Eva al desnudo-9 - la piscina de Juan
Juan nos recibe en su piscina, avanza en el emputecimiento de Eva. cada vez más entregada
Pero cuando salió del coche había recuperado la sonrisa y cuando fui a llamar a la puerta de Juan me retuvo un instante:
- Te gusto?
- Uff¡¡ qué morbazo, ¿no? ¿y a ti?, se te veía entusiasmada con la polla de ese viejo.
- Fue la situación, cari. creo que podría acostumbrarme a ser una putita…si a ti te gusta, claro -mientras lo decía me rozó el bulto con la mano-, y ya veo que te gusta.
Abrió Juan, tan rápido que sospeché que estaba esperando tras ella desde el momento en que paró el taxi. A mí me saludó con un gesto de la mano, pero a ella la sujetó de la cintura para darle dos besos, el segundo muy cerca de los labios. Estaba vestido solo con uno de esos bañadores de competición, marcando paquete, y a Eva se le fueron los ojos sin querer hacia el bulto.
- Pasar. Ya pensé que no veníais.
- Es que… nos hemos retrasado un poco, contestó ella, que aceptó con naturalidad el brazo en su cintura, mientras a mí me dejaban en segundo plano.
- ¿cómo está Isabel?, le preguntó
- Bien, mejor…,pero ha tenido que regresar hace un rato a Madrid, una urgencia en la tienda….Pobrecita –la miró-, vienes muy acalorada, ¿quieres darte un baño mientras os saco unas cervecitas?
- ¿Me ayudas, Javi?
Le seguí, aunque los dos nos paramos en la puerta, mirando como Eva se tiraba al agua. Yo Iba callado, preguntándome cómo había podido cambiar mi mujer de esposa modélica, y algo mojigata, a una putita desbocada, incapaz de resistirse a la primera polla que se le acercara.
- ¿Qué pasó anoche?.., os largasteis a la francesa…
- Sí, Eva no se sentía muy bien.
- - ¿Qué no se sentía muy bien?, jajaja –me respondió- pues quien lo diría al verla correrse con Frank. Fue una pena habría sido un buen momento para probar su coñito.
Yo callé, recordando el polvo de anoche, y la tremenda mamada al taxista, pero Juan continuó con sus comentarios
- Hacía años que deseaba volver a verla así…, continuó
- ¿Cómo que volver a verla?.
- Ya te contaré otro día, pero Eva tuvo otra vida antes de conocerte..., y después. ¿nunca te ha contado nada?
Soltó una carcajada y me dejó con nudo en el estómago - ¿otra vida?, ¿a qué se refería ese capullo?-
Mientras ponía la bandeja en la mesa me comentó que Frank llegaría más tarde, que estaba apagando un incendio en su casa. Al parecer, Angie le había pillado pintalabios en el cuello de la camisa –que se joda ese cabrón, pensé
- Hola.., bonita, -menudo soplapollas, de nuevo esa pausa característica- ¿Te llevo la cerveza?
- Bueno… gracias
Eva se acercó al borde de la piscina, los brazos apoyados en la piedra, mirando hacia arriba a Juan, que se colocó en cuclillas para servirla. El gesto era cortés, pero la postura absolutamente inaceptable. Mi esposa se sonrojó, tenía el rabo a escasos centímetros de su cara. Juan le acercó la copa helada a la cara, pero tenía la mirada perdida en el escote, que en esa posición le mostraba los pechos de Eva como si estuviera desnuda.
- Gracias…que sed.
Entonces Juan se sentó en el bordillo, abriendo las piernas para colocar a Eva en medio, los pies dentro del agua. Ella se atraganto al beber, sin dejar de mirarle.
- Despacito…bonita, no seas tan ansiosa… ¿Qué pasa, tu marido no te da tu ración de leche por las mañanas?
Mi esposa abrió la boca para contestarle, y la respuesta iba ser airada por sus ojos de furia, pero se quedó muda, con los labios abiertos, cuando notó una sacudida en el pene que Juan tenía cada vez más cerca de su cara. Intentó bajar la , pero el muy cabrón la retuvo de la babilla, y la obligó a levantarla. Su palo daba golpecitos en el bañador, cada vez más abultado, amenazando con salirse por la parte superior.
- A ti lo que te pasa es que necesitas más…bonita – le susurró mientras acercaba la carita a su entrepierna
- Para, Juan.., por favor….Javi está mirando…
- ¿Tu maridito?
Entonces le puso un dedo en los labios, como para silenciarla y volvió la cabeza.
- ¿Javi, puedes ir a la cocina y nos traes unas cervecitas?
