Eva al desnudo
Lydia cuenta la historia de Eva, que con ciertos reparos se atreve a ir a una playa nudista, aunque esté prácticamente desierta, pero acaba experimentando unas vivencias extrañas.
¿Cuántas veces había querido Eva hacer eso y nunca se había atrevido?
Allí se encontraba, sin poder evitar su nerviosismo, a pesar de que Santi, su compañero de la delegación central, había insistido en que aquel lugar era de lo más apartado, solitario y tranquilo. Sabía que nadie podría verla, que estaba segura de miradas ajenas, sin embargo el miedo a ser descubierta era superior a ella. Era la primera vez que Eva iba a una playa nudista y eso le causaba pavor, por muy desierta que esta fuera.
Intentó agudizar el oído y escuchar voces o ruidos que pudieran importunarle, pero solo la brisa y el rugir de las olas, eran los únicos sonidos de aquel paraje.
Estar sola le producía temor, pero mucho más el hecho de poder ser pillada sin ropa. Así que en ese momento prefirió estar sola, de ese modo nada ni nadie le impediría dar el paso y estaba totalmente decidida a hacerlo: “O ahora o nunca”- pensó. Dejaría de leer los vaciles de Santi en sus correos, cada vez que este le insistía en que lo probara, lo divertido que podía llegar a ser, mientras que ella le contestaba que le horrorizaba la idea de ir a una playa y desnudarse delante de todo el mundo.
Fue precisamente, Santi, ese compañero con el que había ido cogiendo confianza día a día a través del correo electrónico, el que le había recomendado comenzar por una cala apartada donde poder practicar nudismo sin ser observada. A pesar de no haber coincidido físicamente entre ellos, Santi y Eva habían llegado a un punto de total confianza. Con el tiempo, su complicidad llegó a ser la de dos amigos, que sin conocerse, parecían hacerlo de toda la vida. Poco a poco fueron sabiendo el uno del otro hasta compenetrarse de lleno y poco a poco también fueron subiendo el tono de sus conversaciones. Cuántas veces habían bromeado con la idea de practicar el nudismo juntos y precisamente con ese juego conseguían excitarse en la idea de imaginarlo más allá de un simple desnudo. Los correos tomaban calor a medida que ese juego iba poniendo más atrevimiento y más imaginación por parte de cada uno de ellos.
Eva confesó a Santi alguna vez el hecho de haber experimentarlo la práctica del nudismo, pero sola en casa, dentro de los límites que le permitía la total intimidad de unas cortinas cerradas, lo mismo que hacía él, en cambio Santi se sentía mucho más libre de probarlo sin importarle cuanta gente hubiera alrededor. Reconoció que las primeras veces era difícil, pero que después era como andar por casa desnudo. Ella sentía envidia de esa valentía y quería contestarle en algún correo que por fin lo había conseguido. Fue entonces cuando Santi le habló de aquella cala.
Eva giró una vez más su cabeza a ambos lados, dirigiendo también su mirada hacia el camino por el que había accedido a la playa y como esperaba, no vio a nadie. Se sentía ridícula cuando sentada sobre la arena fue despojándose de la ropa, como si alguien pudiera estar espiándola desde lo alto de los acantilados. Una última mirada a su alrededor dieron paso a liberarse de la última prenda, unas pequeñas braguitas que se deslizaban por sus muslos rápidamente. Permaneció desnuda pero agarrada a sus rodillas y abrazada a su cuerpo, temerosa de alcanzar el objetivo tan soñado.
Eva percibió el calorcito que le proporcionaban los rayos de sol sobre su espalda y eso le animó a tumbarse boca abajo y sentir por primera vez lo que era ser bañada por ese calor sobre su cuerpo, sin ninguna tela de por medio. Apoyó su barbilla sobre sus manos y contempló la orilla, el ir y venir de las olas, en un momento enormemente gratificante.
Recordó las veces que Santi le recomendó ir perdiendo los miedos y las vergüenzas a medida que fuese atreviéndose a superar ese primer paso. Según le decía, sentirse cohibida sería lo normal, pero una vez que decidiese hacerlo, podría ser el comienzo de otras muchas, pues seguramente no había otra sensación como esa y acabase siendo como una especie de adicción incontrolable.
Se puso en pie, perdiendo de una vez por todas la maldita timidez para poder descubrir por fin lo que era estar desnuda al aire libre. Cerró sus ojos, teniendo cada vez mayor seguridad. A partir de ese instante todos sus sentidos intensificaron su fuerza hasta el punto de percibir cosas que vestida no había sentido jamás. Además del calor del sol, la brisa del mar sobre su piel en un airecillo que le hizo sentirse extraña pero feliz, adivinó a comprender lo que tantas veces le había comentado Santi en sus cartas, lo que era verse realmente libre.
