Eva, la futura estrella
Una preciosa muchacha morena se presenta a un casting para el papel protagonista en una película e intenta conseguir el papel por todos los medios a su alcance.
Eva, la futura estrella
Debo reconocer que en aquellos momentos estaba un poco nervioso. No sabía con certeza cómo iban a desarrollarse los acontecimientos ni si iba a tener éxito el plan que tan magistralmente había diseñado. Cuando lo planeé todo, alrededor de una semana antes, parecía un plan mucho más sólido. La idea era sencilla, y esa era precisamente su mejor virtud. Consistía en poner un anuncio en el periódico solicitando chicas para hacer un casting para el papel protagonista de una película. Al principio pensé que sería mejor si decía que era para una película porno, pero pensé que aquello reduciría notablemente la cantidad de chicas que acudirían, por lo que decidí dejarlo como película sin más.
En tan sólo tres días, encontré un estudio de alquiler y lo decoré y amueblé como si realmente sirviera para realizar castings. Por desgracia, no había quedado como yo me había imaginado, y daba un poco el cante, pero si la chica que me había llamado hacía veinticuatro horas era lo suficientemente tonta, podría funcionar.
La muy imbécil llegaba con retraso, cinco minutos ya. Las manos empezaban a sudarme y la ocurrencia de que no fuera a venir comenzaba a preocuparme. No paraba de andar de un lugar a otro del reducido estudio, sin saber qué hacer para matar el tiempo. Parecía como si el tiempo se hubiera detenido. Cada vez que miraba el reloj, más nervioso me ponía y menos avanzaba el minutero. Por fin, algo más de nueve minutos y medio más tarde de lo previsto, llamaron a la puerta. Me asusté y apenas pude reprimir un sonoro grito. Me acerqué a la puerta y, respirando hondo, la abrí.
Ante mis ojos tenía a una preciosa muchacha morena de ojos verdes y facciones suaves. Su corto pelo oscuro caía lacio sin llegar a tocar sus hombros y un flequillo gracioso le tapaba la frente. Iba maquillada, aunque no en exceso. Vestía una camiseta de vivos colores que competía con su llamativo pecho por mi interés. Aventuré que no llevaba sujetador, aunque quizá fuese más el deseo que pruebas de ello, pues sus pezones no se marcaban en exceso. Aún no había terminado el examen ocular cuando abrió la boca y unas palabras salieron de ella:
- Lo siento, se me olvidó una cosa en casa y tuve que volver a por ella.
Su voz no era nada erótica. No llegaba al extremo de resultar molesta, pero no me gustaba. Por otra parte, llevaba un piercing en su lengua. Sería interesante matar dos pájaros de un tiro: descubrir qué se siente cuando te la chupan con un piercing y callarle la puta boca. Aproveché sus disculpas para darle un reproche y amilanarla un poco:
- Señorita Fuentes, en este negocio hay una cosa que se valora por encima de todas, y esa es la seriedad. Llegar tarde no dice nada bueno de usted.
Parecía que iba a abrir la boca para contestar, pero debió pensárselo mejor y calló, bajando la mirada. Eso me gustó. Un poco de sumisión nunca viene mal.
La hice pasar y aproveché para comprobar cómo lucía por detrás. Llevaba una corta minifalda vaquera y un ancho cinturón de mercadillo que disimulaba, para mi desgracia, las redondeces de su trasero. Las bailarinas que llevaba por calzado tampoco ayudaban a realzarlo como podrían haberlo hecho unas sandalias con unos cuantos centímetros. No obstante, a pesar de ello parecía firme y apetecible. Sus piernas, por el contrario, sí lucían por sí mismas. De piel ligeramente tostada, se mostraban suaves y cuidadas. Pasamos a la sala donde iba a realizar el supuesto casting. Una cámara de vídeo estaba montada en un trípode en un extremo, y en el otro, varias cajas cubiertas por sábanas de colores claros. Eva, que así se llamaba la chica, dejó la mochila que llevaba en un rincón y se colocó en frente de la cámara. Me acerqué a la cámara, haciendo como que la calibraba o que hacía alguna otra chorrada. Le dije que hablara a la cámara, diciendo su nombre y contando lo que se le ocurriese.
Logré abstraerme e ignorar su voz gracias a sus fabulosos pechos. Una imponente erección comenzaba ya a formarse entre mis piernas. Le indiqué con voz firme que se sentara, esperando ver más allá de sus piernas, pero la muy puta cruzó remilgadamente las piernas. Eso me cabreó, y comencé a acosarla de forma cada vez más directa. Mientras le iba diciendo que posara de tal o cual forma, preguntas cada vez más maliciosas y subidas de tono fluían por entre mis labios. En cierta ocasión, no recuerdo con qué pregunta en concreto, puede que acerca de sus costumbres con la ropa interior o de si tenía pareja estable, cuestionó de forma sorprendente la razón de tales preguntas. Me quedé perplejo, pues esperaba encontrar el tipo de sumisión que me había mostrado con anterioridad. Tardé exactamente seis segundos en elegir la forma correcta de reaccionar, y dicha forma consistió en decirle que se marchara. Acerté y regresó la chica sumisa que yo esperaba.
