Euterpe y tauro.-epílogo.
Con este Epílogo, cierro la vida en común de la pareja protagonista, Juan Gallardo y Elena/Yelena Gaenva/Gayemba
EPÍLOGO
Desde aquella noche, la primera que Juan Gallardo y Elena Gaenva pasaron juntos, han transcurrido unos tres años, por lo que, digamos, estamos a primeros-mediados de Diciembre de 2013. El devenir de estos años trajo acontecimientos muy, muy felices a la pareja, pero, como bien se dice, no hay rosa sin espinas, con lo que también el discurrir del tiempo trajo los nubarrones negros sobre ellos. Lo primero que ocurrió, y no tanto después de aquella su primera noche, un par de mesecillos, tres a lo sumo, lo justo para reunir cuánto “papel” precisaban, fue contraer matrimonio, lo mismo religioso que civil. Lo del matrimonio canónico tuvo su “mijita” rocambolesca a cuenta del divorcio de ella y, ya se sabe, lo intransigente que es la Iglesia Romana respecto a tal asunto, pero la casualidad quiso que, de todas formas, acudieran al Arzobispado de Madrid, por lo de que Yelena se había casado en Rusia y allá se había divorciado, amén de que fuera de fe ortodoxa, no católica. En lo de que Elena fuera ortodoxa y no católica, no hubo problema, pues la Iglesia no se opone a los matrimonios mixtos entre cristianos bautizados, y en lo del divorcio, finalmente, tampoco lo hubo. Sencillamente, Yelena habíase casado con su anterior marido sólo por lo civil, luego, ante la Iglesia, ese matrimonio no era válido, de forma que como si nunca se hubiera casado, ergo “Nihil Obstat” para contraer matrimonio católico.
La boda, por fin, se celebró en la Iglesia de Santa Catalina del San Petersburgo de Todas Las Rusias, “putativa”(1) “patria chica” de Yelena, aunque allí no naciera, pero sí es donde, de toda la vida, había residido, su ciudad por excelencia. Para el evento, la iglesia era un ascua de luces y un vergel de olorosas flores que inundaban el templo con sus suaves fragancias, con un órgano más dieciochesco que nonacentista interpretando la famosa Marcha Nupcial de Méndelssohn(2), a la entrada de la novia, toda ella vestida de tal, enfundada en un traje de novia ante cuya blancura el armiño, vamos, verde de envidia, del brazo de su padrino de boda, su yerno, el marido de su hija.
A este tan feliz acontecimiento, siguió otro, y no tantos meses después, que ni a ocho llegaron, pues, ¡qué “quirís”!, como se suele decir, decía, por la Mancha, que para tan especialísimo momento como fue el día de su boda, la parejita llevaba sus “deberes” pero que muy bien “hechos”, tanto, que alguna semana que otra antes, si no fue algún mes, la cigüeña habíales ya respondido, por correo certificado y urgente, además, que su grato encargo estaba ya debidamente cumplimentado, y la “mercancía” viajando a destino que se las pelaba. En fin, que la tal “mercancía” resultó ser un rorro más bonito que un San Luís, al que llamaron, por buen, Juan o, en su vertiente rusa, Iván, aunque para su madre e, incluso, su padre, fuera más corriente nombrarle por “Vanechka”.
Finalmente, la cruz de tan dulce cara de la moneda llegó algún año después de tan faustos acontecimientos, exactamente en este 2013 en que retomamos la narración, en su mes de Julio, en Valencia, feria de San Jaime, o Sant Jaume, como por allá también suelen decir. El “facedor” del entuerto, un Lamamie de Clairac, “pregonao” y con más “bemoles” que una sinfonía de Beethoven, que enganchó a Juan de “mu” mala manera, infiriéndole dos tremendas cornadas; una en un muslo y la otra, la grande, “mu”, “mu” grande, le abrió el vientre de abajo arriba. Casi seis días estuvo Juan en coma, entre la vida y la muerte…y Elena, creyendo morir al pensar que su Juan de esa “no salía”… Pero Juan, por finales, salió adelante, aunque allá, allá, las anduvo de “liar el petate” “per in sécula seculorum”...
Tardó lo suyo en reponerse, pues era más ya inicios de Noviembre cuando empezó a ser otra vez persona. Comenzaba por entonces, en un más “Sí” rotundo que un dubitativo “Casi, casi”, su anual época de descanso, y Elena consiguió de su Juan que esas, digamos, vacaciones, se prolongaran durante, al menos, todo el año siguiente, el 2014… Catorce-quince meses, pues, de tranquilidad para la pobre Elena, que cada vez lo pasaba peor cuando su maridito, vestido de luces, partía para la plaza de turno… Porque ella, desde aquella tarde malagueña, precursora de la primera noche de amor de entrambos, no volvió a pisar una plaza de toros, a sentarse en un tendido, pero ni un sólo día dejó de acompañar a su marido allá donde fuera, por España, el Midí francés, Portugal y las Américas, de Feria Taurina en Feria Taurina.
