Eva, mi primera sumisa

Tras diversas experiencias sexuales, me decidí a probar el tema de ser Amo. Contacté con un amo que me prestó a su esclava para el primer contacto.

Esperaba su llamada.

Tenía cierto reparo, casi miedo. Miedo a lo desconocido. Pero deseaba su llamada.

Sonó el teléfono cuando comenzaba a despistarme. Descolgué consciente de quién sería:

¿Sí?

¿Alberto?

Sí, soy yo. – dije con voz decidida, escondiendo los nervios que comenzaban a invadir mi cuerpo.

Hola, soy Manuel, te llamaba para quedar.

Ah, perfecto, pues dime dónde y cómo te viene mejor.

Concretamos la hora y el lugar. Habían alquilado una habitación en una pensión de la zona centro. Como me había comentado, él estaría delante. Yo le dije que me apetecía que en principio participase para irme introduciendo un poco en la dinámica.

Me dirigí con tiempo al lugar indicado. Me puse ropa normal. No muy escandalosa, pero sí de la que me favorecía: unos vaqueros Levi’s clásicos, una camiseta ajustada y una rebeca. Me puse el tanga que me había regalado una ex-novia, esperando usarlo en alguna ocasión especial. Al final, las ocasiones especiales no pasaron de tres. Hoy era una ocasión merecedora de ello.

Me sentía bien. Nervioso, pero confiado en que gustaría a la hembra que Manuel me tenía preparada. Al fin y al cabo, tampoco tenía que gustarla; se trataba de una sesión de sumisión. Ella haría lo que ordenásemos, le gustase o no. Pero a mi me gustaba llevar todo bien hecho. Limpio, aseado y elegante.

Llegué al portal, antiguo y descuidado, y llamé al piso: 3º IZDA.

Abrieron sin contestar.

Subí las viejas y oscuras escaleras. Un cierto nerviosismo recorría ya mi cuerpo. Algo iba a pasar; estaba deseandolo, pero no sabía lo que podía ser. Rozaba la flojera de piernas. Tenía las manos frías.

Llegué al tercer y último piso. Antes de llamar, me abrieron la puerta. Un hombre con albornoz, de estatura media y rostro normal. Me indicó que pasara y cerró la puerta.

Alberto ¿verdad? – Afirmó él.

Sí. Imagino que tu eres Manuel, encantado – nos dimos la mano y entré.

Llegas pronto, - me comentó mientras adaptaba mis ojos a la oscuridad de la sala, iluminada por unas tenues velas perfumadas – pero ella está preparada.

La sala era un cuarto de estar mediano, con un colchón en el centro y unas sillas colocadas en los lados. Un armario y una mesa en una esquina eran los únicos muebles. Velas en sitios estratégicos y un aroma mezcla de floral y exótico daban un toque de erotismo al lugar. Manuel se quitó el albornoz quedando con un tanga de cuero.

Comencé a desabrocharme las zapatillas mientras él me fue comentando.

Eva es mi primera esclava. Lleva dos años de aprendizaje y aunque no va muy deprisa, es de las sumisas más lujosas. – golpeó con los nudillos la puerta que había al fondo de la habitación.

Se abrió la puerta y apareció una silueta femenina desnuda. Caminó hasta el centro de la sala. Fue entonces cuando la pude ver con claridad. La primera impresión fue buenísima. Una mujer no muy alta (alrededor de 1, 63), delgada, con unas caderas marcadas y una cintura estrecha. "De mi talla" pensé yo, sintiéndome muy satisfecho. Su rostro era casi juvenil, dulce pero serio y tenso. Unas pestañas largas rodeando unos ojos castaños, casi inexpresivos en aquellos momentos. Unos pechos redonditos con pequeños pezones claros culminaban su silueta. La chica se quedó parada de pie, frente a su amo. Yo la contemplaba de perfil. Entonces Manuel le habló:

Eva, como te dije, hoy vas a tener por primera vez otro amo. Este es. Lo llamarás Señor, para diferenciarlo de mí, que me seguirás llamando Amo.

