Eva al desnudo- 5

Juan avanza en la sedución de Eva, que es incapaz de resistirse

QUINTA PARTE

Pero no podía apartar de mi mente las imágenes de la mañana, Juan colocando el pezón de Eva, obligándome a pajearle, mi mejor amigo apoyando a mi mujer contra el borde de la piscina. Eran como fogonazos, mezcla de realidad y de imágenes intuidas. Me imaginé sus manazas tomando posesión de sus pezones, acariciándoles, pellizcándolos, excitándolos; sus manazas en sus muslos, sobándolos con esa actitud de chulesca prepotencia que odiaba, y Eva, entregada, dejándose trasegar el culito por ese pollón, recorriendo su rajita, abriéndola.

Esa excitación y el morbo que me provocaba el emputecimiento de Eva me llevaron a aplastarla contra la pared al llegar a casa, a hacer que sintiera también mi polla dura, intentando taladrarla desde atrás. No me extrañó notar que aún estaba mojada cuando metí la mano en sus braguitas. Tardó muy poco en buscarme, y le pase mi pene entre las piernas, como masturbándola, mientras la dedeaba

Empezó a gemir

-          Para..mmmm…para….que te pasa? Mmmmmmmmmm, pero movía el culito como buscándome, como le vi hacer con Juan en la piscina.

-          - Qué habría pasado si no llega a salir Isabel?..

-          -mmmmm, nada…mmmm qué-..iba…aa…pasar….mmmmm

-          Tenías ese pollón a centímetros de tu boquita y no parecía molestarte

Le hablaba en susurros, pegado a su oreja, lamiéndole el lóbulo, una mano en sus tetas, amasándolas coo un animal. La otra entre sus piernas,  dos dedos en su coñito que estaba encharcado. Me oprimía los dedos con sus paredes vaginales, como buscando más…, y entonces no pude contenerme y estallé, un chorro de lefa en su braguita, otro en sus nalgas, el tercero en su espalda, manchándole el pareo

Ella se quedó rígida:

-          ¿Otra vez?, pero es que vas a dejarme siempre así? –gruñó, indignada.

Me apartó de un empujón y se encerró en el cuarto para cambiarse.  Me hizo esperarla, media hora, una, pero mereció la pena, cando salió la vi despampanante,  con una faldita corta que no usaba desde que nos casamos, de colegiala, cortita, que le hacía lucir unas piernas espectaculares. La blusa era blanca, tan vaporosa que se transparentaba la oscuridad de su pezón, de botones,  pero con uno de más desabrochado, dejando que se intuyeran sus pechos; la mirada decidida, desafiante, como si estuviese pidiendo guerra y una sonrisa perversa en los labios, gordos, pintados de rojo, dibujando una boca para el pecado.

-          ¿Te gusto?, me preguntó insinuante.

-          Estás…estás preciosa…, pero Juan…. Le vas a volver loco.

-          Y quien te dice que no es eso lo que pretendo?

Vino Juan a buscarnos, habíamos decidido ir en un solo coche, y me sorprendió que condujera Frank su Audi, y más que viniera sin Angie, que se había sentido indispuesta (¿indispuesta?, pensé yo, a esa le ha dado un ataque de celos esta mañana y no quiere seguir sufriendo). Eva hizo como si se resistiera a acompañarnos.

-          No viene Angie?, entonces mejor ir vosotros, yo me quedo en casita, como una niña buena.

Pero Juan la cortó, me cedió el asiento del copiloto y la hizo pasar delante suya, la mirada clavada en sus muslos cuando se sentaba, con la faldita tan encogida que casi asomaba su tanga.

-          Como no vas a venir,…bonita? (otra vez esa pausa maliciosa)  si eres la reina de la fiesta.

-          Gracias….qué galante, le contestó Eva, pero ver en sus ojos esa mirada insinuante me hizo tener la certeza de que esta iba a ser la noche.

Se echó hacia delante, su carita pegada a la mía, mirando al frente, y por eso pude detectar cuando empezó a cambiar el ritmo de su respiración. La miré y vi en su cara lo que estaba pasando: ¡ese cerdo la estaba magreando¡, no tuve que mirar atrás para saber que tenía la manaza dentro de la blusa, y que había tomado posesión de una de sus tetas, mientras hablaba como si no pasara nada.

Eva se mordía el labio inferior, como para evitar gemir, los ojos entrecerrados, la cara sonrojada, pero el parloteaba sobre fútbol, política, y mujeres… haciendo  otra vez alarde de sus conquistas., Nos contó que en la última en la oficina fue una chiquilla de 19 años, administrativa, una cría dulce muy enamorada de su novio, que venía a recogerla todas las tardes sin saber que le había dado rabo hasta reventarla.

Mi mujer apenas podía disimular cuando llegamos, como no, al antro de la otra noche. Frank fue allí sin preguntar a nadie, como si ya lo hubiesen hablado antes entre ellos. Al salir del coche, Juan se apresuró a  tomarla de la cintura, como haciendo ver que esta noche era su pareja, y tuve que ver como el chulo de mierda  la retenía de la espalda, con dos dedos descaradamente posados en su culo. Eva volvió la cabeza, como apenada, buscando una reacción con su mirada, pero yo bajé los  ojos, avergonzado, incapaz de protegerla.

Y pero aún fueron los comentarios jocosos de Frank, que no había perdido detalle

-          Tu mujer está para reventarla, me soltó, deberías ponerle guardaespaldas.

-          Y tú te apuntarías, eh?, le contesté de mal humor, pero me callé la segunda parte (a la tuya ya la han reventado a pollazos, cornudo)

Él ni se inmutó:

-          -si me lo permites….

En ese momento Juan hacía entrar a Eva en el antro, su mano completamente enganchada a sus nalgas, empujándola suavemente pero con firmeza. Me llenó de orgullo ver cómo ella se la apartaba, mirando de nuevo donde yo estaba. Yo me hice el distraído, no podía soportar que ella supiera que yo sabía, y sentí de nuevo ese retortijón en el estómago, mezcla de morbo, deseo, excitación, pena y celos. Y les seguimos, como una pareja de carabinas.