Eva
La vecina no deja de rondar la cabeza y los sueños masturbatorios de nuestro protagonista. Hasta que un domingo consigue hacerlos realidad.
Desde la primera vez que la vi, sentí una irresistible atracción hacia Eva. Fue hace algo más de un año, cuando nos mudamos a la urbanización donde vivo ahora con mi mujer y mis pequeñas gemelas.
Eva no es una mujer de una belleza explosiva, incluso puede que le sobre algún kilito, pero todo en ella, cada una de sus formas y cada uno de sus gestos emanan feminidad y sensualidad.
Vive en un bungalow muy cercano al nuestro y pronto se hizo amiga de mi mujer, a la que contó que se había separado recientemente de su marido.
Algunas veces cuando regresaba a casa del trabajo, Eva estaba allí y al verla siempre sentía el deseo invadirme y la devoraba con la mirada, cosa que ella creo que notaba. Era tan fuerte el deseo que me provocaba, que tenía que ir al baño a masturbarme, imaginando que besaba sus carnosos y sensuales labios, acariciaba sus pechos y la poseía con pasión.
El pasado verano, un domingo por la mañana temprano, al salir de casa con la intención de hacer mi footing diario, vi a Eva frente a su bungalow, junto a su coche, el cual tenía el capó levantado. La encontré, como siempre, irresistible. Vestía una falda corta de tela ligera y una amplia camiseta de algodón.
Me acerqué y me dijo que tenía problemas con el coche, que no arrancaba. Enseguida pude ver que simplemente se había quedado sin batería, pero hice como si buscara alguna avería, para poder disfrutar más tiempo de su compañía.
Mientras manipulaba por el motor, ella se puso a mi lado, interesada en ver cómo controlar el nivel de aceite y esas cosas, y de vez en cuando nuestros cuerpos se rozaban, lo cual me provocaba una gran excitación y el que empezara a tener una erección algo embarazosa ya que se notaba al abultar el pantalón de deporte que vestía.
Finalmente le dije que necesitaba cambiar la batería y le prometí que al día siguiente, lunes, la acompañaría al taller de un amigo, el cual se ocuparía de revisar y reparar el auto.
Como nos habíamos manchado las manos, me propuso entrar en la casa para lavarnos. Lo hicimos y yo me puse a lavarme las manos en el fregadero de la cocina. Ella se colocó a mi lado y, diciendo algo así como que había que aprovechar al máximo el agua en un verano tan cálido y seco, puso también sus manos bajo el chorro.
Le propuse ponerse delante de mí, para estar mejor frente al grifo. Me eché un poco hacia atrás y ella se situó entre el fregadero y yo, que pasé un brazo por cada lado de su cuerpo para alcanzar el agua.
Como es lógico, enseguida pegué todo mi cuerpo contra el suyo, mientras nuestras manos, ya limpias, se acariciaban y jugaban bajo el agua fresca. Tenía mi pecho contra su espalda y mi pene ya erecto y duro se frotaba contra su maravilloso culo. Empecé a besarle suavemente el cuello y los hombros, y a susurrarle lo mucho que la deseaba desde hacía tiempo y cómo me solía masturbar soñando con ella y con estar juntos como lo estábamos en ese momento.
Con las manos mojadas, empecé a acariciarle los pechos sobre la camiseta, que al mojarse se pegaba a su cuerpo y ella empezó a gemir y moverse frotándose contra mí, excitada al sentir mis caricias y la presión del bulto de mi pantalón contra su trasero.
Se dio la vuelta y nuestras bocas se fundieron en un apasionado beso. Mientras nuestros labios y nuestras lenguas se devoraban, nos fuimos quitando la ropa el uno al otro. Cuando le quité la camiseta y vi sus maravillosas tetas, sentí mi excitación aumentar de manera bestial. Las tenía grandes, sin ser enormes, y con unos pezones anchos y sonrosados que estaban ya duros y abultados y que no dudé un momento en ponerme a besar y chupar.
Empecé a bajar por su vientre, besándolo, hasta quedar de rodillas frente a ella y, sin dejar de besarle los muslos, le quité las bragas. Alargué un brazo y acerqué una silla que puse a su lado, y le levanté una pierna hasta dejar su pie apoyado sobre el asiento. Comencé a acariciar con mis dedos su ya empapado sexo, mientras Eva gemía y agarraba mi pelo apretando mi cabeza contra ella.
Le abrí un poco mas las piernas y empecé a lamer ese delicioso coño de labios grandes y coronado por un abultado clítoris al que dediqué todas las atenciones de mi lengua, chupándolo y lamiéndolo, mientras la penetraba con dos dedos. Así la estuve lamiendo y masturbando un buen rato, mientras ella me rogaba que no parara y entre gemidos confesaba que hacía tiempo que soñaba con que alguien se ocupara de su chochito con tanto cariño como yo lo estaba haciendo.