Se quedaba siempre en el hotel, sola con su congoja, sola con su angustia. Sola ante ese altar de imágenes y estampas religiosas, de Cristos y Vírgenes, santos y santas, más o menos milagreros, milagreras, todo ello iluminado por casi miríadas de lucecitas, las de decenas y decenas de lamparillas o “mariposas” de aceite,(3) luciendo ante las imágenes y las estampas, mientras ella, de hinojos, reza que te reza, ofreciendo mil cosas al Supremo Señor de los Cielos para que su hombre vuelva a ella sano y salvo. Y así pasaba el tiempo, el horror de cada tarde, hasta que llegaba la tan esperada, tan ansiada, llamada telefónica del apoderado o el mozo de espadas: “No preocuparse, que no ha “pasao na”, salvo que Juan ha vuelto a armar el “taco”… Y, por aquella tarde, el horror, se había terminado… Hasta la del día siguiente, cuando él, otra vez vestido de “luces”, de torero, volvería a salir del hotel rumbo a otra plaza de toros…o a la misma que ayer…
¡Hay, el horror de tantas y tantas esposas y madres de toreros, en las tardes de toros, cuando el hombre amado, el hijo tan querido, ejecuta la trágica danza de toro y torero, evolucionando los dos, casi al unísono, en un baile de muerte. Glorioso baile, por otra parte, cuando se danza a gusto, recreándose el hombre en la mortal danza, gustándose a sí mismo, viviendo el momento a tope, momento que, a veces, vale por toda una vida… “Llegar a ser figura del toreo es casi un milagro; pero al que lo logra, un toro podrá quitarle la vida…pero nada ni nadie podrá ya nunca quitarle LA GLORIA”,
que una vez escribiera un poeta… (4)
Pero vamos al punto en que, realmente, empieza este Epílogo. Es Diciembre de 2014, ese tercer año que Juan y Elena llevan juntos, y en San Petersburgo, en su sala “Octubre”, la de los grandes éxitos de Elena, Yelena, donde, en estos momentos ella está dando un concierto. Va ya casi vencida la segunda parte del espectáculo, lo que significa que éste está ya a punto de terminar, entre el clamor de un público fervorosamente entregado a la artista, verdadero ídolo de las multitudes rusas
Describamos ahora cómo aparece Elena. Lleva el pelo, negro como la noche, cual ala de cuervo, largo hasta la cintura si se lo suelta, pero en estos momentos recogido en un moño a la nuca; pendientes largos, hasta acariciar la base del largo, níveo, cuello de cisne blanco… Viste chaquetilla negra, entallada, muy, muy entallada, con un escote por delante que de pocas no le llega al ombligo, con lo que el famoso ”canalillo” de sus senos, blancos como la nieve, tersos, turgentes, abarcaba ambos semi-hemisferios. Tras interpretar la última canción, se ha tomado un escasísimo descanso, para refrescarse, cara y boca, con un poco de agua; luego, algo recuperada del agobio debido, mucho más, a lo pasional de su actuación que a la calefacción del local, se dirigió al proscenio, a recoger los ramos de flores que el público, enardecido, le ofrenda, en rendido vasallaje a su arte, para, finalmente, regresar al micrófono. Lo toma en su mano, quitándolo del largo soporte, y se dirige al público, en su lengua vernácula, la de todos los presentes
- Si me lo permitís, ahora desearía presentaros a los dos hombres de mi vida… A mis dos “Vanechkas”
Al momento, el cañón, con el foco luminoso, enfocó un bastidor, ( lateral del escenario
), a la derecha del público. Allí, más en Babia que otra cosa, estaba Juan, con el pequeño Juanito a su lado, ausente a todo cuanto no fuera embelesarse, viendo y oyendo, a su más que querida mujercita… Vamos, que ni se enteró de que ahora le tocaba salir al escenario, con el hijito de ambos de la mano. Fue una asistente, una especie de “script”, que, más por señas que hablándole, pues él, aún para tales entonces, de “ruski”, ni palabra, que ya le vale, le hizo entender lo que de él se esperaba en tal momento
Así que, finalmente, más “cortao” que si acabara de tragarse un “bocata” de cuchillas de afeitar, con el pequeño de la mano y los dos de riguroso smoking, empezó a internarse en la escena, mientras la banda que acompañaba a Yelena en su actuación, atacaba el “Toreador”, de la ópera “Carmen”, de Bicett, y en la pantalla gigante que cubría todo el fondo del escenario, Juan Gallardo, de torero, envolviéndose en el capote de paseo, en el patio de cuadrillas de la Maestranza sevillana. Seguidamente, sin casi solución de continuidad entre las imágenes, Juan, en la bocana del portón de cuadrillas de la Monumental de las Ventas, envuelto en su capote de paseo, pisando ya la arena, momentos antes de iniciarse el “paseíllo” de las cuadrillas; y, todo telendo, braceando con garbo y aplomo, haciendo el paseíllo…y recibiendo al burel, con una larga cambiada, de rodillas, en el mismísimo “portón de loz zuztoz”, la puerta de toriles… O estirándose con el capote, por verónicas, chicuelinas, medias verónicas, y con la muleta, por naturales, redondos, trincherazos, pases de pecho, afarolados, molinetes…
