos la habían dejado así. Me tumbe a su lado y la acaricié hasta que se quedó dormida.
A la mañana siguiente Marta estaba de un humor excelente. Mientras desayunábamos me repetía los detalles con tal precisión que parecía asistir a una película de aquella noche. Me alegraba de su buen humor y de que quedase tan contenta pensando que todo aquellos jeugos se le olvidarían.
- Ahora hay que rematar el domingo
Me dijo ante mi sorpresa.
- No es fácil encontrar a nadie un domingo por la mañana, y debemso trabajar con cierta seguridad.
Se quedó pensativa y entonces abrió el ordenador, estuvo tecleando un rato
- Esto es, perfecto, si es posible encontrar a alguna es por aquí
Dio la vuelta al ordenador y me mostró un chat dedicado a lesbianas. Puse algunas objeciones pero sin resultados alguno.
Entré en el chat como eva_madrid. Mucha cháchara , mucha pérdida de tiempo, mucha casada, mucha niñata, gente para novizagos, salidas orales. Una pérdidad de tiempo. Hasta que por fin una coversación que podía dar sus frutos, ambigua_55 tenía sentido del humor, parecía culta y mantenía una conversación entretenida con alguna insinuación levemente erótica. Después de un ratito, me atreví a insinuarle si quería que nos viésemos, al fin y al cabo no estábamos lejos. Aceptó en un ahora quedamos en la puerta de una conocida cafetería.
Marta se puso contentísima. Me preparé y cinco minutos antes de la hora estaba en la puerta. No había nadie allí. Por un momento pensé que se habría arrepentido. Cuando estaba distraida, alguien me llamó por la espalda. Me volví era ambigua_55, Rosa. A sus 55 años, no estaba mal, parecía algo más joven. Nos saludamos y entramos a tomar algo. Hablamos con la facilidad de unas amigas de toda la vida. Era agradable, culta y bastante sentido del humor. Vestía con una chaqueta de hombre y una falda larga. Tenía ese aspecto un poco moderno trasnochado muy años veinte. Después de un rato venía la prueba de fuego. No es fácil invitar a unos juegos eróticos a las doce de la mañana. Entre palabra y palabra le lancé la invitación de venir a casa.
- ¿ Me vas a follar ?
Claro, para qué ir sino. Ella se quedó pensativa. Y se levantó
- Vamos
Salimos en silencio, ella iba meditabunda como si se hubiese lanzado demasiado rápido a una aventura desconocida y llena de peligros.
LLegamos a casa, en el ascensor la pasé un dedo alrededor de su cara, era un movimiento sensual envolvente, según me había enseñado mi primer amor. Ella agachó la cabeza. A sus 55 años había algo de fingida inocencia que despertaba mis instintos sexuales. Todo fue más anodino que lo ques e anuncuaba, Algo de lengua, tijera, consiladores, pero poco morbo y poco entusiasmo. Cuando se fue. marta quedó decepcionada. Las maduritas ya no daban juego.
Después de aquel fin de semana nada fue igual: El encuentro con Lucía había despertado ciertos instintos que nunca pensé que existían y que estaba dispuesta a probar. Marta ya no era mi único referente.
Castigo final
Empecé a comprobar en Marta una inclinación maligna, degenerada, de un sadismo sutil que sabía causar el mal con profundidad. Bajo su aspecto dulce, se escondía una personalidad compleja que solo a través de la humillación y el dolor de los demás alcanzaba el más profundo y enfermizo de los éxtasis.
Durante casi dos meses estuve obligada a llevar a un buen número de mujeres a la habitación del espejo. No fue difícil comprobar que Marta siempre señalaba los mismos patrones, chicas jóvenes que no alcanzaban los treinta años, o mujeres maduras que superaban los cincuenta. Las practicas iban cambiando, lo que solo fue sexo , iba transformándose en ciertas y sutiles prácticas de dominación. Con cada una debía conseguir que aceptara aquellos actos que en un principio no eran de su agrado. Si no alcanzaba el objetivo, era cruelmente castigada. Si alguna de las presas se me escapaba viva, como ella decía, yo debería pagar. En las primeras ocasiones mi objetivo no se cumplía. Me ablandaba, decía desdeñosamente. Mis castigos empezaban a ser retorcidos y cargados de humillación. Así me vi durmiendo desnuda sobre el suelo de la cocina, atada y untada con la famosa pomada de ajo, encerrada en un armario, permanecer de pie como una columna, hacer de reposa pies, obligada a comer en el suelo como una perra, frotada con hielo, eran castigos profundos que acababan moldeando el espíritu.
