EVA - II: De camino al show online en el despacho

La videollamada con el jefe continúa y gira a picantona. No será la última antes de que, Pablo y su mujer, regresen de Roma. Una semana y varios acontecimientos ocurren de por medio.

  • Te lo acabo de decir, por el calor -acerté a responder rápidamente después de que mi jefe me pillara por videollamada semidesnuda en el despacho de su casa-. Además, sí que llevo ropa. El tanga lo llevo puesto.

Estaba envalentoná, segura de que era capaz de mantener la conversación con total normalidad. ¡Bueno! Era hasta capaz de fantasear con escenas sexuales con él y su mujer, y de ponerme súper cachonda con ellas, y no perder la compostura durante la videollamada.

  • Pues, entonces, creo que voy a tardar unos días en reparar la máquina de aire cuando volvamos de Roma. Porque, si ese va a ser el uniforme de trabajo, merece mucho la pena -respondió bromeando y sacándome una sonrisa.

  • ¿Dónde está Sole? -le pregunté entonces a continuación.

-Se ha salido a la terraza, para aprovechar y llamar a los niños mientras yo hablaba contigo. ¿Están en casa? ¿Han salido?

Conforme decidí acercarme al ventanal ya tenía claro que, pasara lo que estuviera pasando ahí fuera, Pablo no podía verlo. Así que me aseguré muy bien en todo momento de sujetar con la mano bien el teléfono para que la cámara frontal me cogiera la cara en primer plano. Así la cámara trasera, la buena del móvil, sería un triste testigo ciego de lo que yo viera en el jardín.

Solo tenía que poner un gesto facial totalmente neutro y mantenerlo en todo momento. Sabía perfectamente cómo había dejado el jardín antes de volver al despacho, con tres chicos y dos chicas, dos de ellos los gemelos de mis jefes, de orgía en la piscina. Y, se suponía, al menos tendría que ver a Pablillo o a Sole hablando por teléfono con su madre, que les estaba llamando desde la terraza de su hotel en Roma.

Los cinco retozaban sobre el césped en una bacanal despreocupada, eso fue lo con lo que me encontré.Y mojé el tanga.

-Hace un rato estaban en el jardín, pero no les veo. Estarán abajo, en el salón o en la cocina. Con la fiesta que se pegaron anoche en el cumpleaños, hoy no tenían ganas de salir -contesté manteniendo perfectamente el inexpresivo rictus.

  • ¿Por qué dices que igual nos compensa lo de la directiva? -me preguntó volviendo a los negocios, el motivo por el que me había llamado.

Le expliqué mis argumentos mientras me movía de un sitio a otro del despacho para ir contrastando con datos y evidencias lo que le estaba exponiendo. Y, aparte, también jugueteé un poco y compartí, lo del exponer, con lo del exhibir.

Cada vez que iba a mi mesa, a mirar papeles o el ordenador, dejaba el móvil apoyado de manera que la imagen en la vídeo llamada me pillara siempre de cuerpo entero y nunca me sentaba. Sí, efectivamente, también me dejaba caer hacia delante si miraba al ordenador para que el brillo de la pantalla, me iluminara el escote que, conforme había ido teniendo ocasión en ese rato, había ido exagerando poco a poco en otros planos en los que, mi jefe, solo me veía la cara.

  • Me gusta mucho cómo está evolucionando el uniforme de trabajo y lo bien que te queda -me respondió por la tangente, pasando completamente de la pregunta que le había formulado-. Está a la altura de una mente tan brillante como la tuya. Sí que compensa lo de la directiva. No lo había visto... ¡Enhorabuena! Lo preparo.

Me sacó la segunda sonrisa durante la videollamada.

  • ¿Sabes de lo que me estoy acordando?  -me empezó a decir a continuación.

-¡Del día del macho men! -le respondí-. ¡¡Seguro!!

-¡Ahí le has dado! -contestó-. Ahí, en la pitillera de encima de la mesa, hay unos...

  • Lo sé, gracias. Alguno me he fumado hoy. Perdona que me haya adelantado a que me lo digas tú, pero ya sabes que...

-¡Qué perdona ni perdona! -me interrumpió -. Sabes de sobra que no has hecho nada malo. Si están ahí y tú también, son tuyos. Y a mí me regalan la belleza de verte con una picardía que sabes que me encanta... ¿te ha contado Sole alguna vez algo de lo que hicimos esa noche?

  • ¿Lo de las pajas con relato y el polvo en la terraza, tal vez?

Aquel día, durante las horas de trabajo, Sole y yo nos habíamos quedado en sujetador y habíamos estado jugando a ser picaronas con Pablo, pero a un nivel bastante prudente, todavía. A punto estuvimos de quedarnos en ropa interior y de que Pablo se quedara desnudo, fue una tarde de porros y trabajo bastante productiva, y en la que, si no me llego a medir un poco, nos montamos un trío en medio del despacho.

Fue un día súper sexual de los que, a falta de pan, buenas son tortas. Yo por mi lado y ellos por el suyo. Sole y yo habíamos hablado del asunto, claro. Los orgasmos de aquella noche teníamos que contárnoslos sí o sí.

Estuvieron hablando de mí en medio de un folleteo posterior en el dormitorio que Sole aprovechó para conocer la fortaleza emocional de su marido para manejarse ante ciertas situaciones. Así que Sole le propuso un juego: Se masturbaba mientras él la grababa y le relataba un encuentro sexual entre ella y yo, a solas. Y luego, sería ella quien relatara y grabara.

En su relato, Sole contaba como Pablo y yo echábamos un polvo salvajísimo en la terraza del dormitorio, a la vista de cualquier vecino. Me contó con detalle cómo le comía la polla a su marido, como me masturbaba él y cómo, apoyada con las manos en la barandilla, encorvada, abierta de piernas y enculada, saludaba con un generoso, expresivo y prolongado gemido al vecino que, desde la terraza de un chalet cercano, se masturbaba mientras nos contemplaba follar.

Y que, las palabras que le dediqué a Pablo durante el cigarrito de después de semejante festival fueron “Esto que hemos hecho es un regalo de Sole con el que decirte que está ansiosa de que lo hagas también con ella... Pero que no sabe si te molesta que se muera de ganas de gozarte mientras saluda a los vecinos”.

El resultado, aparte de la correspondiente corrida mientras escuchaba a su mujer fantasearle semejantes cerdadas como las que le contaba que hicimos, fue que, de inmediato, salieron a la terraza y grabaron el polvazo, cerdo y desinhibido como el mío, que se pegaron, ¡Pero de verdad! Ella no tuvo que saludar, nadie les vio. Así que decidieron darse permiso en ese mismo momento para, cualquiera de los dos, enviarme el vídeo sin tener que decírselo al otro.

  • Sabes que hay un vídeo... -comentó confiando en que estuviera al tanto.

  • Sí, lo sé -le contesté-. Pero Sole no me lo ha pasado. ¿Sigue hablando con los niños?

  • Sí -respondió Pablo, al que vi por la pantalla levantar la vista para buscar a su mujer que, efectivamente, seguía con el teléfono pegado a la oreja-. Sigue hablando con ellos.

Y, a continuación, después de recibir el mensaje de descarga de un archivo de vídeo que, sin lugar a dudas, era el que era porque me lo estaba enviando Pablo, y de echar un nuevo vistazo furtivo por el ventanal para comprobar que, los cinco jóvenes, seguían mezclados en el césped, me quité la blusa y volví a quedarme en ropa interior. Solo que, esta vez, mientras mantenía la videollamada con mi jefe.

