Eva mordió la manzana
Cuando Eva mordió la manzana, no se imaginaba todo lo que podría llegar a sentir.
No fue ningún acontecimiento especial el que hizo que Eva, se diera cuenta de que su vida matrimonial, no era aquello que esperaba. Si no el paso de las semanas, los meses y los años. Una rutina, no solo en las acciones del día a día, sino también en
cómo
se relacionaba con su marido.
Ya no se sentía alguien especial para él. Le daba la sensación de ser otra persona más en la vida de su marido. Como lo podían ser sus compañeros de trabajo, o la pandilla con la que solía jugar al futbol sala los miércoles por la tarde. Su marido, apreciaba a todos ellos, pero no tenía un apego especial con ninguno. Eva se
auto incluía
en ese grupo.
No experimentaba ese deseo irrefrenable por sentir el calor de su cuerpo desnudo encima de ella, ni la fusión en uno solo, cuando hacían el amor. De tollo aquello, solo quedaba el recuerdo de lo vivido cuando eran novios. El deseo por poseerla, había sido substituido por las ganas de correrse. Una mera manera de evadirse de las tensiones del día a
día.
Pero el sexo, sin conexión, pierde intensidad. Eva no siempre llegaba al orgasmo, y los momentos en que fingía superaban con creces a los reales. Llenando su vida de pequeñas dosis de frustración, que se iban acumulando en su percepción de lo
que,
para ella, seria ser feliz.
El divorcio, no era una opción. Su marido era una buena persona. Y junto a él, había construido una vida confortable, sin demasiadas preocupaciones económicas, educando a su hijo, y construyendo un confortable futuro. Eva creía que, en todos los matrimonios, había cosas buenas, y cosas malas.
Reconocía
todo lo bueno de su matrimonio, y se conformaba con lo malo.
Igual que las olas del mar, pueden arrastrar a la orilla tesoros impensables, o llevarse mar a dentro barcas mal amarradas. José, apareció en el parque donde Eva solía llevar a su perro a pasear.
De manera espontánea, se saludaron
efusivamente
,
dándose
un abrazo y dos besos en la mejilla.
Casi 20 años atrás, habían sido grandes amigos, José era el compañero de habitación del novio de Eva en la universidad. Por aquel entonces, era un chico muy delgado, tímido, con poca confianza en
sí
mismo, que lo hacía pasar inadvertido a los ojos de la gente.
Eva había compartido largas charlas con él, mientras esperaba que su novio volviera del partido de fútbol. En aquel ambiente de confianza, había descubierto a un post adolescente, que no encontraba su lugar, una gran persona, escondida detrás de aquel chico de apariencia pobre.
Cuando su novio volvía del partido, se encerraba con ella en la habitación. Y follaban de manera casi animal, como solo se puede hacer con 18 años. Gimiendo fuertemente como si no hubiera nadie
más
en el mundo, y experimentando un orgasmo tras otro. Años después rememoraba aquellas tardes pensando en José, sentado en la mesa del comedor, leyendo sus libros, mientras oía gemir de placer a la chica con la cual, minutos antes, había compartido sus miedos, sus dudas, y su peculiar forma de ver el mundo.
Perdieron el contacto cuando se rompió la relación con su novio, y ya no volvieron a coincidir, hasta aquella tarde en el parque, casi 20 años después. No tenía su móvil, y por aquel entonces aún no existía Facebook, ni tiempo para arrepentirse de nada, ni para remediar una injusticia. Simplemente lo perdió, y con él también las largas charlas sobre la vida, y la psicología de las personas.
Un sentimiento de hermandad, le llenó el corazón. Alegría por reencontrarse con alguien con el que había tenido una conexión especial, un amigo al que descubrió en el momento en que perdió el contacto con él.
Estuvieron cerca de una hora conversando sobre lo que les había deparado el futuro.
José había hecho un erasmus en Ámsterdam, y se había especializado en biotecnología ambiental. Allí había conocido a una chica, y se habían casado. Hacia 3 meses que había vuelto a España, con un cargo importante en una empresa de la ciudad en una mano, y el divorcio en la otra.
