Eva emputecida- Comienza la Venganza

Cae Isabel, la primera víctima de la venganza de Eva

Tuve un sueño intranquilo y solo dormí bien casi cuando empezaba a amanecer. Pero Eva me abrazaba –había permanecido así varias horas-y me miraba con una sonrisa deslumbrante. La besé en los labios y empezaba a animarme cuando se apartó.

-          Ahora no, mi vida. Tenemos muchas cosas que hacer. Vamos a recoger a Isabel para llevarla a comer a su casa. Juan ha organizado una paella - anunció

-          ¿Vamos  a volver a casa de ese cabrón?, ¡¡que vaya sola¡¡ –contesté de mala gana.

-          No seas tonto, ya sabes que está muy preocupado por la seguridad de su mujer –entonces la miré, totalmente confundido, para ver una sonrisa perversa en su cara.

Fuimos al aeropuerto, claro, y mi mujer atraía todas las miradas. Vestía como una colegiala, pero con un palmo menos de faldita y un par de botones de más desabrochados. Sin sujetador, sus pezones se transparentaban en la blusita blanca. Solo le faltaba el chupa- chups para completar la imagen de zorrita disfrazada

Yo permanecía en un segundo plano, había decidido que no volvería a pisar esa casa, pero me sentí en la obligación de acompañar a mi mujer, por ese sentido de equivocada caballerosidad que me daba tantos sinsabores.

Isabel nos vio nada más salir y se acercó con una sonrisa sorprendida.

-          Qué detalle, venir a buscarme. Muchas gracias, Eva. Me saludó con desapego, y me dejo con las maletas, en un gesto de claro desprecio. Por el contrario, abrazó a mi esposa con familiaridad, y yo diría que hasta cierto aire de posesión.

Eva nos dirigió a un Mercedes con las ventanillas tintadas.  El conductor no se molestó en salir del coche para abrir el maletero, y le dejé los bultos al mozo. Pero cuando me intenté acomodar en el asiento de atrás, Eva me detuvo con un gesto.

-          Anda cariño, se bueno y ve como copiloto, así le dices el camino al chófer y nosotros podemos ir más cómodas.

El vidrio de seguridad que separaba a los pasajeros del conductor era opaco, no podía verse absolutamente nada. Estaba cada vez más cabreado con la actitud de mi mujer, e incluso pensé en irme a casa cuando me llevé una doble sorpresa al acomodarme. La primera fue Luis, mirándome muy sonriente, pero haciéndome un gesto cómplice con el dedo para que guardara silencio y me mostró la segunda agradable novedad. Desde el asiento del copiloto, como desde el de conductor, teníamos una vista perfecta de lo que ocurría en el asiento de pasajeros. Era una opacidad unidireccional.

Ada más arrancar Isabel le metió la lengua a mi esposa hasta la garganta. Eva se dejó hacer, como una sumisa. No se removió cuando empezó a magrearle las tetas, ni cuando le abrió las piernas, para meter una mano dentro de su faldita. Luis llevaba puestos unos casos y me cedió otros, justo a tiempo para escuchar a la mujer de Juan

-          Muy bien perrita, veo que viniste sin bragas, como a mí me gusta.

Era como ver el sometimiento de mi esposa en una película. Las tetas al aire ya, respirando con dificultad, abierta, Eva arqueó el cuerpo para ofrecerse. E Isabel recogió lo que le daba. Se inclinó para mordisquearle los pezones mientras sacaba de su bolso un vibrador doble. El zumbido acompasaba los suspiros de mi esposa, que jadeaba, lamiendo el cuello de su Ama, que disfrutaba plenamente concentrada en su dominio.

Tanto que Isabel ni se enteró cuando pasamos de carretera a camino de tierra. Cuando paramos  forzaba a chupar el vibrador que antes había metido por su culito. Pero cuando se abrió la puerta se produjo un repentino cambio en la actitud de mi mujer, que apartó la cara bruscamente.