Me convertí en su instrumento. Recuerdo sus nombres y sus rostros. Tenía siempre preferencia por muchachas rubias que rondasen entre los 25 y los 30 años, un poco rellenitas. Si con las mujeres maduras se mostraba más flexible, con estas muchachas, era radical en su maldad. Las he azotado, sodomizado con toda clase de dildos, humillado, maltratado, casi forzado en algunas ocasiones y he disfrutado con ello. Me imaginaba a Marta en su voyerismo, excitada ante cada uno de mis actos, entonces me aplicaba más a fondo, no importaba que las muchachas protestasen o se resistiesen, yo seguía actuando. Después de cada encuentro, unos días, encontraba a Marta dormida, agotada, después de masturbarse, otros la encontraba desesperaba, histérica, envuelta en un doloroso llanto en la búsqueda de alcanzar el máximo placer, algo ya casi imposible.
Pasado un tiempo cesamos en esta actividad. Marta había adelgazado y empezaba a lucir unas ojeras enfermizas.
Durante una temporada estuvimos tranquilas, casi como una pareja de amantes convencional. Volvíamos a salir de compras, ir al cine, incluso nos fuimos de vacaciones. Era cierto que el sexo convencional no nos satisfacía. Pero en lo demás éramos una respetable pareja de mujeres.
La vida volvía a la normalidad. Marta empezó nuevamente a ir al gimnasio, a reunirse con su grupo de conocidas del barrio. Yo seguía con mi vida. Incluso entre semana tenía algún encuentro con algunas de las mujeres que había conocido. Los fines de semana me seguía instalando en casa de Marta.
El tiempo hizo que poco a poco fuese dependiendo menos de Marta. Los fines de semana eran suyos, pero el resto de los días comencé a tener relaciones con otras mujeres. Incluso tenía contacto con chicas que habían pasado por la habitación del espejo. Disfrutar de esa libertad, ser la dueña de mi destino empezaba a satisfacerme.
Aunque intentaba mantener la discreción, era cuestión de tiempo que Marta se enterase. Sin embargo, lejos de preocuparme empezaba darme igual. Algo me decía que habiamos llegado al final. Que en un momento esta relación llegaría a su final, un final seguramente doloroso.
El sábado estab histérica, sus gritos de reproche se mezclaban con el llanto del dolor y de la indiganción. La infidelidad era en lo peor que una sumisa podía caer. La mayor afrenta. Durante un rato largo siguió gritando y desquiciada. Luego se tomó una pastilla y se acostó. Durmió toda la noche. A la mañana siguiente estaba tranquila y con una serenidad que me asustaba. Se sentó en el sofá. Me hizo un gesto para que acercara y me pusiese de rodillas.
- Tengo que castigarte, lo haría yo misma pero temo que estoy demasiado implicada emocionalmente. Tu castigo necesita la frialdad de la confesión y de la penitencia.
Me citó para el siguiente sábado a las cinco de la tarde en su casa.
Confesión y penitencia
Cuando llegué Marta estaba preparada, vestía de negro, un vestido que cubría su cuello y sus brazos y llegaba hasta sus pies enfundados en unas botas negras.
- Desnúdate
Me quité toda la ropa, y la dejé sobre una silla. Me miró con desprecio. Me colocó unas muqñequeras, unas tobilleras y un collar especiales para atarme. Después me lanzó una gabardina negra.
- Ponte esto. No llevarás nada más
La gabardina me llegaba hasta las rodillas y era de un tejido que quedaba muy holgado. Salimos a la calle, me sentía desnuda y miré a todas partes pensando que los transeuntes estaban en el secreto de mi desnudez. Tomamos un taxi, no tardamos mucho en llegar, era un piso en un edificio antiguo. Nada indicaba que allí hubiese un gabinete o algo parecido. Marta llamó a la puerta. Nos abrió una chica joven de pelo muy largo y moreno, no era guapa pero resultaba atractiva.