Finalmente, le llegó un fuerte orgasmo, que inundó más mis dedos y mi boca, ya empapados de sus líquidos vaginales, y que la dejó temblorosa y jadeante apoyada contra el mueble del fregadero.
Me puse de pie y nos abrazamos y besamos de nuevo. Yo tenía ya la verga para reventarme el pantalón y me frotaba contra ella mientras nos besábamos. Al notarme, me acabó de desnudar, y yo me senté al borde de la silla mientras ella se situaba frente a mí. Me acariciaba los huevos y la verga de manera maravillosa y se introdujo en la boca el hinchado glande que empezó a succionar.
Yo creí morir de placer y le advertí que estaba tan excitado que no tardaría en correrme, pero en vez de parar, aceleró el ritmo de su mano y empezó a chupar mi verga con ansia, introduciéndola cada vez más dentro de su boca. No pude resistir mucho tiempo y lanzando un fuerte suspiro empecé a eyacular chorros de semen con una fuerza y en una cantidad como no recordaba haberlo hecho nunca. Fue un orgasmo largo e intenso, inolvidable, y acabamos ambos llenos de chorretazos de mi leche; ella sobre la cara, el pelo y el pecho, y yo también sobre el pecho y el vientre.
Se levantó y buscó un paño de cocina que humedeció y con el que empezó a limpiarnos las salpicaduras de esperma. Aprovechamos ese par de minutos para recuperarnos un poco, pero pronto sentimos que necesitábamos más y que teníamos que aprovechar esa oportunidad que estábamos disfrutando de estar juntos.
Enlazados salimos de la cocina y entramos al salón, donde ella se recostó en el sofá. Yo me coloqué de rodillas en el suelo, a su lado, y nos estuvimos besando con suavidad, sintiendo nuestros labios y nuestras lenguas rozarse con sensualidad, mientras le manoseaba las tetas, pellizcaba sus pezones y deslizaba la mano hasta su sexo, y ella me acariciaba la verga, que estaba en un estado de semi-erección.
Esos mimos y caricias hicieron que la excitación y el deseo no tardaran en invadirnos de nuevo. Eva separaba las piernas para que mis dedos pudieran penetrar con libertad en su mojado coño mientras mi verga estaba de nuevo bien erecta y dura. Le dije que me moría de ganas de follarla, de poseerla, a lo que ella me respondió:
- Y ¿a qué estás esperando ?
Le pedí que bajara las piernas y se diera la vuelta, por lo que quedó arrodillada y con la cabeza y los brazos apoyados en el asiento del sofá. ¡Qué maravillosa visión la de ese espléndido culo así levantado y que se me ofrecía totalmente! .
No pude resistir las ganas de besarlo y lamerlo, y mientras seguía pajeando su coño con mis dedos, acariciaba con la punta de la lengua su ojete que pronto estuvo mojado con mi saliva y en el que también introduje un dedo. Eso pareció gustar mucho a Eva, ya que agarró un cojín del sofá al que se abrazó con fuerza, mientras entre gemidos me decía lo mucho que le gustaba sentirse así penetrada por los dos sitios a la vez.
Acerqué la punta de mi pene a su coño y estuve frotando el glande contra sus labios y su clítoris mientras seguía sodomizándola suavemente con un dedo. Ella gemía y me suplicaba que la penetrara. Empecé a entrar en ella, despacio, poco a poco hasta tener toda mi verga en su interior. Empecé entonces a moverme, al mismo ritmo que movía el dedo que le tenía metido en el culo y con la otra mano acariciaba sus tetas y su vientre bajando hasta su clítoris.
Me aplicaba al máximo para darle placer, quería satisfacerla plenamente, y creo que lo estaba consiguiendo ya que Eva hundía la cabeza el cojín y daba gritos ahogados de placer mientras me pedía que no parara.
Al cabo de un rato, ambos sentimos la inminente llegada del orgasmo. Le agarré ese hermoso culazo con fuerza con las dos manos, y empecé a bombear con rapidez, a follarla con pasión mientras nos decíamos frases entrecortadas de amor y deseo, palabras tiernas y obscenidades, y nos abandonamos completamente, hasta que una explosión de placer casi simultanea nos hizo gritar; ella se retorcía de gusto al tiempo que mi polla vertía en su interior chorros de leche caliente.
Acabamos agotados y empapados de sudor. Nos tumbamos juntos en el sofá, sin hablar, enlazados y disfrutando de esa maravillosa sensación que se siente tras amar de manera tan intensa y satisfactoria como lo acabábamos de hacer nosotros.
Y así permanecimos juntos, acariciándonos y besándonos durante largo rato.