Eva – Ángela 4

Ángela regresa a la casa de ama Elena pero quien está allí a cargo de todo es Eva, la switch a la que todos asumen que será su heredera.

Ángela llegó a casa de Ama Elena a duras penas. El calor del asfalto, baldosas o cemento la había obligado a dar algunos rodeos para tratar de ir por la sombra en la medida de lo posible. Aun así no podía evitar que las tiras de su coño se movieran al cambiar y se fueran clavando en distintas partes de sus labios y, en ocasiones, en el clítoris.

Las manos le molestaban, de las pinchas clavadas por sujetar las ramas, lo que era el dolor menos sensual del mundo, a fin de cuentas el de sus tetas, pies, coño y culo la molestaba pero también la excitaba. Llegó y llamó al telefonillo. Nadie preguntó y abrieron la puerta del patio.

Se abrió la puerta de casa y entró. Eva estaba detrás de la puerta.

—¡Ah! Eres tú. Creía que era el cliente de Matilde.

—¿A estas horas? ¿No debería estar en la notaria?

—Sí. Pero por lo visto es un cliente especial. —Sonó el timbre del patio—. Vete a tu habitación que no quiere encontrarse con nadie. Y arréglate que menuda pinta traes.

Ángela se refugió en la habitación quitándose las varas espinosas mientras Eva recibía al misterioso cliente.

Este llegó con una mascarilla FPPII, gafas de sol y una gorra deportiva que no acababan de combinar con su elegante traje de chaqueta.

—Tú no eres la pequeña Sofía. Se suponía que solo me iba a recibir ella.

—Ella está preparándose. Pero la reserva es absoluta, puede estar tranquila.

—Eso espero. —Le entregó tres billetes de quinientos.

Eva lo guio a una sala y llamó a Ama Elena. Solo después de conformar que aún eran billetes de curso legal lo llevó hasta el cuarto dónde estaba Matilde. Tras eso fue a ver a Ángela.

—Ayúdame —pidió Angela—, se me han quedado algunas espinas clavadas.

—¡Estás loca! —recriminó Eva mientras le quitaba con pinzas las espinas de la vagina—. ¿Cómo se te ocurre meterte eso por el chocho?

—Me lo ordenó ella por la videoconferencia.

—¿Ella? ¿Ama Elena? No lo creo.

—No. Ama Elena no. Una Barbie sádica vestida de gótica.

—¡Y me iras a decir que los golpes también te los has dado tú… ¡Si estás llena de cardenales!

—No. Eso ha sido un cliente de Domina Gala, pues le pedí que me dejase una mazmorra para la videoconferencia.

—Pero ¿con quién?

—Con una agente de Live Pain.

—¿Te lo has pensado bien? ¿Sabes que ama Elena está investigándolos porque cree que hacen películas snuff?

—Serán trucos, seguro. Como aquella vez que fuimos al campo y me crucificaron.

—Sí Amo Ricardo de pasó tres pueblos contigo. No sé como Ama Elena se lo permitió.

—Ella pretendía castigarme por mi enfado al hacer su amante oficial a Rosa. Y lo único que consiguió es que me corriese cien veces…

—¿Cien?

—No sé… por poner una cifra. El dolor en brazos y piernas se traducía en latigazos constantes en mi clítoris.

—Sí. Eso lo notó. Durante un tiempo pensó que igual te ibas con él.

—Me da miedo. Me molesta que Ama Elena me dé de lado, pero sé que ella llevaría cuidado por mí. Amo Ricardo no. He hablado con sus esclavas y sé que muy habitualmente tienen que usar la palabra de seguridad antes de ir al hospital… yo no la usaría. Y eso me asusta.

—¿Con lo que eres capaz de aguantar? Sí es preocupante pensar que puedes llegar a morir. Casi lo hiciste en la cruz. Él decía de esperara que suplicases que te descolgasen. Ama Elena que te bajaran. Menos mal que Magda tenia el medidor de oxigeno en la sangre y dijo que te estabas asfixiando ya.

—Me hubiera dejado morir allí. Con la de orgasmos que encadené no me importaba. Creo que en esos momentos entendí a esos que les gusta que les ahoguen y como ponen en riesgo su vida… aunque a mí, así, tan intensas y breves no me sirven, tienen que ser más lentas como la cruz.

—Ale ya está. Pero esta me la tienes que pagar.

—Ya quisiera pero no tengo en duro.

—Lo harás en especias. Escucha, seguro que te va a gustar.

Eva le empezó a contar su plan. Acababa cuando sonó el teléfono.

—¿Sí? —respondió a la llamada con el manos libres.

—Llamaba por el anuncio de las sumisas.

—Sí. Somos un gabinete con varias chicas, depende de lo que busque. —Pulsó y desconectó el altavoz.

—…

—Eso depende. Tenemos dos chicas… alguna de las cuales aceptan bastante dolor, pero no eso.