  • Esta es mi propuesta final -le dije-. Cuando volváis de Roma este va a ser el uniforme de trabajo al menos alguna tarde. Y tú tendrás que hacer finalmente el macho men. ¿Hay trato?

  • Faltaría más, claro que lo hay -respondió de inmediato-. Hasta estoy por pedirte que adelantes nuestro vuelo de regreso -bromeó entonces para ponerse serio a continuación-. ¿Tú crees que Sole...? Porque yo creo que piensa que esto forma parte ya de otros tiempos.

El día que, trabajando, Sole y yo nos quedamos en sujetador y que terminó con las imágenes de un vídeo pornográfico dedicado ocurrió hace unos años. No muchos, pero tampoco poquitos. El único cambio relevante que podríamos destacar de Sole es que, de un tiempo a esta parte, la tensión del negocio este de Roma, estaba afectando a su relación de pareja, pero me parecía justificable. Solía haber un hecho desencadenante comercial relacionado siempre a otro emocional.

Sin embargo, ahora había una cosa que me chocaba mucho... ¡¡¿Con quién coño estaba hablando por teléfono?!!

Desde luego, con los niños no era. Por eso tuve la excusa, las dos veces que lo comprobé por el ventanal, para ponerme un poco más picantona durante la videollamada.

Pero, a lo que iba, en serio ¿Qué ocultaba? Todo lo que pude pensar bien de ella fue que se tratara de algo del negocio, una noticia o un plan de esos que no quieres revelar a tu adversario, ni siquiera aunque sea el hombre con el que compartes la cama. Pero se me había metido en la cabeza la posibilidad del amante... Y, claro, en las circunstancias que estábamos, había que andarse con pies de plomo en todo. Era un asunto que me tocaba resolver con ella y del que no podía hablar nada con Pablo mientras no supiera qué se podía o no se podía contar. Pero, por otro lado, la posibilidad me acababa de venir de frente.

-Puedo hacer por intentar enterarme, te recuerdo que llevo también sus papeles y que, estos días, los dos me vais a seguir llamando mucho. Así que, como lo primero que quiero como asesora y que necesito por vuestra parte es mucha paz entre vosotros, es mejor que tú no le saques el tema hasta que yo pueda contarte si está el tema como para sacarlo.

Y, así, ya tendría excusa yo para enterarme, a salvo de Pablo, de lo que fuera que ocurría tras esa llamada que Sole le ocultaba. ¿A santo de qué decirle que va a llamar a los niños si no es verdad? Si fuera de negocios le bastaría decirlo.

  • O no, claro... Porque si te pongo como excusa una llamada de negocios para aislarme en la terraza y cascar largo y tendido sin que puedas enterarte de qué va la historia, entonces sí que pensarás que ahí hay gato encerrado. Pero, si te digo que llamo a los niños, no solo te despreocupas de con quien estoy hablando y cuánto tardo sino que, seguro, hasta te relaja no tener que preocuparte de hablar tú con ellos... -pensaba con la boquita bien cerrada porque tenía una pantalla delante.

  • ¿Te encargas tú? Eso de las charlitas de nenas me pone mucho...

El resto de la videollamada con mi jefe, que tampoco se extendió mucho más, se mantuvo en ese nivel de complicidad y con tan solo un par de golpecillos aislados de los de “aquí hay desafío”. No pasó nada más. Repasamos los dos asuntillos comerciales que habían dado origen a la llamada, nos dijimos tres picardías y la conversación terminó con Pablo contándome que tenían mesa reservada para cenar a las nueve y que el tiempo se les empezaba a ir apretando.

Pasaron unos segundos desde que solté el móvil en la mesa y me perdí mirando a ninguna parte de la pizarra hasta que recordé que tenía que enterarme de inmediato de, en qué condiciones, estaba la realidad que había tenido que interrumpir cuando empezaron a llamarme.

  • Con la madre que parió a los niños -protesté burlona por todas las excitantes experiencias de locos que había estado viviendo con ellos a los largo del día.

Regresé por tercera vez al ventanal y, en esta ocasión, descorrí sin pudor ni preocupación alguna la cortina. Anochecía tarde, eran cerca de las nueve y el sol seguía iluminando con claridad. Los chicos no estaban en el jardín. Ninguno.

Abrí la puerta del despacho y les escuché despedirse. Pedro, Lucía y Juan se estaban despidiendo. Aunque no se les entendía con claridad, me enteré de que Juan y Lucía también son hermanos y se iban por algo de su familia. Y, claro, entonces Pedro ya no pintaba nada en la casa a solas con los gemelos.

Me senté ante la mesa y el ordenador para empezar a ponerle el punto y final a la jornada laboral. Cerraba documentos digitales casi al mismo ritmo que recogía los de papel. Tras poner los archivadores en su sitio y escuchar la melodía del “me voy” del ordenador, respiré hondo y revisé el despacho: estaba de nuevo en orden y listo para continuar la mañana del lunes. Porque, eso sí, el domingo era sagrado.

Estaba de pie, junto a la pizarra y la mesita, lista para ir empezar a vestirme con la ropa que, doblada, me aguardaba en el sillón cuando, al mirarla y ver también la pitillera, cuando Pablillo, desnudo, entró al despacho.

  • ¿Cómo vas? -preguntó susurrando y asomándose poco a poco pero sin detenerse-. ¿Qué cuentan mis padres? ¿No habrás estado hablando así con ellos, no? -dijo entonces cuando ya estaba totalmente dentro, totalmente desnudo, totalmente empalmado y totalmente cómplice.

La perspectiva de Pablillo y la pitillera era mucho más interesante que la de la ropa doblada. Aunque ya no hubiera más sexo, que al menos me permitiera el lujazo de terminar el día así de guay con los niños.

  • Como para que nos sentemos a echar el último porrillo mientras charlamos un rato. ¿Te apuntas?

  • ¡Yo también me apunto! -respondió Sole antes que nadie mientras entraba casi dando saltos de alegría en el despacho. Ella sí había vuelto a ponerse el bikini-. ¡Joder, Eva! ¡Qué día! -irradiaba auténtica felicidad-. Esto hay que dejarlo bien enterradito ahora. A ver cómo lo hacemos, que aquí no ha pasado nada...

Al final nos fuimos liando y la charla duró más de un porro y de un despacho. Nos dio tiempo a cascar en la cocina mientras preparábamos la cena; Nos dio tiempo a seguir cascando mientras cenábamos en el jardín y también durante un par de copas. Eran más de las dos y media de la mañana cuando, por primera vez, alguien habló de irse a dormir a la cama.

Estuvimos en la puta gloria, básicamente...

Al final me quedé a dormir y a echar el domingo con los gemelos. De hecho, ya no volví a salir de la casa durante días y solo me vestía si tenía una videollamada que atender. Nos lo traían todo a casa, hasta los aliños del tabaco y el material, me dejé llevar por la vida cómoda y peligrosa del joven millonario. Y fueron días fabulosos.

Los niños y yo habíamos construido un relato de sábado creíble y, para el miércoles, lo teníamos tan claro que nos parecía hasta real. Sus padres, mis jefes, ya no tendrían que enterarse de ninguna orgía ni de que su asesora andaba folleteando con sus hijos.

Sí, con los dos... Porque, el domingo por la noche ya había follado con la gemela más veces que con Pablillo. Luego la cosa siguió entre ellos. A diario, cuatro polvos, mínimo, caían. En alguno que otro hasta elegí participar como la operadora de cámara que les grababa. Uno de los vídeos que tienen está muy, muy chulo. Que sí, que yo también follaba con ellos de vez en cuando. Pero mucho menos y muy de vez en cuando.

