Eva, mi sumisa universitaria

Eva, una joven estudiante universitaria cae en las redes de un dominanante compañero, disfrutando así de sus deseos más ocultos...

La luz se filtraba tenuemente entre las rendijas de la persiana. En mitad de la oscuridad, recostada sobre la cama, estaba ella. Su figura se mostraba encogida, su respiración, agitada, y todo su cuerpo estaba poseído por el leve temblor de la excitación.

Decidí observarla con algo más de claridad, y la vi allí, bella e indefensa. Sobre sus blancos hombros caían sus rizos, dorados y perfectos. Una venda negra tapaba sus ojos, sumiéndola en un estado de incomprensión y espera, en la expectativa de temer qué podría ocurrírseme aquella vez.

Se llamaba Eva. Era una chica absolutamente normal en lo que a sus comportamientos se refiere. Gozaba, por aquellos años, de mucho prestigio en la facultad; más entre los alumnos que entre los profesores. Era una estudiante mediocre, pero la compañera que todo el mundo quería tener.

No podía decirse, ateniéndonos a la verdad, que fuera dueña de un físico espectacular, pero sí de una sensualidad que la hacía sumamente apetecible. Era rubia, con ese color entreverado que otorga el tratamiento excesivo del cabello mediante los tintes y demás afeites. Su cara era redonda y blanca, infantil y enervante al mismo tiempo. Sus ojos, pequeños; su boca, amplia y con dos labios de considerable grosor. En su cuerpo, repleto de curvas, destacaba sobremanera su culo, prieto y amplio, que provocaba el mareo de todos aquéllos, que, con mayor o menor disimulo, se deleitaban con la visión de aquel trasero encurtido en la tela de sus sempiternos vaqueros azules. Sus tetas eran casi esferas perfectas, protuberantes y llamativas sin caer en el exceso. En ellas, varios lunares me llevaron a devorarlas una y otra vez.

Caí en sus redes –o ella en las mías- casi por casualidad. Yo, autodidacta y rebelde, acomodado y libre en la gran ciudad, no asistía con suficiente regularidad a clase. No hasta que todo esto empezó, claro. Este hecho, en apariencia trivial, me otorgó cierta fama de atractivo entre las chicas de mi promoción, acostumbradas a tantos niños de papá y a repipis amodorrados.

La ocasión se presentó en una de aquéllas cervezazas universitarias que se celebraban con cierta regularidad. Yo asistí, no con demasiado entusiasmo, acompañado de algunos amigos. Allí, aprovechando la fama que cité anteriormente, inicié una estrategia de acoso y derribo hacia mis compañeras, centrando la mayor parte de mis esfuerzos en Eva.

Aquél día iba espectacular. Su rostro, sumamente maquillado, le daba una expresión canalla que me sorprendió y excitó al mismo tiempo. Había dejado sus vaqueros y vestía una minifalda tableada, dos palmos por debajo de sus muslos. Por arriba, un atrevido top, con uno de aquellos escotes diagonales, dejaba entrever sus encantos, mostrándome pícaramente sus bellos lunares.

La charla, trivial y previsible, como ocurre en estos casos, dio lugar al baile. Allí decidí, envalentonado por el alcohol y las miradas cómplices de sus amigas, lanzar toda mi munición. Pronto conseguí rozar mi polla contra su culo, primero de una forma suave, luego con más fruición. Ella parecía gustar del tratamiento, puesto que me sonreía constantemente, mostrando ese bello rostro adornado por el brillante de su nariz. Yo, que soy algo más alto que ella, podía disfrutar de la visión de sus tetas, imaginando mi polla recorriendo su sudoroso canalillo.

En ese estado de la cosas, fue lógico que empezarán pronto los morreos y los toqueteos algo más intensos. Ella, menos puritana de lo imaginable, rozó mi paquete sin demasiado disimulo y apretó mi culo contra su pelvis en repetidas ocasiones. Era hora de cortar el espectáculo por lo sano, si no queríamos follar como locos en mitad de la pista de baile.

-Vamos fuera, cariño- le dije suplicante.

Ella accedió de buen grado y nos dirigimos hacia mi coche, metiéndonos mano por el camino. Estábamos en mitad de una amplísima explanada, vacía de gente, por lo que pudimos disfrutar convenientemente del trayecto.

Puede tocar su coño mojado, bajándole –no sin su colaboración- el tanga e introduciendo un dedo en su húmeda caverna. No tardaría mucho en correrme, así que, llegados al coche, la tiré violentamente contra el asiento de atrás. Allí, ya sin bragas y con el top a la altura del estomago, pude desnudarla sin más dilación. Estaba buenísima. Su coño, recubierto de una fina línea vertical de vello negro, era un manjar que no pensaba desaprovechar.

Follamos como locos. No llevaba condón, pero ella me aseguró que tomaba pastillas, por lo que lo hicimos "a pelo". Con cada embestida pretendía reventarla, romperla por dentro. Su cara virginal provocaba en mí ímpetus de furia incontrolable. Iba a partir en dos a aquella zorra. La muy puta gemía y gemía, incrementando el volumen de sus gritos con cada aumento de potencia en mis embestidas. Sus tetas, bamboleando en todas las direcciones, temblaban a un ritmo frenético.

A esas alturas perdí el control. Ella pedía "más" con aquella vocecita aguda, con aquella cara inocente y sonrojada por el calor. "Fóllame más fuerte cabrón", me dijo de repente. Yo, obnubilado y loco de pasión e ira, le arreé de forma incomprensible un bofetón en su mejilla. "! Cállate!", le grité. Temí una reacción algo más lógica por su parte, pero ni siquiera dejó de mover sus caderas, por lo que entendí que gozaba con aquel tratamiento.

Luego cambiamos de postura, conmigo embistiéndola desde atrás, aguantando como podía mis incontrolables ganas de correrme. Le tiré del pelo, la insulté, loco y confiado por su reacción anterior. Ella gemía y gemía, pidiendo más y más. Cuando no pude más, le di la vuelta violentamente, y, tras pajearme frenéticamente, manché su cara, su pelo y su destrozado top de espesos goterones blancos. Ella, agitada y sonriente, aprovechó cuidadosamente los restos que habían quedado a su alcance.

Allí empezó de todo. Desde entonces hasta ahora han pasado miles de episodios, innumerables etapas que la han llevado hasta su estado actual, pero eso es otra historia.

Ahora, tumbada y accesible como siempre, será mía una y otra vez, cumpliendo así con su cometido.

Espero las sugerencias de los lectores para incluir sus propuestas en la saga. Para cualquier tipo de propuesta con respecto al relato, podéis dirigiros a molayo66@hotmail.com