Me levanté, un poco amoscado: no me gustaba la postura de Juan, ni la proximidad de Eva. Y mucho menos que causalmente no quedara ninguna cerveza en una nevera siempre bien surtida..
- No hay cerveza, les grité desde la ventana.
Desde esa posición no podía ver las manos de Frank, que me tapaba a Eva con la cara. Volvió de nuevo la cabeza, como con desgana.
- Te importa coger mi coche e ir a buscarlas unas cuántas al bar?
- Vale. ¿Dónde tienes las llaves?
- Están encima de la mesilla, en el dormitorio.
Y allí estaban, pero encima de dos cd´s, rotulados con tres palabras “Eva al desnudo”, y numerados: 1 y 2. Era como si los estuviese ya preparados, esperándome como un regalito envenenado y no dudé el metérmelos en el bolsillo. Cuando salí de nuevo a la ventana para despedirme seguían en la misma posición, pero el hombro derecho de Juan se movía de manera rítmica, y ni siquiera me miró cuando se despidió haciendo un gesto con la izquierda.
- No corras… mucho..
Obsesionado por el contenido de los CD´s sólo empecé a pensar en lo extraño de su despedida al llegar al bar. Entonces rememoré lo extraño del movimiento de su hombro, y lo entrecortado de esa recomendación sobre la velocidad. Me quemaba el estómago mientras esperaba exasperado por la tranquilidad del camarero, comido por los nervios, recordé entonces que Eva no asomó la cabeza para despedirse, y mientras hacía el tipo la cuenta, con una insoportable lentitud, recordé la frase de Juan que desató la apuesta –“dejándose meter todo lo que me apetezca…y cuando me apetezca”- , no esperé el cambio, salí con el corazón en un puño y no respeté las recomendaciones de Juan sobre la velocidad.
No tardé ni 15 minutos en regresar, y machaqué el volante a manotazos en cada semáforo, llamándome imbécil por haberla dejado indefensa.
Cuando llegué al jardín estaban sentados en la mesa, charlando con toda normalidad, pero noté algo raro en Eva, que evitaba mirarme a los ojos, y Juan se veía demasiado relajado, sonriéndome con condescendencia.
Mi mujer se levantó para ir al servicio, y apenas pude controlar mi nerviosismo en la voz cuando le pregunté:
- ¿Hace mucho que me esperabais?
- - No..., has llegado justo a tiempo –me contestó- tu mujercita ha conseguido que olvidara la cerveza
- ¿Qué le has hecho? –el tono de la pregunta era casi agresivo, aunque bajé mucho la voz, consumido por los celos.
- Nada que ella no estuviera deseando, me contestó, tan sonriente como siempre.
Eva regresó en ese momento y cortó mi réplica, pero Juan había encontrado un filón:
- ¿Quieres beber algo más…, bonita?
Mi esposa me escondió de nuevo los ojos, y vi cómo se sonrojaba mientras le contestaba
- No gracias, Juan, no tengo sed.
La comida fue muy extraña. Yo estaba contrariado, con pocas ganas de hablar y Eva pensativa e inquieta. El único que mantenía alguna conversación era Juan, que parecía disfrutar con nuestra incomodidad y, como de costumbre, centrada en su monotema.
- Tenías que ver cómo me la comía esa zorrita –me sobresaltó, sacándome de los pensamientos- tuve que frenarla antes de que me destrozara.
- ¿quién? –miré a Eva, que se removió nerviosa-
- Tío, estás en babia, Elena, la nueva de contabilidad, ¿de quién creías que estaba hablando?
Mire a Eva, que esta vez sí me devolvió la mirada, como retándome a que dijera lo que estaba pensando.
- Por lo que cuentas buscas siempre a mujeres casadas, le contesté, con los ojos fijos en mi mujer.
- Claro, por varias razones – y empezó a enumerarlas- primero, porque son discretas, segundo, porque suelen estar satisfechas y tercero porque son más fáciles, claro, unas más que otras. Y cuanto más enamoradas están de su paeja da más gusto sentir su lengua. ¿No crees?
Y al decir esto último se incorporó mirando a Eva, que solo pudo balbucear un casi inaudible
- Si tú lo dices.
- Bueno, ¿os parece que echemos una siesta mientras viene Frank? , yo estoy reventado. La asistenta ha cambiado esta mañana las sábanas en el cuarto de visitas.
Nos acompañó a la habitación y retuvo un instante a Eva en la puerta mientras yo entraba en el baño. Cuando salí la estaba sentada en la cama, con el pareo abierto. No me fijé en que habían dejado la puerta del dormitorio entreabierta
- ¿No tienes nada que contarme? , has estado muy rara toda la comida.
- No, sí…, bueno.., no sé…, ¿me prometes que no vas a enfadarte?