Aquello no era como andar desnuda por casa, recorriendo con los pies descalzos el largo pasillo, ni notar lo que era moverse del salón a la cocina o dormir bajo las sábanas sin ninguna prenda. Esta cosa era bien distinta, porque además de ese placer y de esa libertad, había un punto de morbo que le permitía mostrar cierto exhibicionismo, que aunque no fuera dirigido hacia nadie en concreto, para ella era como imaginar que una playa abarrotada estaba fijando la vista en su cuerpo. Le gustaba estar desnuda frente al mundo y se alegraba de haber tomado esa decisión.
Imaginó por un momento la cara que pondría Santi, cuando de regreso a la oficina le contase en un correo que por fin, todas sus tonterías se habían desvanecido y había tomado la gran decisión. Pensó incluso en las palabras: “Santi, por fin me he decidido, ¡me puse en pelotas en la playa!”.
Abrió los ojos y observó cada parte de su cuerpo desnudo: sus pies, sus muslos, sus hombros... cómo el vello de su piel se movía al compás de la suave brisa, cómo sus pechos parecían más grandes, cómo sus pezones erizados se habían endurecido fuera de lo normal, no sabiendo a ciencia cierta si era el aire fresquito de la tarde o la pura excitación de encontrarse completamente desnuda.
Anduvo hacia la orilla echando una última mirada hacia atrás, temerosa una vez más de que alguien pudiera acercarse, pero una vez asegurada su retaguardia, se introdujo lentamente en las frías aguas de esa tarde tan especial. Esparció con los dedos ríos de agua por su piel que fueron deslizándose por sus brazos, sus pechos, alcanzando su sexo, notando como pequeñas gotitas se posaban en el vello de su pubis… Se sonrió y pensó que había sido una tonta hasta entonces, que aquello no tenía la mayor importancia y que la próxima vez tendría que buscar un sitio con gente, aunque fuera alejada, pero tan envalentonada estaba, que deseaba que llegara ese día para sentirse desnuda y al mismo tiempo, observada.
Se zambulló en el mar sintiendo por primera vez el agua por cada poro de su piel... poder nadar con mucha mayor facilidad, en un acto de entrega total de su cuerpo con el mundo, de unión plena con la naturaleza, en esa especie de abrazo fraternal con el mar que tantas veces le había nombrado Santi.
Tras un largo y relajante baño en el mar regresó a su toalla y tras secarse ligeramente, se tumbó boca arriba cerrando sus ojos una vez más, sabiendo que nada ni nadie podría importunarle ese sueño... ese momento tan maravilloso y único.
Tan a gusto se sintió que se quedó dormida en un momento tan dulce y relajado... donde la música de las olas ponían la banda sonora a esa tarde extraordinaria, sintiendo una paz interior que nunca antes podía haber experimentado. Se arrepintió incluso de no haberlo hecho mucho antes.
Al rato, Eva se desperezó sin saber muy bien cuanto tiempo se había quedado dormida, pero con la sensación de haber descansado mucho más de lo normal. Se sentó en la toalla y fue abriendo los ojos lentamente acostumbrándose a luz intensa que irradiaba el sol de aquella tarde, cuando descubrió que en el agua había un chico bañándose.
Sus ojos se abrieron como platos, pensando que aquello debía ser la continuación de su sueño, pero se dio cuenta que estaba equivocada, que él era real, completamente real, como ella y que estaba ¡totalmente desnudo!... ¡como ella! Dirigió su mirada hacia su izquierda comprobando que allí, apenas a unos metros estaba la toalla del chico y sus cosas. Su primera reacción era encogerse como un caracol metida en su concha en ese auto abrazo que tapaba su desnudez y todos esos prejuicios absurdos que la invadían... así se sintió, por lo que pensó que era más ridícula intentando taparse que mostrarse lo más natural posible. Pensó además que si quería avanzar en su idea de acudir a playas nudistas, debería acostumbrarse a ver otros cuerpos y evidentemente a que la vieran también a ella.
Al ver que ese chico regresaba de la orilla, Eva instintivamente se dio la vuelta, poniéndose boca abajo en su toalla, se colocó sus gafas de sol a modo de coraza, sin dejar de observar por el rabillo del ojo, el avance del joven saliendo del agua. Su excitación fue en aumento a medida que le veía caminar hacia ella, en un ritmo cadencioso y que le pareció extremadamente sensual. Pudo observar sus potentes brazos, los músculos de sus piernas, su miembro balanceante… Aquella imagen la impactó sobremanera. Vio como la mirada de este, se giró hacia su cuerpo admirándola desnuda durante un rato, creyendo que ella permanecía dormida. Eva apreció como su propio cuerpo se transformaba y como su sexo se humedecía cada vez más. El hecho de sentirse desnuda y observada era una sensación nueva pero tremendamente excitante.