—…

—Sí. También hay otra chica. Es más cara y no acepta golpes ni dolor, pero estará dispuesta a ello si paga su tarifa y acepta la monitorización.

—Sí. Es imprescindible. Entiéndalo, cuando se solicitan cuestiones muy extremas en un sentido no se entiende tanto que no haya casi recorrido en el otro. Le aseguro que se le entregará la grabación y no habrá copias. Lo mismo que la chica puede llevar una máscara.

—…

—Bien. En media hora podrá estar la chica aquí. Creo. —…—. Sí. Se lo puedo confirmar. En cuanto al resto creo que tengo disponible otra chica… por un coste adicional. —Colgó—. Date una ducha. Dentro de media hora tenéis faena Leticia y tú.

Mientras Ángela se iba a la ducha oía como Eva llamaba por teléfono. Colgaba y volvía a llamar. Abrió la ducha cuanto apenas para que el ruido del agua no la impidiera oír.

—¿Regina? —…— Sí. Se necesita a Leticia en media hora. Supongo que una o dos horas… —…—. Sí. Habría que sumar media hora o así para volver a estar presentable. —…—. No. Está informado y de esa parte se encargará Ángela. —…—. Sí puedes hablar con Ama Elena bien. A mí no me ha cogido el teléfono. Si no ya sabes que en estas cosas decido yo… y tiene preferencia al bufete a menos que tengas una cita de sustitución. —…—. Si fuese así solo tienes que decírmelo y yo aviso al cliente. Pero no lo es. Porque si lo fuera no habríamos hablado tanto. ¿Tengo razón o no? —…—. Si hablas con ella y te dice que te quedes avísame para avisar al cliente. En cuanto cuelgue le envió un wasap y con lo que me digas también.

Tras colgar Ángela abrió más el grifo de la ducha. Eva se metió en la ducha con ella y empezó a enjabonarla.

—Eres una chica mala a la que le gusta oír a sus mayores…

—Tu apenas eras mayor que yo dos años y Leticia no lo es.

—…y superiores. Y en ausencia de Elena yo soy tu ama.

—¿Y me vas a castigar? ¿Cuándo un cliente está a punto de llegar?

—Eso nunca a parado a Ama Elena y dado tu estado y tu papel unos cardenales más o menos son significarían nada… Pero tienes razón pegarte no sirve de nada, al menos no como castigo.

»Ahora soy tu ama y tengo ganas de orinar arrodíllate.

—Ese es el papel de Leticia, no el mío.

—Va a ser el tuyo porque es tu castigo. Y ella será con el cliente.

Ángela se arrodilló y Eva situó un pie sobre su hombro.

—Ahora mira mi coño. No cierres los ojos.

Ángela mantenía los ojos abiertos mientras ella hacia movimientos de cadera como apuntando. Sin embargo, mantenía obstinadamente la boca cerrada. Entonces empezó a orinar. Un fuerte chorro de pis caliente impactó en el puente de la nariz salpicando ambos ojos y algunas gotas del salado líquido penetraron en ellos.

—Abre los ojos —insistió al ver que los cerraba—, o será peor.

—Lo… glub… siento… glub... pero —trató de disculparse mientras intentaba mantener los ojos abiertos—… es… glub… instintivo…

Acabó de orinar y se limpió con el grifó del teléfono. Cambió la posición a agua caliente.

—Vuelve a ducharte y ahora no modifiques la posición del grifo. Tampoco te enjuagues los ojos. Quiero que te los vean rojos.

»Otra cosa: cuando estés con los clientes no te puedes correr. Ni ahora tampoco.

Ángela volvió a ducharse para quitarse la orina que la cubría por completo. Cerró los ojos para que no le entrase agua ni jabón. «Aunque como los debo tener un poco de jabón no será diferencia —pensó—. Me quiere llorosa, pues adelante». Sin embargo cuando ya acercaba la cara al jabón que había echado en su mano al final no se atrevió. Lo uso para limpiarse el sexo.

Se empezó a secar y vio como Eva estaba terminando de ponerse su disfraz de ama: un corsé negro falso, en el sentido de que podía abrirse y cerrarse sin toar los hilos y por lo tanto no eran necesaria ayuda para ponérselo y quitárselo; guantes de látex negros hasta más arriba de los codos y unas botas del 38 con veinte centímetros de tacón, lo que dejaba apenas 4 para apoyar en los dedos. Eran botas altas pero atadas, con lo que podían abrir hasta el empeine y ponérsela una sola. Pero como estaba empezando y era mejor congraciarse Ángela se puso a ayudarla.

—¿Qué me pongo?

—Nada. Bueno sí, el collar de castigo. Hacia dentro.

Ángela la miró sorprendida. Solo en ocasiones Ama Elena las hacia ponerse esos collares. Eran auténticos collares de perro y los pinchos podían causarle heridas graves en el cuello. Pero no parecía bromear. Se lo puso con la correspondiente cadena. Acababa de cerrarlo cuando sonó el timbre de bajo.