El puntito sexual constante de la casa me mantenía muy viva, me había venido muy bien en la parte del trabajo y seguía dando soluciones y buenas noticias a mis jefes hasta el último momento. Lo de Roma estaba a punto de terminar y de terminar muy bien. Mucho mejor de lo que ninguno hubiéramos imaginado cuando la operación se puso por primera vez sobre la mesa hace ya unos cuántos meses.

Llegó el viernes de la reunión definitiva. Durante la semana Pablo, mi jefe, me había preguntado en un par de ocasiones si había noticias de Sole y no se las contesté. Aún no había podido hablar con ella. Fue una conversación que, por fin, llegó la mañana de un sábado; El día siguiente a la firma del acuerdo.

Esa mañana, después de desayunar juntos, quisieron probar la experiencia de pasar la mañana por separado. Reconozco que cuando Lucía me lo dijo empecé a preocuparme en serio. Pero no, no había razones. Sí que es cierto que Lucía se había hecho alguna que otra preguntilla sobre su matrimonio últimamente pero confiaba en que, hacer esa prueba, iba a unirles más que a separarles. Tenía la esperanza de que iba a pasar toda la mañana echándole de menos.

Y, si lo que anhelas es echar de menos a alguien, es porque ese alguien te importa. Es decir, en el caso de mis jefes, matrimonio a salvo.

Quiso el destino, o la casualidad, que la charla que quería tener con ella entrara solita, “rodá”. Lucía, en su “rato de soledad del día después” necesitó desahogarse y me eligió para hacerlo.

No había ningún fantasma feo del todo por ahí al que enfrentarse. Con su relato me demostró que había ido superando cada una de las complicaciones emocionales que le había estado suponiendo cada jaleo de esta historia empresarial y reconoció haber estado fuera de si en la mayoría de ellas. Y la entendía perfectamente.

  • Mil gracias -me estaba diciendo durante la videollamada-, porque sé que, cuánto más loca me volvía, más te currabas encontrar una salida que nos gustara a los dos y en la que yo saliera ganando. Soy súper consciente de que esto para ti tampoco ha sido fácil... -me hizo llorar de felicidad-. ¿Tú como estás?

  • Súper feliz -le empecé a contestar-, porque todo ha salido bien. Los últimos días con mucho calor para fastidiar más todavía a los nervios por todo lo demás pero, sin duda, han merecido la pena... ¡Tía! ¿Te acuerdas del día del macho men?...

A Lucía le cambió la cara. Es evidente que es un día que nunca olvidaremos pero, sin duda, era lo último que debía estar imaginando que podría salir como tema de conversación. Así que, después de dejar pasar unos segundos para que pusiera, de bromista postureo, tantos rostros de sorpresa como se le ocurrían, termine de decirle.

  • Llevo toda la semana encerrada en el despacho currando en ropa interior y no he hecho más que acordarme de aquello... Todo lo que ha llovido desde entonces...

-Pero si todas las veces que hemos hablado... -decía en voz alta hablando sola. Las dos sin hacernos ni caso en las primeras frases-. Que digo que...

  • Que sí -le interrumpí-. Que me vestía si tenía que hablar con vosotros o con alguien.

  • ¿Pablo lo sabe?

  • Sí -respondí con sinceridad antes de darme la posibilidad siquiera de pensar en mentir-. No lo ha visto pero sí que se lo he contado ya.

Ahí sí que me apunté a lo de mentir. Las noticias, poquito a poco, utilizándolas en el mejor momento adecuado.

  • ¡Coño! -gritó sorprendida- Que me acabo de dar cuenta de que estás en el despacho ¿Qué haces ahí? ¿Cómo es que no estás en tu casa en pijama?

  • ¿Tú te crees que, con las horas a las que terminasteis anoche, y con todo lo que me quedó después a mí por hacer, iba a terminar pronto? Me dieron aquí la una y cuarto de la mañana. Y los niños se empeñaron en que me quedara.

Con lo a gusto que vivíamos los tres, creando incesantemente esa magia sexual en el ambiente que nos tenía siempre tan de buen rollo... ¡Cómo para querer irse!

  • ¿Cómo están los niños? -me preguntó.

  • ¿Cuánto hace que no hablas con ellos? -respondí intencionadamente.

  • Pues el jueves, creo. Porque ayer, con los nervios y la agenda, no tuve un minuto para llamarles y hoy no había tenido ocasión todavía. Hay cosas que no puedo desahogarme con ellos...

El miércoles fue cuando llamó en realidad, después de comer. Nos interrumpió la grabación de uno de los polvos de los gemelos.

  • Luego les llamo -siguió diciendo-. Primero quiero seguir con el experimento este con Pablo y con nuestra charla; Que creo que se van a complementar muy bien una cosa con la otra.

Esa seguridad con la que expuso cuáles eran sus intenciones se me contagiaron y, de nuevo, comencé con mis juegos. Solo que, esta vez, con mi jefa.

Evidentemente aún estaba vestida. Le había confesado el secreto y también el truco. Así que estábamos en esa parte de la conversación en la que se produce una transición exagerada. Y mi intención era que encajara con total normalidad.

Me senté en uno de los sillones junto a la mesita, me encendí un canuto, dejé el móvil bien orientado apoyado en la pitillera y, con las manos libres por fin, empecé a desabrocharme la blusa con el firme propósito de continuar como si nada hasta quedarme en ropa interior. Y que Lucía interviniera cuando le pareciera oportuno.

  • ¡Tía! -dijo por fin, después de esperar a que me sentara, ya solo en ropa interior, y me quedara mirando a la pantalla-. ¡Pero mira cómo estás! ¡Si estás mejor ahora que antes! ¡Qué cabrona!

  • Tengo que preguntarte algo -fue el inicio de mi respuesta- que me lleva preocupando desde hace una semana. Porque has hecho algo que no me cuadra y, me he formado un fantasma tan grande, que quiero hablarlo contigo así, a corazón abierto, sin rodeos y sin tapujos.

  • ¿Qué pasa? -me preguntó totalmente intrigada y descolocada-. ¿Qué he hecho?

  • Sin rodeos y sin tapujos -repetí antes de guardar un jolivudiense silencio intrigante de un par de segundos-. ¿Te apetece ponerte cómoda y que charlemos?

  • Es charla de canuto, ¿no?

  • Es charla de canuto... -contesté.

Sole debía saber a lo que me refería. Si, realmente, valoraba mi trabajo, supondría que no sería fácil que se me escapara por alto ningún detalle. Puso cara de tener un secreto, de haber sido descubierta y de necesitar hablar de ello. Todo esto mientras la veía abrirse un tercio de cerveza, encenderse un canuto y sentarse en la terraza de la habitación del hotel.

  • Dispara... -me dijo después de terminar de ponerse cómoda.

  • El sábado pasado te cacé, en esa misma terraza, hablando por teléfono con alguien que no eran tus hijos. Y no ha sido nada del asunto de Roma porque no me has dado instrucciones. Así que hay algo que ocultas. No querías que Pablo se enterara... - guardé un nuevo silencio prolongado para envolver con dulzura las siguientes palabras-. ¿Estáis bien? ¿Estás bien? Te recuerdo que, estos días, Pablo y yo hemos hablado...

Le di tiempo a Sole a que descubriera cómo podía haber ocurrido lo de enterarme de esa llamada y no tardó mucho en atar cabos.

  • Hablasteis el sábado -empezó a decir-. Por eso aquella llamada fue tan larga... ¡Qué hija de puta eres! -se echó a reír- ¿Estuviste a posta prolongando el tiempo de vuestra charla para ver cuánto me entretenía yo?

