Eva

Cuando todo parece ir mal, no hay momento para preocuparse de uno mismo. Aunque quizá algo o alguien te haga sentir vivo. Dedicado a todas las Evas que descuidan su vida para cuidar las de otros.

7.05 am

Dobló la chaqueta fina de tela que había traído para protegerse del frío y la guardó en la taquilla. En los últimos días el silencio se había ido haciendo un hueco, poco a poco, hasta impregnar sus horas y teñirlo todo. No es que siempre se oyera silencio, ni mucho menos, pero las conversaciones eran cortas, las miradas huidizas, la calle un río hostil que trasladaba tensión. Nada era normal, y todo parecía recordarlo.

Cogió el espejito que llevaba siempre en el bolso y el reflejo le devolvió la imagen del cansancio que ya empezaba a ser crónico. Solo el color de los labios y el lunar de la mejilla parecían rebelarse y dar una nota jovial a su rostro, a pesar de su juventud.

Cerró la taquilla y repitió su mantra diario. Resoplando se conjuró para resistir lo que hubiera que resisitir, ser prudente, no descuidar los detalles, tener paciencia. Con el último suspiro le pegó un puñetazo a la taquilla cerrada y salió hacia el pasillo, apretando los labios. No lo sabrán, Eva, no lo van a sospechar, se dijo. Verán la Eva juiciosa y fuerte. La que analiza fría y actúa. La que no teme porque está tan concentrada en su trabajo que no se acuerda de ella misma. Para nada sospecharán el miedo, el terror que te invade por dentro, a cometer un error y a no estar a la altura de esta barbaridad.

11.40 am

-La saturación la tiene bastante bien, Eva, mira a ver en aquel box que parece que te llaman.

Pasos, suspiro, cambio de paciente y de concentración. Éste está peor, hay que vigilarle muy de cerca. Es joven. Tiene conectado el respirador hace poco. A ver qué tal porque no hay para todos. No, eso mejor no pensarlo. "No hay que pensar en lo que dejas de salvar, tú siempre piensa en los que estás salvando. La empatía es buena pero te puede destrozar". La voz de Amparo su profesora, su amiga, su apoyo hace ya años, aparece siempre en esos momentos, al rescate. Céntrate en lo que puedes controlar y da una respuesta calculada, no impulsiva. Céntrate.

-Eva, qué ojeras tienes tía. ¿Has desayunado algo?

-¿El qué? -miró a la ATS como si la hiciera volver de Marte.

-Comer, Eva. Algo. Que si has desayunado.

-Si claro... Eh, no, creo que no. Un café antes.

-Ve a comer algo, anda. Pareces una maquinita yendo de paciente en paciente . Tienes mala cara.

La mañana avanzaba como la anterior, la anterior a esa y la anterior a las dos. Eva se movía entre sus compañeros con agilidad, sin alargar las conversaciones para no quitar tiempo a los pacientes. Las miradas de sus colegas y la suya se iban pareciendo más, en esa mezcla de solidaridad entre compañeros y la amargura del cansancio y el estrés. Miradas desde el límite, ese que estaban bordeando hace días y mantenían a raya con bocados de esperanza. Miradas de veterano de guerra, del que intenta detener una fuga en un barco que hace aguas por todas partes. Salió de una zona en la que había varios pacientes en camas que ocupaban espacios comunes y dobló la esquina, pensativa.

Estaba de pie, medio apoyado en la pared cuando le vio. Su uniforme ya no era noticia en ese lugar, y de lejos parecía esperar como algún otro por allí, a que apareciera un superior o tal vez a que alguien lo reclamara. Eva pasaba de largo a su lado y solo iba a mover la cabeza en forma de saludo, pensando ya en la siguiente sala, el siguiente paciente.

-Hola Eva.

Se paró para mirarle la cara y no le reconoció.

-Parece que has visto un fantasma, ¿no me conoces?

-Pues...

-Pues no, -sonrió él sincero-. No te preocupes, con el lío que tenéis como para acordarte. Soy Manuel, yo era amigo de tu hermano. En el instituto.

