Eva o Julia

Un refugiado al final de la guerra civil española encontró consuelo con su hermana.

Hace años recibí una extraña carta. La dirección correspondía a la casa donde vivo pero no iba dirigido a ningún miembro de mi familia; de hecho no iba dirigida a nadie. Cuando la recogí estaba solo. La abrí esperando encontrar algún tipo de publicidad engañosa de la que se estila hoy en día (quizás nos hubiese tocado un premio en un juego en el que no habíamos participado). Me encontré con una auténtica sorpresa. Nunca la he enseñado a nadie por respeto a los dos protagonistas de esta historia que una vez habitaron las calles de este pueblo. Y también por respeto lo hago público de forma anónima.

Evidentemente no hay ninguna prueba de que lo que van a leer a continuación sea cierto. Al principio creí que era una broma y durante un par de semanas esperé, e incluso motivé, situaciones en las que algún amigo burlón me diera alguna pista de quien habría podido gastarla. A medida que pasaron los días tuve que reconocer que quien hubiera sido tenía una forma muy particular de sentido del humor… y al cabo de varios meses me convencí de que no era ninguna broma. El contenido íntegro y exacto de la carta es lo que viene a continuación.


Estimado amigo (o amiga),

No sé quien eres pero, si el pueblo donde nací aún existe y también la casa donde viví, eres la persona a la que va dirigida esta carta. Habrán pasado muchos años y quizá ya nada quede de ello. Mi hermana y yo fuimos amantes, y esta es la parte principal de nuestra historia. He intentado reflejarla lo más fielmente posible.

Llevaba dos semanas en el minúsculo recinto que iba a ser mi única casa durante los siguientes tres meses y sentí la necesidad inaguantable de masturbarme. En ese momento era la única solución que tenía para combatir la ansiedad que sentía, convencido de que los franquistas encontrarían mi escondite y me fusilarían, como había pasado ya con otros dos compañeros. Entonces creía que solo iba a estar allí cuestión de días, con buen o mal fin.

En el zulo (creo que podríamos llamarlo así) solo podía entrar mi hermana Eva. Se accedía a él por un agujero de la pared donde habíamos incrustado una cuba de vino que habíamos encontrado con el tamaño justo. El túnel que llevaba a mi aposento quedaba totalmente invisible. Nadie pensaría que allí había escondido alguien. Utilizábamos la cuba de vino como excusa para tener un agujero en la pared del sótano. Confiábamos en que los posibles violadores del hogar acabasen despistados ante la posibilidad de un buen trago, y para evitar que le tomasen gusto al tema el vino estaba rancio y pasado. La pared de madera de detrás se abría a un túnel que llevaba donde estaba yo. Conseguimos pasar un cable de corriente atravesando el suelo para poder tener un poco de luz. Aún y así la mayoría del tiempo estaba a oscuras; los cortes eran comunes.

Al acabar de masturbarme encendí la luz. Eva estaba allí!! No la había oído llegar. No parecía escandalizada y me miraba con una sonrisa de comprensión.

  • yo… lo siento… –no pude dejar de decir con una voz rota. Había perdido mi dignidad y sentía la necesidad de darle alguna explicación –soy un... –me detuve, no sabía que contarle.

  • tranquilo, no pasa nada, lo entiendo. Siento haber llegado en este momento, no me había dado cuenta. –Hubo un momento de silencio– Hoy tengo la tarde libre y venía a hacerte un poco de compañía. –Había encontrado trabajo en una panadería de la ciudad vecina hacía algunos meses. Yo tendría que haberlo sospechado, un trabajo de tarde y de noche... No me enteré hasta muchos años después, justo al volver de Francia. Iba y volvía en bicicleta; se marchaba después de la siesta y no volvía hasta las seis de la madrugada. Cambié de tema.

  • tengo un dolor en el corazón; a veces es tan intenso que temo que vaya a morir. Creo que es miedo. Quizás sería mejor entregarme para acabar de una vez.

  • oh! No digas eso –se acercó y me abrazó –supongo que esto que acabas de hacer es una buena manera de calmar los nervios. Te puedo traer algunas fotos de actrices de algún diario. No verás mucho, pero podrás utilizar la imaginación. –yo no sabía qué decir, me sentía desorientado. En el frente, con los compañeros, podíamos hablar de esas cosas… ¿pero con mi hermana?