Me sentí inmensamente feliz. Mi jefa me conocía perfectamente y era capaz de encajar en cada situación ejemplos de algo que ya había hecho antes con ella. Recuerdo el día que le conté cómo había aprovechado el truco en una ocasión similar para enterarme de otra cosa que estaba pasando a la vez. Al parecer, Sole acababa de acordarse también. Ese día nos reímos mucho.

  • Con la cabeza que tienes -empezó de nuevo a hablar-, no se cómo no has elegido volar por encima de nosotros.

  • Porque no encuentro un lugar más feliz que en el que estoy ahora mismo -le contesté-. Moverme siguiendo las reglas del juego a vuestro nivel me supondría un desgaste horrible. Mi mundo es mucho más feliz y equilibrado así, como está ahora mismo... ¡¡Venga!! Que te me despistas. ¿Con quién hablabas?

  • Con Matías...

  • ¡Venga ya! Eso me lo cuentas ahora mismo.

Tampoco tenía mucho que contar. Era la típica historia del ex que nunca se ha ido del todo y que viene ahora para poner las cosas complicadas justo en el peor momento. Pero no porque venga con mala intención, sino que viene con las peores: ¡Con las perversas! Y a Sole la historia le había costado enfrentarse a muchas llamadas y proposiciones y hacerse muchas preguntas poder controlar esa situación. Precisamente fue la última en la que la cacé. Por eso le vino bien que fuera tan larga, porque pudo zanjar las cosas bien. Pero, ciertamente, le sorprendió el hecho de haber dispuesto de tanto tiempo; Algo de lo que, también, se había percatado y no le había parecido normal. Ni siquiera sabiendo, como ella sí que sabía, que Pablo iba a llamarme en aquel momento.

  • Debo suponer entonces que fue el sábado cuando hablasteis largo y tendido de todo de todo, ¿no? Incluso del “Macho men”

  • Sí. Entonces, todo bien ¿no?

  • No sé... Dame un momento...

De alguna manera la charla y el rato que pasamos mi jefe y yo hacía una semana, estaba encajando en algunos otros momentos y Sole estaba descubriendo los primeros de ellos. Era algo que, para mí, era totalmente desconocido pero, conociendo a Pablo, seguro que alguna pata había metido. Y, mi sábado con Pablo, había tenido mucho... No sabía con qué, cuándo ni cómo podía saltarme. Fue un momento tenso.

  • Se lo está tomando en serio -dijo entonces en voz alta-. No... Es que... ¡La firma de lo previo de Nápoles!

  • El miércoles -le contesté casi de forma autómata.

  • ¡Eso! ¡El miércoles! Ahí nos fuimos solos a comer antes de firmar lo de Nápoles, que sabes cómo me sentaba. Pues, para avivar más la tensión, durante la comida sacó el día del macho men para echármelo en cara. Que no se creía cómo era posible que yo pudiera ser capaz...

Se quedó callada un segundo en el que un gemido entrecortado le secó la voz.

  • Que cómo era capaz -comenzó a decir al recobrar el aliento y buscándome los ojos en la pantalla- de pensar tan mal de ti con todo lo que no parabas de hacer por nosotros... Que yo ya no me parecía en nada a su mujer la que trabajaba en sujetador mientras que tú sí que seguías igual de leal y divertida... ¡Tía! Que llevo desde el sábado pensando que Pablo y tú tenéis un lío y el miércoles mi miedo se multiplicó.

  • ¿Qué cojones pasó el sábado? Porque hay algo que se me escapa...

  • El sábado, en la cena y contándome vuestra llamada, Pablo me contó lo de que se te había roto el aire acondicionado en el despacho. Y en seguida te imaginé pasando calor, qué sé cómo es ese despacho, y no tardé mucho en recordar las muchas veces que, desde el día del macho men, habrías trabajado en ropa interior, con lo a gusto que se estaba y lo bien que nos lo pasamos. Y, recordarte en ropa interior, sumado a la excesiva duración de vuestra llamada, pues me creó un fantasma. No sé cuándo me lo vería en la cara pero qué bien me lo lanzó el miércoles. Porque, me mal me sentó y cómo me encabroné de primeras, pero qué bien lo hizo para abrirme los ojos. ¡Qué bueno lo de Nápoles! No me lo esperaba y me encantó.

  • Lo estuve preparando desde el mismo sábado.

  • Lo sé... Ahora ya entiendo porque os enrollasteis tanto -volvió a guardar un breve silencio-. Después de haberme dado semejante golpe bajo comparándome contigo, me advirtió de que me iba a encontrar con una sorpresa en el acuerdo que íbamos a firmar y que, de lo que creyera en ti, dependía mi tranquilidad. Y no estuve muy tranquila precisamente hasta que escuché la cifra de lo que habías hecho. Y, luego ya, cuando leyeron los detalles y vi con qué sonrisa me estaba mirando Pablo, se me cayó el mundo encima. No sé cómo puedo ser tan mal pensada...

Su lamento era sincero.

  • Porque es una de las reglas habituales de jugar a vuestro nivel empresarial -le consté-. ¡Y una máxima de la vida!: no te fíes ni de tu sombra. Solo que, a ti, se te suele ir un poquito de las manos.

  • ¡Brillante! -insistió agradeciéndome lo de Nápoles.

Venga, os lo cuento rápidamente: Resulta que, en la absorción empresarial que iba a hacer uno de los grupos de Pablo, sobre uno de los de Sole, había una tensión extrema que se resolvió con un milagro. El grupo de Sole contenía un pequeño subgrupo de empresas, las de Nápoles que iban a pillar la peor parte. Los despidos más injustos, con las excusas más injustas. Y todo el mundo sabíamos que, precisamente los de Nápoles, eran los que daban sentido a la absorción. Bueno pues se publicó una directiva europea que nos beneficiaba si las empresas de Nápoles cambiaban su situación fiscal. La aplicación de una nueva serie de porcentajes e historias multiplicaba el valor de la misma y empezaban a contemplarse otros derechos que, hasta ese momento, no cabían.

Total, que la indemnización por la absorción de las empresas de Nápoles, se hizo por un capital superior al que tenían por acuerdo hasta entonces, que se contempló una generosa indemnización para todas y para todos los trabajadores y que, por la orden de la unión europea, pasaban a ser unos capitales que asumían las compañías aseguradoras de las empresas de Pablo. El grupo de Sole cobró mucho más, todos estaban felices y al grupo de Pablo no le costó un duro.

Pues sí. Brillante. Salvo porque ahora me toca intentar engañar a otras compañías de seguros porque, las nuestras, ya han volado. Hasta tengo entendido que mi jugada no ha pasado inadvertida en el sector y que andan todas revueltas desde el miércoles tratando de blindarse por ese hueco. En cuanto sea yo misma quien les cuente cómo hacerlo, me resuelvo el problema. Porque, evidentemente, ya me he adelantado a ese movimiento y he previsto el siguiente. El negocio que tengo pensado va a compensar...

  • ¿Y por qué dices que se lo está tomando en serio? -Esa coletilla no terminaba de cuadrarme-. ¿Se está tomando en serio el qué?

  • ¡Todo! -respondió-. Si el sábado hablasteis de lo del macho men, se llevó ¡mínimo! Cuatro días con los recuerdos en la cabeza y no lo nombró hasta que, el miércoles, me la tiró. Sabemos quién es Pablo y cómo es Pablo. Lo normal es que, el mismo sábado me la hubiera soltado después de cenar para ponerme juguetona... -Pues sí, habría sido una reacción propia de él-. Pero, por el contrario, lo utilizara para herirme... ¿No te parece que, aunque fuera de cruel ejecución, partía de una buena intención?

