Eva al desnudo-8- El taxista

Mi esposa está cada vez más pervertida

Nos despertó el timbre de la puerta. Eran las doce del mediodía, pero para mi como si hubiesen sido las siete. Me levanté sin saber si era mañana o tarde,  pero aumentó mi autoestima ver que mi herramienta se había levantado antes..,  una sensación gratificante, que hacía meses que no experimentaba. Abrí  la puerta sin pensar y me sorprendió el enorme ramo de rosas que ocultaba la cara del mensajero.

-          la señora Eva…..?

-          Sí, es aquí

-          Pues tome. Me han pedido que espere su respuesta.

Cerré la puerta, con un sobre en la mano y las rosas en la otra y fui al dormitorio, donde mi esposa se desperezaba con una sonrisa deslumbrante

-          Quién era?

-          toma, son para tí, el repartidor espera que le respondas.

Abrió el sobre y se le escapó una sonrisa traviesa mientras la leía. Dobló la nota y la guardó de nuevo en su envoltorio

-          Son de  Juan… dice que quiere vernos hoy para disculparse, que vayamos a su casa a comer, que también estará Frank.

-          ¿Y qué hacemos?

-          Pobrecillo, creo que debemos de ir…, además –se estiró como una gatita en celo - , le debemos lo de anoche…

Salí a dar el mensaje y cinco euros de propina al mensajero, que esperaba fumando un cigarrillo y cuando regresé Eva ya estaba en la ducha, tarareando alegremente una canción de Mecano. El sobre estaba en su mesilla, cerrado, y no pude resistir la curiosidad. Sólo había una frase: “si quieres saber lo que te perdiste anoche venir a comer hoy a mi casa. Os esperamos Frank”.  Sin firma, un síntoma más de prepotencia. Se me pasó de todo por la cabeza. ¿a qué estaba jugando mi mujercita?

Pero si ella sabía jugar a ocultar cosas, yo también estaba dispuesto a sacar a pasear mi cara más pervertida. Eva salió se arregló si cabe más sexy que ayer. Llevaba un bañador con un escote de vértigo, bajo un pareo cortito, que permitía admirar sus piernas  al completo. En una bolsita llevaba un conjunto para cambiarse, por si surgía algo. Muy simple, un vestido de tenista, con una mini con vuelo y una malla blanca, que yo sabía que se ajustaba perfectamente a su cuerpo porque se la había puesto en alguna ocasión, pero solo en casa, porque decía que le daría vergüenza salir así a la calle.

-          Donde está ahora la vergüenza, pensé yo, pero solo le dije que mejor íbamos en taxi, que no tenía ganas de conducir

El taxista era un hombre mayor, como de 60 años, con esa mirada de quien lo ha visto todo al volante. No perdió detalle de la forma en que Eva se sentaba en el asiento de detrás del copiloto, con esa habilidad que da la experiencia. Creo que fue esa mirada la que me provocó todo: no habíamos recorrido ni cien metros. cuando ya tenía una mano en su muslo, acariciándola suavemente, con la satisfacción de observar cómo se le ponía la carne de gallina.

El conductor se acomodó el espejo retrovisor, y juraría que con una inclinación que le permitía atender más lo que ocurría en el interior de su coche que el escaso tráfico mañanero. Decidí no defraudarle y dejé que mi mano se metiera dentro del pareo, subiendo por el interior de los muslos de mi mujer. Eva me miró, muy seria, como preguntándome que a qué estaba jugando, y colocó una manita en mi muñeca, como para detenerme.

Pero yo no estaba para obstáculos, la sonreí mientras forzaba la mano unos milímetros más, hasta acariciar el borde de su tanguita. Cerró las piernas, pero ya era tarde, la tenía justo donde la quería. Eva cerró los ojos, y su respiración empezó a agitarse, haciendo que sus tetas se movieran descaradamente bajo el pareo.

-Estás loco…mmm…, ¿qué haces?

Pero su protesta sonó falsa,  lejos de la energía con que había rechazado avances similares en el pasado. La resistencia de sus muslos era cada vez menor, y me costó muy poco meter un dedo dentro de su braguita. El taxista hizo un movimiento bruco con el volante al escuchar su primer gemido, y ralentizó la marcha, concentrado en la expresión de sometimiento de mi nena.

Mi mujer miraba al frente, con los ojos muy abiertos, la mirada perdida, la boquita entreabierta y los labios húmedos- Mi dedo corazón entró con facilidad, se lo clavé hasta el fondo, y ella soltó un jadeo mientras empezó a mover la pelvis al ritmo que le marcaba. Vencida, echó la cabecita hacia atrás y  abrió finalmente las piernas, dejándome actuar.

Ya eran dos dedos los que entraban y salían lentamente de su empapada vagina, mientras le abría la parte superior del pareo, exponiendo sus tetazas, apenas tapadas con el minúsculo bikini. Cruce la mirada con el taxista, que había ralentizado la marcha, y le sonreí, animándole, entonces volvió la cabeza durante unos segundos que me parecieron interminables, los ojos fijos en sus tetas, y echó un brazo hacia atrás, dejándolo colgado a solo unos centímetros de la rodilla de Eva.

Conducía muy lentamente, más pendiente de nosotros que del tráfico y mi mujercita se estremeció cuando sintió el contacto en su pierna, La apartó en un primer momento, pero se le escapó otro gemido cuando empecé a lamerle la oreja mientras pellzcaba sus pezones por encima del sujetador.

-          Para…mi amor..mmmm… para….