Me abrazó durante mucho tiempo. Mi ansiedad se calmó e hice ademán de separarnos. Estuvimos hablando un buen rato sobre los últimos sucesos del pueblo; no tocamos el tema de los fusilamientos ni nada relacionado con la guerra. Había mucha escasez y la gente pasaba hambre. Nosotros éramos de los afortunados por su trabajo y teníamos un cierto respiro. Me contó que nuestro padre había encontrado un nuevo cachorro. El perro que teníamos antes lo mató de un tiro un cabo de la guardia civil al enterarse de que se llamaba Rusky, dijo que sonaba a comunista. No sabía qué nombre ponerle. Ella quería ponerle Boby.

Me trajo fotos de actrices, como me había prometido. Las llevaba escondidas debajo del vestido. Le di las gracias con una voz apagada y aguda. Me sentía muy cohibido.

  • y hazlo con la luz encendida… para poder ver a las chicas!!! –se rió espontáneamente de la manera más dulce. Tuve una erección en ese preciso momento; me sonrojé e intenté disimular como pude. Entonces creí que no se dio cuenta; pero ahora, al recordarlo, estoy seguro de que estaba equivocado.

Normalmente bajaba a media mañana para hacerme un rato de compañía. Me traía un plato caliente para la comida, junto con pan, azúcar y un poco de aceite para la merienda-cena y el almuerzo del día siguiente. Todo dentro de una cesta. Yo utilizaba las fotos de las chicas para pajearme. Si tenía mucha angustia, podía llegar hasta cuatro veces.

Un día llevaba puesta una camisa vieja sin mangas con el corte muy ancho; debió de haber sido de nuestro padre. No me lo esperaba, se agachó para hacer algo que no recuerdo y le vi uno de sus pechos a través del agujero donde tendría que haber nacido la manga. Mi polla reaccionó de forma inmediata; como fue inesperado estaba en una posición "inapropiada" y se llevó algunos pelos por delante, lo que me causó dolor. No tuve más remedio que ponérmela bien. Ella, al darse cuenta de lo que pasaba junto con mi cara de pavor, se rió y yo me puse rojo como un tomate.

  • vaya, hermanito, estás hecho un semental ¿eh? –no le dio ninguna importancia al asunto. Yo hice lo posible para reprimir mi excitación mientras ella continuaba contando los chismorreos del pueblo.

Esa noche, mientras me masturbaba mirando una foto de una famosa actriz rubia, la imaginación se me fue hasta las tetas de mi hermana. Primero luché para alejar aquel pensamiento de mi cabeza, pero no podía evitarlo y la erección que me provocaba era impresionante. Al final acabé cediendo y me hice una paja imaginando que me corría encima de sus pechos. Después dormí plácidamente.

Tengo que darle las gracias a la guardia civil que tuviésemos nuestro primer contacto sexual. Había bajado la comida. Estábamos hablando de si se sabía de alguien que estuviera escondido como yo. Nadie sabía nada; estas cosas se llevaban en secreto. De repente oímos ruido al otro lado del túnel; alguien gritaba de manera autoritaria… ¡La guardia civil! Vi el terror en los ojos de mi hermana, en ese momento parecía una niñita asustada, como cuando tenía 5 años y se agarraba a mi al pasar por delante de la casa de la vecina que tenía ese perro tan grande y que tanto miedo le daba. Se me tiró encima y me abrazó con todas sus fuerzas.

  • Javier ¡Nos van a fusilar! –me murmuró al oído. Yo tenía la impresión de que mi corazón se había parado. Tenía miedo por mi, y lo tenía por ella. No sé como, pero conseguí apagar la luz.

  • ¿Qué es esto? –dijo la voz.

  • Guardamos un poco de vino –oímos responder a nuestra madre con un hilo de voz – no… no hacemos nada malo, pueden… pueden probarlo si quieren –estaba a punto de llorar. Mi padre estaba en el campo trabajando. Poca cosa hubiera podido hacer… No se molestaron en sacar la cuba; oímos un disparo, la habían abierto de un tiro. Mi madre estaba llorando. Noté humedad donde mi hermana tenía apoyada su cabeza, eran sus lágrimas. Oímos como alguien escupía el vino.

  • ¿pero se puede saber que es esto? ¡Loca de los cojones! –mi madre había parado de llorar. Me la imaginé agachada en un rincón, con las manos tapándose la cara, esperando que la violaran o le pegaran un tiro, o las dos cosas. Me moví para impedirlo y delatar mi presencia, pero mi hermana me clavó más las uñas, levanto la cara llorosa y unió sus labios contra los míos. Intenté tirar la cabeza hacia atrás, pero una de sus manos había liberado mi espalda y me impidió moverme.