El chiquillo pisó el escenario distraído, mirando, curioso a todas partes, deslumbrado, y no tanto por los focos de luz clavados en su padreo y él, sino, más que nada, por la algarabía de gritos, aplausos y vítores desatada nada más aparece la pareja, padre e hijo, en el escenario. El crío anduvo así unos pasos, hasta que sus ojos divisaron la figura de su madre, toda sonriente, toda feliz, momento en que ese Vanechka pequeño, tan sonriente como su madre, echó a correr hacia ella, desasiéndose de la mano de su padre que, sonriendo feliz, dejó marchar al chiquillo hacia los maternales brazos de una Yelena que, acuclillada, amorosa se los tendía, pues la mujer de Juan gallardo resultó ser no sólo una amante esposa, sino también una verdadera madraza para su pequeño Vanechka
Abrazándole, Yelena alzó en brazos a su hijo, casi al mismo que su marido se allegaba a ella y al niño; sosteniendo entre los dos al pequeño, marido y mujer se abrazaron, se besaron, en las mejillas y en un piquito, en los labios. Y de inmediato, Yelena, enlazada y enlazándose por la cintura con su marido, se volvió a ese público que abarrotaba la sala, aplaudiéndoles a rabiar
- Sí; estos son mis dos hombres… Mis dos Vanechkas: Mi marido y mi hijo… ¡Él es español!... ¡Y torero…“togueadog”!… ¡“Togueadog” valiente!…
Yelena, para esas alturas, hablaba ya más que bien el castellano, el español, pero a su público le había hablado en su lengua vernácula, el ruso, intercalando ese vocablo francés, “togueadog”, como forma folclórica, bien conocida por todo el mundo, “y parte del extranjero”, como en otro tiempo, jocosamente, decíamos en este viejo lar de la “Piel de Toro”. El chiquillo, aupado en los maternos brazos, se despepitaba mirando, todo intrigado, absorto, lo que veía, ese gentío que colmaba el teatro a rebosar, aplaudiendo a rabiar el conjunto que formaba la pareja y su hijo; así, intrigado, expectante, en brazos de su madre, pasó el crío unos minutos, hasta que, sonriente que era un cromo verle, empezó a señalar, con su dedito índice extendido, firme, a los espectadores, riéndose, abiertamente ya, en casi carcajadas, las que un niño puede dar, para acabar aplaudiendo él también con sus dos manitas, mientras seguía ríe que te ríes.
La reacción del público, entonces, ya fue atronadora, casi rompiéndose las manos de tanto, tanto, aplaudir. Y la satisfacción y orgullo de sus parentales, padre y madre, ya fue el acabose, sobre todo en ella, Elena, Yelena, más ancha que larga con su “baby”.
La orquesta o, mejor, conjunto musical que acompañaba a Elena, comenzó una de las canciones típicas de la diva, suave, lenta, aunque no tanto, llena de sensibilidad, de romanticismo… Una de aquellas que, a los de esos tiempos antiguos, que se fueron para no volver…“Soy Quijote de un tiempo que no volverá”…les eran invitadoras a bailar muy, pero que juntitos las parejita, pegaditos, pegaditos los dos, como lapas, y que hoy parecen ya un tanto “demodés” entre las antes novísimas que nuevas generaciones, pues, como decía un texto que hace no tanto leyera y que ni zarrapastrosa idea tengo ya de en dónde sería… “Desde que el sexo se hizo fácil de conseguir, el amor se hizo difícil de encontrar”…
A nada de comenzar la “banda” a “atacar” la canción, Yelena empezó a declamarla, con el micrófono, ese casi enorme, “la alcachofa”, en una mano mientras con el brazo libre se enlazaba a la cintura de su marido, su Juan, que, manteniendo al crío en brazos, entre ellos dos, también enlazó a amada esposa, pero no por la cintura, como ella se enlazara a él, sino plantándole la palma de la mano en mitad de la femenina espalda, apalancándosela bien apalancada, claro, con el concurso del brazo libre de ella, buscando pegarse, pero que muy requetebién pegadita, a su, incuestionable, amor de sus amores…de su vida…
Así anduvieron, deambulando por el escenario mientras se movían, danzando al compás de esa música, melosa, muy melosa, pero también de ritmo más que cadencioso, ritmo que recordaba, y no poco, el son cubano y otros muchos propios de esas tierras que el Caribe baña, hasta que la cancón entró en un solo instrumental; vamos, que ella calló a favor de los músicos que la acompañaban; en tal instante, ella prescindió de la famosa “alcachofa”, el micrófono de mano, sustituyéndolo por otro, inalámbrico, que al instante se prendió a un ribete del generoso escote que lucía. La hija de Yelena, Alona Petrova(5), también cantante, carrera que iniciara junto a su madre, formando parte del “trío” femenino que le servía de coro; pues bien, entonces, en ese concierto para Yelena tan especial, la muchacha quiso volver a cantar junto a su madre, con lo que el coro de la diva, esa noche, era un cuarteto, no un trío. Pues bien, en ese momento en que la voz de Yelena enmudeció, dejando que sólo se oyera la música, a cargo de su “banda” o conjunto musical, dos trompetas, dos trombones de varas, un saxo, una flauta, piano, de cola, que no teclados, dos guitarras eléctricas más una española, un acordeón, el más genuino, popular, instrumento músico ruso, junto con la “guitarra española”, amén de la inevitable batería;
pues bien, en ese preciso instante, la hija mayor de Yelena se acercó a su madre para quitarle de los brazos a su mínimo hermanito, tan chiquitín él, más aún que su propio hijo, y al que llegaría a querer, casi, casi, que como al hijo habido de sus entrañas. Alona conocía a su madre, y sabía, exactamente, lo que entonces la autora de sus días más deseaba: Fundirse, cual lapa a roca, a ese marido suyo, tan extraño, tan raro para ella, por lo de español, aunque rizando el rizo de lo inaudito con lo de torero.