Mi amo, tengo miedo, no sé si podré hacerlo

¿Hacerlo? ¿Quién te ha dado permiso para hablar? – comenzó a decirle mientras agarraba un pezón y comenzaba a retorcérselo - ¿A quién le importa si te sientes capaz o no? Zorra maleducada, menuda imagen estás dando a tu nuevo amo.

Siguió retorciendo el pezoncito de la nena. Ella se retorcía de dolor, pero no emitía ni un solo sonido, y prácticamente ni gesticulaba. Podía ver sus manos apretar los dedos, y sus pies ponerse de puntillas mientras arqueaba su cuerpo.

Perdón, mi Amo. He sido maleducada. Pido perdón a mi Señor, espero que no tenga en cuenta mi primera intervención tan desafortunada.

La chica tenía una voz tremendamente sensual, que aderezada con el tono de sumisión levantaba la líbido de cualquiera. Terminé de desnudarme, quedándome en tanga y me acerqué a ella.

Parece buen género – le comenté a Manuel mientras comenzaba a inspeccionarla. Pasé mi mano por sus muslos, llegando a su trasero. Le dí un fuerte azote en las nalgas. Eran suaves y prietas. Busqué su ano e introduje un dedo. Estaba dilatada, porque entró con bastante facilidad.

Pasé a inspeccionar su parte delantera. Acaricié sus tetas y metí un par de dedos en su boca; la nena, inclinando su cabeza, siguió con su lengua el jugueteo de los dedos. Tiré de sus pezones repetidas veces. Ella comenzaba a gozar con aquella tortura. Había empezado a relajarse y excitarse.

Antes de comenzar a hacer nada, me desquité del deseo que había tenido desde que la vi entrar en la sala. Le di un beso en los labios; unos labios rojos, sugerentes y carnosos. Metí mi lengua en su boca y jugué un rato con ella. Ahora que aún estaba limpia, quise darme ese placer. La abracé y junté su cuerpo contra el mío. Ella levantó una pierna y la enrolló a la mía, mientras su amo comenzó a meter la mano entre sus piernas.

Cuando hube terminado de besarla, me quedé mirándola y pegando mi abultado tanga a su muslo, le susurré:

¿Notas lo caliente que me has puesto?

Sí, mi señor. Yo también estoy muy caliente.

Pues anda, arrodíllate. Vamos a ver cómo te portas comiendo pollas.

Eva se arrodilló y mirando mi tanga, dijo:

Pido permiso a mi Señor para comerle la polla.

Cominenza – respondí yo – y procura esmerarte, zorrita. A ver si me quitas el mal sabor de boca de tus malas maneras.

Sin decir nada, acercó su cara al mi paquete. Tomó mis nalgas con sus manos y apretándolas, paseó su boca y su lengua por encima del tanga. Acariciaba y pellizcaba suavemente con sus labios mis genitales. Aquello me puso más cachondo todavía.

Manuel, viendo que había tomado bien la iniciativa, se limitaba a mirar, sentado en una silla y manoseándose el paquete.

Eva me bajó entonces el tanga y tomando mi verga inflada con una mano, comenzó a saborearla. Pasó su lengua por toda su longitud, dejó cálidos y húmedos besos en la punta y se la fue metiendo poco a poco en la boca. Alternaba profundas mamadas con lametones y besos. Acariciaba aquel mástil como si fuese un objeto de adoración. No tengo una polla muy grande, seamos sinceros. Es ancha y dura, pero nunca he presumido de tamaño.

Comenzó a deslizar su mano izquierda por mis huevos, acariciándolos al ritmo de su felación.

Tras un rato dejándola hacer (y con un gran placer por mi parte), retomé la iniciativa del movimiento y con un seco empujón (sin sacar mi polla de su boca), hice que Eva quedase tumbada, cayendo encima de ella. Estuvo a punto de atragantarse al caer al colchón con mi verga en su garganta. Aquella brusca caída hizo que mi escroto rebotase en su barbilla. La penetración fue muy profunda.