Se intercambiaron los móviles, y prometieron volverse a encontrar. Y así fue, siempre en aquel parque, siempre en aquella hora de la tarde.
José seguía siendo aquel chico atento y educado de antaño, pero parecía haber perdido la inseguridad que teñía su personalidad. En esos encuentros, se mostraba atento con Eva, feliz de verla y con ganas de conversar con ella, escuchando sus palabras, e interesándose por sus vivencias.
Cuando Eva llegaba a casa, su marido no le preguntaba cómo había ido su día, o si aún le dolía el brazo por el golpe que se dio. Las comparaciones eran evidentes, y necesitaba esforzarse para mantener los ojos cerrados, para no ver que lo malo de su matrimonio, era
más
grande de lo que
admitía
.
Eva sentía que se distanciaba de su marido a la misma velocidad que se aproximaba a José, y eso le producía miedo a encontrarse en una situación en la que se viera obligada a decidir.
A finales de julio, se hacía una cena en la empresa, para celebrar el inicio de las vacaciones. Cuando le contó a José que le daba mucha pereza ir con sus compañeros a una discoteca al salir del restaurante, él se ofreció a llevarla a hacer una copa en un pub tranquilo, cuando saliera. Al oír aquella propuesta, su corazón se aceleró. Si aceptaba, abría un antes y un después, y todo podía ocurrir. Estaba claro que no era lo mismo encontrarse en un parque un
miércoles
a las 5 de la tarde, que a solas dentro de un coche a las 3 de la madrugada. La duda sobre si sería capaz de rechazar una proposición, se repetía constantemente en su mente, y a medida que se acercaba el día de la cena, no podía evitar de fantasear con un encuentro romántico, donde él le abría de nuevo su corazón, como años atrás. Pero está vez, para contarle que sentía algo especial por ella.
Solo de imaginarlo, se le hacia un nudo en el estómago.
Tenía
tantas ganas de que ocurriera, como miedo por si
sucedía
.
Eva fue la primera de salir del restaurante, excusándose por no salir de copas con sus compañeros de trabajo. La cena se le había hecho eterna, y solo deseaba que pasaran las horas para poder encontrarse con José, en un contexto diferente al parque de cada tarde.
Cuando salió del restaurante, le hizo una llamada, y al cabo de unos minutos, apareció con su coche para salir a tomar algo en el otro extremo de la ciudad.
José la llevó a un Pub con buena música de fondo, y ambiente tranquilo, donde poder beber y charlar tranquilamente. Hacía mucho tiempo que Eva no disfrutaba de una conversación relajada y divertida, animada por el ambiente y la bebida.
De pronto, se abrieron las luces del local.
-Hora de cerrar. - Dijo José, mirando el reloj. Eran las 3 de la madrugada.
-
Ya? -
Dijo Eva en voz alta. ¡¡¡Que rápido le había pasado el tiempo!!!
-Si quieres podemos ir a mi casa? - Le dijo José, mirándole a los ojos.
Eva, tenía el
timón
de su vida agarrado, y de ella
dependía
que rumbo tomar.
-Si- contestó aguantando su mirada.
En el viaje de vuelta, nadie dijo nada.
Eva intentaba imaginar lo que sucedería en la casa. De que hablarían, y como actuaria si José la intentaba seducir. Estaba muy tensa, reprimiendo sus nervios, silenciando las dudas y las razones por las que estaba en el coche en ese momento.
José abrió la puerta de su apartamento y entro primero. Encendió las luces, se quitó la chaqueta, y se ofreció para guardar la de Eva.
Parecía
tranquilo, actuando naturalmente, como si nada en especial tuviera que ocurrir.
Abrió una gran puerta, y entro en su habitación. Eva lo observada inmóvil en el centro del salón, con su corazón latiendo con fuerza, y los nervios a flor de piel.
Se dirigió a la cama, sentándose en el borde.
-Ven- le dijo, alargando la mano.
Su voz rompió el silencio incómodo que reinaba en la estancia por un instante.
Ella tardó unos segundos en decidirse. Era el último paso antes de que fuera demasiado tarde. Ya habían cenado juntos, reído y recordado otros tiempos. Ya había decidido entrar en su casa, y finalmente, se encontraba en la puerta de su habitación.