Imaginé la respuesta. Pero no contesté porque quería que Sole construyera su reflexión de principio a fin.

  • Si no me llega a pegar ese navajazo, no habría valorado lo de Nápoles. Solo habría visto más dinero, pero ya está. Subí a aquel despacho herida como no te puedes hacer una idea; Convencida de que mi marido me engañaba contigo y de que le importaban una mierda mis negocios y, con ellos, el resto de mis emociones. Subí a ese despacho siendo yo la que pensaba que, aquel día, fue el error más grande de nuestra vida. Y, sin embargo, sobre la mesa de la sala de reuniones de aquel despacho estaba la prueba de todo lo contrario. Con su navajazo, Pablo lo que hizo en realidad fue predisponerme a que, aquellos números, tuvieran mucho más valor que saldo. Su navajazo me sirvió para reconocer el compromiso que, los dos, tenéis conmigo.

-¿Se te ha pasado ya el berrinche? -pregunté jocosa, con el cariño y la complicidad de una amiga que quiere quitarte el nudo de la garganta.

  • Sí... Ya sí... -respondió sonriendo.

  • Pues ahora me toca a mí contarte algo íntimo y personal... Eres la principal preocupación de Pablo ¡en todos los sentidos y a todos los niveles! Mira... el sábado... -tragué saliva-. El sábado, mientras estuvimos hablando hubo un momento simpático de la conversación en el que, al final, terminé por quedarme solo “en uniforme” y, lejos de descentrarse y banalizar, seguimos hablando de ti con toda la seriedad del mundo. Eso quiere decir que, ni teniéndome a solas en ropa interior, deja Pablo de pensar en ti... Se lo está tomando en serio a todos los niveles, como dices. Está pidiendo ayuda... -decidí mojarme un poco más-. Me ha enviado el vídeo...

Guardé silencio hasta que le vi en la cara que sabía perfectamente de lo que le estaba hablando.

  • Lo tengo desde el sábado pasado... Y tú me has contado su historia...

Con todas las cartas boca arriba dejé que Sole terminara de hacerse una recomposición del tablero de juego. Y aproveché ese momento para coger otro móvil y enviarle un mensaje a su hija. Aunque la madre me viera trastear mientras pensaba qué hacer o qué decir.

  • Se me ha ocurrido una idea para normalizar lo de andar desnudos por casa cuando vuelvan tus padres mañana. Espero tu respuesta antes de hacer nada.

  • No va a colar, ni de coña, ¡Ya me dirás cómo! -me respondió casi de inmediato.

Y, Sole madre, que, por su parte y al otro lado de la pantalla, seguía haciéndose a la idea de que estábamos en donde estábamos y parecía no enterarse del todo.

  • Espero por tu bien que lo de Matías me lo hayas dicho en serio. Porque no esperes que me ponga el uniforme macho men para trabajar con él ni por todo el oro del mundo. Este momento, que nos lo debemos, es de los tres. Solo de los tres.

Eah! ¡Sole! Ahí llevas otro pie. A ver si este lo aprovechas.

  • ¿De verdad ya no soy la Lucía de aquel día y no te llego a la altura del zapato? -dijo por fin, reinsistiendo en el disparo que más le dolía.

  • ¿Y a mí me lo preguntas? -le respondí-. No soy yo quien debe responderte a eso. Yo solo puedo decirte que aquí hace mucho calor y que, con el uniforme, se trabaja bien fresquita.

  • Sabes que con eso y dos porros se lía la de Dios -me dijo.

  • Y que la liamos todos...

De nuevo se detuvo a pensar. Esta vez su cara estaba cambiando y la vi convencerse pronto. Su sonrisa iba alcanzando tal expresividad que tuve miedo de pensar en las obscenidades que podría estar imaginando.

Cogí de nuevo el otro móvil para responderle a la niña. Aunque la madre me viera.

  • Tus padres son más divertidos de lo que te piensas -le escribí-. Si confiáis en mí, necesito que me hagas un favor. Ven al despacho y entra con cualquier excusa. Te aviso: estoy en ropa interior en una videollamada con tu madre y sentada en el sillón. A ti no se te va a ver y, de tu entrada, me vale un simple murmullo. No vas a estar ni cinco segundos. Sube en los próximos cinco minutos.

¡Sí! Todo eso me dio tiempo a escribir mientras que Sole seguía haciéndose preguntas que, de momento, prefería guardarse para sí. Incluso en la duda que os he puesto antes como ejemplo, cabe la alternativa inmediata de pensar “podemos trabajar así cuando los niños no estén”. Así que no tuve reparo en dejar que ella fuera afianzando su seguridad mientras yo hablaba con la niña. Estaba ganando tiempo.

  • ¿Sin rodeos y sin tapujos? -me preguntó entonces ella a mí.

  • Dispara -le respondí con la misma seguridad.

  • No somos una pareja de tres. Ni mucho menos una familia de cinco...

  • Si después de veinte años trabajando y conviviendo con vosotros crees que un poco de desmadre sexual va a cambiar mi rol en esta familia es que, tú y yo, vamos a seguir trabajando juntas ese berrinche... -respondí con la serenidad y el cariño que emana de la lealtad más sincera.

Eso sin contar que, ese planteamiento, dejaba entrever que daba por hecho que íbamos a tener sexo juntos en más de una ocasión. ¡Genial!

Y, tal y como supuse, en aquel nuevo silencio de Sole mientras asimilaba mis palabras, se abrió la puerta de mi despacho. La niña se encargó de hacerlo sonoro, exagerando con el mecanismo de la cerradura de la puerta, y, luego, tirando los únicos dos papeles que quedaban encima de mi mesa. Entró preguntando por un sirope para el desayuno, le hice un par de gestos con la cabeza y se fue por donde había venido. Había cumplido su objetivo, lo estaba viendo en las caras que estaba poniendo Sole en la pantalla.

Sabía que, cualquiera de los niños, me acababa de ver en ropa interior y que yo había reaccionado como si nada. Con lo que quedaba claro que, entonces, era algo que los niños ya sabían. Y, aparte, daba la información de que los niños seguían siendo los dueños de la casa porque abrían las puertas sin pedir permiso. Era información que percibir y asimilar...

  • ¿Qué piensa Claudia de que trabajes así?

Claudia es la mujer que viene, bueno, que venía a limpiar lo mismo que a cocinar.

-Claudia ya no está.

  • ¡Cómo que no está!

-Han ingresado a Seña Claudia -la madre- y parece que es grave. Así que, tanto si sale de esta como si no, ha decidido que ya se queda en el pueblo con sus padres.

  • ¿Y quién está haciendo las cosas de la cosa?

  • ¿No te lo han contado los niños? ¡Los mato! Mira que les propongo temas de conversación para que hablen con vosotros.Pues, ¿Qué os cuentan cuando habláis con ellos?

  • Pues parece ser que nada -respondió visiblemente resentida.

  • Se están encargando ellos. Reconozco que no hemos comido gloria estos días pero están empezando a cocinar. Y, si te soy sincera, Pablillo tiene maneras y la niña sabe más de lo que muestra.

  • ¿Quién acaba de entrar al despacho entonces?

  • La niña -le respondí.

No hizo falta que preguntara “¿Y te ha visto así?”. Leí cada una de las letras en su mirada.