Eva contuvo la respiración y evitó la arcada que le produjo aquella bestial invasión de sus tragaderas. Se quedó quieta, intentando retomar la situación. Yo sujeté su cabeza y comencé a follarle la boca, con ritmo firme y embestidas secas.

Le costó un poco acostumbrarse, pero al poco tiempo la nena había encontrado el ritmo y la respiración, haciendo de su boca todo un cálido manjar para ser follado.

Aprovechando la situación, Manuel decidió unirse y comenzó a lamer la entrepierna de Eva. Se respiraba en el ambiente una compenetración total y una tremenda excitación de los tres.

Saqué mi verga de la boca de Eva y le pregunté:

¿Te gusta?

Sí, mi Señor. Estoy muy excitada.

Con mi mano libre había empezado a manosear sus tetas y a pellizcar sus pezones. La miré a la cara, viendo como entornaba los ojos con cada pellizco que le daba en los pezones. Sus labios rojos estaban brillantes, debido a los excesos de saliva, que escurrían por toda su boca.

Fóllame la boca, mi Señor. – Eva estaba totalmente excitada

Calla zorra – indicó Manuel entre cortadas respiraciones – solo queremos oír tu placer y algún gemido.

Miré hacia atrás y vi cómo Manuel estaba sentado, cabalgando sobre el vientre de Eva cascándose una enérgica paja.

Me retiré de la boca de Eva, dejándole paso a Manuel.

Toma, goza de su boca y llénasela de leche. Parece que le encanta.

Pasé a probar la entrepierna de Eva. Abrí sus piernas, acaricié sus duros y suaves muslos y fui acercándome a su rajita. Estaba rasurada, con una hilera de cortitos pelos que mostraban unos hinchados labios entre los que casi sobresalía su palpitante clítoris.

Tomé su clítoris entre los dedos índice y pulgar. Tras acariciarlo un momento, lo pellizqué y tiré de él. Sus caderas dieron un respingo y se pudo oir un sononoro gemido de la nena.

Aaaaahhh, - gimió Manuel – sigue zorra. Goza, porque me voy a correr en tu boca.

Manuel aumentó la virulencia de sus embestidas contra la boca de Eva. Se escuchaba el vaivén, la fricción con la saliva y el choque de la polla de Manuel con el fondo de la garganta de su zorrita.

Pellizqué de nuevo el clítoris de Eva. Gimió de nuevo, esta vez de manera entrecortada, medio ahogada por tanta saliva y polla como había en su boca y su garganta. Manuel no pudo aguantar más y comenzó su corrida.

Aaaaaahhhhh,……ssssíííííí,….. toma, zorra puta, trágatelo todo y goza. …..Toma perra, mmmmmmmhh,……..aaaaaaaaahhhhh….

Manuel sacó su verga de la boca de Eva. Ella tosió profundamente. Tomó dos grandes bocanadas de aire y tosió.

Cuando recuperó su respiración, me acerqué y tomé a Eva por el pelo, haciendo que me enseñase su rostro.

Muéstrame tu boca, zorra. ¿La tienes sucia?

Eva se pasó la lengua por los labios, intentando limpiar cualquier resto que hubiera podido quedar de la corrida de su Amo. Para su tranquilidad, había caido toda en su garganta y milagrosamente, había sido capaza de tragarla toda sin que le rebosase por las comisuras.

Abre tu boca –le ordené.

La sumisa abrió su boca mostrándomela perfectamente limpia.

Me gusta que seas una zorra limpia. Ahora ponte a cuatro patas.

Eva se colocó en posición. Me arrodillé frente a ella y tras golpearle repetidas veces con mi polla en las mejillas, le dije:

Toma, lubrícamela bien, que vamos a estrenarte.