Deseaba estar donde se encontraba, pero su conciencia la castigaba cargando su corazón de un sentimiento de culpa, por lo que estaba haciendo. Simplemente traicionar a su marido.
Sin ser plenamente consciente, obedeció a José, y se situó delante de él. Sin decir nada.
El, levantó la mirada para leer sus ojos.
Tampoco dijo nada.
Con sumo cuidado empezó a desabotonar los tejanos, sin retirar su mirada de aquellos ojos expectantes. A Eva le sorprendió aquella acción, ya que esperaba que ocurriera algo distinto. Un sofá, una bebida, una conversación pausada, que relajara su tensión y le hiciera olvidar donde se encontraba, y lo que podía ocurrir. Después una caricia, y un apasionado beso que desatara lo demás.
¡Así, no! Pensó. Pero no supo articular las palabras para detener a José, estaba paralizada, sorprendida por la excitación que le causaba observar cómo José le desabrochaba los jeans mientras le miraba directamente a los ojos, y dejó que todo transcurriese.
Cuando el último botón fue liberado, tiro con delicadeza de los tejanos. Aparto su mirada de los ojos de Eva, y admiró la barriga y las bonitas bragas de color crudo, con la mirada de un visitante del museo cuando se detiene delante de un cuadro de Caravaggio, el cual ha visto miles de veces en fotografías y reportajes, pero que igualmente, le deja extasiado al contemplarlo. Se acercó a su barriga, y aspiró perfume de su piel. Cerró los ojos y pegó la mejilla contra su vientre. Sintió el calor de su cuerpo, la respiración agitada, y un leve temblor.
Eva sintió como una oleada de calor recorría todo su cuerpo, al sentir la mejilla en su vientre, mientras observaba como José tiraba de sus jeans para sacarlos. Levantó primero una pierna y después la otra para liberarse de la prenda.
Expectante
por descubrir el siguiente paso.
Las manos de José se apoderaron de las caderas, y empezó lamer la barriga y el ombligo, degustando el sabor de su piel. Descendiendo lentamente mientras tiraba de sus braguitas para que mostraran más piel para saborear.
Los remordimientos de Eva se evaporaban rápidamente, y el recuerdo de su marido, desaparecía de su mente. Siendo sustituido por pura excitación. Se sentía deseada por aquel hombre que
parecía
que estuviera adorando su cuerpo de mujer.
Sintió el roce de sus braguitas contra sus piernas al descender. No quería mirar, una mezcla de vergüenza, excitación y deseo le hizo cerrar los ojos, y abandonarse a sentir. Era todo tan extraño, tan diferente de lo que había imaginado...
José observó el coño, depilado. Y deslizo un dedo entre los labios vaginales. Una pequeña convulsión de placer, azotó el cuerpo de Eva, liberando un gemido inconscientemente, del que, en el mismo instante, sintió vergüenza.
José, seguía deslizando su dedo con lentitud, gozando de todo lo que el sentido del tacto le transmitía. El calor, la viscosa humedad, la protuberancia de su clítoris, el orificio de la vagina, todo aquello que el tacto le transmitía, lo visualizaba en su mente.
Con la mirada fijada en el movimiento de su mano, podía sentir como la respiración de
Eva se
aceleraba,
entrecortándose cuando
la yema del dedo entraba en contacto con su clítoris.
Eva intentaba mantener la compostura, y el control sobre su cuerpo, pero era consciente de que lo estaba perdiendo. No solo era placer lo que sentía cada vez con más intensidad, si no también pasión. Unas enormes ansias por entregarse a José, por sentir la dureza de su polla, penetrándola. Por besarlo, y devolverle una parte del placer que ella sentía.
Había imaginado 100 veces, como sería aquel encuentro. Lo había pintado de rosa, con besos apasionados, y sentimientos compartidos. O aventurándose en fantasear con un arrebato de los dos en algún lugar alejado de miradas.
Pero aquello la había sorprendido y desconcertado por completo.
Aún no la había besado,
y se
estaba dejando masturbar por
él
. Era extraño, morboso y excitante, y eso la mantenía inmóvil, esperando descubrir que sucedería después.