Algunas preguntas más tarde, le pedí que se quitara la camiseta. La chica se quedó muda y con los ojos abiertos. Intenté justificar la necesidad de dicha toma de forma no demasiado convincente, pero asegurarle que aquello era confidencial y que, en cualquier momento, podía marcharse, pareció tranquilizarla. Como había predicho antes, no llevaba sujetador. Pude así admirar de cerca uno de los pares de tetas más increíblemente fantásticos que haya visto nunca, de un buen tamaño, de esos que sobran un par de centímetros de carne aun cuando los abarcas con la mano completa, y con unos pezones grandes y rosados, que cualquiera querría lamer y morder. Antes de que se diera cuenta de que estaba babeando, decidí que era el momento adecuado para poner todas las cartas sobre la mesa.
- Mira, eh...
- Eva.
- Eva. Creo que no vas bien con el papel. Desde el principio no ha terminado de convencerme. Hay algo... no sé qué es, pero no encaja.
La expresión de su cara mostraba perfectamente lo que pasaba por su cabeza. En ese momento, se había olvidado por completo de que tenía las tetas al aire. Pude ver claramente cómo ordenaba sus ideas en la cabeza, buscando una forma de convencerme de seguir con la prueba. Hubo un momento en qué pensé que cogería sus cosas y se largaría, pero entonces habló. Me contó mil y una cosas que me importaban un bledo. Yo prácticamente lo único que veía era un par de tetas parlanchinas. Sus pechos se agitaban mientras argumentaba sus excusas. Cuando volvió a hacerse el silencio, supe que esperaba una respuesta:
- Verás, yo no soy el único que entrevista a candidatos. Después de mí, hay dos más, de tal forma que el último es quien selecciona, los yo y el segundo sólo eliminamos a quienes no tienen ninguna posibilidad. Yo podría... hacer que pasaras el corte...
Guardé silencio durante unos segundos que a la chica debieron hacérsele eternos. Podía ver la tensión reflejada en sus ojos.
- ... pero aun así no te valdría para nada. Creo que deberías dejarlo estar.
- Pero...
La tenía. Sabía que la tenía. Iba a hacer lo que fuera por pasar el corte y ver al siguiente examinador... si este existiera. Dejé que tomara la iniciativa.
- Y... qué podría ofrecerte para que me aprobaras.
Chica lista, sin duda. En ese momento yo ya tenía la polla a punto de reventar. Necesitaba que me ordeñaran ya. Dada la inteligencia de la que había hecho gala, preferí dejar las palabras para otro momento, y desabrochando los botones de mi pantalón, le hice ver lo que quería que hiciera. Lo entendió en seguida.
Se arrodilló delante de mí y acercó sus manos a mi entrepierna. Sus uñas cuidadosamente pintadas y cortadas acariciaron mis pelotas y mi verga mientras se la acercaba a la boca. Sentir su aliento sobre mi polla era simplemente delicioso. Cerré los ojos para disfrutar aún más del momento. Noté entonces el calor y la humedad de su boca junto a un claro contraste de tacto frío y metálico, el piercing de su lengua. Lamió cada rincón de mi verga y succionó en varias ocasiones mi miembro erecto. La saliva se extendía tibiamente por el pedazo de carne caliente objeto de sus atenciones mientras sus cálidas manos masajeaban mis huevos con gran pericia. Extendí una de mis manos para tocar uno de sus pechos, lo cual deseaba hacer desde hacía ya varios minutos.
Eva, completamente sumisa, se afanó en conseguir arrancarme el orgasmo. Sus manos y su boca se alternaban en tocar y lamer toda la zona genital. Poco después, sus pechos también entraron en juego. Sentir la polla entre aquellas tetas tan estupendamente formadas era toda una delicia para los sentidos. Aquellas tetas parecían hechas expresamente para realizar aquella función. Era totalmente increíble la forma en que se deslizaba mi verga por la suave piel de aquellos pechos.
La hice ponerse en pie y deshacerse de la falda. Aunque no llevaba sujetador, sí llevaba un diminuto tanga negro, el cual poco cubría. De todas formas, poco duró en su lugar, y así quedó la muchacha desnuda delante de mí. Una fina línea de vello vertical era lo único que se mostraba en su pubis. No estaba, en cualquier caso, como para admirar cortes de pelo. La tomé de los brazos y la arrojé al suelo enmoquetado. Me eché encima de ella y sin ninguna contemplación, introduje mi verga en su coño. La chica tenía la mirada vacía, perdida en el horizonte, lo cual a mí no me importaba lo más mínimo. Se trataba única y exclusivamente de follármela. Sus tetas se bamboleaban caprichosamente con cada embestida, lo cual me regocijaba profundamente. Mis dedos se entusiasmaron con sus pezones, con los cuales jugaron gustosos durante cierto tiempo, rozándolos, apretándolos y estirándolos.
La hice cambiar de postura, situándola a cuatro patas. Aquel culo tenía mucho mejor pita al descubierto que con ropa. Agarrándola del pelo, me la follé a cuatro patas, apoyado sobre su espalda y babeando de puro placer sobre la misma. No quería desaprovechar una ocasión como esta y, aunque correrme en su interior era algo ciertamente tentador, cuando mi orgasmo se aproximó, me salí de su interior y dándole bruscamente la vuelta, me pajeé en su cara hasta correrme sobre ella. Gruesos goterones de esperma empaparon su pelo y su cara, fruto de la pasión acumulada.
Más sumisa que unos minutos antes, Eva se limpió la cara lo mejor posible, se vistió y se marchó con paso ligero del apartamento. Yo permanecí allí tirado en el suelo durante no menos de un cuarto de hora, degustando el sabor del éxito. Aún me encontraba saboreando el polvazo cuando sonó el teléfono móvil:
- Dígame.
- Hola, sí, llamaba por lo del anuncio del periódico.
Definitivamente, esto iba a ser la monda.