Y así pasó, justamente; que tan pronto su hija se llevó a su pequeño hermano, la madre de ambos echó los brazos al cuello de su amado “Vania”, o “Vaneshka”, según pintara la carta que Fortuna jugaba, apretándose a él como si en ello le fuera la vida, en tanto él la ceñía, de más y más a sí mismo, como si quisiera estrujarla, fundirla consigo mismo; y así, juntitos, juntitos, los dos empezaron a bailar al suave son de la música, algo más que sensible, algo más que romántica. Yelena estaba radiante, casi, casi, que transfigurada, con un aura de dulce gozo, inenarrable felicidad iluminándole todo el rostro. Y besó, y besó y volvió a besar ese rostro tan querido, esa boca tan amada, tan deseada por ella, la de su más que amado marido, con pasión casi frenética entreverada de dulce cariño, de tierno amor
- Eres feliz, ¿verdad Elena?
- Sí amor; y no sabes bien cuanto… (Señaló con el dedo al público ) ¡Míralos!... ¡Vibran!... ¡Están vibrando de emoción, de entusiasmo!... ¡Es grandioso, monumental!… Y no sólo vibran por mí, conmigo, sino que, y muy especialmente, por vosotros, por ti, mi marido, y por nuestro pequeño Vanechka, nuestro hijito, amor… ¡Dios, marido, y cómo te quiero!… Me sedujiste…me embrujaste, gitano…más que gitano… Y al Cielo doy gracias por ello, porque más feliz, más dichosa no puedes ya hacerme… Y ya verás…ya verás cómo te voy a querer esta noche…En cuantito lleguemos a casa, te llevo al dormitorio… ¡Y allí será Troya…y allí, morirá Sansón, con todos los filisteos!... ¡Ja, ja, ja!...
Y sí; la noche acabó por ser algo más que “movidita”, con una Yelena que decir estaba desmelenada es decir bien poco, y un maridito que tocó el cielo con los dedos merced a los denodados desvelos de su mujercita, más que empeñada en llevar a su amor no ya al cielo, sino al mismísimo “Séptimo Cielo” de Allah, Venus, Afrodita, Astarté y demás deidades, habidas y por haber, del Amor y el Deseo Sexual, aunque “er probetico”, admitámoslo de una vez por todas, por mucho que nos duela, acabó hecho unos zorros, pidiendo árnica, ”Tregua”, “Tregua”, Tregua”, a voz en grito, pues su amadísima se empleaba en el “tratamiento” dedicado al maridito de su alma con unos ánimos que para ella, y para él, también, se quedaron
Aquí, conviene hablar de las Navidades que la pareja Juan-Yelena solía pasar, pues eran dos, y no una, las celebradas cada año. La explicación de esta extravagancia está en las particularidades de la Iglesia Ortodoxa Rusa; aunque en el Estado ruso, la Federación Rusa, está vigente el Calendario Gregoriano, el que impera no ya en todo el mundo occidental, sino que culturas tan ajenas a la nutra como es la japonesa, a efectos internacionales, al menos, también lo guarda, la Iglesias Ortodoxas en general, esto es, las Iglesias Cristinas Orientales, persisten en guiarse por el pretérito Calendario Juliano, que presenta un desfase de doce días respecto al Gregoriano; así, la llamada “Revolución de Octubre” lleva tal nombre porque en esas fechas, en una Rusia que todavía se regía por el Calendario Juliano, era el 25 de Octubre, mientras en el resto del mundo, como quién dice, era el 7 de Noviembre; de igual manera, nuestra Noche Buena, la del 24 al 25 de Diciembre, para la Iglesia Ortodoxa rusa, que a efectos rituales, fiestas etc, se sigue rigiendo por el Calendario Juliano, coincide con nuestra Noche de Reyes, la del 5 al 6 de Enero. En fin, que la pareja celebraba ambas Navidades, la española, con los padres de él y la rusa, con la madre y hermana de ella, amén de su hija, yerno, nieto y demás familia.
Por fin, aquél año 2014 la pareja lo pasó en la patria de ella, con Yelena actuando, dando conciertos a todo lo ancho y largo de una Rusia casi interminable, sin olvidar otras ciudades, grandes ciudades de estados que antaño integraron la URSS, Járkov y Kiev en Ucrania; Minsk, en Bielorrusia… Riga, en Letonia… Hasta en Alemania, incluso en Francia, en París y en su sala Olimpia, actuó Yelena en aquél año 2014. Esta actuación dejo mella en la mujer de la tierra del hielo, recordando aquél ayer en que se conocieron… Se conocieron y, por finales, se enamoraron… Sí; en esa sala Olimpia de París se inició todo y ese bendito, dichoso, evento del pasado, fue festejado a modo y manera con los dos desnuditos y entre las sábanas de la habitación de hotel que compartieron.