Pero ese después no llegaba, nada nuevo sucedía, y José seguía absorto, observando los movimientos de su dedo, estimulando el clítoris de Eva.
Balbuceó algo ininteligible, que ella misma repitió.
-Detente, no sigas, yo no...- volvió a interrumpirse. Al oírla, José volteó su clítoris una y otra vez, para que su placer le cortara la respiración. Y así fue.
Quería pedirle que parara, porque ya no tenía fuerzas para aguantar más, y que no quería correrse de aquella manera.
Ya que,
para ella, rozaba los límites de su dignidad.
Pero aquel convencimiento por expresar su opinión, había llegado demasiado tarde, era tanto lo que sentía, que ya nada
tenía
sentido. No tuvo la fuerza por volver a repetir su demanda.
Jadeaba, y sus caderas se movían por voluntad propia, buscando más placer,
más
presión,
más
velocidad.
Aquel hijo de puta, iba a conseguir que se corriera como una vulgar prostituta.
Se consideraba una mujer adulta, que ya había experimentado todo aquello que podía sentir con su cuerpo. Pero nada podía compararse a aquella extraña mezcla. Lo prohibido, con lo deseado. Lo vergonzoso con lo apasionante, lo básico con lo grandioso.
Sus piernas flaqueaban, y necesitaba poder agarrarse a algo para soportar aquel placer morboso.
Pedro seguía en silencio, intuyendo que Eva ya no podría aguantar más, y observaba las convulsiones de su cuerpo, la expresión de sufrimiento, de lucha por sobreponerse a las sensaciones que experimentaba, la mantenía en la delgada línea que separa el éxtasis del orgasmo, con movimientos estudiados y metódicos, que conseguían mantenerla en un eterno momento de placer.
Finalmente,
Pedro rompió su silencio.
-Eva, necesitas
correrte? -
En su interior, lo odió. Por la manera como se produjo aquella pregunta. Con su tono sereno y pausado, y como si aquello solo fuera un simple juego para
él
.
Pero estaba atrapada. Solo había una respuesta válida.
-
Siii
...- intento responder sin parecer realmente desesperada.
La yema de su dedo se posó delicadamente encima del clítoris ejerciendo un movimiento circular, casi
imperceptible.
Eva, sintió aún más placer, o quizás un placer distinto, que le hizo cerrar con fuerza sus puños. Aspiró una fuerte bocanada de aire, como si se estuviera preparando para hacer un gran esfuerzo. Aquella sensación en su clítoris la llenó al instante, llevándola a buscar un mayor movimiento con sus caderas, flexionando las piernas para percibir más presión e intensidad, moviéndose como si estuviera poseída por el propio diablo.
Durante unos largos segundos, se hizo un vacío en su cuerpo, y una potente descarga la
atravesó,
detuvo el
movimiento de su corazón, y le arrancó un fuerte jadeo de su garganta, que resonó entre las paredes de la habitación.
Los espasmos de placer se repetían uno detrás de otro, manteniendo su cuerpo en tensión, mientras experimentaba un orgasmo potente, avivado por aquella situación excitante, prohibida y morbosa, que había puesto en evidencia, que existía otra Eva.
Pedro intentaba mantener sus caricias en el lugar apropiado, a pesar de los calambres en las caderas de Eva que modificaba su posición constantemente. Y miraba la expresión de su cara, totalmente poseída por el placer. Era algo maravilloso, poder observar aquel estado momentáneo de histeria, a la cual había conseguido llevarla. Y gozaba de cada segundo que conseguía perpetuar su placer.
Cuando la última oleada de placer se deshizo, Eva dio un paso atrás. Liberándose de aquel dedo que la había hecho correrse de una manera casi animal. Al hacerlo, se sorprendió de lo sencillo que hubiera sido dar ese paso un par de minutos antes, y seguir el juego con unas normas pactadas entre los dos, donde cada cual, participaba.
Al momento José se levantó, quedando cara a cara. La abrazó, y la besó, comiéndole la boca con su lengua, sintiendo el sabor de su saliva, y contándole sin decir nada, que lo que había sucedido, era solo un juego, y que deseaba
compartir
con ella cada segundo.