  • Pues, sobre lo de verme así -dije consiguiendo arrancarle una sonrisa a Sole porque le había leído perfectamente la cara-, hay algo que quiero contaros... Ha traído consecuencias.. Nada de lo que preocuparse, claro -inserté de inmediato-, pero sí algo que creo que debo introduciros yo, en lugar de los gemelos.

Sole frunció el ceño. Imagino que, lo primero que pensó, fue que iba a contarle una fricción entre los niños y yo.

-Me pilló la niña a las primeras de cambio. Entró al despacho y me encontró así. ¡Menudo susto que nos dimos las dos! Y luego las risas, claro -necesitaba que Sole fuera relajando la cara-. ¡Que no pasa nada! En serio, no estés así.

  • ¿Y cómo quieres que esté si resulta que, mis hijos, tienen algo que contarme porque te han pillado en ropa interior?

  • No van por ahí los tiros, Sole. Para que te quedes tranquila, la niña tardó menos de cinco minutos en aprobar mi atuendo porque, y repito literalmente sus palabras, “yo soy la primera que estudia en bragas en mi cuarto y, este, es tu cuarto de trabajo”. Escúchame... Voy a contarte algo importante, solo importante, pero no es un problema. ¡Anda y Dale fuego a eso!

  • Entonces, ¿Qué pasa? -dijo por fin después de relajar moderadamente el gesto y de volver a encenderse el canuto.

  • Tu hija ha descubierto el naturismo y le gusta.

Sole casi se ahoga con la calada que se le atravesó en ese momento. Tosió varias veces y hasta tuvo que levantarse de la terraza y entrar en busca de algo líquido que beber. Regresó a su butaca con un tercio en la mano y le dio otra calada al asunto.

  • Cuéntame bien esto porque tengo muchos interrogantes ahora mismo en la cabeza y necesito respuestas antes de que me estalle ¿Cómo que descubierto? ¿Cómo que naturismo? ¿Cómo que le gusta?...

  • A ver. Lo primero que tienes que tener presente es que los gemelos tienen veinte años, que ya no son niños inocentes pero que todavía están terminando de forjar su personalidad. Mira... De nuestro rato de charla, Sole, lo que más destacó era que envidiaba mi seguridad; Que ella se moriría si alguien la pillara así... Y, luego, me contó lo del naturismo; Que le encantaría pasear desnuda por el mundo pero que la detienen los prejuicios de la sociedad. Total que, termina la charla, se va y, al rato, me manda un mensaje al móvil y me dice “¿Puedes venir a mi cuarto? Pero entra sin llamar”. Así que salgo del despacho, abro su puerta y me la encuentro de pie, frente a su espejo grande, desnuda dándome la espalda pero mirándome en el reflejo: ¡Venciendo el miedo!... Y, al final, lo venció. Venció ese, venció el de que la viera su hermano y venció el de salir al jardín y disfrutar desnuda de su casa y su piscina.

  • ¿Y el niño qué ha hecho? Porque, conociéndole, tiene que estar pinchando mucho a su hermana.

  • Ha pasado todo lo contrario -la cara de incredulidad con que Sole me miró cuando le dije esas palabras era previsible-. El primer día, cuando la vio, sí que empezó a decir pamplinas durante un rato. Pero luego cambió... -tomé aire, lo retuve unos segundos para que Sole tuviera tiempo de descubrir que se avecinaba otra bomba y, cuando la vi preparada, continué-. Se ha convertido en el principal apoyo de su hermana, hablan como nunca les había visto hablar y él también anda desnudo por casa... Y os lo quería contar yo antes porque volvéis mañana y están tensos...

  • ¿Tensos? ¿Por qué?

  • Porque no saben cómo sois. Piensan que os va a parecer una locura, que se lo vais a prohibir y que no va a haber opción a diálogo “porque lo digo yo, que soy tu padre” o porque “mientras vivas bajo este techo...”. Hay temas que ni os plantean porque, de salida, se ponen en lo peor. Y, pienso yo, no sé... Tal vez os estáis perdiendo muchas cosas los cuatro por eso...

Sole comenzó a asentir, como si estuviera descubriendo todos los argumentos propios que florecen en la mente cuando entiendes una verdad.

  • Y el tema del nudismo que, encima, tiene todavía en lo alto una losa de tabú bastante considerable, pues es una de esas cosas que creen que no pueden hablar con vosotros.

Las dos hicimos un silencio. Yo había terminado de hablar y, con todo lo que había soltado, esperaba la respuesta de Sole. Pero no llegaba.

  • ¡Llámales! -se me ocurrió de repente- Ya sé que venís mañana, pero llámales, que te va a venir bien. Es más, te propongo que sea videollamada y que les observes. Eres madre y vuelves mañana, creo que no tengo que decirte nada más... Bueno, sí, solo una cosa. No les cuentes que te he dicho lo del naturismo.

  • Venga -me respondió ilusionada-. Te llamo luego.

Tras finalizar la videollamada, me levanté del sillón para abrir la puerta del despacho y recuperar la “nueva normalidad” que, en una semana, le había dado la vuelta a la casa y que me encantaba. La ropa estaba prohibida, los gemelos follaban como conejos y yo, de vez en cuando, me daba mis festivales. Ya fuera a solas o con cualquiera de ellos.

Y, por distintas razones, ese me pareció un buen momento para dame uno.

Me volví a desnudar y me acomodé en el sillón llevándome directamente las manos a la entrepierna. Tenía tono suficiente como para comenzar desde ahí. Me estaba acordando del vídeo de Pablo y Sole, de la semana de sexo y buen rollo con los gemelos, de lo bien que estaba todo y lo bien que se estaba poniendo que... En fin... ¡Ahí estaba yo!, con las piernas bien estiradas y abiertas y con la barbilla hundida contra las clavículas. ¡A gustito! Luego, cuando escuché el teléfono de la niña sonar y reconocí que hablaba con su madre, la cosa siguió dándome justificaciones para el festival que me estaba marcando.

No tenía prisa. Estaba en ese punto en el que puedes pasarte minutos dándote caña, que sabes que los soportas encantada porque aún tienes el control por muy altas que sean las intensidades del placer. Y creedme que lo eran.

Y, cuando entró Pablillo en el despacho y me pilló así, fueron más altas aún.

Sonreí, abriéndome más de piernas cuando le vi aparecer, Y continué masturbándome sin dejar de mirarle a los ojos. Afortunadamente, como permanecía inmóvil a medio camino entre la puerta y el sillón, en mi campo de visión podía ver como se le iba poniendo la polla dura como un palo. Me cambié del sillón al sofá, para sentarme como una rana y abrirme de piernas todo lo que fuera posible para no dejar de masturbarme y de ofrecerle un buen espectáculo. Uno tan bueno como el que me estaba pidiendo el cuerpo.

Pablillo no empezó a pajearse enfrente de mí hasta unos segundos más tarde, que se me acercó a un par de palmos. Le veía las intenciones, iba a apuntarme con la poya a la cara cuando se corriera. Así que fui abriendo la boca y empapándome los labios mientras disfrutaba de ver la cara de gusto con que se la machacaba.

Después de fallarle las rodillas un par de veces y de intensificar el brío con que se la sacudía vino la mirada del “me voy a ir ya y te voy a poner perdida”, así que saqué pecho y abrí la boca obscenamente, provocándole con la lengua.

Infalible. Se pegó una corrida de tal calibre que el calor del esperma activándome desde la frente al ombligo e, incluso, sobre la mano que me masturbaba, me dislocó a mí también. Y proseguí sosteniéndole la mirada mientras mis entrecortados gemidos fueron en melódico crescendo anunciando el acorde final de mi orgasmo.