-Ah. Sí claro, Manuel ya me acuerdo.

Eva se tocó la frente y la arrugó pensando en el recuerdo que tenía de aquel chico que siempre iba con su hermano mayor a todas partes. El fútbol, la pandilla, los botellones y esas cosas. Su pelo cortado a cepillo, el uniforme y el lugar daban bastante información sobre qué había hecho desde entonces.

-No te acuerdas...-río él.

-Si, joder... Manuel, Manu, ¿no?

-Manu, sí.

-Perdóname hacía muchísimo que no te veía, mi hermano y tú ya no quedáis, ¿no?

-Buf hace un montón que no, hablamos a veces pero no le veo hace... yo que sé 5 o 6 años. ¿Qué tal está?

-Bien, bien, yo no le veo mucho no creas, se mudó y ya no vive en Madrid pero le va bien.

-Si, eso me contaron. Me alegro mucho que le vaya bien, qué buen tío.

Eva le miró pensando que la conversación estaba en las últimas y ya podía seguir avanzando. ¿A qué cama iba a ahora? Sí era la de aquella mujer mayor que tenía síntomas leves...

-Pareces cansada... Te dejo que sigas. Me alegro mucho de verte.

-Eh.. gracias. Yo también me alegro de verte, aunque sea en medio de este lío.

-Ya es verdad....

Eva asintió y miró al frente para seguir caminando por el pasillo que enfilaba.

-Oye Eva, a lo mejor te apetece comer conmigo o bueno... cenar luego..., lo que te venga mejor.

Ella volvió la cabeza y le miró sorprendida por la invitación. Alto, fuerte, guapo, sin ser un Brad Pitt. Pero era atractivo... Con un aire un poco simple, quizá... No era tan raro que la invitara a algo, pero en ese lugar, en ese momento y entre aquella situación... Otro pensamiento se cruzó en su mente. La mujer mayor. Tenía que ir a verla, ver si seguía leve o empeoraba, y luego ver a aquel anciano que estaba tan grave, había que ajustar su medicación y luego...

-¿Eva?

-Eh, ¿qué? Ah sí, oye Manu me alegro de verte pero no tengo tiempo ahora. Oye ya nos vemos por ahí.

Eva se alejó con pasos acelerados y empezó a concentrarse de nuevo en su tarea sin mirar atrás.

23.15h

Eva estaba agotada. Había terminado su turno hacía horas, pero lo había estirado teniendo en cuenta todos los pacientes que necesitaban ayuda y no dejaban de llegar, y la escasez de personal y medios que tenían. Había mal comido dos sándwiches de máquina y un par de cafés en los breves descansos que había cogido, y entre trabajar y malcomer se empezaba a encontrar sin fuerzas.

-Eva, perdóname cariño pero no encuentro a nadie ya, ¿puedes ayudarme tú?

La voz de una enfermera veterana, de las que solo te piden ayuda cuándo de verdad hace falta la sacó de sus pensamientos. Esos que reclamaban a gritos una cena y una ducha caliente antes de dormir lo que pudiera y volver a empezar.

01.55h

Era un crío. Había tenido que darle la mano con las protecciones porque no estaba permitido que nadie se le acercara. Aquella enfermedad no se cebaba especialmente en los jóvenes pero ese paciente tenía muchos problemas previos y no habían podido salvarlo. Solo seguir los protocolos y evitarle sufrimiento al final.

La enfermera se disculpó por educación cuando se despidieron por haberla llamado a ella que ya no debía estar allí, cariñosa, cercana. Eva asintió tratando de ser comprensiva pero se fue de allí en cuanto pudo, cogió sus cosas de la taquilla y enfiló la salida. No sabía si estaba cansada, triste o enfadada. Era como un gran nudo, un tapón enorme que no la dejaba sentir. Salió al exterior.

