Eva al desnudo-12 Apuesta perdida

Juan se folla a mi mujer que termina destrozada

Estuve dos horas dando vueltas con el coche, pensando. Los últimos 30 minutos sin contestar las llamadas cada vez más seguidas de Eva que cuando llegué por fin me esperaba en la puerta, con un rictus de angustia en la cara. Me abrazó, con fuerza. No tardé en besarla en los labios, y notar la dulzura de su lengua.

-          ¿Dónde has estado, mi amor? Estaba muy preocupada

Juan nos miraba desde lejos, atento al abrazo, y cuando nos acercamos de la mano, bromeó

-          Cuánto has tardado… ¿Fuiste a la fábrica a buscar la ginebra?

-          Claro, así está más fresca… ¿Qué pasa?, ¿me habéis echado tanto de menos?

Me contó entonces que Eva llevaba una hora colgada del teléfono, pasando de ellos como de la mierda, y la retuvo de la cintura, mirándola con aire chulesco,

-          ¿Ves como no ha pasado nada, putita?

Frank estaba sentado, casi en la misma posición en que le vi la última vez, con una copa de brandy en la mano. Ni siquiera volvió la cabeza, pero algo en su postura mi indicó que estaba más atento de lo que parecía a lo que pasaba a sus espaldas.

-          Mi mujer no es una putita, le contesté

-          ¿no?, ¿Estás seguro?

Eva me miró, atenta a mi reacción, pero yo bajé los ojos, como admitiendo la derrota. Él se sonrió, su chulería acentuada. Acercó más el cuerpo a mi esposa, haciendo que sintiera su dureza en el costado.

-          Te estábamos esperando para terminar lo que habíamos empezado.

Desde que me fui habían rozado a mi mujer, la habían sobado, metido los dedos, magreado. Sin parar, pero sin dejarla llegar al orgasmo, manteniéndola caliente, jugando con su deseo, Y Eva estaba tan excitada que se estremeció visiblemente al sentir el roce.

Me fijé en que de nuevo asomaba el glande por encima del bañador, enrojecido. Hizo que mi mujer lo sintiera su piel y Eva se mordió el labio inferior mientras lo miraba con los ojos brillantes.

-          Juan… por favor, - quise detenerle haciendo un gesto con la cabeza en dirección a Frank en un intento tardío de mantener algo de dignidad.

Ni me miró. Pero noté como mi polla pegaba un salto dentro del pantalón al ver que Eva levantaba la carita y le entregaba la boca. Juan la ladeó, para darme mejor visión de su lengua baboseándola los labios, y de su mano, ya dentro del pareo, jugando con su braguita, apartándola, abriéndole los labios, rozándole apenas el clítoris.

Actuaba con una seguridad absoluta, pero con deliberada lentitud. Mi esposa abríó las piernas para facilitarle la tarea y separó su mano de la mía para acercarla a su polla. Estaba entregada. Frank se había dado la vuelta y se acariciaba la polla de arriba abajo con una cadencia perezosa, los ojos fijos en la mano con la que Juan exploraba la vagina de mi mujer.

-          Mira a tu maridito, putita

Ella le obedeció, y se dio cuenta de  la tienda de campaña que se formaba en mi pantalón. Seguía aferrada al pollón de Juan, aunque no conseguía abracarla con su manita.  Élle pasó el dedo por los labios y vi como lo chupaba, golosa, con la boquita en “o”, como si fuese una polla. Acto seguido la penetró con ese dedazo en el coñito.

Eva soltó un gemido profundo, ahogado, y me acerqué anticipándome a lo que venía, pegué mis labios a los suyos, mientras se sacudía en una serie de vertiginosos espasmos. Ladeó la cabeza, con los ojos en blanco, y sentí envidia de Juan, al comprender que yo nunca podría llevarla a ese estado.