-          Qué haces, zorra?, le recriminó Isabel,

-          Zaaaasssss _la bofetada fue en la cara. Con toda la mano abierta, más sonora que dolorosa, pero enormemente impactante.

Pero la cara que se movió de un lado a otro fue la de Isabel, que quedó con la boca abierta, con una mano en la mejilla enrojecida.

-          Zaaaasssss  -la segunda fue tan inesperada como la primera. Vi como se doblaba la cara de la esposa de Juan, que empezó a lloriquear.

-          Pero… -intentó decir.

-          Calla, puta, sal del coche –le contestó Eva, con un gesto duro en la cara.

Un tipo había abierto la puerta y sacaba a Isabel sin ningún miramiento. Era un armario ropero de dos por dos, carne de gimnasio, pero con cara de boxeador, marcada por los golpes. Eva me sonrió entonces.

-          Te gusta la sorpresa, mi amor? – me preguntó tras darme un pico en los labios.

-          Dónde estamos?

-          Te acuerdas de don Enrique?

-          Quién?  -Entonces até cabos. Se trataba del viejo que soltó 100 euros a Luis por el espectáculo que le dio en el descampado.

-          Pues nos ha pagado 500 por traerle a Isabel, dice que le da morbo ver como dan de su propia medicina a esa zorra.

-          Cuándo hablaste con él?

-          No fue con él. Lo pacté con Luis. Está deseando someterla. Está entusiasmado, nunca se lo ha hecho a una lesbiana.

Isabel estaba sobre una especie de mesa camilla, abierta, sujeta con esposas a las patas metálicas. Le habían puesto una mordaza y tenía los ojos vendados. Luis le sobaba las piernas, subiendo por entre los muslos con sus dos manos, magreándola con firmeza. El otro, que luego supe que se llamaba Tomás, le mordía los pezones estirándolos con los dientes.

Eva se acercó entonces.

-          Después de esto vas a ser nuestra perra –le dijo al oído, y luego lo lamió, provocando un estremecimiento incontrolable en nuestra presa

El boxeador le magreaba una teta con fuerza mientras estiraba el pezón con la boca como si se lo fuera a arrancar. La otra mano en el coñito, dos dedos dentro, pajeándola de forma rítmica. Era duro pero muy hábil. Los dedos entraban rígidos, hasta los nudillos, y salían para volver a entrar. Y chupaba un pezón, y luego el otro. Y ambos se veían ya receptivos, endurecidos, empitonados.

Luis le pasaba la polla por los mofletes, golpeando, al mismo ritmo que su amigo. Isabel movía la cabeza de un lado a otro, pero no podía eludir el acoso, y era evidente que sus esfuerzos eran menores a cada minuto- Cuando Luis apartó la mordaza se le escapó un gemido. Sus pechos se levantaban cada vez que llenaba sus pulmones. Luego exhalaba, jadeando.

-          Someterla va a ser el primer golpe al cabrón de Juan –me sugería Eva mientras mirábamos. Tenía los ojos brillantes y supe que le excitaba lo que estaba viendo, pero que sobre todo le entusiasmaba dirigir la venganza.

-          Desgra…ciados… -soltó Isabel, con los ojos fijos en nosotros. Eva se le acercó y le metió la lengua en la boca. Mientras lo hacía, sujetó la polla de Luis y la colocó entre ambos labios. Isabel abrió mucho los ojos, pero asomó su lengua, entrelazándose con el capullo de Luis, buscando la de Eva, que la rodeaba. Mi mujer se incorporó

-          Fóllale la boca a la zorra –le dijo, aunque no hizo falta animarle. Isabel tenía la boquita haciendo una “o” aceptando el palo que la penetraba. No era muy largo, pero sí grueso, muy grueso, y rugoso, y sucio.