Pensó en volver a darse la vuelta, para ofrecer la visión total de su cuerpo desnudo, en un ímpetu animado por tantas sensaciones: el atractivo cuerpo del joven, esos andares encantadores, su propia fogosidad que se había ido acumulando a lo largo de toda la tarde, sin embargo, otras fuerzas internas, como su timidez y sus prejuicios, le impidieron hacerlo. Le hubiera gustado mostrarse desnuda, como hacía él ante ella, pero… sencillamente, no se atrevió.
Por la cabeza de Eva pasaron tantas cosas que no sabía muy bien cómo actuar, se sentía totalmente ridícula y profundamente temerosa. Volvió a pensar en Santi, en las veces que le comentó que perdiera esos miedos absurdos, que no fuera una cría y que se dejase llevar…
No supo entonces de donde salieron las fuerzas, quizás el hecho de no conocer a ese chico, el baño del sol que rebajó sus defensas, el aumento de adrenalina o la pura calentura, pero Eva se incorporó. Una vez en pie, miró hacia toda la playa, fingiendo estar distraída, sabiendo que aquel joven la observaba detenidamente, como hiciera ella minutos antes. Cruzaron las miradas, él la sonrió y ella le devolvió aquella natural sonrisa. Anduvo hasta la orilla contoneando sus caderas, ofreciendo una perspectiva provocadora de su cuerpo a ese chico, que sin duda estaba deseando tener cerca desde hacía rato.
Extrañamente a lo que ella hubiera pensado le gustó mucho hacerlo, se sintió liberada de ofrecer su desnudez, de tocar sus pechos jugando con el agua, de acariciar suavemente e intencionadamente la cara interna de sus muslos en una clara invitación a su observador, que permanecía inmóvil, pero expectante ante el cuerpo exuberante de la chica.
Eva regresó a la toalla, sin dejar de contonearse en todo el trayecto aprovechando para secarse lentamente con la toalla, en poses que de otro modo le hubieron resultado increíblemente obscenas apenas un momento antes. Volvió a apoyar su pecho sobre la arena, tumbándose y sonriéndose a sí misma, incrédula por su atrevimiento, de haber dejado atrás todos sus miedos, incluso de haber ido más allá y mostrar su lado más liberal, llegando a ser una provocadora frente a aquel desconocido.
Apoyó la cabeza sobre sus brazos, cerrando sus ojos una vez más, dejándose mecer por los rayos del sol y al mismo tiempo por la lasciva mirada de aquel atractivo joven. Rápidamente, el siseo de la brisa y el rugir ligero de las olas volvieron a relajarla por completo. Se sentía muy a gusto desnuda, pero aun más de haber hecho esa especie de demostración de valentía y exhibicionismo ante el chico, pero principalmente ante ella misma… Se durmió unos minutos después.
A partir de ese momento, los sueños le llevaron a aquel mismo lugar donde se encontraba, a sentir la presencia del chico sentado a su lado, a poder advertir claramente como la mano del muchacho se posaba sobre su pie izquierdo y como a continuación iba ascendiendo por su muslo, hasta llegar a sus caderas. Todo su cuerpo se estremeció más todavía cuando pareció percibir la boca del chico posándose sobre el fin de su espalda.
Eva se giró, en aquel relajante sueño y completamente fuera de control pudo ver por fin de cerca su cara... su sonrisa, dejándose mecer por esas manos que la acariciaban. No hubo una palabra, solo el sonido de aquel paraje sin que otro ruido pudiera romper la magia del momento.
Los dedos del joven abarcaron sus rodillas, sus pantorrillas y ella abrió ligeramente sus piernas, lo suficiente para mostrarle su húmedo sexo, que fue invadido por aquellos hábiles dedos.
El chico fue avanzando con sus labios, rozando el ombligo de Eva, llegando a sus pechos, palpando ligeramente sus pezones con la lengua, mordisqueando su cuello hasta alcanzar sus labios y derretirse en un beso asombroso. Jugaron con sus lenguas, compartieron sus cómplices miradas y se dejaron llevar por un juego imposible de detener. Cuando ella quiso darse cuenta, la cabeza de su amante estaba entre sus piernas, apoderándose de toda su intimidad. Unos labios apresaron los de su sexo, devorados posteriormente por una pérfida lengua... por unos traviesos dientes, mientras ella se dejaba llevar, feliz en aquel paraíso.
Segundos después, ella estaba abierta de piernas y el cuerpo desnudo del chico sobre ella, jugando con su verga sobre el sexo de la chica, haciendo que su excitación se multiplicase exponencialmente, mostrándose evidente en la entrecortada respiración de ambos. Una vez más la boca de él volvió a devorar la de ella, derritiéndose en un beso apasionado, en una entrega total.
