Eva tomando el sol

Lógicamente me quería llevar hasta su cueva sagrada, pero tuve el temple de alargar su agonía, y de paso nuestro placer, así que mi legua se centró en su ombligo. Jamás sospeché el efecto que surtió aquello, un latigazo de placer recorrió su cuerpo...

Todo empezó cuando aquella serpiente,

nos trajo una manzana y dijo prueba,

yo me llamaba Adán, seguramente

tú, te llamabas Eva.

No vivíamos de squaters en un piso, y mucho menos en Moratalaz,  era un pueblo, a las afueras, y podía asemejarse al Paraíso Terrenal.

Cuando conocí a Eva, fue en el Instituto de Secundaria, pelo largo rizado, ojos negros ligerísimamente achinados, y la cara más fina que el coral, yo tenía sólo uno más, y desde el preciso momento que la conocí caí rendido a sus pies.

Tuve la suerte de que yo también le gusté a ella, así que empezamos a tontear a los 5 minutos de conocernos.

Pese a ser menor que yo, era más madura, y tenía las cosas mucho más claras que yo, y desde el principio fue ella la que llevó la voz cantante en nuestra relación.

Desde que la besé por primera vez, nos comíamos a besos y me dejaba magrearla todo lo que me apetecía, pero cuando yo quería más me paraba los pies.

Recuerdo una noche que nos estábamos dando un lote de muchísimo cuidado, ella llevaba un vestido fresco por encima de las rodillas, le metí la mano bajo la falda y sus bragas estaban empapadas, sus tetas parecían diamantes, no sólo por lo bonitas, sino por lo duras, y yo tenía un calentón brutal que me provocó el característico “dolor de huevos” que sólo se me pasaba después cuando me hacía una paja una vez que llegaba a mi casa, pero aquella noche pasó algo más, empezó diciéndome, entre besos y caricias en un oscuro apartado de un pub ochentero.

-¿Lo has hecho alguna vez?

-No cariño, ya te dije que nunca, ¿porque me lo preguntas otra vez?

-Si yo me entero que lo has hecho con otra y me has engañado, te la corto,  ¿me oyes?

-Que no tonta, que soy tuyo, y seré tuyo para siempre.

-Déjame que te alivie, quiero masturbarte, quiero hacerte mío, y como ya te dije que no quiero hacerlo contigo hasta el matrimonio, te aliviaré a mi manera.

Entonces sin pensarlo demasiado me bajó la cremallera y sacó mi cipote mientras empezaba a acariciarlo, era verdad que nadie nos veía, pero la situación era morbosa a más no poder, en el apartado de un pub, con música sugerente, de pronto noté como la cálida y suavísima mano de la chica más guapa que imaginarme pudiera empezaba a masturbarme.

Hubo un momento en el que creí que iba a bajar la cabeza y empezar a chupármela, pero aquello era soñar demasiado, y me tuve que conformar con los torpes pero amorosos movimientos que el amor de mi vida estaba haciéndome, y aunque yo estaba a punto de explotar ( en todos los sentidos) aun tuve la sangre fría para acariciarle hasta pellizcarle uno de sus fantásticos pechos, a la vez que le daba un chupetón en el cuello, ella además de masturbarme mi miembro , empezó a masturbarme mi oreja gimiendo y diciendo no se qué deliciosas palabras.

Todo aquel junto, hizo que explotara como un obús, fue tal mi corrida, que hubo lefa en su pelo, en mi camiseta, en su camisa, en uno de los sillones, en mi cuello, en su brazo, y en el suelo…


Dos semanas más tarde nos fuimos a una playa solitaria, era mayo, por lo que no había nadie, yo me hice el valiente y me di un baño, pasé bastante más frío del que podía imaginar, pero ver a aquella sirena tomando el sol me daba fuerzas para todo.

Cuando salí del agua vi que se estaba acomodando sus maravillosas peras dentro del bikini, y sin pensármelo dos veces me fui para ella y empecé a besarla por todo el cuerpo.

Las suaves caricias del sol  se compaginaban con las de mi lengua, yo estaba encantado, pero lo que me dio ánimos fue ver la cara de satisfacción de mi chica, no dejaba de ronronear como una gatita en celo, y empezó a tocarme la cabeza más con la intención de guiarme que de acariciarme.

Lógicamente me quería llevar hasta su cueva sagrada, pero tuve el temple de alargar su agonía, y de paso nuestro placer, así que mi legua se centró en su ombligo. Jamás sospeché el efecto que surtió aquello, un latigazo de placer recorrió su cuerpo, empezó a gemir de una forma desesperada, y aquellos gemidos se fueron convirtiendo en gritos de placer conforme mi boca fue subiendo hasta sus tetas.

Le subí el bikini y me las comí literalmente, nunca me eché en mi boca nada más turgente, a mis bocados reaccionaba con chillidos de auxilio, me decía que no, pero su cuerpo me gritaba si, sigue, sigue.

Y eso hice seguir hasta que se puso frenética, me suplicó con lágrimas en los ojos que bajara, quería que hollara su cueva sagrada, primero con la boca que era lo que tenía más a mano, pero después querría más…

Me encantó descubrir aquella charca que había bajo la braga de aquel bikini negro, sin pensármelo dos veces me lancé a devorar aquel manjar, y no cabía más glotonería en aquella sabrosísima comida, el sabor no tengo palabras para definirlo, pero no era por el sabor en sí, era por las ganas, por el ansia de dos jovenzuelos principiantes con una excitación desmesurada que se iba agrandando con el tiempo y que estaba a punto de llegar a su clímax.

El grito de Eva estoy seguro de que se oyó a más de un kilómetro de donde estábamos, además de eso cerró sus muslos sobre mi cabeza con una fuerza tal, que si dura un poco más no sé si lo hubiera contado.

Me dijo un buen rato después que aquel orgasmo fue cientos de veces mejor de lo que se había imaginado, y también me dijo que quería al menos uno de esos todos los días, ah y que lo quería conmigo, y por último me dijo que eso de llegar virgen al matrimonio era una gilipollez, que quería que lo hiciéramos en aquella playa, y esa misma mañana, pero antes quería tomar un poco más el sol.

Yo mientras, apoyado en una roca de aquella cala, me comía un bocadillo de tortilla, con cebolla por supuesto, y mi visión era el Mediterráneo de fondo, y en primer plano Eva tomando el sol, y pensé

¿Qué más quieres Adán?