  • puta miseria… ¡Hay que joderse! Registremos la casa. –oímos que decía la voz.

Salieron del sótano. Eva aflojó la fuerza de las uñas sobre mi espalda. Entonces tuve una erección tremenda... y ella se dio cuenta. Empezó a moverse sin dejar de abrazarme. Pasó una pierna al otro lado de mi cuerpo y quedo con las piernas abiertas sobre mi verga. Horrorizado vi como empezaba a restregar su sexo contra el mío, con la ropa que los separaba. Ella también necesitaba calmar su ansiedad. Me deshice de su boca.

  • por favor… –me susurró. Logró encontrar mi mano y la guió hasta una de sus tetas. Me deshice de ella, asustado de mis reacciones, de mis emociones, de mi mismo y de ella. –por favor. –repitió, medio sollozando –no es nada malo. –sus manos se dirigieron hacia mi pene, intentó abrirme la bragueta. Temblaba.

  • ¡para! –le agarré los antebrazos y la detuve. Dejó de moverse y se inclinó hacia delante, cayendo encima de mi pecho. Volví a notar la humedad de sus lágrimas. Su cuerpo se veía azotado por las convulsiones del llanto. Apretaba su cara contra mi cuerpo para evitar hacer ruido.

No estoy seguro de cuanto tiempo pasó. Oí a nuestra madre que llamaba desde la entrada.

  • ya puedes salir Eva, tu padre ha llegado ¿Estás bien Javier?

  • si –logré decir.

Eva se fue corriendo sin despedirse. No volví a encender la luz. No tenía hambre ni sueño. Pensaba en cuantas veces había bromeado Ramón en el frente sobre lo buena que estaba Eva. "no puede ser que no te des cuenta" me dijo una vez. Era hijo único. "Si yo tuviese una hermana como la tuya no dejaría de tocarle el culo" se rió. No supe qué contestar. Sabía que Eva era realmente bonita, pero nunca se me había pasado por la cabeza pensar en ella como una mujer deseable. "cállate Ramón" le contestó Andrés. "Si tuvieras una hermana sabrías que pensar en hacerlo con ella es una cosa que da asco ¡Es de la familia!".

Estaba muy desconcertado. ¿Qué podía hacer? Mi hermana era prácticamente la única persona que me mantenía unido al mundo exterior... y me daba miedo volverla a ver. Empecé a notar que no podía llegar al final de la respiración, como si estuviera a punto de ahogarme. Sentía el latido de mi corazón con mucha fuerza, iba muy rápido. Las manos y los pies se me helaron, mientras notaba que me subía como un ardor hacia la cara. Sentí presión en las sienes. Noté como empezaba a sudar. Tenía las manos húmedas. Supe que iba a morir allí mismo. Se me pararía el corazón. Me tumbé lentamente y encogí las piernas. Ya nada importaba. Estaba enterrado vivo en mi tumba.

Poco a poco empecé a sentirme mejor. Primero dejé de sudar. El corazón continuaba latiendo muy rápido, pero me di cuenta de que no se iba a parar. Fui calmándome. En plena guerra había pasado momentos mucho peores, pero nunca había tenido esas sensaciones; no era el único que estaba en aquella situación, y podía hablar con alguien, o gritar. Donde estaba ahora no. Estaba absolutamente solo. La mente se me quedó en blanco. No conseguí dormir.

No habría pasado muc ho rato desde aquello cuando oí a mi madre que me llamaba. Anduve a gatas por el túnel que comunicaba con la bodega.

  • Eva no se encuentra bien, ayer no comió nada y hoy tampoco, te traigo tu comida –yo estaba desconcertado, calculaba que habían pasado poco más de doce horas desde que me había dejado, debían de ser las seis de la madrugada o una cosa así.

  • pero ¿qué hora es?

  • mediodía –resultaba que sí que debía de haber dormido, aunque no me hubiera dado cuenta.

  • yo… tampoco he comido, aún tengo todo lo que me trajo ayer.

  • ¿te encuentras mal, hijo?

  • no… supongo que fue el susto de la guardia civil.

  • todos nos asustamos. Devuélveme lo que te trajo ayer y toma esto –podía ver a duras penas su cara. Volví atrás para recoger el cesto y el plato.

  • tome –cogió la comida del día anterior y me dio la que había preparado –¿cree usted que es grave?

  • no lo sé, es extraño. No quiere hablar. Tiene los ojos hinchados, me parece que es de llorar. Supongo que son nervios. Es tan joven, debió de asustarse mucho.

  • mamá

  • ¿si?