Sí mi Señor, estoy deseando que me folles.

Dejé que me hiciese una breve mamada y retirándole el caramelo de sus labios, me puse tras ella, apuntando con mi polla a su raja.

Empuje con fuerza. Entró con extrema suavidad, pues la zorra tenía el coñito muy lubricado. Ella soltó un profundo gemido, asustada por la violencia de mi embestida. En un primer momento sentí cómo sus músculos se contraían alrededor de mi polla. Tras esto, se relajó y comenzó a disfrutar con el mete y saca.

Acompañé mis embestidas de palmadas en sus nalgas y de caricias y pellizcos en su clítoris.

Cuando Manuel se recuperó de su flacidez, comenzó a hacer las labores de Amo. Comenzó a propinarle pollazos en la cara a Eva, dejándole chupar brevemente la polla, maltrataba sus pezones y su clítoris, le iba preguntando si le dolía, si le gustaba, si se quería correr,… Ella se limitaba a asentir, gemir de placer y aumentar la profundidad de sus respiraciones.

Tras unos cinco minutos de follada, saqué mi verga del coñito de Eva. Tomé su cabeza firmemente por el pelo y le susurré a Manuel:

Tápale la boca.

Manuel lo hizo, sin dar tiempo a Eva a decir nada. Apenas pudo esbozar media frase:

Mi amo, por favor, no me encu

Inmediatamente coloqué mi capullo en el diminuto orificio de Eva. Ella al sentir la confirmación de lo que se imaginaba (que la iba a encular sin preámbulos), comenzó a temblar y se tensó.

Le propiné un buen par de azotes e inmediatamente hundí con fuerza todo mi capullo ensalivado en su ano. Me dolió un poco. Se escuchó un ahogado grito de Eva, que con su cabeza inmovilizada por Manuel, no tuvo más remedio que aguantar la embestida.

Mientras yo iba empujando ya lentamente para ir profundizando en su agujero, Manuel retiró la mano de su boca y viendo caer dos lágrimas de los ojos de Eva, le dijo:

Deja de llorar, zorra blanda. Este es tu premio por tu atrevimiento inicial. ¿Gozas con tu culito lleno?

Sí, mi Amo – contestó entre sollozos y gimoteos, sintiendo aún dolor en cada empujoncito que yo hacía.

¿Te duele? ¿Por qué lloras, zorra?

Lloro de emoción, mi Amo. Me gusta aprender a ser sumisa y soportar el dolor. Mi Amo, ya no tendrás que taparme la boca.

Terminé de hundir mi verga en el precioso culito de Eva. Ella suspiró y con voz temblorosa susurró:

Amo, Señor, pido permiso para correrme.

Córrete, zorra, que yo te voy a llenar tu lindo culo.

Manuel se tubmó bajo Eva, colocando su cabeza entre sus muslos. Comenzó a lamerle el coño, saboreando el zumo que destilaba su orgasmo.

Con las contracciones de la nena, comencé mi corrida. Dejé una buena descarga en el interior de sus tripas, entre jadeos mutuos.

Quedé un rato tendido sobre la espalda de Eva. Me reincorporé, saqué mi verga y me puse frente a ella. Eva estaba aún semi conmocionada. Levanté suavemente su cara y le dije.

Ahora límpiame esto – señalando mi polla flácida.

Sí, mi Señor.

Sin decir nada más, limpió con extrema suavidad mi polla. Cuando hubo terminado preguntó:

¿Quiere mi Señor que le limpie más?

No, así está bien.

Se había hecho tarde, y Manuel y yo consideramos que para un primer contacto, había sido más que suficiente. Eva había aprendido a ser sumisa de otro amo. Yo había comenzado a ejercer como Amo. Manuel había cumplido una de sus fantasías: ver a su esclava gozar con otro amo.

Así que nos vestimos y nos despedimos hasta la siguiente sesión. Eva quedó desnuda, en posición de espera. Dejé un beso en sus labios como despedida.