Relinché como una yegua para reordenar la respiración después de correrme con tanta intensidad que dolía. ¡Dios qué orgasmazo! Cómo temblaba...

  • ¿Qué querías? -le pregunté a Pablillo mientras me relamía su propia corrida, que aun me llenaba parte de la cara.

  • Que ha llamado mi madre a mi hermana y se ha puesto nerviosa. Y quiere saber qué está pasando, que si tú sabías algo porque, como has estado hablando con ella...

  • Digo yo que, si os llama, es porque querrá saber cómo estáis, ¿no?

  • ¿Qué le digo entonces a mi hermana?

  • Si tu madre preguntara, podéis decirle que sabéis que trabajo en ropa interior. Para eso he hecho que hermana subiera antes. Si os saca el tema, habladlo tan normal. ¡Pero no le digáis nada del naturismo! Que, aunque la cosa va bien, no he terminado esa parte con ella.

De nuevo empezó a sonarme el móvil.

-¡Tu padre!... ¡¡Corre!! -le dije a Pablillo, que se ha había quedado en shock- ¡Ve a decirle lo otro a tu hermana!

Me puse solo la blusa, para no perder mucho tiempo, y descolgué después de abrocharme cuatro de los cinco botones; Asegurándome bien de que no se me veía de tetas para abajo.

  • ¡Muy buenas! ¿Qué? ¿A dónde te has ido tras el desayuno? -le dije desenfadada para comenzar la charla.

  • ¿Cómo sabes lo de... ¡Ah! Vale... Que has hablado con ella, ¿no?

  • Sí -respondí jovial-. Hoy hemos tenido una charla muy productiva.

  • ¿La que llevo esperando desde el sábado pasado?

-Esa misma.

  • ¿Y qué tal? Cuéntame...

  • Puedes estar tranquilo. No tenéis ningún problema.

  • Eso ya me quedó claro anoche. Pero, ¿Qué hay de los uniformes de macho men?

  • Hay cosas que no debo contarte yo. Y, por cierto, hablando de macho men ¡Te pasaste un huevo en la comida de antes de lo de Nápoles!

  • Esa bronca se nos fue de las manos a los dos.

  • ¿Esa es tu justificación? -le pregunté con el “jijí” y el “jajá” pero totalmente en serio-. ¿Que lo hiciste solo para hacer daño?

  • ¡¡¿Daño?!! ¡¡Todo lo contrario!! Le dije que no era la misma para ver si así espabilaba. A ver si se daba cuenta de lo lejos que está de aquella Sole que ha dejado de ser y que sé que es mejor que la Sole amargada de estos últimos tiempos.

Respiré aliviada, esta era la respuesta que quería escuchar.

  • Pues ha espabilado. Se ha dado cuenta...

  • ¿Sí? ¿Qué te ha contado?

No le di detalles, no era asunto mío. Todo lo que le dije al respecto era que había que mejorar el diálogo entre ellos.

  • Esto de la absorción es que ha sido muy complicado... Yo podía entender sus límites y hasta sus salidas de madre, porque la conozco, pero es como si ella no entendiera la presión que yo tenía de mi entorno. Y ya sabes cómo han apretado los de Light Year.

  • Sí que lo sé -suspiré.

  • Y, antes... -dijo refiriéndose al tiempo anterior a los meses de preparación de los de Roma-. ¿Tú me confirmarías cosas si sí o si no a una serie de dudas que tengo?

No tenía mucha intención de revelarle secretos de Sole, que tampoco es que los hubiera. Pero sí que me interesaba saber qué dudas eran esas que tenía. A lo mejor me encontraba con algo interesante...

  • Prueba a ver.

  • ¿Tiene un amante?

  • No.

  • ¿Lo ha tenido?

  • No.

  • ¿Seguro?

  • Hasta donde yo sé, no.

  • Pues ya no tengo más dudas.

  • ¡Capullo eres! -dije echándome a reír- ¿Cómo estás tú hoy?

-Pues, si te digo la verdad. Estoy confuso... Mira... Anoche rematamos el negocio por todo lo alto. Echamos un polvo como hacía tiempo que no lo echábamos. Pensaba que ya estaba todo resuelto y bien pero me llega esta mañana con lo de que pasemos el día separados y, yo qué sé... ¿Para qué?

  • Para echarte de menos -le respondí.

Dimos pie a una conversación sobre si eso tenía o no sentido que se fue extendiendo. Ya sabéis: que si eso que dices me ha recordado a tal, que si esto otro a cual, que si esto que pienso te lo voy a explicar así, o te lo voy a explicar asá... Y, estando con la charla, de pronto me vi aparecer a los gemelos que, lentamente, estaban asomando la cabeza tras la puerta del despacho.

Se echaron a reír en afónicas carcajadas cuando me encontraron desnuda, tapada solamente por una blusa y hablando con su padre por videollamada. Venían los dos desnudos y, mientras que la gemela me miraba y prestaba atención a lo que decía su padre, Pablillo no tuvo otra feliz idea que empezar a sobarse la polla y a sacar la lengua dándole lametones al aire, pero dejándome bien clarito dónde le gustaría estar poniéndolos en ese momento.

Justo en ese momento en que, mi jefe, soltó:

  • Yo lo único que sé es que quiero seguir echando con mi mujer polvazos como el de anoche.

¡Tremenda encrucijada! Había tardado demasiado en decirle a los gemelos que se fueran. Y, hacerlo justo después de esa frase, y que Pablo me viera hacer gestos, tampoco me parecía buena opción. Así que no me quedó otra que seguir toreando...

  • ¿Y quién te ha dicho que no vayas a echarlos? Posiblemente el de anoche no sea un caso aislado, sino el primero de muchos.

  • Tú sabes algo que no me quieres contar... ¿De verdad no me vas a decir qué habéis hablado de lo de poneros el uniforme macho men?

Me quedé en blanco. Pero no por no saber qué responderle a él, sino por la cara que pusieron los gemelos. La niña, en seguida, cogió una de las sillas de la mesa de su padre y se sentó en ella del revés, con los brazos cruzados y apoyados sobre el respaldo y, el respaldo, entre sus piernas abiertas. Pablillo, por su parte, empezó a sobarse la polla más en serio mientras me miraba con cara de “me estoy conteniendo para no romperte a pollazos” Aparte, a los dos se les leía en la cara una curiosidad inmensa por saber qué era eso de los uniformes macho men pero que, solo por el nombre y el contexto, suponían que debía ser una cerdada ¡de sus padres y mía!

  • Pues mira... -fue todo lo que acerté a decir para darme dos o tres segundos más de tiempo para tratar de encontrar una salida airosa.

  • ¿Qué?

Se me acabó el tiempo. Sin salida airosa.

  • Nada.

  • ¿Cómo que nada? Tú nunca has sido de “nadas”, siempre has sabido qué decirme en cada momento.

Y, la polla de Pablillo, me jugó una mala pasada.

  • Pues todo lo que te puedo decir es que Sole sabe que tengo el vídeo, que me ha encantado, que el sábado ya me viste de uniforme y que yo, por mi parte, me apunto-. Y, en ese “me apunto”, me abrí de piernas desafiando en la distancia los lametones al aire y el rabo del gemelo.

  • ¿Y no voy a ver el uniforme de hoy?

-No, el uniforme de hoy es muy feo. No te gustaría.

  • Pues te pone las tetas muy bien puestas.

-¡Ya te digo! -saltó Pablillo por lo bajini.