  • déle besos de mi parte, y… –vacilé –dígale que espero que vuelva pronto, estoy muy solo.

  • ¡Pobre niña! ¿es que solo sabes pensar en ti?

  • Dígaselo para darle ánimos… quizás la haga sentirse mejor.

  • se lo diré… y come.

Pasaron cinco días sin que bajase. Vino el médico y no pudo encontrarle nada. No le pudieron decir que yo estaba escondido allí. Supongo que cuando se le fue pasando no tuvo más remedio que volver a bajar. Me trajo la comida. No dijo nada. No podía volver inmediatamente arriba, hubiera extrañado a mi madre. Estábamos situados los dos en los rincones opuestos, de tal forma que quedábamos lo más lejos posible el uno del otro. Ella estaba con la cabeza agachada y con el pelo que le tapaba la cara. No me quiso mirar en ningún momento. Yo no podía taparme la cara con mi pelo, pero intentaba no mirar hacia ella. Cuando hubo pasado un tiempo prudente cogió el plato y la cesta del día anterior y se fue.

  • adiós –murmuró. Yo no pude decir nada. Volvía tener la presión en el pecho. Otra vez se me aceleró el pulso y me ardió la cara. Pero lo soportaría.

Pasamos así varios días. Siempre que se marchaba yo tenía la sensación de que me arrancaban algo. Durante todo ese tiempo no me masturbé. Me despertaba con erecciones, pero se me pasaban enseguida. Estaba a punto de volverme loco. Se me pasó por la cabeza salir de allí. Tentar la suerte. Si no me cogían podía emigrar. La perspectiva de que me fusilaran no me parecía tan mala.

Aquel día, cuando la oí entrar, me pareció que algo había cambiado. No sabría decir exactamente porque pensé eso. Al llegar donde yo estaba no se arrinconó en el sitio que había sido habitual ese tiempo. Se quedó delante de la cesta. Sin mirarme empezó a hablar.

  • Hoy ha llegado una carta tuya… de Francia.

  • ¿Qué? –exclamé yo. No estaba seguro de haber oído bien.

  • Alguien nos ha escrito una carta haciéndose pasar por ti. Se envió desde París. En ella nos cuentas que… –suspiró –que estás bien, que no nos preocupemos por ti. Y que tal y como están los tiempos en Europa has decidido marcharte a Sudamérica… que no tienes muchas esperanzas de que nos volvamos a ver y que no escribirás más… –años más tarde supe que se lo había pedido a uno de sus clientes. Se ve que era una especie de espía o algo así. Ella le informaba sobre otros clientes próximos al régimen.

Pero en ese momento me asusté ¿Qué significaba aquello? Volvieron mis antiguos temores y me olvidé de mis obsesiones con el incesto con mi hermana. Ahora, en la distancia temporal, creo que esas emociones me ayudaron a volver a la realidad.

  • pero… ¿Quién?

  • se la llevó a papá el sargento que estuvo aquí la semana pasada. La habían abierto… dijo que tenían agentes en Francia que te estaban buscando. También que esta carta no significaba nada. Y que lo más probable era que estuvieses muerto. Que no sería la primera vez que alguien se hace enviar una carta para despistarlos, cuando en realidad están escondidos por aquí. Registraron todo el huerto y uno de ellos bajó al pozo del vecino –el cerebro me hervía ¿quien podía haber hecho esto? Alguno de los compañeros del frente… pero nadie sabía nada de mi… o al menos eso creía –papá dice que no cree que nadie te esté buscando en Francia, que eso lo dijeron para asustarlo. La letra parece la tuya –la había escrito ella misma imitandola… – mamá tiene miedo, cree que esto puede ser una trampa; pero él no piensa así, dice que quizá nos beneficie y no nos molesten más. Supone que la ha escrito algún amigo tuyo que sabe o intuye nuestra situación y lo ha hecho para ayudarnos… oh, Javier… estoy tan asustada.

Me acerqué a ella. Alargó un brazo para tocarme el hombro. Se hecho sobre mi y me abrazó. Me sentí mucho mejor, por un momento mi ansiedad desapareció y me parecía que a ella le pasaba lo mismo. Me apretaba, y esa vez no había nada sexual en ello. No sabría decir cuanto tiempo estuvimos así. Hablábamos sobre cosas intrascendentes en voz baja. Me contó lo que hacía el nuevo cachorro de papá, Boby, que era muy juguetón.

  • ¿Ya no te asustan los perros? –le susurré

  • Nunca me asustaron

  • ¿no te acuerdas del de la vecina?

  • era una excusa, me gustaba agarrarme a ti.