Todas las réplicas de Eva, se esfumaron con aquel beso, y fue entonces cuando pudo saborear el dulce sabor del orgasmo, que aún corría por sus venas, y sentir como la paz se abría en su interior como un amanecer radiante.
Cuando al cabo de un minuto, sus labios se separaron, Pedro la ayudó a quitarse el jersey y el sostén, quedando completamente desnuda. Eva, ni tan siquiera pensó en lo que estaba haciendo, y colaboró en desnudarse. Se sentía aturdida por todo lo que acababa de ocurrir, y simplemente se dejaba llevar.
Solo quería volver a sentir los labios de José junto a los suyos, tumbados en la cama, y dejar que todo fluyera de manera natural.
José, que aún seguía vestido, la guio hacia el extremo de la habitación, volteando la cama. Se detuvo delante de la pared, colocándose detrás de ella. Le agarro las manos y las puso en la pared.
-No las muevas de aquí- Le susurro en la oreja.
Eva
seguía
en su
nube
, sin percatarse, que aquello, solo era el inicio de otro juego.
Sintió las manos de José acariciando su nuca, jugueteando con su pelo, mientras dulces besos se posaban en el cuello y la oreja.
Deseaba más que nada en este mundo, apartar sus manos de la pared, y poder abrazarlo y fundirse con él.
Los besos se posaban en su piel, como caen las hojas de los árboles en otoño. Uno tras otro, fueron descendiendo lentamente por su espalda. Eva, cerro los ojos, gozando de los besos en su cuerpo, hacia tantos años desde la última vez que su marido la había cubierto de besos...
Cuando los besos llegaron a la parte baja de la espalda José le separo las nalgas con las manos, exponiendo el ano de Eva a sus ojos.
Eva aguanto la respiración, desconcertada por aquella acción. Azotaron su mente, mil razones por no permitir aquel acto obsceno sobre esa parte de su cuerpo que ella consideraba muy íntima. Pero no dijo nada. Entonces, decenas de besos descendieron por la canal de su culo, y aún que no era difícil imaginar donde acabarían esos besos, no se movió. Sentía el aliento caliente de José, y los besos húmedos explorando una parte virgen de su cuerpo, y mientras una parte gozaba de esas nuevas sensaciones, otra se escandalizaba al permitir que alguien le estuviera haciendo algo así.
Cerró los ojos, y aspiro una gran bocanada de aire. Los besos seguían descendiendo lentamente, mostrándole unas reacciones en su cuerpo que nunca había experimentado antes. Los besos dejaron paso a una lengua húmeda que reseguía el contorno del ano sin llegar a contactar con él.
En ese instante, no había nada más en el mundo que no fuera aquella lengua húmeda, lamiendo los bordes de su ano. Despertando su curiosidad por sentir y descubrir una zona erógena de su propio cuerpo que desconocía. El deseo por sentir la lengua en su ano se apodero de su mente, aplastando todas sus razones por no permitir lo que en realidad estaba deseando.
De manera casi imperceptible, pudo percibir la humedad en el centro de su ano. José lo lamia con sumo cuidado, y lentitud, mientras sus manos aferraban con fuerza los glúteos de Eva, separándolos para tener su tesoro bien expuesto.
Al inicio lento y delicado, para ir aumentando la pasión por degustar su culo. Sentía la respiración agitada de Eva, y los leves gemidos de placer cuando la lengua intentaba penetrarla.
Una grande lamida recorrió toda la espalda de Eva mientras José se levantaba. Pegándose a su espalda, y
encajando
su polla extremadamente dura entre las nalgas de Eva.
-Vuelves a estar
excitada? -
Le susurro al
oído
, mientras restregaba su polla contra ella como si se la estuviera follando.
Eva no se esperaba aquella pregunta insolente, que la dejaba como si fuera un animal al que se contenta con una caricia.
-
Siii
..- contestó sorprendiéndose a sí misma. La realidad se imponía a sus creencias. Nunca en su vida había vivido una experiencia sexual como la que estaba teniendo, y aún que era tratada como algo cualquiera, estaba gozando dejándose llevar por alguien a quien creía conocer, pero que en realidad
descubría
aquella noche.