Él la penetró lentamente sin dejar de observarla, viendo como sus miradas pedían que esa unión se hiciese inolvidable… interminable, hasta que todo el miembro del chico estuvo en su interior, fue entonces cuando ambos cerraron los ojos sumidos en un baile adorable, de frenética y alocada pasión. Los dedos de ella acariciaron la espalda de aquel desconocido, pero Eva se sentía tan bien, que no hubiera cambiado el momento por ningún otro en su vida.
La chica se desperezó, tras ese orgasmo soñado, estirando su cuerpo desnudo y abriendo lentamente sus ojos y sus brazos, cuando descubrió que no había nadie a su lado, que estaba completamente sola en aquella playa. El chico de sus sueños... ¡había desaparecido!
Se vistió apresuradamente, sin apenas abrochar su blusa, con su falda de medio lado, sin haberle dado tiempo a ponerse sus braguitas, acelerando el paso subiendo aquel camino de la playa, intentando alcanzarle, ascendiendo a toda prisa por el tortuoso sendero.
Cuando llegó al descampado solo encontró su coche aparcado sin que hubiera rastro de ningún otro vehículo por los alrededores… ese joven no estaba.
Eva se dirigió al mirador que le permitía ver la playa al completo, desde lo alto y admirar una vez más la belleza de aquel lugar. Intentó averiguar si entre las huellas de la arena pudiera haber algún rastro de aquel hombre, pero el agua había borrado gran parte de ellas y las únicas que quedaban podrían ser solamente las suyas.
Sintió un gran desasosiego en su interior, preguntándose si entonces no había existido ese chico en absoluto, si a lo mejor todo había sido fruto de su imaginación o de una terrible insolación. Pensó que quizás fue todo producto de ese primer sueño al llegar a la playa y del que nunca despertó realmente y por ende que nunca se mostrara desnuda ante nadie.
Regresó a casa dando vueltas a la extraña aventura, intentando asimilar todas y cada una de las cosas que había vivido en esa tarde, y nerviosa por contarle a Santi todo lo que había ocurrido, en algo que seguramente él nunca acabaría de creerse, extrañado tanto o más que ella por todas esas vivencias extrasensoriales.
Al llegar a casa, lo primero que hizo fue encender su ordenador, para empezar a escribir frenéticamente contándole a Santi con todo lujo de detalles los pormenores de aquella primera experiencia de desnudarse, la de exhibirse después, para a continuación explicarle esa otra extraña vivencia, mezcla de sueño y realidad, de ir más allá, la de romper todas las barreras, más que exhibirse, haciendo el amor con un desconocido. Le detalló cada mirada, cada gesto, haciéndole partícipe de todo aquel acontecimiento tan inesperado y tan maravilloso. Y le envió el mensaje sin despegar la mirada de su monitor.
La contestación de Santi, no se hizo esperar demasiado, pero fueron largos los minutos para Eva, esperando como él leía con detalle toda la historia que ella le había contado... pero esta vez, su compañero, su confidente y amigo, contrariamente a lo que hacía siempre, no le contestó con una larga y pormenorizada carta, no retornó su misiva con una serie de acontecimientos, chistes y anécdotas sobre lo ocurrido, no hizo preguntas, no pidió explicaciones, ni hizo siquiera más comentarios, su carta solo decía:
“Vaya aventura... debió ser tremenda. Me alegro mucho que la vivieras con tanta intensidad Eva. Me has dejado alucinado y supongo que te hubiera gustado tener a ese chico de la barbita más tiempo a tu lado. “
Eva se quedó pensativa, sin entender por qué su amigo no hacía como siempre, un auténtico interrogatorio de aquella situación, una carta de quince folios, describiendo sus sensaciones, sus inquietudes, ni siquiera que no la felicitase por su atrevimiento, por su novedosa valentía...
Fue entonces cuando pasó por la cabeza de Eva la imagen de aquella tarde, empezó a encajar las piezas de un puzzle que era complicado de armar. Ubicó la cara de aquel muchacho de la playa, intentó reflejarla en sus pensamientos y racionalmente entender si todo era un sueño o algo real, porque le costaba entender que hubiera sido fruto del azar, ni que tampoco fuera un sueño del todo. Se preparó para hacer a Santi una descripción de los detalles de aquel chico de la playa, cuando de pronto cayó en la cuenta de que nunca le había comentado en su relato que aquel tuviera barbita... ¿Entonces? Aquel chico... ese chico de la playa, su cuerpo, sus facciones, sus ojos sus labios…
A la mente de Eva solo le llegó una palabra que soltó casi en un grito:
- ¡Santi!
Lydia