  • ¡oh! Vaya… que mala eras.

  • ¿y ahora?

  • ¿Qué?

  • ¿crees que soy mala? –en aquel momento no entendí su pregunta, parecía no tener ningún sentido.

  • ¡No! Ni tampoco entonces, tonta –noté como me agarraba un poco más fuerte.

Estuvimos hablando de otros temas. Pasamos muchos ratos sin decirnos nada, solamente consolándonos con el contacto de nuestros cuerpos. Al final fue ella la que se deshizo de mí. Tenía que volver. Ir al trabajo, a la "panadería". Quizás mis padres lo supiesen. No éramos una familia religiosa ni con moral mojigata. Eran tiempos difíciles y tenían a un hijo al que probablemente acabarían fusilándolo; lo de su hija sería un mal menor.

Me tranquilicé. Hacía días que no me sentía como entonces. Vi las fotos de las actrices y tuve una erección. Hacía días que no me la cascaba. Empecé a hacerlo y no me podía quitar de la cabeza a Eva. Necesitaba masturbarme y mientras estaba en la faena intenté pensar en otra chica… pero mis pensamientos volvían siempre hacia mi hermana. Tenía emociones contradictorias. Al final me abandoné a pensar en ella. No me pareció una cosa tan mala. Pensé en sus tetas, cuando se las había visto a través de la obertura de la manga, y cuando me cogió la mano y se la puso encima. Me corrí. Al cabo de un rato me dormí y soñé con ella.

Siguieron unos días de normalidad, como antes del incidente de la guardia civil. Ella bajaba y hablábamos. Y cuando me masturbaba lo hacía pensando en ella. Las fotos se habían quedado en un rincón, hacía días que no las tocaba. Eva… era inteligente, curiosa, dulce, guapa... y observadora.

  • ¿ya no las utilizas? –me comentó unos días después.

  • ¿a qué te refieres?

  • a las fotos de las actrices que te traje

  • si que las utilizo ¿por qué lo dices?

  • ya… –estaba sonriendo y me miraba –esas fotos no se han movido de su sitio desde hace muchos días, lo sé, me he fijado.

  • te equivocas.

  • no me equivoco –se rió en voz baja, no podíamos hablar demasiado alto –¿en quién piensas cuando te haces una paja? –sin darme cuenta se había ido acercando –¿Cuánto hace que no ves a una mujer, hermanito? –entonces me fije que estaba gateando hacia mi. Vi esa expresión en su mirada. Empecé a tener una erección. Me apreté de espaldas contra la pared. Me saltó encima como lo hubiera hecho una fiera salvaje. No me quedaban ya fuerzas para resistirme.

Sus manos parecían sedientas de mi piel. No acertaba a decidirse por una parte en concreto. Iban sin parar de la espalda a mi vientre, el pecho, el cuello… Quería quitarme la camisa y no daba una con los botones. Pasaba su mano por debajo de mi ropa. Yo me dejaba hacer. Veía la ansiedad en su cara.

  • no me rechaces… –susurró –no lo podría aguantar otra vez.

  • Eva… –suspiré. Me miró a los ojos. Acercó su bonita cara hacia mí. Sus labios me parecieron una dulce herida que pedía a gritos un poco de alivio y mi boca se aprestó a proporcionárselo. El movimiento de sus manos se tranquilizó. La cogí por el cuello. Le mordisqueé el labio inferior. Recorrí con la lengua el superior. Apartó su boca y me ofreció su cuello. Lo repasé con labios y lengua mientras con una mano le agarraba la nuca y con la otra le sujetaba la cintura. Llegué hasta debajo de su preciosa orejita. La besé con delicadeza. Mordí su lóbulo. Con el pulgar le rocé su pecho. Ella sonreía con placer.

  • ¡oh…! Javier… Javier

  • Eva

Con una habilidad impresionante me rodeó con sus piernas. Volvía a restregar su sexo contra el mío por encima de la ropa. Paró y se desabrochó los botones de su bata. Me mostró sus tetas. Eran preciosas. No podía quitarles mis ojos de encima, y me pareció adivinar que sonreía con cierto orgullo. Acabó de desabrocharse… ¡No llevaba nada debajo! Solo la bata… incluso iba descalza. Vi su rajita sin ningún pelo. La miré. Aquello no me cuadraba. A punto de cumplir los 17 años, toda una mujer y ¿no tenía vello púbico?