Se le saltaban las lágrimas al sentir ese bulto en la garganta, y me habría conmovido si no hubiera recordado cómo trataba a Eva en el CD que me dejaron para hundirme.  Tomás le abría las esposas cuando yo me acerqué y empecé a pasarle el vibrador por el coñito. La puta estaba muy mojada, se abría, movía la pelvis buscando...

Pasé el vibrador al ano y noté como le costaba abrirse camino.

-          Por ahí no, por favor.., soy virgen –suplicó, y su habitual voz dominante había sido sustituida por otra dubitativa. Recordé como profanaron la virginidad de mi esposa. Se lo clavé entonces de golpe y ella chilló, por la sorpresa y por el dolor, pero Luis ahogó sus berridos clavándole el rabo en la boca hasta los huevos.

Se lo mantuve enterrado y di al vibrador a tope. El zumbido sirvió de fondo a los gemidos de Isabel, que, poco a poco, empezó a mover el culito, en círculos.

-          Empieza a gustarle –dijo Tomas, que me sustituyó con el dildo mientras le pasaba su polla por el coñito,  incitándola. Eva le mordisqueaba ahora los pezones, jugaba con su lengua en ellos, azotándolos en golpecitos suaves.

La esposa de Juan arqueaba el cuerpo, ofreciendo sus tetas, y mamaba, y su pelvis, el único agujerito que aún no tenía ocupado,  rezumaba fluidos en un chorro imparable. Luis le sacó la polla y ella la buscó con su boca abierta. Cuando se la metió de nuevo se corrió entre bramidos, agitando todo el cuerpo como si la estuvieran descargando corrientes eléctricas.

-          Máaaassssssss –gritó, y Tomás aprovechó para ensartarla. Toda la polla de un solo caderazo seco. Le arrancó otro berrido.

-          La puta esta entregada –comentó Luis entre risas. Mira como busca rabo.

Eva se había retirado, dejó la sala por una puerta lateral, siguiendo una seña de Luis. La seguí, en silencio, y escuché de nuevo la voz de don Enrique.

-          ¿Vienes a pagar tu deuda, putita? –le escuché preguntar

-          Sí, don Enrique. Mmmmmmmmmmm… soy suya….mmmmmmmmm

Me asomé para contemplar como mi esposa se amorraba a la pollita que el viejo le ofrecía para chupársela con agradecimiento . La habitación tenía una ventana oculta, que permitía una visión perfecta de lo que ocurría en la sala donde sometían a Isabel. Don Enrique me miró

-          Abra la puerta para que pase Max –dijo y dejé libre acceso. Vi entonces como un dogo gigantesco ocupaba el sitio de Tomás entre las piernas de Isabel lamiendo todos sus jugos con una lengua inmensa.

Ella solo chillaba de placer, los ojos en blanco, la mirada perdida, babeando con la cabeza ladeada, chupando la polla de Luis, que se corrió entre gruñidos.

-          Traga, puta, traga.

E Isabel tragó, todo lo que le daba, y siguió tragando cuando Luis orinó en su boca.  Una meada amarillenta que se le escapaba de la boca y le caía por las tetas.- Restriégate, zorra –le reclamó el taxista, e Isabel obedeció, amasándose los pechos con la orina entre espasmos de placer

También tragó mi mujercita el semen del viejo, mientras don Enrique le daba cariñosas palmaditas en la cabeza.

-          Retendremos a Isabel dos días más, y te aseguro que cuando regrese a su casa será otra, jajaja. Puedes venir cuando quieras a ver la evolución.

-          Igual me paso por la tarde –contestó mi esposa.

Cuando salíamos Eva y yo de la mansión, la mujer de Juan lamía el rabo al perro, a cuatro patas, mientras Tomas le metía todo el puño por el coño.

-          Les podría haber perdonado todo lo que hicieron conmigo, al fin y al cabo yo me lo busqué, pero no que intentaran hundirte de esa manera. Me voy a vengar de ellos, uno a uno –me espetó.