Nos hizo pasar a una pequeña salita. Marta me ordenó quitarme la gabardina y permanecer en posición. Después de esperar unos minutos se abrió la puerta. Una mujer algo rellenita que ya había superado los cincuenta y una chica joven que parecía su ayudante entraron. Las dos me miraron,
- ¿ Es esta ?
Marta asintió.
- Llévala a la número tres
Seguí por el pasillo a la ayudante mientras la mujer se quedaba hablando con Marta.
- De rodillas con las manos a la espalda
Me coloqué como me había ordenado. Era una habitación cuadrada, de techos altos que cruzaban algunas vigas. Estaba cubierta con tela roja y al fondo sobre una de las paredes había un gran espejo en el que me podía ver reflejada. En la pared había algunos artilugios como cruces, ganchos, un bastidor grande, y un armario negro que llegaba hasta el techo.
Primero entró la ayudante y colocó un taburete ancho de madera en uno de los extremos. Al rato entró la señora, puede verla mejor que al entrar. Era alta, grandona, de pechos abultados Vestía de negro. Se sentó en el taburete.
- Ven aquí
Hice intención de ponerme de pie
- No te mereces caminar como la spersonas, camina como la perra que eres .
Caminé a cuatro patas hasta el lugar de la Señora.
- De rodillas.
Obedecí. Cerca aún me impresionó más. Tenía las manos grandes, anchas, fuertes.
- Ahora te toca confesarte
Me dijo cogiéndome fuerte del pelo y caheteándome la cara con fuerza. Comprendí en ese momento que allí no habría morbo ni placer en el dolor. Que el castigo sería duro y solo el dolor estaría presente. Me quedé callada, no sabía que decir. Hubo otro par de bofetadas .
- ¿Quién fue la primera?
Dije el nombre, y me quedé callada.
- Veo, dijo enfadada, que hay que enseñarte a contar tus pecados.
Me tomó y me colocó sobre sus rodillas, una serie de azotes fuertes continuados me hicieron sentir mis gritos. Paró un momento
- Vamos empieza a confesarte como es debido, con todos los detalles de tus culpas.
Allí sobre sus rodillas, con la cabeza casi colgando comencé el relato de mis aventuras. Cada detalle, cada acto, cada rincón que mi lengua, que mis dedos, habían recorrido sobre el cuerpo de mis amantes. Entre el final de una historia y el comienzo de otra recibía una tanda de azotes, cada vez más fuertes. Sentía el culo ardiendo, y un dolor que cada vez se hacía más intenso. Un dolor que poséia los sonidos de sus grandes manos estrellándose violentamente sobre mis nalgas y mis gritos suplicando misericordia. Por fin llegué a la última. Al terminar la narración, descargó una tanda de azotes que me hicieron llorar, gritar, suplicar. Cuando terminó, me dejó caer al suelo. Me empujó con el pie.
- Nueve en total. Ahora deberás cumplir las penitencias
Permenací sobre el suelo un rato, hasta que la ayudante me tomó por la cintura primero y luego comenzó a frotar mis pezones, tenía los dedos húmedos y fríos como si llevase alguna crema en ellos. Mis pezones se pusieron duros, muy duros. Los pellizco con ambos dedos comprobando su dureza. Tomó una pequeña cuerda y con un nudo corredizo la ató a cada uno de ellos. Al ser una cuerda fina se clavaban en ellos, produciendo una leve pero molesta presión. Estiró de las cuerdas hasta que me puse de pie. Me llevó hasta un bastidor de madera en forma de caballo. Me coloqué a horcajada, las piernas colgaban y notaba como la madera se clavaba en mi sexo. La ayudante me ató los pies al suelo y los estiró hasta lograr tensar mis piernas. El dolor en mi sexo se agudizó. Intenté gritar, pero solo me salía un llanto compungido. Ató mis manos en un anilla del collar de cuero. Después tomó las cuerdas y las ató a unos ganchitos que iban unidos a una cuerda más gruesa que a través de unas poleas finalizaba en un cilindro con una manivela. Comenzó a girar la manivela. Las cuerdas se tensaron y empujaron mis pezones hacia arriba. El dolor se agudizó, Grité. Alcé el tronco intentando paliar el estiramiento de mis pezones. De esta forma noté que mi cuerpo quedaba totamente tensado e inmóvil.