  • tonto… –debió de ver mi cara de atontado. Supo lo que pasaba por mi cabeza –me lo afeito –la miré y se encogió de hombros –me molestan los pelos

Se quitó la bata. Empezó a desabrocharme la camisa. Cuando hubo terminado la apartó y empezó a lamer y mordisquear mis tetillas. Me cogió una mano y la guió hasta una de sus tetas. La otra mano ya supo hacerlo sola. Se las acaricié. Le pellizque levemente los pezones. Se incorporó y llevó sus pechos a la altura de mi boca. Le lamí en círculo un pezón, luego el otro. Se los mordisqueé… estaban duras. Podía sentir su excitación. Llevó una mano hacía mi verga. Se separó de mí y empezó a desabrocharme la bragueta. Cuando me quedé con el pene al aire lo observó por unos segundos con satisfacción y sonrió de la misma manera como si fuera a hacer una travesura. ¡Vi con horror que se lo iba a meter por su almejita!

  • ¡No! –exclamé. Me miró asustada –no quiero que te la metas por ahí… ¡Somos hermanos!

  • está bien, hermanito… pero después tendrás que hacérmelo tu –agacho su cabeza y empezó a lamer mi glande como si fuera un helado. Pasaba su lengua por la base y le daba vueltas. Le dio chupetones con los labios. Se la metió en la boca hasta la mitad. Yo sentía el trabajo que hacía con la lengua. Me miraba y cuando no tenía mi polla en su boca me sonreía. Yo estaba en la gloria y empecé a mover la pelvis.

  • ¡Para! Ahora déjame a mí –le dije; tenía el miembro a punto de estallar y no quería que acabase tan pronto.

Su rajita estaba pidiendo a gritos que la lamiera. Le pasé la lengua por encima y me entretuve en su botoncito. Estaba muy excitada. Le lamí por los costados, volví otra vez al mismo sitio y la penetré con la lengua. Al cabo de poco también empezó a mover la pelvis. Oía su respiración entrecortada y noté los esfuerzos que hacía para no gritar de placer. Cambié la lengua por los dedos y pasé a ocuparme de sus tetas con mi boca. Me agarro la nuca con una mano y me guió, ahora una, ahora la otra; y, mientras, se movía contra mis dedos que la penetraban. Me obligó a olvidarme de sus tetas, quería que le prestase atención a su boquita. Junté mis labios contra los suyos. Estaba como fuera de si, no me soltaba la boca mientras la frecuencia de sus movimientos pélvicos aumentaba más y más. Puso una mano sobre mi hombro, después la otra. Su boca me abandonó y apretó sus labios contra mi hombro. No quería gritar. El orgasmo duró un buen rato y, en algunos momentos, oía como gritaba en silencio, apretando su boca contra mi hombro. Sus movimientos fueron haciéndose cada vez más lentos. Pero no quería que mis dedos la abandonasen. Puse mi mano en su nuca, acariciándola. Sin dejar de moverse separó su cabeza y su boca volvió a reclamar la mía. Sus movimientos duraron bastante más, pero su frecuencia iba disminuyendo.

Cuando llegó al final apoyó su frente sobre la mía. Su mano derecha buscó mi pene. Me di cuenta de que tenía una erección enorme. Su cabeza se separó de la mía y se agachó para chupármela. Me agarró por las nalgas y me clavó las uñas. Empecé a moverme. Me corrí de forma espectacular en su boca. Supo ver cuándo venía el disparo. Se lo tragó todo con una destreza impresionante. En aquel momento no paré atención a ese detalle. Levantó su cara y me sonrió.

Estuvimos un buen rato abrazados, hasta que se puso la bata, recogió la cesta que tenía que llevarse y se agacho para darme un beso en la mejilla.

  • mañana volveré –me dijo al oído. Se marchó, pero antes de desaparecer se giró para sonreírme picaronamente. Me tumbé sin arreglarme la ropa ni nada. Al cabo de un rato me dormí. Cuando me desperté parecía que solo hacía un momento que se había ido. No había soñado nada, pero me encontraba tan relajado y con una sensación de bienestar que supe que había dormido mucho rato.

A partir de entonces practicamos el sexo casi a diario. Nos tirábamos más de una hora con nuestros juegos. Ella quería que la penetrase vaginalmente pero yo me negaba. No dejaba de extrañarme su actitud. Tan inteligente y madura como yo la veía… ¡y sería capaz de arriesgarse a hacer una cosa así! Durante un tiempo nuestras travesuras siempre empezaban de la misma manera. Con la comida nuestra madre preparaba una palangana con una toalla mojada para asearme. A partir de entonces me exigió ser ella la que lo hiciera. Me lavaba bien todo el cuerpo para acabar con mi pene, al cual al final siempre le dedicaba una buena mamada.