Las manos de José buscaron los pechos erectos y sensibles de Eva. Y mientras con los dedos pinzaba sus pezones, tirando de ellos, sus dientes mordían el lóbulo de la oreja de Eva, elevando su excitación hasta un lugar donde nunca había llegado.
No era deseo lo que sentía, si no necesidad. No hacía ni cinco minutos desde que había experimentado un orgasmo intenso, como hacía años que no experimentaba, y volvía a estar totalmente excitada.
-No sabes cuanto te deseo- Le susurró al oído, sin que Eva pudiera articular una sola palabra que no fuera un simple gemido.
Soltó unos de sus pechos y pasó su brazo por debajo de la pierna izquierda,
levantándola
.
-Me vuelves loco, y te
necesito. -
le volvió a susurrar mientras liberaba el otro pecho para agarrar su polla y conducirla hasta el coño de Eva.
Eva estaba poseída por una lujuria de placer, se sentía deseada, excitada y dispuesta a hacer cualquier cosa, a cambio de placer.
José
flexiono sus piernas y buscó el encaje perfecto para que su polla pudiera penetrar el coño de Eva. Cuando sintió que el calor en la punta del glande, empujo con fuerza hasta que su polla desapareció dentro del cuerpo de Eva, que lo recibió con un gran gemido, mezcla de gozo, y alivio por poder sentirlo finalmente en su interior.
La empotró contra la pared blanca y fría de su habitación, mientras la envestía con fuerza, retirando casi la totalidad de su polla lentamente para después empujar con fuerza hasta el fondo de una manera casi violenta.
Eva no podía hacer nada que no fuera sentir y gozar. Tenía cuerpo pegado contra la fría pared con sus pechos y su mejilla restregándose contra ella cada vez que recibía una nueva envestida, pero nada de eso le importaba. Después de años de abrir sus piernas para recibir la polla de su marido que solo aspiraba a vaciar el semen en su interior, y sin más pasión que la que desencadena el mismo orgasmo.
José
mantenía
su pierna levantada y con cada nueva envestida, sus cuerpos encontraron un buen acople.
José
agarró el pelo de Eva y tiró de él, forzando a que Eva separara su cabeza de la pared.
-Te
gusta? -
Le pregunto con la voz cargada de
rabia
.
-
Siiii
- grito Eva, totalmente desatada.
-Voy a hacer que te corras como una puta !!!- Le dijo, manteniendo el pelo agarrado fuertemente, mientras subía el ritmo de su follada.
-
Siii
!!!!- gimió Eva sin que nada ya le importara.
Sentía el sudor en su cuerpo el placer en su piel, y el orgasmo en su vientre, que crecía por momentos sin que ella pudiera hacer nada al respecto.
El
éxtasis
iluminó la habitación, y le arrancó un fuerte gemido de placer,
cortándole
la respiración.
En ese momento percibió el semen caliente de
José posándose
en sus paredes vaginales, y todo se desató
-Córrete Eva, córrete para mí !!!- le gritó José mientras la penetraba una y otra vez eyaculando nuevos chorros de semen con cada envestida.
Eva experimentó el fuerte azote del orgasmo por todo su cuerpo, que tensó sus músculos y gimió si control, totalmente desbocada por el placer. Mientras seguía sintiendo como el roce de la polla en su interior amplificaba el placer que sentía. Los segundos parecían eternos, y las intensas oleadas de placer no dejaban reposar su cuerpo.
José retiró su polla y soltó la pierna, y observó cómo los últimos espasmos recorrían el cuerpo de Eva. Se esforzó para que esa imagen, quedara grabada en su recuerdo para el resto de su vida.
Eva se dejó caer en la cama, exhausta, respirando con fuerza, como si
hubiera
estado privada del aire durante largo tiempo.
José le separó las piernas para observar como un borbotón de semen descendía por su coño
Eva percibió su acción, y mientras iba recuperando la consciencia, pensó en aquel joven que un día le había abierto su corazón, y en el hombre que ahora la observaba.
Me encantaría conocer sus opiniones, escriban-me a ecodimont1@gmail.com