Le salió una vocecita tímida, como de adolescente pero echo la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados, y  dejó la pierna en su sitio cuando volvió a sentir la mano del viejo, que se engolfaba en el comienzo de sus muslos. Concentrado en dar placer a mi mujer no me di cuenta de que el taxi tomaba un camino distinto, saliendo del pueblo, Eva me tocaba ya la polla sin disimulo cuando noté que el coche se paraba y que el conductor paraba el motor

-          ¿Dónde estamos?, le pregunté extrañado.

-          No se preocupe, he pensado que les gustaría estar en un sitio tranquilo.

Miramos alrededor, era un descampado entre árboles, un claro en el bosque en el que había aparcados tres coches más, con la suficiente distancia entre ellos para que no se molestasen. Pero curiosamente, el taxista había parado a solo dos metros de un Mercedes impecable, con los cristales tintados.

El misterio de esos cristales me estremeció. No se veía nada del interior del cochazo, pero me dio por pensar que alguien estaba allí, esperando, y esa idea me dio aún más morbo que la presencia real del taxista, que se volvió por completo para sobar la pierna de Eva. No fui capaz de reaccionar cuando vi como ascendía su mano ganando centímetros de muslo, y tampoco hice el menor gesto de repulsa cuando salió del coche y abrió la puerta de Eva para  sobarla con más facilidad.

La sujetó de la cabeza y la obligó a mirarle, mientras se sacaba una polla, un demasiado larga, pero tan gruesa como un vaso de tubo, para acercársela a la cara. Con el cuerpo ladeado en una postura forzada Eva gimió cuando ese tipo sacó con brusquedad un pezón de su bikini y empezó a masajeárselo, con los dedos.

-          No…. Por favor…señor… la oí decir con la voz entrecortada,  cuando le acercó esa verga a la carita, dándole golpes cerca de los labios.

-          ¿De dónde ha sacado a esta zorra? – me preguntó riéndose-. Se ve que está pidiendo que la maten a polvos.

-          No es una puta –le contesté con voz temblorosa-es mi esposa.

-          ¿esta zorrita es tu mujer? –me soltó entre risas- pues aunque no sea una putita vas a verla comiéndose un rabo de verdad.

La sujetó la cara y empezó a acariciarle los labios cerrados con el glande,  mientras le estiraba el pezón  descubierto, arrancándole gemidos de dolor y de placer.

Abrí los dedos dentro de ella, a modo de tijera,, recorriendo cada milímetro de su vagina en movimientos circulares, con una lentitud exagerada, aumentando la excitación., y le pellizqué el clítoris, alentado por unos jadeos cada vez más desbocados, En cuanto lo hice abrió los labios en un gemido largo, acallado por el rabo el viejo, que  aprovechó su entrega para clavársela hasta los huevos en la boca.

Eva agitó las manos, intentando apartarle, tosió atragantada, pero el muy cerdo la sujetaba la cabeza, obligándola a tragársela entera.

-          Chupa, chupa, guarra –le espetó-y Eva empezó a mover la cabeza  ya sin necesidad de que la obligara.

-          Mmmm, puta, qué bien la mamas -jadeó pero noté algo raro en su postura ladeada, como ofreciendo el espectáculo a quien estuviera en el Mercedes.

Mi mujercita, que siempre se negaba  a chupármela, porque “me da asco, mi vida” movía la pelvis enterrándose mis dedos mientras recorría ese pedazo de carne con los labios en un movimiento interminable,  en el que se la sacaba casi entera para volver a engullirla entera, nadie tuvo que decirle que le amasara los huevos, ni que la sujetara con su otra manita, que apenas abarcaba esa morcilla endurecida

Tenía los ojos muy abiertos, mirando al cerdo que la usaba a la cara, como buscando su aprobación, y el asentía entre jadeos

-          Así…así….mmmmm…zorra.. sigue, la animaba el viejo que le follaba la boca con fuerza, como si fuese una muñequita hinchable.

Note el comienzo del orgasmo en la rigidez de su cuerpo, y en las contracciones de su vagina, que me oprimía los dedos con una fuerza que nunca antes me había demostrado.  Y no pudo evitar correrse aunque de repente apartó la cara, con un gesto de asco, y vi como el tipo le arrojaba un chorro de semen en los labios. El segundo fue a las tetas y el taxista le acercó la polla para embadurnarle con ella los pezones.

-          Cerdo –le soltó- déjeme ya, pero tenía el cuerpo arqueado, y temblaba violentamente por el orgasmo.

El coche olía a sexo, y Eva había dejado una ligera mancha de humedad en el tapizado. Cuando el taxista la soltó por fin, después de amasarla los pezones, se acercó al Mercedes, Se abrió una de las ventanillas y salió una mano con un par de billetes de 50 eros.

-          Luis, hoy te has superado, jajaa –la voz era de hombre, aunque no pude verle la cara- tráeme a esta zorrita cuando quieras.

-          Gracias, don Enrique, me alegro de que le haya gustado.

Eva quedó derrengada en el asiento, sin fuerzas para limpiarse, y tuve que hacerlo yo, con un pañuelo de papel que me cedió el taxista antes de arrancar. Pero su sujetador mostraba manchas delatoras cuando llegamos a casa de Juan.

-          ¿Cuánto es?

-          Nada, nada… ya me han pagado –me contestó, mientras la miraba a los ojos, con una sonrisa socarrona y se dirigió a ella directamente- toma mi tarjeta, putita, por si necesitas mis servicios otro día.

Eva la recogió, con la mirada baja, e intentó levantarse, pero él  la sujetó de la carita.

-          ¿No me das un beso de despedida?

Con una obediencia insólita acercó la carita, pero el cabrón la reclinó para pasarle la lengua por los labios y juraría que Eva los entreabrió un instante lo suficiente para que jugara con su lengua.