Al cabo de no mucho tiempo, visto que no la iba a penetrar por delante, quiso que se lo hiciera por detrás. Empezó a gustarme de verdad. No estaba siempre dispuesta, solo los días que se había "lavado" (me parece que utilizando una lavativa). Primero tenía que excitarla muy bien. Cuando ya había conseguido un orgasmo a base de mi lengua o dedo se giraba y me ofrecía su hermoso culito. Utilizábamos una especie de ''manteca'' (supongo que obtenida de su trabajo) para facilitar el paso. A mi me gustaba alargar ese momento lo más posible. La cabalgaba hasta que tenía la sensación de que me iba a correr y entonces la sacaba. Me aguantaba un poco y la volvía a taladrar. Frecuentemente me dejaba ir en esta segunda embestida, aunque a veces llegaba a una tercera (y en un par de ocasiones a una cuarta). Otras veces yo me ponía debajo y era ella la que me montaba.

Pero todo tiene un final y se presentó la oportunidad de escaparme. Mi familia me hizo jurar que nunca volvería a no ser que la situación política cambiase. Pasaron casi 20 años antes de volver a ver a mi hermana pequeña.

Y llegó el día en que volví. Había estado esperando fuera desde primera hora de la mañana. La reconocí enseguida cuando apareció poco antes de mediodía. Mi corazón latía con fuerza cuando entré en el bar poco después de ella. Se había sentado en la barra, al final. Solo había dos viejos jugando a cartas en una mesa. Mi llegada no pasó inadvertida para nadie. Ella me miraba fijamente. Empecé a caminar hacia ella. Pude ver como su boca se entreabría mientras sus ojos empezaban a brillar intensamente. Cuando llegué a su lado parte de ese brillo descendía por sus mejillas.

  • Javier… – dijo en un susurro. Parecía como si no se lo creyera. Ninguno de los dos sabíamos qué debíamos hacer.

  • Eva… - también susurré. Alargué mi mano hasta su brazo. Ella se bajó del taburete y me abrazó. Cuando separó su cara llorosa de mi pecho acercó con prudencia sus labios hacia los míos poniéndose de puntillas. No hubiera llegado, tuve que agachar mi cabeza para recibir su delicioso beso.

  • vayámonos de aquí – y, dirigiéndose al camarero – Pedro, si viene alguien hoy estoy indispuesta… – inmediatamente se dio cuenta de que con esto delataba su oficio y me miró con un poco de aprensión en la cara.

  • lo sé, no te preocupes – le dije en voz baja. Nos encaminamos hacia su casa.

Sabía que se dedicaba a la prostitución. Me lo había explicado Santiago al llegar al escondite que tenía justo después de atravesar la frontera. Me contó que tenía amigos, y esos tenían otros amigos; y me contó la parte de la historia de mi familia que yo no conocía. La hija que trabajaba con su hermoso cuerpo y que cuando se hizo público su oficio ella y sus padres sufrieron la marginación de todos los vecinos (en esto estuvieron de acuerdo los dos bandos). La chica se vio obligada a marcharse a la gran ciudad. Poco después los franquistas fusilaron al padre por algo de lo que no era culpable. La madre murió de pena un año después. Nunca se había sabido nada más del hijo mayor.

Pero incluso el anonimato de la gran ciudad no consiguió esconderla, aunque fuera por casualidad. Un simpatizante de los guerrilleros que abundaron después de la guerra la reconoció, y así pudo llegar la historia a oídos de Santiago… y a los míos. Según me contó, conseguía sus clientes siempre en el mismo bar. Pasaba de la treintena pero tenía más belleza y elegancia que muchas otras jovencitas. En cierta manera podía escoger con quien se iba a la cama. Tenía un pequeño grupo de asiduos, aunque de vez en cuando aceptaba a alguien nuevo (ella decidiría si él podía continuar o no). Eso le permitía vivir con cierto desahogo económico.

"Se que no has venido aquí únicamente para una escaramuza, has venido a matarte…" dijo Santiago antes de explicarme lo anterior. Y tenía toda la razón. Yo lo llamaba un "suicidio productivo". Cuando mi mujer y mi hijo murieron en ese desgraciado accidente mi vida perdió todo valor. No tenía futuro ni raíces allá en el país vecino. Estaba pensando como matarme cuando me acorde de los maquis. Empecé a buscar desesperadamente a alguno que aún continuase en activo. Le acompañaría en una de sus aventuras y allí realizaría una acción kamikaze. Pero Santiago insistió en que fuera a verla: "te prometo que durante tres días no haremos nada, esperaremos a que regreses".