Otro evento venturoso que a la parejita trajo aquél 2014 de tan dulce recuerdo fue que Yelena, hacia principios-mediados de Noviembre, trajo al mundo al segundo fruto del gran amor que unía, une, a ambos cónyuges, y que, para redondear la “gracia”, quiso Dios, la Naturaleza, la Biología o como queramos decir, que fuera una preciosa nena; una muñequita de porcelana, casi podrí decirse que una de esas míticas “Mariquita Pérez” (6) que, como de otra forma no podía ser, pues a buena hora Yelena haría bajarse del burro a su amado Juan, Vania o Vaneshka, según por el palo de Fortuna que a la mujer le pintara, de llamarla única y exclusivamente que como su adorada mamaíta, con lo que se la bautizó como Elena/Yelena, Yelenita en familia.
Pero también sucede que en esta vida caduca, todo acaba, todo vence un día y todo comienza otro día, así que aquél sabático año del 2014, ese año que para Yelena fue el Paraíso de Dios, traído a la tierra, en el que había gozado de una tranquilidad inmensa, cuyos días, uno tras otro, fueron remansos de paz, dicha, felicidad, sin que nube negra alguna ensombreciera ese paraíso de paz y tranquilidad; durante los cuales había disfrutado de su adorado Juan como nunca antes lo hiciera, también llegó a su fin en la fatídica Noche de Año Nuevo, 2014-2015, cuando el 1 de Enero del 2015 sucedió, a las cero horas en punto, al 31 de Diciembre del 2014.
Así que el regreso a España, a Madrid, se hizo inaplazable ya, llegando a la capital de España para allí pasar la Noche de Reyes, la de Navidad en la tierra rusa de Yelena, que ese año no tuvieron día de Navidad, aunque, dadas las circunstancias, aprovecharon asistir a la Misa del Gallo en la noche del 24 al 25 de Diciembre del 2014, celebrada en una iglesia católica de rito latino, no bizantino, como es la Iglesia Ortodoxa Rusa de obediencia a Roma, es decir Católica, Apostólica y Romana, pero que, por especial dispensa papal, cuando esta rama de la Iglesia Ortodoxa Rusa, la nacional de Rusia, volvió a la obediencia romana, reconociendo en el Papa la suprema autoridad en el Cristianismo Universal, mantuvo su liturgia y costumbres ancestrales, siendo el idioma bizantino, derivado del griego clásico, su lengua litúrgica oficial ( Católico; este término, “Católico”, deriva del griego clásico “Catholikós”, cuyo significado es, sencillamente, “Universal”; lo que es propio de todo el mundo, hoy diríamos, de los cinco continentes, refiriéndose a que la Iglesia está establecida, comprende, a todo el mundo, toda la Tierra)(7)
La vuelta a España significó también volver Juan a los asuntos del toro, comenzando por recuperar la forma física a base de un entrenamiento la mar de duro; atletismo del bueno, inflándose a correr, y correr y más y más correr, aparte de flexiones tras flexiones, dominadas tras dominadas con el añadido de levantar pesas a fin de endurecer y flexibilizar las muñecas, pues ellas son las que, en realidad, torean, y hay que tenerlas firmes, seguras, flexibles… Luego le llegó el turno al toreo de salón, sin toro, dando capotazos, muletazos, al aire. Para ello, fue a la Escuela Nacional de Tauromaquia, de Madrid, entrenándose en el arte de Cúchares junto a chavales que podían tener desde los nueve años hasta los dieciocho, alguno, hasta con diecinueve; para ellos, esos ocasionales compañeros, él era un semidiós, ahí es nada, torear junto al “maestro” Juan Gallardo… Y entrenase frente a novillotes, novillotas más bien, becerras de dos años cumplidos sin llegar a los tres
Y, por fin, llegó el mes de Febrero y con él, la feria de la Magdalena, en Castellón de la Plana, Feria que inicia el ciclo, la temporada taurina en España, donde hizo su reaparición, su primer paseíllo tras la dura cornada de casi dos años antes… Y volvió con las mismas ganas de triunfo que cuando era un joven novillero, con todo por ganar y muy poco que perder; total, en el peor de los casos, la vida que…”Por perdida ya la di cuando al toro me metí”, y digamos esto rememorando los famosos versos de José de Espronceda en su “Canción del pirata”. Tras la Feria de la Magdalena, en Castellón, las corridas por las Fallas de Valencia, toreando allí dos tardes y ya, el tobogán de la temporada española, con la Feria de Abril de Sevilla, el serial de San Isidro, en Madrid, etc. etc. etc., hasta llegar, otra vez, el mes de Julio y con él la valenciana Feria de San Jaime, o San Jaume…
Allí hizo el paseíllo dos tardes, la segunda el mismo día en que se cumplía el segundo aniversario de la más que grave cogida. En realidad, fue él, Juan Gallardo, el que exigió torear, precisamente, esa tarde, la de los malos “mengues”, con el recuerdo de la cornada, etc. etc. etc… Y, para más INRI, quiso que fuera el mismo cartel de aquella otra tarde, la fatídica, lo mismo toros como toreros. Fue difícil lograrlo, y el empresario, en principio, se opuso de todas odas, aduciendo la dificultad de que, a esas alturas ya de la temporada, toreros y ganadero tuvieran, los unos, la fecha libre, el otro, toros disponibles; pero Juan jugó magistralmente sus cartas, encelando al empresario con el morbo que podía despertar repetir, exactamente, tal cartel… Y, finalmente, fue posible la repetición del mismo cartel de aquél día, con toros de Lamamíe de Clairac para Enrique Ponce, Juan Gallardo y el mejicano, (perdón, mexicano) Diego Silveti; ¡ah!, y para que nada faltara, Juan se vistió el mismo traje que en aquella otra tarde vistiera… Claro está, convenientemente limpio y remendados los boquetes y desgarrones que las astas del “Lamamíe” dejaron en él.