Fue un acto reflejo: el suyo y el mío. Él por no poder evitar desearme como me deseaba y yo porque no pude evitar atravesarle con la mirada en un gesto en el que, aparte de girar cabeza y cuello, y de resoplar, el puñetero resoplo hizo que se le abriera un botón más al escote de la blusa. Uno bastante delicado.

Fue la décima de segundo más comprometida de mi vida. Lo primero que hice tras fulminar al gemelo fue bajar la cabeza para mirarme el canalillo, había sentido perfectamente cómo saltaba el botón, y luego, sin haber tenido tiempo siquiera para constatar que todo estaba en orden, volví a mirar al móvil como si no acabara de atravesar a nadie con la mirada.

  • ¿Qué ha pasado? -me preguntó Pablo

  • Nada, algo que ha crujido -contesté sin pensar, esquivando el primer envite.

  • ¿Y por qué no hay sujetador debajo de la blusa? -dijo a continuación.

  • Porque eres don impaciente cuando llamas por teléfono.

Silencio sepulcral a ambos lados del móvil.

  • ¿Qué estabas? ¿Solo con el tanga? ¿desnuda? Pues ese uniforme me gusta más que la lencería ¡¿Dónde va a parar?! -bromeó. La gemela flipaba, Pablillo tenía la polla como no se la había visto en la última semana-. ¿estás trabajando desnuda? ¿Y los niños?

  • Los niños muy bien. Muy, muy bien -respondí disfrutando con el rabillo del ojo de cómo el gemelo seguía frotándose el rabo a mi salud y aprovechando el respiro, por apurado que fuera, para intentar retomar mi control-. ¡Irreconocibles! Me atrevería a decir.

Y le lancé un guiño a Sole que recogió rapidito y me lo cambió por una sonrisa.

Respiré en condiciones de nuevo. Todo parecía volver a la calma. Calma tensa, si tenemos en cuenta que tenía a los gemelos enterándose en vivo de una serie de intimidades bastante escandalosas, pero calma al fin y al cabo.

  • Les das un beso de mi parte -Sole se echó a reír al escuchar a su padre y supe por qué. ¡Si mi jefe supiera los besos que, desde hacía una semana, nos dábamos sus hijos y yo!- Bueno, que te distraes y no me respondes... ¿Tanga o completamente desnuda? ¿Cómo estabas cuando te he llamado?

  • ¡Cachonda! -pensé.

Y ese pensamiento, y la gemela sentada abierta de piernas en frente de mí, y Pablillo apenas a un par de metros, sentado en el sofá con la polla en la mano, y mi jefe preguntando borderías, me volvieron a liar... ¡No! ¡No os equivoquéis! Me lié yo sola y no voy a echarle a nadie la responsabilidad de mis propias decisiones. Si, me gusta, pues me gusta ¿Qué le vamos a hacer?

Me quedé mirando la pantalla del móvil unos segundos, sin decir nada. Y aproveché para recolocarme en el sillón. Incluso me pareció el momento oportuno para mirarme bien el escote y evaluar los daños provocados por el botón inoportuno.

La blusa era de cinco botones y, empezando por abajo, se mantenía abrochada por el primero, el segundo y el cuarto; El quinto era el que no abroché desde el primer momento y, el tercero, el abierto. Y dejaba dos cosas claras: que, por el hueco que había dejado, se me veía bien las bajotetas sin un sujetador que las envolviera y que, si el cuarto botón no soportaba la presión de mi generoso, y oprimido bajo la tela, pecho, mi jefe iba a llevarse una inmensa alegría.

  • ¿Te vas a hacer la interesante mucho más tiempo? Sabes que ya, hasta que no me contestes, no podré pensar en otra cosa.

Fui a soltar el móvil en la mesita para abrir la pitillera pero corría el riesgo de enseñar carne de cintura para abajo y eso no entraba en mis planes. Así que, lo que hice, fue meterme el móvil en la teta, abalanzarme sobre la mesita, coger un canuto, volver a acomodarme en el sofá y sacar el móvil de donde lo había metido. En la pantalla, la cara de mi jefe irradiaba felicidad.

-¿Y qué estás pensando? -le pregunté sosteniendo el móvil con la izquierda, pendiente ahora de enseñar también escote y botón abierto pero no mucho más, y encendiéndome el canuto con la derecha. Mirarle de manera morbosa y juguetona eran ya una constante.

  • Te imagino desde mi mesa -justo detrás de la gemela- viendo como te diriges a la estantería -justo detrás mía- a coger un archivador. Metro setenta largo de mujer desnuda sobre tacones que, con sus caderas, le da movimiento al todo el despacho y, con el culo, se lo da a mi polla.

-Suena bien para empezar -le dije con el canuto en la boca y dejando caer la mano derecho sobre mi entrepierna.

Mi jefe, lo imaginaba; Los gemelos iban a disfrutarlo.

  • No dejo de observarte. El archivador está en una de las baldas bajas y, para cogerlo, me pones el culo en pompa y exageras la postura porque te encanta provocarme. Espero a que te reincorpores y te des la vuelta para regresar a tu mesa y, entonces, disfruto de la belleza que, de frente, me regalan tus curvas... Tus piernas largas, tu vientre plano, tus sugerentes clavículas. Ese par de tetas que conquistarían el mundo se quisieran, tu boca lasciva, tu coño imberbe... Y tu mirada juguetona. No dejaría de mirarte a los ojos mientras regresas a tu mesa y, solo en el momento justo, te diría “Métete por debajo de mi mesa...”

  • ¿Y, tú, estás vestido o desnudo?

  • Desnudo y con la mesa despejada de papeles para poder ver a través del cristal las maravillas que vas a hacerme.

  • ¿Y Sole?

  • Sentada en su mesa, desnuda como nosotros, con las bolas chinas dentro y el móvil en las manos, lista para grabarnos.

Lo del móvil debió parecerle una buena idea a los gemelos porque, en cuanto en escucharon a su padre, Pablillo se levantó corriendo del sillón para salir del despacho y la niña se golpeó un par de veces con el dedo en el esternón mientras que le decía “y el mío”.

  • ¿te parece bien si dejo que me devores con la mirada un poquito más? -continué diciéndole a mi jefe para ganar tiempo para que Pabilllo volviera-. Supongamos que dejo el archivador en mi mesa, me giro de nuevo para que me veas de frente y, durante unos segundos, me apoyo sobre mi cristal, acomodando la esquina entre mis cachetes y pringándola con mis fluidos... Apoyándome las manos en los muslos, como quien se detiene a recuperar el aliento.

  • Quítate la blusa -me pidió.

  • No, no, no -respondí picarona y alargando los tiempos todo lo que me permitía el momento y la conversación.

  • Quítate la blusa -me pidió también por gestos la gemela, aún más picarona que yo y más impaciente que su padre.

-Pues déjame al menos que vea con qué está jugando esa mano que no sujeta el móvil.

La mano que no sujetaba el móvil la tenía en el coño pero, cuando la mentó, volvió a entrar en plano para cogerme el canuto de los labios.

  • Juguetea con un buen porrete -remoloneé.

Pablillo entró de nuevo al despacho. Efectivamente, traía los dos móviles en la mano: el suyo y el de su hermana. Entonces, cuando ambos se estaban preparando para empezar a inmortalizar el momento, pasó algo inesperado.

  • Me está llamando Sole -me dijo mi jefe a través de la pantalla.

  • Respóndele de inmediato y aprovecha este calentón con ella -le contesté-. Luego hablamos.

Y, sin darle opción a responder, le colgué.

  • Que, cualquiera de vosotros dos, me coma ahora mismo el coño como si no hubiera un mañana ¡Por Dios!