Así, de esta forma, reencontré a Eva; y durante esos tres días la follé a todas horas, febrilmente. No vivía para nada más. Ella intuyó algo.

  • ¿a qué has venido, Javier? – me preguntó la segunda noche mientras cenábamos; yo me quedé paralizado. – cuando lo hacíamos en tu escondite creías que no ibas a salir vivo de allí, incluso entonces no me hacías el amor tan desesperadamente.

No tuve más remedio que contarle todo.

  • pero estás aquí… – dijo en un murmullo. Y tuvo una especie de ataque; tiró con furia el plato contra el suelo y las lágrimas empezaron a salir de sus ojos. Se levantó y se fue a un rincón, se quedó acurrucada, llorando. Yo no sabía qué hacer.

  • has venido a hacerme más desgraciada de lo que soy – dijo entre sollozos – entiendo tu dolor; yo no he perdido a ningún hijo ni esposo; he sido siempre una proscrita, tuve que marcharme del pueblo, papá y mamá murieron de una forma terrible, no he tenido amigas, ni amigos… ¿crees que ha sido fácil? ¿Crees que no he pensado en acabar con todo? – esto último lo dijo casi gritando.

  • Eva… – estaba a su lado.

  • Javier, tu has sido el amor de mi vida; la esperanza que estabas en algún lugar me ha ayudado todos estos años… ¿Qué me quedará cuando tu te vayas para siempre? Cuando sepa que ya no estás y no estarás...

  • yo… – balbuceé, sin saber lo que decir. Pero empezaba a ver las cosas claras; comprendí que ella también había sido la mujer de mi vida… me di cuenta de que siempre la había buscado a ella en las demás mujeres que había tenido en mis brazos… había sido una cosa que siempre lo había sabido sin saberlo: solo me sentía atraído por las chicas que tenían algo de ella. De hecho me casé con la que más se le parecía.

Nos fugamos. Atravesamos el Atlántico y acabamos viviendo como pareja donde nadie conocía nuestro pasado. Nunca supe nada más de Santiago. Estoy seguro que él tenía la esperanza de que yo no volvería.

Montreal, Otoño de 1997.


En fin, esta carta motivó en mi cierto interés en la historia del pueblo. Con las "investigaciones" que hice en los meses siguientes supe que se realizaron diversos fusilamientos en los años posteriores al fin de la guerra civil, y uno de ellos fue el de un tal Javier (no pongo los apellidos para preservar el anonimato) en el año 1941. Visité su tumba y allí también estaba su esposa, que había muerto prácticamente un año después. Por el registro civil supe que habían tenido dos hijos: Javier (nacido el año 1920) y Julia (1924), sobre los cuales solo había la información del nacimiento.

Una vecina del pueblo muy mayor recordó que el primogénito no había vuelto de la guerra, pero que su familia nunca se comportó como si hubiera muerto. Y también recordó a la hija menor, a la que describió como una fresca y que tuvo lo que se merecía. Contó que ni el padre ni la madre tenían hermanos y esa "dinastía" acabó allí (y lo remató con un "por suerte para todos" que, francamente, me produjo una cierta repugnancia hacia ese informador).

Solo averigüé esto, y no fue fácil. En cuanto a que la carta llegase a mis manos se debió a que, con mi familia, nos habíamos mudado hacía años desde una pequeña ciudad cercana, en busca de una mayor calidad de vida y un sitio tranquilo donde criar a nuestro primer hijo.

Ya se habrán dado cuenta de que hay un dato que no cuadra con la historia que narra la carta: el nombre de la hija. Durante un tiempo este dato me obsesionó bastante. Parecía todo tan "real"… y ese nombre de mujer destrozaba toda la veracidad de la historia.

Podríamos decir que el misterio se resolvió por casualidad. Tanto mi mujer como yo provenimos de familias no religiosas y en contadas ocasiones he pisado una iglesia; pero me vi en el compromiso de actuar como testigo de la boda de la hermana de mi mujer. La ceremonia fue religiosa y hablando con el párroco salió el tema de que uno de los invitados (un hombre ya muy mayor) estaba bautizado con un nombre diferente del que se le había puesto en el registro civil (parece ser que como consecuencia de una divergencia entre el nombre que le había puesto el padre y el del padrino)… al día siguiente pude comprobar que precisamente eso era lo que había pasado con el nombre de la protagonista de la historia: allí figuraba con el nombre de Eva.