Ni que decir tiene que en la plaza no cabía ya ni un alfiler, de colmados que estaban tendidos y graderíos, pues la fórmula del morbo por lo especial del cartel, funcionó a las mil maravillas; y si el éxito económico, para la empresa, fue de los dee tente y no te menees, el artístico de la terna de espadas tampoco se quedó tan atrás, con el trío de “coletudos”(8) “tocando pelo”, como en argot taurino se dice a cortar orejas; y por partida doble, alguno en sus dos toros; otros, doble trofeo en uno y premio simple, una sola oreja, en el otro. Juan, con Ponce, formó el dúo que salió del coso de la calle Játiva con cuatro orejas, las dos de cada toro en tanto Silveti tuvo que conformarse con sólo tres trofeos, al fallar a espadas en su primer burel. Y claro, la salida a hombros de los tres espadas, calle Játiva adelante para seguir, con Juan a hombros, calle de Colón arriba hasta dejarle a l puerta del hotel, como en las más grandes tardes de los toreos más grandes, algo que antes, hasta los años 30-40 era muy normal en tanto que, hogaño resulta hasta raro qque se dé, pues antaño eran aficionados de verdad, enfervorizados por el hacer del torero los que cargaban con él hasta el hotel o su casa, si la tenía en el lugar, en tanto hoy son, en su mayoría, “costaleros”, gente mercenaria pagados por el apoderado del torero quienes lo suelen hacer, acabando el “paseo” al salir de la plaza; pero entonces, en tal ocasión, ocurrió, que aunque también quisieron hacerlo los “pagados”, hubo bastantes, pero bastantes, aficionados “de a pie” que, espontáneamente saltaron al ruedo, haciéndose con los tres toreros triunfadores tras una gran tarde de toros, de las que pocas se ven ya en cada temporada
Ya en el hotel, Yelena le esperaba en el vestíbulo, junto a una nube de curiosos, entre “afisionaos”, “geleras”, esto es, esos “listos” que siempre rodean a los famosos y “famosillos/famosillas”, a hacerles la “rosca” por si, acaso, “cae” algo, etc. etc. etc. Nada más verla, Juan se fue directo a ella; la abrazó y besó como pocas veces lo hiciera, con mucho más cariño, amor del bueno, que pasión erótica, diciéndole a continuación
– Anda cariño; vamos para arriba… A la habitación
– Sí amor; vamos… Tengo ganas…muchas ganas, de estar entre tus brazos… De tenerte entre los míos…
– Y yo también, amor; y yo también
Y así, enlazados los dos por la cintura, se metieron en el ascensor y de allí a la habitación; para entonces, ésta estaba ya casi repleta de admiradores, admiradoras, lasque traían algo más que frita a la pobre Yelena, que en tales ocasiones, lucía unos celos…que vamos, les sacaría los ojos a todas esas señoritas que solían rodear a su Juan cundo bajaba, vestido ya de luces, al vestíbulo del hotel, demandando autógrafos, fotos firmadas por el torero, etc. etc., sin que tampoco faltara allí la cuadrilla en pleno, picadores y banderilleros, junto con su fiel “mozo de espadas” y su apoderado… Vamos, casi un Universo taurino se había dado cita allí, aplaudiendo a rabiar al torero cuando éste entro en la estancia abrazando, sin morigeración alguna, a su fiel mujercita. Entonces, poniéndose un tanto serio, dijo a su adorada Yelena
– Cariño, hoy quiero que seas tú quién me quite la coleta; pero primero toma unas tijeras, pues deseo que me “cortes” de verdad, la “coleta”, cortándome también el mechón de peo en que se engarza la moña, la “castañeta”. Sí, cariño: Me “corto la coleta”, se acabó el torero; hoy he toreado la última corrida de mi vida; hoy he matado mi último toro nunca más volveré vestirme de luces… Nunca más volverás a penar en las tardes de toros… Se acabaron y para siempre, pues para siempre jamás vuelvo a ti, a ser tuyo de verdad… Única y exclusivamente tuyo, sin que me tengas que compartir con el toro…
Yelena lloraba; lloraba de emoción, de alegría, mientras su mano temblorosa le “cortaba la coleta” a su Juan… Y, colorín, colorado, esta historia ha terminado.