Los todoterrenos, las tiendas de campaña, el silencio. No se veía a nadie a esa hora pero nada era normal y no hacía falta mirar mucho para verlo. El paisaje alterado rompió algo dentro de Eva que ya estaba cogido por los pelos. Intentó avanzar un poco pero enseguida se notó mareada. Buscó un hueco entre la parte trasera de un camión y el maletero de un coche. Apoyó la espalda contra el camión y esperó a que sus ojos pudieran enfocar algo mejor lo que tenía delante. Las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos, primero despacio de uno en un uno, luego en torrente, sin cesar. Balbuceó, intentó serenarse pero no podía, alguna compuerta se había abierto y no podía cerrarla.

Miró el cielo con la luna y alguna estrella, ese cielo indiferente, que le pareció bello y distante a la vez. Y se dejó llevar. Las lágrimas corrieron ya sin freno, y todo el cansancio y la impotencia de varios días subieron a su garganta quemándola. Se dio la vuelta y empezó a descargar toda la tensión contra el camión, golpeándolo con sus manos mientras gritaba a la noche su angustia retenida.

-¿Quién anda ahí?

Gritó una voz, masculina, enérgica. Unas botas cayeron desde la cabina al suelo y rodearon el camión con cautela.

-He dicho que quién... Cagüendios, ¿Eva?

La chica oyó la puerta de la cabina, los pasos y la pregunta. Pero no paró. No podía. Siguió llorando y golpeando, gritando. Es Manu, pensó, encima me conoce, pero me da igual. No puedo parar.

-Pero Eva chica, ¿qué te pasa? ¿qué tienes?

Eva siguió apaleando la chapa de la parte trasera del camión, más fuerte si cabe. Tuvo que hacer como si la redujera, cogiéndola desde atrás inmovilizándola. Manu la separó del camión como pudo y abrió la portezuela dejando caer la rampa. Con esfuerzo la levantó y la depositó con cuidado en el suelo del compartimento, mientras ella sollozaba y pataleaba. Intentaba hacerla reaccionar pero Eva no se calmaba, seguía destapando su angustia a chorros entre hipidos y sollozos. Manu consiguió que se tendiera en el suelo y sentándose a su lado, comenzó a acariciar su cabeza, evitando que ella siguiera golpeando todo lo que tenía cerca. Así poco a poco consiguió que dejara de moverse. Se hizo un ovillo, tumbada de lado, y siguió llorando mucho tiempo, hasta que se quedó dormida.

03.30h

Sonaba un golpeteo, regular, con ritmo constante. Eso fue lo que la despertó. Al principio no recordó pero en seguida se dio cuenta de donde estaba. Había un caja de cartón desparramada debajo de ella y por encima alguien le había echado una manta gruesa y un abrigo. Se encontró mirando la portezuela del camión cerrada y se volvió.

-Hola.

Manu la miraba con ojos serenos aunque preocupados. Se preguntó si se habría quedado ahí todo el tiempo.

-Hola.

-¿Estás mejor?

Solo la pregunta ya provocó que las lágrimas volvieran a aparecer.

-Joder...

Manu se acercó a ella y volvió a tocar su cabeza. También volvión a acariciarla para calmarla. Eva pensó que igual él creía que estaba loca y la estaba tratando como a un animalillo pero le dio igual. Si que la calmaba. Su cabeza era un caos de dolor y cansancio.

-Oye me voy a acercar más, pero no empieces a pegarme como antes, ¿vale?

Manu se sentó de nuevo más cerca de ella. Buscó su mano y se la cogió. Puso la otra mano en su frente. Eva siguió el gesto con los ojos.

-No parece que tengas fiebre.

-Manu, no deberías cogerme la mano.

-Lo sé -dijo apretandósela más fuerte.

El murmullo que Eva escuchaba desde que despertó les acompañaba, regular, dando una atmósfera de tranquilidad a la escena.

-¿Qué es ese sonido?

-Ah eso. Está lloviendo.

Estuvieron un rato muy largo así en silencio. Él mirándola, ella intentado tranquilizarse y ordenar sus ideas. Cogidos de la mano sin decirse nada. La lluvia seguía repicando en la lona que cubría sus cabezas.