Juan no se detuvo. Al contrario. Le metió el segundo dedo, chapoteando en ella brutalmente mientras con la otra mano le amasaba las tetas. Eva temblaba cada vez más cuando la apoyó en la mesa,  el culito en pompa, a un palmo de Frank, que extendió una mano para acariciarla las nalgas.

Pero le detuvo con un gesto

-          Espera un poco, no te impacientes, ya llegará tu turno.

Pensé en irme, pero no pude evitar permanecer quieto, como un pasmarote, Mi esposa tenía la carita pegada a la mesa, ladeada, los ojos cerrados, la boquita abierta en un jadeo continuo que se intensificó cuando sintió la polla de Juan entrando en lo que ya era suyo. Fue una penetración como a cámara lenta, recreándose en ocupar cada milímetro, llenando  a mi mujercita, que cabeceaba.

-          Dios…..Em…pa…la..me…ahhhhhhhhhhhhhhh –le rogó, pero Juan no aceleró el ritmo, pasaron varios interminables segundos antes de que se la enfundara hasta los huevos.

Entonces se la sacó casi entera, y Eva echaba el culito hacia atrás, siguiendo su retroceso, como si quisiera evitarlo. Él se rió

-          Quieres más, zorra?

-          Síiiii… por favor….no la saques¡¡¡¡¡

-          ¿Y qué eres?

-          Soy..una..., puta… mmmmm –mientras lo decía el muy cabrón se la enterró de nuevo, de un solo golpe de cadera.

Eva chilló, y con tanta fuerza que no se si era de dolor o de placer. La mirada de Frank era de prepotencia mientras la bombeaba.

-          ¿La puta de quién? –continuó, mirándome, ansioso por ver mi expresión humillada.

Mi esposa abrió los ojos, y me miró intensamente mientras lo decía, entregada al macho que la ensartaba. Se me cayó el alma a los pies cuando volví a escucharlo

-          Soy…tu.., pu.., ti..,ta

Juan hizo un gesto a Frank, que se levantó como un resorte y le acercó la polla a la cara. Creo que Eva ni siquiera fue consciente cuando abrió la boca para meterse ese nuevo pedazo. Era una escena salvaje, mi mujer de solo 1,57, empalada por dos tipos de cerca de 1.90, se movía al ritmo que le marcaban.

Tuvo otro orgasmo, el enésimo, pero éste fue ya continuado. Gritada, suplicaba, gemía y ellos  la zarandeaban como si fuese una muñequita rota. Frank se corrió primero en la boca, y ella tragó todo lo que le echó dentro, sin abrir los ojos. Cuando se la sacó le escupió entre los labios, y Eva tragó saliva mezclada con su leche.

Juan, aún la estuvo bombeando durante un tiempo que se me hizo eterno, cada vez más dentro, cada vez más fuerte. La sujetaba de las caderas, sometiéndola, se la sacaba entera para clavársela otra vez, y cada vez que entraba Eva gritaba de placer. Hasta que se corrió en sus entrañas, soltando bufidos, como un salvaje encabritado. Recordé entonces que esa mañana no la había visto tomar la píldora

-          Toma puta…toma…yaaaaaaa¡¡¡¡¡

Sus chorros de semen le desbordaron el coñito, y fluyeron por sus muslos. Entonces le aparté, cogí a mi mujer en brazos y la llevé al dormitorio de invitados. Cuando la deposité en la cama todavía temblaba, con los ojos cerrados. La abracé, y poco a poco empezó a respirar con normalidad.

-          Mi vida –se sinceró- nunca me he sentido tan poseída.

-          ¿te estás enamorando de él?

-          No. No es eso. Te amo, -dijo rotunda- pero no puedo resistirme cuando está cerca. ¿Te has fijado en cómo huele? –hice un gesto negativo con la cabeza y ella continuó- cuando siento su aroma me mojo, y solo puedo pensar en tenerle dentro.

Me decía eso con todo su cuerpo pegado al mío, con la cabeza escondida en mi cuello, y me retuvo cuando intenté levantarme.

-          No te vayas, por favor, quédate conmigo, necesito que me abraces.