FIN DEL EPÍLOGO Y DE LA HISTORIA
NOTAS AL TEXTO
No penséis mal por el adjetivo, que en buena lengua castellana significa “Que es considerado como propio o legítimo sin serlo”. Aunque, normalmente, se refiera a padre, madre, hermano, etc.
- Por cierto, amigas, amigos, que este término, “putativo”, tiene mucho que ver con el porqué de que a los José se les llame, también, Pepe: Antiguamente, a los cuadros con la imagen de San José, el pintor solía acabar su obra con una leyenda al pie del cuadro, “San José, P.P de Jesús”, significando esas dos “P” seguidas “Padre putativo”… Así que ese P.P. inicial, se trocó en el actual y familiarísimo “Pepe”, al dirigirnos a un José.
- Este es el título que comúnmente se da a esta marcha que, desde tiempo casi inmemorial, viene acompañando a todas las novias, habidas y por haber, en el Orbe mundial al entrar en la iglesia, juzgado o alcaldía en tan fausta fecha, aunque en origen, al componerla el músico alemán Félix Méndelssohn, no tuviera tal sentido. Esta marcha es, en realidad, una triunfal de su poema sinfónico “El sueño de una noche de verano”, sobre la comedia del mismo título de William Shakespeare.
- Estas “mariposas” consistían en una base plana y redonda, generalmente de cartón o cartulina un tanto gruesa, atravesada por una mecha de algodón, impregnada en aceite. Se depositaban en un recipiente, desde un tazón, un bol, a una fuente, con una mezcla de aceite y agua. Ese aceite era el combustible que hacía arder a la “mariposa”, de modo que, mientras hubiera aceite y mecha, la mariposa ardía, alumbraba; en realidad, era el mismo principio usado en los famosos candiles: Aceite como combustible y mecha de algodón ardiendo, como foco de luz. En aquellos tiempos de “Mari Castaña”, era muy común que lamparillas así, “mariposas”, alumbraran las imágenes de santos, Cristos y Vírgenes por las iglesias, e infaltables en esos “altares” de “poner y quitar” que las madres, esposas, hijas, de toreros montaban, montan, en casa cada tarde en que el ser querido está toreando.
El poeta fue, ni más ni menos, que Miguel Hernández, el que escribiera ese poema tan desgarrado que es “Las Nanas de la Cebolla”, dedicado a su hijo, al que casi ni conoció: “En la cuna del hambre mi niño estaba/ con sangre de cebolla se alimentaba”, y que murió, tuberculoso, en la cárcel de Alicante, a principios de los 40’s. Era, como también el otro poeta español, trágico, de aquellos años, Federico García Lorca, un gran aficionado a toros. Colaboró con José María de Cossío, su autor, en la monumental obra “Los Toros”, una enciclopedia taurina que reúne todo cuánto “de toros” se sabe, y que se constituye de diversos tomos; allá por los 60’s, cuando yo la adquirí, eran ocho los tomos, luego hoy día… Así, son de Miguel Hernández las biografías de los toreros Rafael Molina”Lagartijo”; Manuel García “El Espartero”, Antonio Reverte y José Ulloa, “Tragabuches”.
La historia de este torero, “Tragabuches”, es la mar de curiosa ya que, amén de torero, fue también “cantaor” de flamenco, contrabandista y bandolero; se "echó al monte" tras matar a su pareja, una “bailaora”, María “La Nena”, y al “maromo” con el que la encontró, encamaditos los dos; como bandolero fue miembro de la famosa partida de “Los Siete Niños de Écija”, y el único de todos los que fueron pasando por tal banda que no acabó ahorcado pues, a punto de ser capturado , se escabulló y desapareció sin saberse qué fue de él desde entonces, año 1817, con entre 35 y 40 “tacos”
- En este mismo sentido de anécdotas curiosas de toreros antiguos, Rafael Gómez Ortega, Rafael “El Gallo”, es todo un filón y las historias que al respecto, se cuentan del “Pasmo de Triana” son casi interminables. Una de tales anécdotas se refiere a la mañana de un día de corrida que, mirando continuamente al cielo, barbotaba sin cesar: “Maldita lluvia…maldita lluvia”, hasta que el mozo de espadas, en una de esas le dice: “Pero Rafael, si está brillando el sol, sin que se vea nube alguna”; “pos eso: Mardita lluvia que no aparece...y esta tarde me esperan los “miuras”. Otro día, toreando en Madrid, le salieron tan mal las cosas que el público le abroncaba hasta en arameo; cuando, tras doblar el toro, se acercó a tablas se le acercó un compañero de cartel, Vicente Pastor, , que, apiadándose de él, le dice: “Hay que ver cómo está hoy la gente”, a lo que respondió “El Gallo”: “Pa vosotros superior… Ya me dirás, os los he dejao roncos”. De otra vez se dice que, tras una corrida que tampoco le salió tan bien, respondiendo a un amigo sobre cómo había quedado, le dijo: “Pues qué quieres que te diga, división de opiniones: Unos se cagaban en mi pare, los otros en mi madre”
- “Alona Petrova”; como es costumbre rusa, la hija de Yelena, al casarse, tomó el apellido del marido, Petrov, añadiéndole la femenina desinencia “a”