Eva parecía dormitar a ratos pero de repente se incorporó un poco y miró a Manu a los ojos.

-Yo creo que es mejor que te eches -dijo él-. Pareces muy cansada. Lo de antes no es buena señal.

Eva soltó la mano de Manuel y se acercó más. Se aupó sobre el chico y se puso encima de él rodeándole con las piernas, con su rostro y su cabello muy cerca de los de él.

-Joder... pero... Eva... -balbuceó él.

-Shhh cállate por favor. No hables.

Probó a besarle en los labios. Su sabor salado pedía más y acarició sus labios con la lengua. La sorpresa del chico no demoró mucho tiempo su respuesta. Su boca se abrió y las dos lenguas se probaron iniciando una lucha húmeda. Fueron besos largos y húmedos. Besos de hambre.

Las manos de él empezaron apretando su espalda para estrechar más el beso, pero pronto bajaron más y los dos empezaron a moverse queriendo sentir al otro. Eva recorrió los brazos que la rodeaban y enseguida tiró de su chaqueta y su camiseta. Dejó el torso desnudo del chico a su vista y comenzó a besarle rodeando su cara con sus manos, perdiendo el aire en la boca de él.

Manu pareció dudar otro instante, pero miró a Eva a los ojos y en ellos vio algo que no pudo explicar.Una determinación y un anhelo que era algo íntimo entre los dos en aquel lugar y situación y que no podía ni quería romper.

Se deshizo del suéter y el sujetador de ella y enseguida el pecho desnudo de ambos se encontró mientras se besaban con deseo, queriendo comerse mutuamente. La saliva de los dos empapaba sus bocas. Ella le cogió el rostro con las dos manos y lamió sus labios y su mejilla.

Encendido por ese gesto de deseo, él la levantó y poniéndola de pie tiró primero de sus pantalones y luego de sus bragas, dejándola completamente desnuda. La atrajo de nuevo para besar sus pechos y lamerlos, centrándose en endurecer los pezones femeninos, probándolos, saboreándolos. Ella agarró sus pantalones y tiró de ellos liberándole. Manu estaba totalmente erecto y ella acarició a lo largo su pene, con urgencia, queriendo comprobar la excitación que le había provocado.

Las manos de él no perdieron el tiempo y durante un rato la temperatura de los dos subió mientras las manos y dedos del otro se masturbaban mutuamente. El sexo de Eva se humedeció hasta empapar los dedos de Manu y provocar un sonido de chapoteo constante. Eva le apartó la mano y se subió encima de él. Dirigió su falo erecto entre sus piernas y descendiendo, poco a poco, se acopló a él.

Los dos gimieron. El calor tragó a Manu y sintió como la recorría igual que si estuviera metiéndose en lava húmeda al rojo. La primera vez que ella botó encima de él, cogió sus pechos y los lamió anhelante, restregando su cara contra ambos senos y la piel que los separaba. Eva se sintió morir de excitación y agarrando su cabeza lo pegó aún más contra su pecho.

Toda esa ansiedad, el miedo y la fatiga que había acumulado estaban ahora saliendo de ella expulsados por un acto tan natural y a la vez salvaje. Se abrazó a su amante y cabalgó con toda la excitación y el placer que estaba sintiendo, creyendo ver el cielo estrellado que tenían sobre ellos, por encima de la lona, más allá de aquel rincón que era al mismo tiempo de ellos dos solamente y de todo el universo a la vez.

Manu atrajo la boca de Eva sobre la suya y se besaron largo y profundo mientras los dos llegaban al éxtasis unidos y él se derramaba. Dentro, muy adentro de ella.

-Estamos...

Eva intentó hablar jadeando en medio de su éxtasis apurando aún el placer que invadía su cuerpo. Las lágrimas volvieron a correr por sus mejillas, pero ya no era de angustia.

-Estamos vivos -dijo al fin, sonriendo y llorando al mismo tiempo-. Estamos vivos.

-Si, amor - dijo él sonriendo a su vez y acariciando sus lágrimas-. Estamos vivos.