La señora tomó un látigo de colas. Y golpeó mi espalda.
- ¿ Te arrepientes de tus pecados?
Gritó mientras volvía a azotarme. A cada azote debía proclamar mi arrepentiemino. Decía el nombre de mi amante y mi arrepentimiento. En esa posición el dolor era total, mis piernas, mi sexo, los pezones que a cada azote la ayudante giraba la manivela, los golpes en la espalda en los muslos. Oía mi voz gritando el nombre de mis amante y mi arrepentimiento, en medio de los gritos, y de los llantos incontenibles. Al finaizar la ayudante primero me desató los pezones que masajeo suavemente. Después fue soltándome, ayudándome a bajar del bastidor. Noté que las piernas me fallaban hasta caer al suelo. Sentía un gran dolor en todo el cuerpo. Me tumbé sobre el suelo que estaba agradablemente frío. La ayudante , me tomó por la cabeza y me dio a beber de una botella de agua.
- Vamos con calma, no te atragantes,
La miré a al cara. Antes no me había fijado. Era una chica muy joven. Su estatura y el exceso de maquillaje la hacían parecer mayor, pero era muy joven.
- Para nadie es esto agradable. Pero debes ser castigada.
Me retiró la botella y me dejó tumbada.
- Descansa un rato. Aquí te dejo el agua por si quieres más, eso sí nada de tocar el plato con las manos.
Vertió el resto del contenido en un plato metálico para perros. Tenía la boca seca y notaba un cierto sabor salado seguramente de mis propias lágrimas. Bebí como una perra . Oí como la yudante y la señora se reían. Por primera vez sentí vergüenza, por primera vez la humillación a la que me veía sometida me hacía llorar.
- Vamos ya es mucho descansar, y no tenemos toda la noche.
Me levanté, las piernas me temblaban. Miré a las dos mujeres que desde hacía ya un buen rato me estaban castigando. Así juntas daban miedo. Apenas si mostraban emoción en lo que hacían. Eran profesionales, nada personal, solo realizar un trabajo. Eso me dio aún más miedo. La friladad solo lleva a la destrucción.
La ayudante me llevó hasta una especie de camilla pero estrecha solo cabía mi cuerpo, me senté al borde. La ayudante empujó el cuerpo hacia atrás y me ató las manos por encima de la cabeza. Luego tomó las piernas y las ató a dos cuerdas que por efecto de una polea mecánica fueron subiendo y abriéndose. Quedaba en una posición que ofrecía todo mi cuerpo. Las piernas abiertas y atadas hacia arriba.
- Esto es lo que os pierde
Dijo la señora acariciando mi sexo.
- Habría que coseroslo para que no cometieséis barabaridades.
La vi colocarse unos guantes de latex. Ahora sí podía contemplar esas manos que me parecieron aún más grande.Comenzó a hurgar en mi sexo. Enseguida supe que pretendía. Con esas manazas me reventaría. No tardé en empezar a sentir como sus dedos penetraban en mi sexo con virulencia. Grité. La supliqué, pero nada podría hacer que se apiadase. La ayudante me sujetó la cabeza. Me acaricio el pelo y la cara. El dolor se hacía más intenso, parecía que el coño fuese a reventar, a romperse. La mano entera estaba dentro, notaba sus nudillos, sus dedos, su mano follándome. Me tembalaba el cuerpo y un escalofrío se iba apoderando de él. Comencé a llorar en silencio. No, no era tanto el dolor como la humillación de verme forzada a aquel castigo inspoportable.
Cuando terminó se quitó el guante y lo arrojó a la papelera. Se apartó un poco y se encendió un cigarrillo. La habitación estaba en silencio. No sé si fue el dolor, si esa extraña sensación de mi sexo extremadamente abierto y dolorido, si el silencio de ese momento, que empecé a llorar desconsoladamente. Podía oir como un fondo sonoro cargado de patetismo mi propio llanto. La ayudante se colocó al lado de la señora. La soledad y el silencio agudizaban la sensación de humillación y desamparo.