- “Mariquita Pérez, qué bonita eres”, rezaban los anuncios de la época, promocionando a esta muñeca, genuinamente española, objeto de deseo por todas las niñas, no sólo españolas sino también portuguesas e hispanoamericanas, donde se llegó a fabricar, bajo licencia, en Argentina, Venezuela y Cuba; en este país, Cuba, se la llamó “La Reina de Cuba”. Su diseño, de una señora sin experiencia en el mundo comercial, menos en el de la juguetería, Dª Leonor Coello de Portugal, aristócrata de cierto renombre, junto a su amiga Dª Mª Pilar Luca de Tena, condesa de Verdú, de la familia de los “Luca de Tena”, literatos, autores teatrales, novelistas y hasta poetas celebradísimos, destacando su acción periodística, personalizada más bien en D. Torcuato Luca de Tena, fundador y director vitalicio del diario “ABC”, de los más leídos y respetados en España, se debió a un concepto nuevo, original e, indudablemente, revolucionario, en la concepción y creación de muñecas y muñecos, haciéndolos más vivos, más parecidos a niñas, niños de verdad, y su gran acierto, amén de crear una muñeca de rostro realmente lindo, muy parecido al de una niña la mar de bonita y sonriente, con ese halo de candidez propio de la niña de muy pocos años, tres o cuatro, a lo sumo, fue crear para tales muñecas todo un armario de ropa, vestidos, blusas y jerséis, faldas, abrigos, zapatitos…hasta ropita interior, braguitas y enaguas, con lo que la niña podía vestir su muñeca, o desvestirla, cambiarla de ropa, tal y como su madre la vestía, desvestía o cambiaba a ella, con lo que la viveza de la muñeca podía hacerse casi total; vamos, que la niña podía dejar volar la imaginación, imaginándose que cuidaba a un niño, una niña, de carne y hueso, una hijita, un hijito, real, de la niña. Ese fue el secreto del éxito de la “Mariquita Pérez”, su capacidad para hacer volar la imaginación de las niñas, creando a su alrededor todo un mundo mágico pero que para ella era tan real como la vida misma. No sé muy bien por qué me acordé en este momento de esta muñeca, como paradigma de la belleza infantil de una niña, una bebé recién nacida, pero me salió sin pensarlo, a bote pronto, y así lo signé… Puede que influjos, recuerdos de mi ya más que lejana niñez y hasta adolescencia y primera juventud, en aquellos años 50/inicios de los 60… Y es que, como dice Jorge Manrique, poeta castellano del siglo XV, en sus “Coplas a la muerte de su padre”, “Cómo, a nuestro parescer, cualquier tiempo pasado fue mejor”. Finalmente, decir que esta muñeca se mantuvo en fabricación, ininterrumpidamente, de 1940 a 1976, que salió a la venta su última serie, y que hoy día, en los lotes de objetos antiguos, de valor, que salen a subasta, por ejemplo, en Sotheby’s, no es raro encontrar alguna de estas muñecas, originales de las décadas 40-50. Por cierto, han llegado a pagarse bastantes miles de euros por una “Mariquita Pérez” de tal época, casi nueva y con toda su panoplia de ropita.
- A este respecto, una anécdota: Los sacerdotes católicos y romanos de rito bizantino, como los de las ramas de las demás iglesias orientales que, paulatinamente, desde fines del siglo XIX, se reintegraron, reintegran, aún hoy en día, a la obediencia romana, reconociendo así la máxima autoridad papal en materia religiosa, el voto de celibato, llevado tan a raja tabla por la Iglesia Romana, en estas otras iglesias, también romanas, pero de ritos orientales, según la ancestral costumbre de estas iglesias, surgidas todas del llamado “Cisma de Oriente”, en 1054, cuando la Iglesia Cristiana Oriental, la Griega exactamente, se separó de Roma, emitir este voto es optativo: El seminarista, al ordenarse sacerdote, elije libremente si lo emite o no. Si hace el voto, le obliga exactamente igual que, en general, a los sacerdotes católicos de rito latino, debiendo permanecer célibes de por vida, pero si optan por no emitir tal voto, quedan en libertad de tomar esposa si lo desean. Esto no obstante, la mayoría de los clérigos orientales, aún no emitiendo el voto, se mantienen célibes toda la vida, no siendo muy común que decidan casarse, tener hijos, etc. El no emitir el voto, a pesar de su propósito de mantenerse célibes en el Servicio de Dios, es como un seguro de cara al mañana… Vamos, por lo que pueda suceder cualquier día venidero
- “Coletudos”: Así se les llama también a los toreros, por la “coleta” que llevan en la nuca. Antiguamente era de pelo de verdad; el torero se dejaba crecer el pelo en una “coleta” a partir del occipital, que se enroscaba sobre la nuca en forma de moña al vestirse de torero, adornada con cintas o pasamanería; hoy día, es un aplique en forma de moña, imitando el trenzado del pelo, sujetándose a éste con un pasador al que le fija, le aseguran, unas cintas que también sirven de adorno. A este postizo se le suele llamar “coleta” o “castañeta”.