Un chasquido seguido de fuerte dolor rompió el silencio. La aydante golpeaba la parte interna de mis muslos con un látigo de colas. El dolor y la quemazón eran intensos. Abrí la boca e intenté gritar, pero apenas si salió algo más que un gemido. Me sentía agotada. Los golpes se sucedían casi sin intervalos. Los muslos me ardían y notaba como me temblaban en un espasmo incontrolable.
Oí a la señora que hablaba con la ayudante. Cuchicehaban en un tono apenas imperceptible. La señora se acercó y frotó mi coño. Lo abrió y estimuló el clitorix hasta dejarlo al descubierto. Lo frotó con los dedos. Lo hacía tan directamente y con tanta brusquedad que solo sentía incomodidad y dolor.
- Está lista, puedes empezar
. Apenas unos segundos despues un golpe seco , doloroso se estrellaba en mi sexo. Grité hasta que mi voz se apagaba con nuevos golpes y más dolor.
- Dale más templado pero más continuo, así será más potente el dolor.
Creí que me iba a desmayar. Por un momento apenas si lograba saber donde estaba, solo notaba la intensidad de mi cuerpo, de mi coño golpeado y humillado. Apenas tenía ya conciencia de lo que estaba ocurriendo. Los golpes pararon y la ayudante me desató, me ayudó a bajarme. Me temblaba todo el cuerpo, caí al suelo como una muñeca desinflada.
- Si quieres beber agua , ahí la tienes,
Me dijo la ayudante, señalándome el plato, caminé a cuatro patas hasta él y bebí. Giré la cabeza. Hablaban la dos. La Señora se mostraba enfadada con la ayudante. Ambas salieron. Me tumbé en el suelo, con los ojos cerrados, acurrucada,deseando no pensar en nada.
Oí abrirse la puerta, entró solo la ayudante. Colocó un puf moruno en medio de la habitación.
- Ven aquí
Acudí a cuatro patas. Me colocó boca abajo, apoyando el culo en el puf.
- Esto es una petición especial de Marta
Me dijo. Noté que se preparaba para sodomizarme. Enseguida supe que tenía colocado un dildo grueso y que aquello me dolería. Empujó con ganas, abriéndome el culo. Grité. Lloré. Ella me follaba sin pausa, sabiendo que así el dolor sería más intenso. Después de un rato paró. El dolor en el culo y en el vientre eran fuertes.
- No te muevas hasta que te lo diga.
Permanecí así un rato hasta que entró la señora. Me separó las nalgas y observó el agujero del culo. Se sentó en el taburete de madera.
- Ven aquí
Avancé a cuatro patas. Cuando llegué hasta ella me incorporó y me puso de rodillas.
- ¿Estás arrepentida?
Afirmé con la cabeza.
- Ponte de pie, acompañame
La seguí por el pasillo hasta una pequeña sala. Marta estaba
esperando.
- Ahí la tienes. Arrepentida. Ha sido un buen castigo, como nos pediste.
Marta sonrió. Me dio la gabardina. Me la puse, y la seguí. Ninguna de las dos hablamos, ni nos miramos. Tal vez no había nada que decir, el exceso de crueldad siempre conduce a la incomunicación. Cuando llegamos a casa, Marta me ordenó permanecer desnuda, de pie, frente a ella.
- Puedes irte a dormir.
Me dijo condescendiente después de un rato.
Despedida
Durante algunas semanas casi ni nos vimos. Marta utilizaba evasivas, apenas si teniamos nada que decirnos. Las dos sabiamos que era el final. Una tarde Marta me llamó. Se iba, había conseguido una plaza fuera de Madrid, era lo mejor. Frente a los callejones sin salida las fugas a ninguna parte se presentaban como única solución. Me entregó su cuaderno. Un cuaderno de tapas verdes y papel cuadriculado. Era nuestra historia, me dijo. Aquella tarde solo fuimos dos amantes.
No hubo ni lágrimas, ni penas. La marcha de Marta me liberaba. Ahora me correspondía ir descubriendo mis otras facetas. Entrar en otros círculos. Ahora sabía que solo podía degradarme. El sexo como placer destructivo.